MúSICA > LETICIA CARELLI
Luego de la separación de Monoaural la compositora Leticia Carelli –de Benito Juárez, pero un nombre importante en la escena de La Plata– estuvo mucho tiempo sin editar nada, haciendo su duelo. Hasta ahora que, su debut solista, llamado Fosfeno, vuelve a mostrar la esencia de su creación: la búsqueda poética, el sonido alternativo en ese entramado del rock y el pop y todo alrededor de la canción.
› Por Juan Ignacio Babino
En La Plata a veces se cuela cierto rumor en común –entre periodistas, amigos, músicos, conocidos, desconocidos: ella está hecha de música.
Ella es Leticia Carelli –esa figura flaca y alta, algunas pecas encima, ese decir manso. Nacida en La Plata pero criada desde muy chiquita en Benito Juárez, es la tercera de cuatro hermanos. Sus padres, juarenses, estaban estudiando en la capital bonaerense pero al poco tiempo de nacer ella volvieron al pueblo. La música en aquella casa familiar era muy común: tío director de coro, madre pianista. Por eso, entre escuchas de María Elena Walsh y Promúsica de Rosario era común que, a cuatro manos, se sentaran al piano con su mamá a tocar, por ejemplo, esa vieja canzonetta napolitana “Torna a Surriento” “yo le digo ‘los Capelletti’ y ella se re calienta” comenta Leticia. En su ciudad llegó a tomar clases con Lilian Saba y “El Turco” Chiodi. Dice: “Yo jugaba más que estudiar. Pero por suerte había lugar también para eso. Y en toda esa libertad la música fue un refugio y sin sentirlo así, porque no es que había un bache por llenar. Lo comparo con hoy y no hay ni tiempo para ese vacío”. Al momento de estudiar en la universidad eligió otras cosas, no música: “porque creía que músico se era”. Y agrega: “No le ponía muchas fichas al estudio. Estudié pájaros, ornitología para ser exactos, después plástica y último música. Me dije: pará, si hay alguna cosa para la que sirvo, es para esto. Entonces lo decidí”.
Al poco tiempo de esa decisión es que en la Escuela de Música (EMU) conoce a Joaquín Sáez (guitarra y voz) y Cristian Buzeki (batería) con quienes –además de ella en el bajo y su hermana Celina en guitarra, ambas en las voces también– formarían Monaural. Leticia ya había integrado otros proyectos y otras bandas (Cactus, Trigo, Les Minón) pero esta fue la primera banda donde el lugar de pertenencia era propio y en la que empezó a encontrarse con sus composiciones: “Empezó a haber más fluidez. Era una banda hermosa de amigos que teníamos mucha manija, ganas de tocar y nos encontramos en un momento galáctico. Confluyeron las energías, no estuvo nada pensado. A mí me gustan mucho las canciones del primer disco. Fueron las primeras canciones que yo hice y que tenían esa energía, de nacimiento, de haber descubierto ese potencial y ese medio de comunicación. Y a la vez encontrar hermanos para hacer eso. Desde Celina que es de sangre, hasta Joaquín y Cristian. Por eso también cuando se rompe tampoco estuvo pensado. Fue como ¡ah!”. Editaron dos discos Superfluo, 2007, en una hermosa edición artesanal; y Monoaural, 2010. Formación y sonido clásico de rock alrededor de la canción, con una intención melódica y vocal muy fuerte. Pero la banda tuvo un final abrupto, repentino. De golpe no tocaron más, dejaron de sonar en vivo. “Sí, fue de repente. No lo quería, no lo podía asimilar ni digerir del todo. Buscamos otro guitarrista pero ya era… muy de prepo. En un punto no podía seguir siendo Monoaural así.” dice.
Así, entonces, ese proceso de duelo empezó a estar cruzado con las nuevas composiciones de lo que sería su primer disco solista –durante ese tiempo llegó a editar de manera casera un registro en vivo. Esta vez sí hubo que empezar a llenar ese bache, ese silencio. Y no hubiera podido ser de otra manera que a través de canciones. “Fue una especie de duelo. Larguísimo. Hasta que no asumiera que Monoaural había muerto no iba a poder arrancar. Entonces, el disco lo empecé a grabar un poco en medio de ese proceso”. Fosfeno –que significa sensación de luminosidad– fue grabado junto a su banda –Julio “Toti” Arquez en guitarras, su hermana Celina en guitarras y voces, Martín Casado en batería y programaciones; además de algunos invitados: sus hermanos Felipe y Federico en beat box y voz, y Mariángeles Betervide en voces. Hay aires folclóricos y de vals, balada pop, sonoridades más o menos rockeras, canción beatle, hip hop; pero la esencia de todo sigue siendo la canción –contemporánea, alternativa, al abrigo de cómo están trabajadas ciertas guitarras y las programaciones– y la búsqueda poética, el decir. “Por momentos no soy más que una sombra en medio del humo/de uno que me fumo /ahora como les digo tengo que ver que lo que seré tenga que ver con lo que soñé/tengo que ver, en lo que seré/Ya vi que no es con los ojos entender” (“Nadalgo”) o “Mi declaración es reafirmación de mi opinión y en mi opinión, los credos ajenos son “buenos” en tanto y en cuanto a alguien le hagan bien y a nadie muy mal, vos? Mi declaración es reafirmación de mi opinión y en mi opinión canto” en “Verdad” donde, además de rapear, cita textualmente a Spinetta. Y Fosfeno, hay que decirlo, es un disco melancólico. “Melancoliquísimo. Y es un disco virgen, creo. Si bien tengo una carrera empezada, en algún punto también estoy naciendo de esta manera. La música es algo que ya vino conmigo y está hecho de necesidad de hablar, básicamente. A veces me cuesta hablar, entonces encontré ahí las canciones. Encontré una forma suave de decir ciertas cosas. He estado con gente que quiere que le diga algo y me preguntan ‘¿te paso la guitarra?’. Es asumir que tengo esa dificultad y esa virtud también, depende como lo mires”. Entre tanto, además de la docencia, de formar parte de la banda Páramo y seguir, aunque espaciadamente, con el dúo que tiene junto a Omar “Negro” Gómez (Orquesta Los Amigos del Chango) está pensando un disco doble y le propusieron arreglar para cuerdas algunas de sus canciones.
En vivo –suele presentarse en formato de banda y también solista, apenas acompañada de alguno de sus guitarristas– es común que ella “interprete” sus propias canciones: varía el tempo, aparece una melodía nueva, la canción se hace y deshace en algún tarareo. “Creo que por un lado porque me resulta más divertido. Y por otro me parece necesario: nunca las siento igual a las canciones. A veces la canción me vuelve y me habla de mi. Sea a través de una melodía o algo, sale lo que estaba ahí atascadito. Eso las hace circular mejor, porque no estoy apegada a ellas. Todo el tiempo va mutando la canción: esa mutación es más generosa conmigo y con los demás”.
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