Domingo, 10 de enero de 2016 | Hoy
LOS EXPEDIENTES SECRETOS X
El próximo 26 de enero será la señal de largada para viajar al pasado reciente, pero también para proyectar en estos tiempos virtuales los fantasmas de la conspiración paranoica: en seis episodios por Fox, vuelven Los Expedientes secretos X. Y lo hacen con todo, con su creador y guionista Chris Carter, con el traumado agente Fox Mulder (David Duchovny) y la racionalista Dana Scully (Gillian Anderson) para seguir investigando casos paranormales donde se supone que detrás de todo están los alienígenas. Y vuelven, sobre todo, con la convicción de haber sido una de las grandes series de la historia de la televisión, eslabón más necesario que perdido entre La dimensión desconocida y Lost. Radar reconstruye la historia de los X Files y sus nueve temporadas entre 1993 y 2003, y anticipa algunos secretos de lo que vendrá, en una entrevista en la que Chris Carter explica por qué el origen de todo fue el caso Watergate y Dave Duchovny expresa su deseo de que, en tiempos de Wikileaks y el agente Snowden, el regreso de la serie no sea considerado otro revival impulsado por el mercado de la nostalgia.
Por Fernando Krapp
Para muchos, el próximo 26 de enero será el retorno de un ritual. Millones de viejos televidentes querrán volver a creer que debajo de ese enorme y estructurado sistema policial norteamericano que regula los tejes y manejes del mundo se esconde algo mucho más poderoso e intrincado que un simple mantenimiento de la ley y el orden. Querrán ver la cara de escepticismo con un dejo de enamoramiento en la médica devenida agente especial Scully cuando su compañero, el agente especial Mulder, cambie el rumbo de una investigación y diga que tiene una corazonada. Querrán verlos lidiar con lo sobrenatural como si estuvieran revelando los cables que mueven el terror cósmico.
Vuelven los X Files, sí. Seis nuevos episodios del fenómeno creado por Chris Carter para Fox. Pocas series en la historia de la televisión han generado una mitología y una legión tan potente y perdurable, comparable con su predecesora La dimensión desconocida o con Lost, su sucesora. Y a juzgar por su trailer, y por la polvareda que levantó entre los fans reunidos en sus portales virtuales de especulación narrativa, vuelven con todo. Es decir, vuelven a la raíz primordial: dos agentes especiales del FBI dedicados a investigar casos policiales extraños. Capítulos independientes como cualquier serie episódica, unidos unos con el otro por la polaridad consistente de sus dos protagonistas, sus progresivas motivaciones ocultas, y una eterna tensión platónico-amorosa.
Esa fue básicamente la fórmula diseñada por Chris Carter en 1993 que dio a luz cuatro temporadas maravillosas, tres temporadas increíblemente perfectas, y dos temporadas finales estiradas y laberínticas, bastante rebuscadas y algo tristes para los fans que esperaban un final glorioso a la altura de la perfección inicialmente diseñada. Lo sabemos: ésa es la naturaleza de cualquier fan. El precio de su devoción es tan alto como las expectativas que deposita en su adorado objeto de deseo.
A principios de la década de los 90, Chris Carter, un guionista con ambiciones, como cualquier guionista de Hollywood o de las incipientes cadenas de televisión, estaba cansado de ser colaborador y dialoguista de comedias berretas para Walt Disney. Había leído en una revista que más de tres millones de norteamericanos tenían una esperanza de contacto extraterrestre. Era la época: niños índigos que decían ser hijos del sol y pregonaban una nueva era (la new age), el comienzo de la última década del siglo que daba pie a toda clase de especulaciones milenaristas sobre el fin de un mundo establecido, la caída de Rusia y el fin de la Guerra Fría, y también una tecnología hogareña, el video, al servicio no solo de registros de cumpleaños, casamientos o viajes turísticos, sino de capturar por la noche cualquier movimiento estelar de objetos no reconocidos.
