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Domingo, 7 de diciembre de 2003

CINE

Dante resucitado

El título amenaza y la película cumple: Looney Tunes: de vuelta en acción depara varios regresos a la vez. Es la vuelta a la pantalla grande de Bugs Bunny, el Pato Lucas y Elmer Gruñón, iconos de la cultura pop que ahora se pavonean por los pasillos del Louvre. Es el retorno del gran Chuck Jones, animador emblemático de la Warner de posguerra. Y es la rentrée –casi la resurrección– del último cinéfilo engendrado por Roger Corman y el cine clase B: Joe Dante.

POR MARIANO KAIRUZ


Con esa capacidad de trasladarse a través de un espacio-tiempo que no parece de este mundo, y que fuera una de sus cualidades principales a lo largo de más de seis décadas, Bugs Bunny, el Pato Lucas y Elmer Gruñón se encuentran de pronto en el Louvre y se descubren derritiéndose entre los relojes blandos de la Persistencia de la memoria de Dalí, provocando el grito de Munch y desintegrándose en miles de puntos de colores tras abandonar una célebre obra puntillista de Seurat. La escena, genuinamente surrealista, pertenece a Looney Tunes: de vuelta en acción, captura el espíritu, la lógica (el absurdo) y el potencial cinemático de un universo que pertenece a otra época y le da sentido a la rentrée que anuncia el título.
El film no marca sólo el regreso del mundo de Chuck Jones, por mencionar al personaje más emblemático del grupo de animadores de la Warner de los dorados años de la posguerra, a cuyo nombre habría que sumar, al menos, los de McKimson, Freleng, Tashlin y Clampett y el precedente esencial de Tex Avery. También señala el come back de uno de los mejores alumnos de Roger Corman y un ex protegido de Steven Spielberg, que supuestamente delegaba su “costado oscuro” en él –con Gremlins, por ejemplo– para poder abocarse a sus ñoñerías: un tipo criado en el submundo del cine de bajo presupuesto, con cierta sensibilidad por los clásicos y las películas viejas en general, hijo de los años setenta con debilidad por los dobles programas de los cincuenta. Alguien capaz de hacer irrumpir con violencia a Bugs y a Lucas –objetos de adoración de la cultura pop– en las paredes de un museo parisino repleto de objetos de adoración de la cultura “culta”. Un gran director llamado Joe Dante.
El proyecto era perfecto. Dante había solicitado los servicios de Jones –que murió el año pasado, a los 89– para Gremlins 2 y llevaba años queriendo filmar Termite Terrace, un guión de Charles Haas (Matinée, 1993) basado en los relatos autobiográficos del propio Jones sobre las experiencias del equipo de animación de la Warner en las décadas del treinta y del cuarenta. Ese proyecto nunca se concretó, pero Dante fue convocado para Looney Tunes: de vuelta en acción. La película es, por muchas razones, una experiencia infinitamente más satisfactoria que Space Jam (1996), un despropósito pergeñado con la intención de canalizar una franquicia subexplotada (la de los personajes animados de la Warner) y el superestrellato del basquetbolista Michael Jordan rumbo a la única verdadera fantasía animada de ayer, de hoy y de siempre: ganar toneladas de dinero.
Amparándose en el infame pretexto argumental de un torneo intergaláctico, Space Jam violaba una de las reglas básicas de Jones, Avery y compañía, la que prescribía que los personajes deben tener personalidades definidas. En un acto de traición imperdonable, Tweety y Silvestre, el Coyote y el Correcaminos, aunaban esfuerzos con un improbable espíritu de equipo y un altruismo que les resultaba definitivamente ajeno. Sabiamente, Joe Dante aseguró durante el rodaje de Looney Tunes que ésta “sería la anti-Space Jam”.

