MúSICA > MARíA GADú
A los 29 años, la paulista María Gadú ya conoció el éxito más indiscutible: grabó con Tony Bennett, sus canciones fueron banda de sonido de telenovelas brasileñas y tocó –y se hizo amiga– de Caetano Veloso. Pero ahora, charlando con Radar desde el Festival Medio y Medio en Uruguay, presenta su nuevo disco, Guelã, recién editado en Argentina, y confiesa que no sólo todo eso quedó atrás, sino que por suerte ya no tiene tanta exposición. Y que la complejidad y hermetismo del fantástico y recóndito Guelã son absloutamente buscados porque ella, explosiva y talentosa, no hace música para gustarle a la gente.
› Por Mariano del Mazo
Sobre las venas de su muñeca izquierda tiene tatuada una frase de una canción de Titãs: “O pulso ainda pulsa”. En el brazo derecho, otra frase, “Look around you”, el título de una comedia de la televisión inglesa. Así anda Maria Gadú: con el pulso a mil y observando todo. Como una punk tardía, reniega del éxito, de la industria, de la belleza convencional. Se pasea por Punta Ballena con su amada Lua Leça y, aún con una sonrisa luminosa que estalla en su rostro, es capaz de decirle a cualquiera que sugiera que su último disco es complejo o hermético o cero radial un rotundo: “No hago música para que te guste”. Es encantadora, nerviosa y explosiva. Trata de enhebrar algún concepto en español y se dispone a la entrevista con una entrega total: “Media hora, una hora, lo que necesites”.
En Punta Ballena, a pocos kilómetros de Punta del Este, a metros de la Playa del Portezuelo, se realiza todos los años el Festival Medio y Medio. Es un clásico del verano uruguayo que está celebrando los veinte años, con un prestigio que se apoya en una programación de calidad –obsesión de su mentor, Leandro Quiroga Ferrerres– y una gastronomía generosa e inolvidable –obra de su madre, la chef Graciela–. Todo queda en familia. No le costó a Gadú aceptar: todos los brasileños que tocaron en el festival –de Hermeto Pascoal y João Bosco a Chico Cesar– hablan maravillas del lugar, del sonido y de las vieiras gratinadas. Ahora, tras tres conciertos a tope en la Sala Hugo Fattoruso, tannat en mano, dice que quiere volver, que quiere conocer más de la Argentina y Uruguay, que Brasil mira demasiado su ombligo. “Estuve en Buenos Aires con Lenine en el 2014, en el Gran Rex. Fue muy bonito, algo chiquito, con guitarras. Pero yo ya había conocido la ciudad antes, en circunstancias muy raras. En la Navidad del 2008 fui con una amiga. Estaban pasando demasiadas cosas en mi vida, me sentía afligida y decidí sacar un pasaje a Buenos Aires. Con mi amiga somos muy diferentes, así que enseguida nos separamos. La cosa es que me quedé vagando sola por la calle. Era el 24 de diciembre y a medida que avanzaba la tarde la ciudad se iba quedando vacía. Terminé brindando con unos cartoneros, tomando vino y comiendo pollo asado que compré para todos. Eramos como treinta. Yo llevaba la guitarra, y nos pusimos a cantar canciones de Navidad. Fue una fiesta. ¡Hasta me invitaron a viajar en colectivo! A los dos días tomé un barco a Montevideo. Me enamoró la melancolía de Montevideo. Después volví a Buenos Aires y regresé en avión a San Pablo. Lo que se dice: una Navidad diferente”.
