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Domingo, 27 de diciembre de 2015

CINE > SNOOPY, LA PELíCULA

HERMOSOS PERDEDORES

A quince años de la muerte de Charles Schulz se estrena Snoopy & Charlie Brown. Peanuts, la película (The Peanuts Movie): una superproducción animada, digital y en 3D del estudio BlueSky (La era de hielo), que actualiza las imágenes clásicas para una nueva generación dándoles más color y volumen y textura, pero a la vez manteniéndolas parecidas a su estilo gráfico, su ritmo, su tono y sus temas. Es decir, a su pandilla de chicos atribulados, desde el triste protagonista Charlie Brown hasta el temeroso Linus o la mandona Lucy, siempre con Snoopy como estrella, el perro soñador embarcado en aventuras imaginarias que durante 50 años protagonizó una de las tiras más famosas del mundo.

 Por Mariano Kairuz

El mes pasado la revista Vanity Fair publicó uno de esos artículos destinados a poner patas arriba algunos de los mitos más perdurables de la cultura popular occidental. “Charlie Brown nunca encontró a la pequeña chica pelirroja, pero nosotros sí”, anuncia la nota del periodista Darryn King, que a lo largo de varias páginas despliega un retrato de la mujer que encandiló, obsesionó y rechazó a Charles Schulz, llevándolo a crear uno de los personajes más encantadoramente misteriosos de Peanuts, la tira que hizo durante cincuenta años: el de “la niña pelirroja”. El chiste recurrente en Peanuts era que, como buena parte de los infinitos traumas del atribulado Charlie Brown, la chica pelirroja esyaba siempre fuera de cuadro. No la veíamos nunca. Hubo una única excepción, en las más de 18 mil tiras que dibujó Schulz: en 1998 la dibujó una vez, aunque el enigma no nos fue realmente revelado, solo alcanzábamos a ver su silueta.

Esa resistencia a clausurar el truco se correspondía perfectamente con el espíritu que Schulz le imprimió a su tira desde su creación hasta que murió (la última viñeta salió publicada el día siguiente a su muerte, ocurrida el 12 de febrero de 2000, a causa de un cáncer de colon). La idea de que es posible extraer del sufrimiento un sentido del humor más noble y atractivo que de la alegría y el triunfalismo. Y de que Charlie Brown nunca iba a dejar del todo su lugar de perdedor en este mundo. Nunca iba a superar sus traumas. Nunca iba a pasar a estar del lado de los ganadores. Aunque a su vez, tampoco iba nunca a bajar los brazos, ni a dejar de tratar de triunfar allí (los deportes, la escuela, la vida social en general) donde fracasó tantas veces.

Entre las cosas que Charlie Brown estaba condenado a no lograr jamás, una –un gag clásico, entrañable ya para sus seguidores– era animarse a invitar a salir a la chica pelirroja de sus sueños. Sería por eso que la chica pelirroja no tenía rostro: porque se trataba de un tipo de enamoramiento e idealización demasiado grande, el tipo de obsesión que no es sencillo de representar, de contender, de expresar en una figura garabateada.

Pero en la vida real, como tantas otras taras del pequeño, del “viejo y querido” (Good Ol’) Charlie Brown, esta tenía un rostro bien definido para Schulz. La chica pelirroja en la vida de Charles “Sparky” Schulz se llamaba Donna Johnson, y era (es aun) una mujer bien real, de carne y hueso, a la que el dibujante conoció en su juventud y que, justo al mismo tiempo que lograba vender la que luego sería una de las historietas más influyentes de la historia, rechazó su propuesta de matrimonio, para irse con su otro pretendiente, un ex compañero de escuela, bombero, y pelirrojo como ella. Sin embargo, y a pesar del desplante, el dolor y la humillación, y de los dos matrimonios que sí consumó luego, Schulz nunca dejó de escribirse y verse con su chica pelirroja.

Es Donna Johnson Wold la mujer a quien Vanity Fair salió a buscar y entrevistó. No es la primera vez que Donna habla en público: ya había dado testimonio de su relación con Schulz en una de las múltiples biografías dedicadas al dibujante (Good Grief) y también en un documental hecho hace unos años para la serie American Masters. Pero no es por nada que ahora volvieron a buscar hoy a esta abuela de 86 años que hace mucho perdió ya “el rojo violento” de su cabello: por estas semanas (el próximo 7 de enero en Argentina) se estrena Snoopy & Charlie Brown. Peanuts, la película (The Peanuts Movie), una superproducción animada, digital y en 3D, que actualiza las imágenes clásicas creadas por Schulz para una nueva generación dándoles más color y volumen y textura, pero a la vez manteniéndolas suficientemente parecidas a las de siempre, a su estilo gráfico, su ritmo, su tono y sus temas.