DEBERIAS HACER PELICULAS
La premisa no estaba mal: Bugs y Lucas como actores bajo contrato de la Warner –el pato harto de vivir bajo la sombra del conejo y de recibir explosivas descargas de pólvora en la cara–, una petulante jefa del departamento de comedia del estudio (Jenna Elfman) y un guardia de seguridad y doble de riesgo (Brendan Fraser) enfrentándose con el plan maquiavélico de la empresa ACME (liderada por Steve Martin) para someter comercialmente a la humanidad. La premisa no está mal porque en realidad nada de eso tiene demasiada importancia. Lo que de verdad vale la pena son todos esos dibujos animados que habitan el fondo de la pantalla durante buena parte de la película, y que incluyen un cameo de la rana cantora del famoso corto de Jones One Froggy Evening. Dominado por susimpulsos más cinéfilos, Dante no puede dejar de incluir a sus actores fetiche –todos excavados de la más berreta y feliz serie B, la clase obrera del cine de género– ni de superpoblar sus imágenes con los robots y monstruos de goma de la ciencia ficción de cincuenta años atrás.
Looney Tunes, es cierto, no es tan buena como ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Robert Zemeckis, 1988), el film noir ambientado en 1947 que homenajeaba con nostalgia, y algo de cinismo, a los clásicos de la animación de una era ya perimida, que eran, también, “actores” contratados por los estudios. Una experiencia que hasta cierto punto se repite en la extrañísima Cool World: el mundo de Holli (1992) de Ralph Bakshi, animador políticamente incorrecto que en los años setenta había escandalizado con Fritz el gato. Hasta ahora, la última incursión en este terreno había sido la poco feliz Las aventuras de Rocky y Bullwinkle, en la que Robert De Niro canta y baila ridículamente entre la ardilla y el reno del título, dos pioneros de la animación televisiva yanqui.
Pero el antecedente del Looney Tunes de Dante probablemente sea un corto de 1940, You Ought to Be in Pictures, de Friz Freleng, en el que Lucas, desesperado por una oportunidad profesional, convence a Porky de que abandone la animación para dedicarse a hacer películas “de verdad” con estrellas como Bette Davis. Así que el cerdito tartamudo presenta su renuncia en una escena compartida con Leon Schlessinger, el productor de los Looney Tunes. De algún modo también funciona como un precedente la considerablemente más moderna Duck Amuck (Jones, 1953), donde Lucas, a merced del dibujante que lo ha creado, se debate entre el ser y la nada, y vive la experiencia más metafísica de su carrera.
Habrá que esperar algunos años para saber qué es exactamente lo que impidió que Looney Tunes: de vuelta en acción fuera la película perfecta que debió haber sido; es decir: para poder acceder a la historia completa contada por sus protagonistas. Los rumores mencionan un guión por el que pasaron demasiadas manos, reescrituras improvisadas sobre el final del rodaje, tomas suplementarias de último momento. Hay algo que afecta el timing en la interacción entre dibujos e imágenes “reales”; y según Jones, que tenía calculados cuántos cuadros debía durar la caída libre del Coyote –”ni trece ni quince: catorce”–, el timing, en el dibujo animado, es todo.

PURGATORIO
Dante debutó con Roger Corman editando trailers de las películas rusas y filipinas que el productor reestrenaba cambiándoles el título, el argumento y hasta el género, y se separó del maestro no mucho después de estrenar Piraña (1978), que reproducía el tic cormaniano de parasitar un éxito reciente y ajeno (en este caso, el de Tiburón). Se sabe que una pasantía en la escuela Corman garantizaba experiencia pero no dinero, y a la hora de filmar Aullidos, Dante, ya independizado, convocó a su ex jefe para un cameo. Su única intención era hacerlo trabajar para él completamente gratis.
Luego de su estreno norteamericano, los Looney Tunes de Dante se estrellaron contra el fondo del cañón al estilo Coyote, lo que tendrá algunas consecuencias. La más lamentable: el recrudecimiento de la desconfianza con que los estudios tratan a Dante, el bicho raro de la industria que cada tanto les ofrenda un tanque multimillonario y uno de los últimos grandes directores cinéfilos que, surgidos del semillero de la clase B, tiñeron el cine de los ochenta en adelante con su subversiva imaginación visual. Por eso, tal vez, Dante vuelve a convocar a Roger Corman para una breve aparición en Looney Tunes, y lo pone nada menos que en el rol de director de una película de Batman en un lote de la Warner que el Pato Lucas se las ingenia para desbaratar en pocos minutos. Señal, quizás, de que en Dante sigue latiendo un anhelo secreto: que todos esoszombies desclasados escupidos por el cine B –que ya no existe– se apoderen alguna vez de la fortaleza Hollywood.

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