Esa mujer que cantaba y comía pollo con cartoneros puede regodearse hoy, a los 29 años, que no comió pollo pero sí cantó y grabó “Blue Velvet” a dúo con Tony Bennett y compartió conciertos con Caetano Veloso, entre otras tantas celebrities de su país. “¡Al carajo con todo eso! No existe, no me interesa. Conocí lo que todos llaman éxito y no me interesa. Lo de Caetano es otra cosa. Lo importante no es cantar con él, lo importante es que somos amigos”. María Gadú mudó la piel varias veces. De la niña que compuso el hit “Shimbalaiê” a los 10 años que luego musicalizó los títulos de la telenovela Viver a vida, de la chica que hizo una dolida versión de “Ne me quitte pas” (de Jacques Brel) que fue a parar a una miniserie sobre la cantante Maysa Matarazzo a esta mujer que empuña la guitarra eléctrica con firmeza en Medio y Medio hasta para probar sonido, el cambio ha sido una constante. Su disco Guelã es la última foto del cambio: sí, un álbum complejo, hermético, cero radial, que en vivo se manifiesta como un baldazo de avant garde paulista. Un power trío que completan Lancaster Pinto en bajo y Tomás Lenz en batería, más el extraordinario chelo de Federico Puppi, a cargo también de la producción artística junto con Gadú. Guelã se vuelve intrépido y luminoso en directo. Los sonidos se escuchan claros y los instrumentos tienen espacio para audacias y sutilezas, pequeñas acciones en las que la guitarra de Gadú se vuelve percusión o el chelo de Puppi hace melodías como un violín u otra guitarra. Dice Puppi: “El concepto es como el de la cocina mediterránea: pocos elementos, pero sabores fuertes. En nuestro sonido son importantes los silencios”. Después hablará de Piazzolla y Morelenbaum, dirá que vivió en Barcelona, y que de toda la troupe brasileña es el único que “técnicamente sabe hablar en español”. Gadú lanza una carcajada: “Federico, ¿cómo es ‘técnicamente saber hablar en español’?”.
María Gadú es una líder natural, una hembra alfa. El carisma la desborda. Bebe vino de a sorbos. Estudió piano clásico, pero dice que no se acuerda nada. “No me considero una buena guitarrista pero como toco mucho tiempo sola en casa, tengo que hacer ritmo, armonía, contrapunto, mi propia orquesta. Soy mediocre, después de tantos años debería tocar mejor”. Y avanza sobre las mutaciones. “Una de las claves del último cambio fue el cigarrillo. O mejor dicho, dejarlo. Fue como asesinar a un amigo. El disco fue hecho en ese estado de pérdida y liberación”.
¿Cuánto fumabas?
–Mucho. Empecé a los 11 años, y fumé durante dieciocho. Cuando dejé fue todo nuevo.
¿Cómo fue?
–Un proceso. Viví ocho años en Río de Janeiro. Ahí atravesé toda la etapa de la locura, el éxito. Después volví a mi ciudad natal, San Pablo, con mi mujer Lua. Pero estaba muy enviciada. Llené la casa de instrumentos y tocaba todo el tiempo. Al dejar de fumar, me encerré. No quería salir. Así salió el disco. Las canciones fluyeron. Nueva vida, nueva música. Y muchos pensamientos. Oíme: tuve que matar a mi mejor amigo. Las cosas que compartía con el cigarro solo él las sabe.
Contame esos años cariocas que definís de éxito y locura…
– Mirá: mi primer disco era independiente y vendió en seguida cinco mil ejemplares. Estuvo bien, ¿no? Normal. Bueno, ese mismo disco en seis semanas vendió 150 mil. Lo que vino fue invitaciones, shows sin parar. Imaginate: Tony Bennett, Gilberto Gil, Caetano, Milton, Ivan Lins, el increíble guitarrista Fernando Caneca, el increíble baterista Cezinha, Marisa Monte... pero nunca me mareé. Mi educación fue a tierra, en ningún momento deje de sentirme una ciudadana común. No sé, la fama para mí es una cosa relativa. Nunca tuve el deseo de ser famosa. El éxito es sentirme bien, tener una vida normal, pagar mis cuentas, hacer las compras. No me interesan esos tipos que porque venden discos se encierran en una mansión, andan en autos blindados. No me va. Para mí lo importante es caber dentro de mi propia vida. ¿Se entiende? Yo no hago las cosas pensando en que va a venir Caetano a elogiarme. Es una locura que él en algún momento haya puesto su mirada en mí, pero bueno... fue como un susto. Un susto muy grande. Era muy joven. Trabajé desde muy chica. Tocaba en bares, ganaba un dinero, pagaba mi alquiler, compraba mis instrumentos, comía rico, tenía una vida muy confortable, toqué con muchas bandas, hice muchísimos amigos, me fui a vivir un tiempito a Italia. Nunca ambicioné más. Lo que pasó pasó.