Esa imaginación estaba ahí, afuera, flotando en el aire como un OVNI. Y Chris Carter pensó no sólo como guionista sino también como productor: era un público cautivo. Un público que había crecido leyendo a Richard Matheson, Ray Bradbury, Philip K. Dick y a otros bastiones de la época dorada de la SciFi literaria gringa. Muchos de esos escritores habían puesto su talento al servicio de la televisión y sus lectores habían cruzado el portal televisivo de la dimensión desconocida para encontrar verdades subyacentes a la realidad cotidiana del americano medio. Después, ese público había viajado por las estrellas y estaba bastante asqueado de tanto protocolo extraterrestre poco creíble y tanto vestuario ochentoso. Se había emocionado con ET pero no dejaba de desconfiar del pequeño enanoide que en el fondo añoraba regresar a su casa. Y probaba buscar ovnis con una camarita hogareña con la que luego les enseñaba los videos a sus hijos. Ese era el público que necesitaba Chris Carter.
En 1992 escribió el piloto de X Files, pero los ejecutivos de Fox la rechazaron. Se parecía demasiado a Kolchak: The Night Stalker (Carter lo asumiría), una serie americana de culto donde un periodista investigaba casos policiales con tintes de actividad paranormal. Decidió cambiar el eje, pensó en un personaje más (una suerte de Watson para su Sherlock) e invirtió el orden de carisma. Sería el hombre, Fox Mulder, el investigador movilizado por sus emociones maternales y arbitrariedades, como el agente especial Cooper de Twin Peaks pero con los pies un poco más sobre “la tierra”. Un joven fachero pero asocial, perseguidor de ovnis, azotado por el fantasma de su padre y de su hermana desaparecida. El loco de la oficina al final de pasillo de la burocracia policial que tiene un poster con una foto casera borroneada de un platillo metalizado con la frase “I want to believe”. Parafraseando a Joseph Conrad, Mulder era uno de los nuestros. Y su compañera, Dana Scully, una médica de aspecto maternal (aunque con el tiempo devino bomba sexy para sus seguidores nerds), solterona, workaholic lectora de Truman Capote, quien racionalizaría absolutamente todo con teorías a veces más descabelladas que las corazonadas de su compañero. El picante de la relación entre ambos lo tomó prestado de otra serie inglesa, Los Vengadores, donde los dos agentes, Emma Peel y John Steed, nunca llegaban a traspasar la barrera de la histeria.
Carter lo definió muy bien: “Mulder y Scully salieron de mi cabeza. Una dicotomía. Son, por partes iguales, mi deseo de creer en algo y al mismo tiempo mi propia incompetencia para creer en algo. Mi escepticismo y mi esperanza. Quiero, como mucha gente, tener una experiencia como testigo de un contacto paranormal. Al mismo tiempo, quiero cuestionar mi credibilidad”. Esa, llamémosla, dialéctica tan básica entre razón y emoción, entre lo científico y lo sobrenatural, y la cruza indiscriminada de géneros (policial, ciencia ficción, judicial, terror, ¡y hasta culebrón!), hizo que se consolidara la idea. Carter obtuvo la venia de la compañía y filmó el piloto tomando como referencia la estructura de The Thin Blue Line, el documental judicial de Errol Morris sobre un caso no resuelto de chivo expiatorio policial en Texas. Y como actores, tuvo a un algo ignoto David Duchovny en el papel masculino y una relativamente conocida Gillian Anderson para la chica del peinado noventoso. Lo que vino después es cuento conocido.
Explicar los ribetes que fue tomando la serie a lo largo de sus nueve temporadas, entre el año 1993 y el 2003, con sus desparejas versiones cinematográficas, sería una tarea difícil. Habría que explicar que la ansiedad por “querer creer” de Mulder está relacionada con la búsqueda que mantiene por su hermana desaparecida, o bien, abducida. Y esa hermana (que reaparece y desaparece sucesivamente en distintos cliff hangers) tiene una conexión con un supuesto plan de hibridación extraterrestre que el gobierno de Estados Unidos ha establecido durante años, desde la época del nazismo, con seres de otro planeta, con quienes mantiene no sólo relaciones confidenciales sino que intercambian tecnología en aviación, comunicaciones y hasta planes de desarrollo nuclear. Habría que explicar que detrás de todas esas ramificaciones y especulaciones hay una enorme corporación extraterrestre que no para de borrar y clasificar expedientes sobre una supuesta invasión que llegaría en algún momento del nuevo milenio... en fin, ahí están en Internet todos las páginas caseras de miles y miles de fanáticos de todo el mundo donde detallan con lujo de detalle lo que pasa (y lo que ellos mismos creen que pasa o pasaría o podría llegar a pasar) en cada uno de los 202 capítulos que Carter y su grupo de guionistas/productores escribieron hasta llevar al límite de lo complejo.