Como suele ocurrir, no faltaron los fans radicales, puristas y un poco tirabombas que pusieran el grito en el cielo porque Snoopy no parece pertenecer al reino del 3D y entonces esto solo podía ser una traición. A ellos y sus pataleos, la película les cierra la boca oponiendo un equilibrio asombrosamente funcional y estimulante entre lo nuevo y lo de siempre, entre el asalto sensorial que propone el 3D y el hechizo-a-mano-alzada del dibujo plano, el perfil único de las tiras, la resolución esencialmente verbal y gestual de cada gag. La polémica que se hizo un poco más difícil de zanjar fue entonces la que disparó el hecho de que, a pesar de que Snoopy & Charlie Brown. Peanuts, la película es una obra custodiada de muy cerca por los herederos de Charles Schulz (sus guionistas y coproductores son Craig Schulz y Bryan Schulz, hijo y nieto respectivamente), en ella ocurre algo inédito: finalmente conocemos a la chica pelirroja de cuerpo entero y (atención, spoiler), no solo Charlie Brown se anima eventualmente a hablarle sino que no le va del todo mal. Por una vez, su perseverancia paga.

Los chicos crecen.

LLOREN, CHICOS LLOREN

Casi todos aquellos para los que Snoopy significa algo más que su imagen estampada en tazas, llaveros y otro merchandising, ya saben quiénes son la banda estable de Charlie: entre otros, la mandona Lucy –la de la pelota y la clínica callejera que ofrece consultas psiquiátrica a 5 centavos–; el temeroso Linus, con su manta protectora a cuestas; la romántica hermana del protagonista, Sally, y el pianista clásico (en un piano de juguete) Schroeder. También quién es Woodstock, el pajarraquito amarillo. Todos ellos están de vuelta en la película. Snoopy, siempre embarcado en aventuras imaginarias a lo Walter Mitty –daydreaming según su precisa expresión en inglés–, vuelve a enfrentar al Barón Rojo –el más intrépido piloto de la Gran Guerra–, nuevamente comandando su cucha roja devenida avión, como en tantas tiras, pero acá sí –en lo que constituyen las imágenes más “modernas” de la película–, aprovechando las ventajas que la animación digital en 3D provee a esta tipo de incursiones hechas de vértigo y velocidad.

El gran riesgo que asumió la película no fue tanto la inversión millonaria sobre personajes que no producen aventuras originales desde hace 15 años, porque, está claro, no perdieron vigencia. El verdadero riesgo tomado por el estudio BlueSky fue hacer algo que, para mantener alguna fidelidad al tono y al timing de las tiras –como la mantuvieron los especiales y las películas producidas a lo largo de cuatro décadas con supervisión de Schulz, producción de Lee Mendelson y la dirección de Bill Melendez– debían hacer algo totalmente a contrapelo de sus exitosas producciones anteriores, como La era del hielo y Río; a contrapelo, casi podría decirse, de todo el cine de animación digital contemporáneo. Solo hay una manera de hacer Peanuts sin caer en la mera explotación de marca, y eso implica mantener tiempos más tranquilos, movimientos más restringidos, y cierta amargura y melancolía, que son las emociones principales que definen al chico de la cabeza redonda y la tendencia a fracasar.

De otra manera no es Snoopy. Para el historietista y dramaturgo Jules Pfeiffer, la razón de la perdurabilidad de Peanuts es que fue “la primera tira con nenes reales de la historieta, unos con dudas y ansiedades”; las cuales podrán cambiar en los detalles pero, generación tras generación, siguen siendo las mismas”. Para Bill Watterson, creador de Calvin & Hobbes, “Schulz ilustra el conflicto en su vida, no a en plan de autojustificación o venganza, sino con un comprensivo sentimiento humanitario que lo lleva a involucrarse a sí mismo en la triste comedia de sus personajes. Creo que es una manera maravillosamente saludable de procesar un mundo doloroso. Por supuesto, sus lectores conectaron precisamente con esta profundidad emocional de la tira, sin necesidad de conocer las fuentes íntimas de las que provenían algunos de sus temas. Sus caricaturas tenían un corazón auténtico, y funcionaban en dos niveles: los chicos podían disfrutar de los inocentes dibujos y las fantasías deliciosas de Snoopy, mientras que los adultos podían ver la corriente subterránea de crueldad, soledad y fracaso, así como el tema perpetuo del amor no correspondido”.

“No se puede crear humor a partir de la felicidad”, decía por su parte Schulz en su libro de 1980 Charlie Brown, Snoopy and Me. “Me sorprende la cantidad de gente que me escribe diciéndome: ¿Por qué no podés crear historias un poco más felices para nosotros? ¿Por qué Charlie Brown siempre tiene que perder? ¿Por qué no le podés permitir que una vez cada tanto le acierte a la pelota? Bueno, no hay nada divertido en la persona que sí consigue pegarle a la pelota”.

Schulz también dijo alguna vez: “Todos los amores en la tira son amores no correspondidos. Todos los juegos de béisbol se pierden; las notas de las pruebas son aplazos; la Gran Calabaza nunca llega”.