Caetano Veloso, que compartió un concierto en Rio con Gadú que se transformó en el disco Multishow ao vivo, dijo cuando la escuchó por primera vez: “Al principio pensé que era la nueva Cássia Eller, pero la voz me evocaba más a Marisa Monte. Quedé encantado con su naturalidad, su presencia, su musicalidad y su figura. Parecía un garotinho con voz de princesa”. Dice ahora Gadú: “Es un orgullo ser su amigo. Nos la pasamos charlando de cualquier cosa y ¡hablando mierda de otros! El no me da consejos, pero me recomienda libros de filosofía y películas. Me acuerdo que me recomendó con mucho entusiasmo un filme argentino, Relatos salvajes. La vi, me pareció maravillosa. Ese es Caetano: de Platón a Relatos salvajes”.
Guelã es el modo popular de llamar a las gaviotas y el título de su primer disco de estudio en cinco años. Acaba de ser editado en la Argentina por Random y esencialmente habla del paso del tiempo, de las diferentes formas de la soledad. Dinamita cualquier posibilidad de hit, y se desliza por extensos pasajes instrumentales. Muchas letras asoman al final de cada canción, como coronación de un clima sonoro. Desde “Suspiro” –que refiere precisamente a etapas pasadas– hasta la celebración amorosa de “Ela”, elementos acústicos y electrónicos conviven sin tensiones. En vivo, todo toma un relieve más intenso, más orgánico.
Escuchando tu música, y mucho más en vivo, no parece haber demasiado anclaje a la tradición de la música popular brasileña…
–Es el perfil de mi generación. Somos de la era del streaming: tuvimos acceso a todo. Antes la música funcionaba por estilos, por sectores, y era más natural apegarse sólo a lo que conocías y que eso se volviera una bandera. Hoy abrís la computadora y encontrás las paletas sonoras del mundo. Todo existe y coexiste, podés ir de Radiohead a Erykah Badu. No tengo preconceptos. ¡Y me gusta Shakira!
¿En serio?
–En serio. ¡La música de mi juventud! Bah, me gustó el primer disco, ese que traía “Para amarte necesito una razón”, Después no, no sé qué le pasó, me parece que se preocupó demasiado. Prefiero a la Britney Spears de “Toxic”. Y siempre, por supuesto, antes que nadie, Alanis Morissette.
¿Y de Brasil?
–Si tengo un ADN, en ese ADN está Marisa Monte. Marisa Monte es más que una cantante: es un marco sonoro. Todos sus músicos son maravillosos: Cézar Méndes, Dadi Carvalho, Davi Morães. Y después adoro a gente genial de mi país como Mariana Aydar, Dani Black, 5 á Sec, Tulipa Ruiz, Cícero, Tiago Iorc. Fuera de mi país, amo a la mejor cantante del mundo: Mayra Andrade. De Argentina todo lo que conozco es a partir de Paulinho Moska. Fito Páez, que me parece un rock star, Lisandro Aristimuño, toqué con Pedro Aznar en San Pablo, grabé con Kevin Johansen y Moska. Quiero conocer más. Lo que hace Moska es importante. El es el más latino de los brasileños. Es muy necesario eso: Brasil se mira demasiado el ombligo.
María Gadú se siente cómoda hablando de música. Dice que San Pablo es muy receptiva, “una megalópolis, como un gran disco rígido”. Que trata de no pensar la música, porque “si pensás demasiado te convertís en un producto”. “Fui la única de mi generación que estuvo tan expuesta. Ya me bajé. Ahí no vuelvo”, dice, escanea a Lua con la mirada y pregunta: “¿No es hermosa?”. En setiembre va a girar por la Argentina, y pide información, nombres de músicos. Critica a Dilma, elogia a Lula, dice que Chico Buarque pasó de ser el príncipe del Brasil a poeta maldito, habla pestes del agua potable de San Pablo y, a la manera de Luca Prodan, se embelesa por el sonido de palabras en español: ahora subraya puerilmente la jota de “carajo”. “Carajjjo”, dice, ríe sola, abraza a Lua y se va con una copa de vino camino a la playa.
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