X Files fue un modelo y una referencia ineludible para la nueva televisión norteamericana que hoy está redefiniendo la cultura pop de los Estados Unidos. Lost de J.J. Abrams tomó literalmente prestada la estructura de sostener una serie en base a un misterio por resolver (también estiraron demasiado el final) con largos cambios de arcos dramáticos. Su equipo de guionistas fue un semillero de talentos. Por allí pasaron James Wong, Glen Morgan y Frank Spotnitz, quien recientemente adaptó en una miniserie El hombre en el castillo de Philip K. Dick. Su colaborador más entusiasta fue Vince Gilligian, que tendría su chance con la megaexitosa (y algo sobrevalorada) Breaking Bad. Y Howard Gordon, creador de Homeland y 24, se formó escribiendo capítulos. Incluso, el mismo David Duchovny fue colaborador, productor y director de varios capítulos, experiencia que volcaría en Californication, y Gillian Anderson salió de la piel de Dana Scully para escribir y dirigir. Hasta el mítico escritor ciberpunk William Gibson tiene dos títulos. Y Stephen King, fan confeso, escribió la escalofriante Chinga para la quinta temporada.
Este equipo de los sueños de todo guionista trajo como resultado una radiografía fantástica de la realidad oculta norteamericana desarrollada en su formato inicial de capítulos independientes como pequeñas viñetas de un mundo cercano. No solo había aliens y conspiración detrás de las puertas de la percepción policial sino también larvas, experimentación genética, monstruos humanoides, e incestos y depravaciones de pueblo chico. Como en el recordado capítulo Home, escrito por James Wong y Glen Morgan, donde una familia de humanos monstruosos tiene hijos con su madre y matan a sus bebés. El capítulo fue tan controvertido para la época y generó tanto impacto en la audiencia que los directivos de Fox decidieron no pasarlo por tres años.
La inclusión de Darin Morgan en el equipo, recomendado por su hermano Glen, durante la segunda temporada fue crucial para que tomara vuelo y consistencia. Morgan, actor frustrado con ínfulas de comediante de stand up, que había actuado en la serie como The Flukeman (en el capítulo que lleva el mismo nombre), haciendo de una especie de larva mutada por radiaciones químicas capaz de deslizarse por las cañerías de las casas, le dio una dimensión paródica a la serie. También humanizó a sus dos protagonistas y, aprovechando el carisma canchero de Duchovny, metió gags y chistes llevando al extremo la tensión amorosa. Varios fueron los capítulos escritos por Morgan que marcaron un antes y un después en la serie. En su debut, Humburg, hizo que Scully comiera un insecto volador y logró homenajear a Twin Peaks en un cameo del enano que habla para atrás. En War of the coprophages hay una invasión de cucarachas que desata una ola masiva de paranoia y conspiración en un pequeño pueblo. Y se despidió de la serie con el pynchoniano y complicado José Chung from “outer space”, dividido en tres episodios, en el cual la investigación sobre un caso de abducción de un astronauta se va multiplicando como un juego de espejos reinterpretativos al estilo de Rashomon.
Durante las primeras seis temporadas, la serie cambió la forma de hacer televisión tomando como bandera la herencia formal de Twin Peaks (sus escenarios canadienses de bosques oscuros con vapores de frío saliendo por las bocas son un claro y opresivo homenaje) haciendo uso y abuso de técnicas cinematográficas. En un capítulo, Triangle, por ejemplo, Mulder viaja en el tiempo. Filmada con elegantes steady camps, Carter dio la sensación de estar viviendo el capítulo en tiempo real. Los últimos dos bloques transcurren en tiempos paralelos con la pantalla dividida sin perder el ritmo con la sensación de estar viendo dos temporalidades transcurriendo con los mismos golpes de efecto.