Por eso el pequeño escándalo ante la película, ante la posibilidad de que Charlie Brown finalmente, y aunque más no sea por un breve instante, se vuelva un poquito popular. Ante la posibilidad de que la Chica Pelirroja cobre una forma definitiva y aniquile la imagen mental, idealizada, que cada uno de sus lectores se hizo de ella a lo largo de los años.

“No es una decisión que se haya tomado a la ligera; fue algo que demandó días enteros de discusión”, dice Steve Martino, el director de Snoopy que fue seleccionado por BlueSky y por la familia Schulz por el notable trabajo que había hecho con el cuento Horton Hears a Who, a la hora de traducir los dibujos y el tono del Dr. Seuss (casi tan clásicos y reverenciados por generaciones de estadounidenses como las creaciones de Schulz) a la pantalla animada. “Lo más fascinante de todo es que Schulz usaba a la pequeña chica pelirroja como una ventana hacia un tipo diferente de emoción en Charlie Brown. “A la par de su permanente actitud de resignación, aparece en él una ligera luz de esperanza. Uno puede sentir que su corazón late un poquito más rápido; esa sensación de que ‘esta vez voy a hacerlo’. Esas tiras en particular tenían un sabor distinto. Y nunca dejó de intrigarme la tira de 1998 en la que decidió dibujarla, aunque más no fuera su silueta: sería fascinante saber cuál fue el diálogo interno que mantuvo consigo mismo. Probablemenfe fue un día importante para él”.

En una entrevista con el sitio especializado en animación CartoonBrew, Snoopy & Charlie Brown fue comparada con Shaun el cordero por su inusual falta de cinismo. “Pero es que justamente esa es una de las cosas más significativas de una película como esta, una historia sobre la vida diaria”, dice Martino. “No necesitamos alienígenas ni villanos que van a destruir la Tierra. Tener la oportunidad de hacer una película animada sobre la vida cotidiana, que tenga momentos que se sienten como la vida y la muerte, fue algo nuevo. Se trataba de encontrar el tono justo”.

LA CHICA QUE DIJO QUE NO

Y finalmente la chica del cabello rojo no solo deja de ser un enigma sino que queda en el centro mismo de la trama, motorizando a su desventurado protagonista; a la vez que la verdadera muchacha pelirroja, Donna Johnson Wold, da una entrevista a una revista de circulación masiva desde el hogar para ancianos en el que reside 65 años después de rechazar a Schulz. Al parecer, Donna aun conserva miles de tiras de Peanuts, de esas que en su momento de mayor popularidad llevaron a la pequeña pelirroja inspirada en ella (y en su desaire) a 355 millones de lectores en 75 países, a través de 2600 periódicos (y 21 idiomas distintos). Parece recordar que fue en una tira de fines de 1961 que Charlie Brown, sentado solo para la hora del almuerzo con su sandwich de pasta de maní y sus circunstancias, se encuentra por primera vez con esa visión de encendida belleza y se dice a sí mismo: “Daría lo que fuera porque esa pequeña chica pelirroja viniera hasta acá y se sentara junto a mi”. Aparte de la tira del ‘98, hubo otra excepción, en los especiales animados It’s Your First Kiss, Charlie Brown (1977) y en Happy New Year, Charlie Brown (1986), pero, aunque Schulz los valoraba y seguía de cerca, no los consideraba “parte del canon”.

Schulz conoció a Donna en 1950, poco antes de vender su tira, en el instituto Art Instruction, Inc. de Minneapolis (que ofrecía clases de ilustración y animación por correspondencia), donde él era docente y ella trabajaba en el departamento de contabilidad. El tenía 27 años, ella 21. El se fue acercando muy de a poco, inventándose hábiles pretextos, y un tiempo después ya salían todas las semanas, a comer o a patinar sobre hielo. Schulz recibió la respuesta definitiva a su propuesta de matrimonio, tras su regreso de la reunión en Nueva York en la que firmó el contrato que lo convertiría en todo lo que había soñado: un historietista. Había pactado la publicación por cinco años de la tira que eventualmente se titularía Peanuts. Pero la alegría le duró poco. Donna recuerda que Schulz no se tomó aquel rechazo nada bien: “se notaba que lo había lastimado”. Tres semanas más tarde, ella se casaba con el bombero.

“No se me ocurre una pérdida más emocionalmente dolorosa que la de ser rechazado por alguien a quien amás mucho”, dijo Schulz años más tarde. “Es un golpe muy duro. Un golpe a todo lo que sos”.

De esos golpes emocionales están hechos Charlie Brown y sus amigos. De esos golpes y ese dolor surge el humor de la tira que duró cincuenta años. Y algo de todo eso, tan poco común en las películas de animación destinadas a los chicos, sin villanos ni cinismo, llega a los cines en unos días más.

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