Sin embargo, estos picos de alta formalidad y excelencia creativa comenzaron a declinar. Las últimas dos temporadas fueron una gran frustración. La historia de Mulder cobró demasiado importancia, incluso cuando Duchovny decidió dejar el protagonismo de la serie de un modo un tanto complicado (en la temporada siete le extirpan una parte de su cerebro que tiene poderes telepáticos y contrae un cáncer que le trae visiones, sí, así son las cosas). La inclusión de un nuevo compañero de Scully, el teniente especial John Doggett, interpretado por el Terminator líquido, Robert Patrick, aportaría demasiada frialdad. La serie se desbandó hasta tener un final demasiado complicado de explicar con un presagio de invasión alienígena para el 2012 y un reencuentro incierto entre Mulder y Scully en un telo.
Indudablemente, la década de esplendor para los X Files fueron los noventa, cuando redefinieron el género y la relación imaginaria que la cultura norteamericana proyecta hacia la actividad extraterrestre. En los cincuenta los marcianos eran “los rojos”, los comunistas que invadirían y adoctrinarían al buen salvaje consumista medio y su american way of life. En las décadas siguientes los aires de renovación abrieron el camino a estados de percepción y viajes interiores, odiseas espirituales y metáforas de hedonismo espacial. Y los ochenta estuvieron marcados por la bondad familiar en los encuentros cercanos de tercer tipo y por la idea de que los extraterrestres no son otra cosa que la cosa que llevamos dentro de nosotros mismos. En los noventa los X Files dirían algo que hoy todos sabemos y que por aquel entonces en Estados Unidos apenas se esbozaba: el FBI y los servicios de inteligencia ocultan cosas. Tras la caída del Muro de Berlín, el servicio secreto de los Estados Unidos no conoció límites. Las políticas internacionales se fueron dando “por debajo”, vía Consenso de Washington, en expedientes ocultos, burocracias intervencionistas, tratados de mesa chica (la reciente The Unknown Known de Errol Morris lo demuestra). Había algo oculto en la actividad de inteligencia librada a la fabulación que Mulder y Scully no podían entender pero hacían evidente en su búsqueda, y que en cierto modo tuvo su final cuando todas las especulaciones del mundo cayeron ante la violencia de los atentados del 2001. No es casual que la serie no haya resistido el embate de un nuevo milenio y dos años después de los atentados se haya levantado. El mundo estaba “perdido” y cambiaba de rumbo.
Hoy día, año 2016, después de las declaraciones de Snowden sobre cómo funcionan las oficinas de inteligencia, que Julian Assange haya hecho público los cables de Wikileaks para revelarnos todas las conexiones y manejos que los Estados Unidos ofician en el mundo, después de Facebook y Photoshop, donde todos podemos diseñarnos un simpático hombrecito verde en una foto digital, ¿qué nuevo ribete pueden tomar los casos de Fox Mulder y Dana Scully? Carter es optimista, a su modo. Si antes se trataba de “querer creer” ahora la “verdad se encuentra ahí afuera”, a la vista de todos. Y quien quiera o se anime a verla, sólo tiene que retomar un viejo ritual cuando la música paranormal de los créditos nos sumerja en ese mundo tan complejo y al mismo tiempo evidente que subyace al nuestro. Quien sabe. Quizás esta era, la de ahora, sea una nueva época de rituales y de añoranzas, de nostalgias por las corazonadas y por ver si de una vez por todas Mulder y Scully, ya maduros y veteranos, revelan no sólo el misterio que viene acechando al ser humano desde hace miles de años (¿estamos solos en la galaxia?), sino que se hacen cargo de lo que pasa entre ellos dos. Aunque, pensándolo mejor, en ese caso, sí se terminaría todo el misterio.
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