Dom 07.02.2016
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ESCULTURA > DéBORA PIERPAOLI

TORMENTA DE ESPADAS

En su nueva muestra La Edad del Hierro, Débora Pierpaoli evoca las prácticas del poder de las monarquías y señores feudales a través de esculturas que son como piezas arqueológicas, aquellos objetos que permitían luchar por el diseño de sus territorios y sus propios cuerpos: espadas, bustos, escudos, coronas, reconstruidas por la artista hoy, evitando que se esfumen y resignificando los restos para poder pensar en el poder de la Historia, los mitos y las consecuencias de las guerras.

› Por Eugenia Viña

¿Cómo se construye el poder? La historia teje sus propias versiones, y los símbolos bañan de significado a los materiales en los que encarna: piedra, oro, bronce, hierro. En los reinos medievales –tierras, reyes y ejércitos– el tiempo se interrumpía para simular una temporada en el infierno, hasta que la muerte y la destrucción se transformaban en ritos, rodeados por velas y plegarias. La sangre era leída como sacrificio y las iconografías renacían una y otra vez para que pudiesen seguir festejando la vida los que aún permanecían en la tierra.

Débora Pierpaoli evoca las prácticas del poder de las monarquías y señores feudales a través de sus piezas, pequeñas y necesarias, aquellos objetos que permitían luchar por el diseño de sus territorios y sus propios cuerpos: espadas, bustos, escudos, coronas, reconstruidas por la artista a la sombra de las batallas, evitando que se esfumen y resignificando los restos. Esculturas como piezas arqueológicas, en las que las coronas pesan con la gracia de una medusa y las cabezas sin cuerpo mantienen la mirada, pero en los que la frialdad despiadada del hierro es reemplazada por el movimiento de la arcilla y el fuego. Cerámicas en los que su semblante libera del peso asfixiante y filoso del metal, para hacer de los símbolos bélicos masculinos una iconografía heróica, rígida pero en caída: fragmentos de cuerpo, incorruptibles pero tiernos perros de caza, espadas imperfectas que conservan su capacidad de dar pelea, como los escudos de fuego tallados por dibujos que parecen grabados de tallos que fosilizaron con el tiempo. El imaginario romántico de ruinas genera extrañamiento y calidez, olor a sangre y seducción.

LOS QUE VIVEN EN MI (CASCO), CERÁMICA ESMALTADA, INSTALACIÓN MEDIDAS VARIABLES. 28 X 32 X 28 CM, 2015

Pierpaoli cuenta que “hacía ya un tiempo que venía trabajando con cabezas, rostros fragmentos de cuerpos. Lo que de base estaba planeado era la idea de cascos; y el Medioevo me resulta siempre inspirador. De ahí comenzamos a trabajar junto con Flor Qualina sobre la guerra, lo que queda, la reconstrucción y fueron apareciendo imágenes, espadas, escudos, cascos, la defensa del cuerpo sobre el ataque.”

Pulsión de vida enredada al erotismo de la pulsión de muerte, la sensualidad de cada obra nos recuerda que estamos mediados por el poder de la historia, sus batallas y sus mentiras, narrativa que nos construye en el borde preciso de aquello que se esfuma, que como un ejército de fantasmas, continúa teniendo efectos.

La curadora Florencia Qualina explica cómo nació la puesta en escena: “Em-pezamos a pensar en los dispositivos de exhibición de los objetos propios de la devoción, de las ruinas, entonces pensamos en estructurar la exposición apelando a tres sistemas: la excavación arqueológica, el culto a la reliquia, y el museo –el museo de armas, las salas y galerías de esculturas de los museos históricos–. Al mismo tiempo no queríamos darle un tono solemne, ni duro, sino que tuviera sentido del humor, que sea extraño e inestable. Las distintas alturas y el color rojo sangre de las bases de los bustos responden a eso”.

VIRGEN LOCA, CERÁMICA ESMALTADA Y LUSTRE DE PLATINO, 33 X 37 X 30 CM, 2015.

El hierro, metal más fuerte y abundante de la tierra, es reemplazado por la gracia y la nobleza suave de la arcilla para dar lugar a una mitología. Como aquella que cuenta que cuando bajaron las aguas de la inundación, el valle de Oaxaca era un lodazal, en el que un puñado de barro tomó vida y caminó, muy despacio, con forma de tortuga, que con su cuello estirado y sus ojos abiertos iba descubriendo el mundo. La artista trabajó en el mismo valle: “Hace un año viajé a México, Oaxaca, fui por una beca de estudios, puntualmente a San Bartolo de Coyotopec. Allí hay un pueblo de artesanos del barro negro. Todo Oaxaca desarrolla variadas artesanías, textiles, alfarería, pinturas sobre chapa, y la cerámica en sus diferentes colores, rosa, verde, negra, dada la riqueza de sus tierras. En ese viaje comencé a pensar en lo sagrado, lo pagano y el poder del culto. Oaxaca es un cóctel de todo eso mezclado con sabores y olores. La idea de ofrenda y lo arqueológico que conviven en México se infiltró en toda la muestra. Ya desde hacía un tiempo venía trabajando con cabezas, rostros, fragmentos de cuerpos. Lo que de base estaba planeado era la idea de cascos, y el Medioevo me resulta inspirador. Desde ese lugar comenzamos a trabajar junto con Flor Qualina la idea de guerra, lo que queda, la reconstrucción y fueron apareciendo imágenes, espadas, escudos, cascos… la defensa del cuerpo sobre el ataque.”

El cuerpo deviene en gesto, como en la obra de la cubana Ana Mendieta con su representación de siluetas femeninas construidas con barro, arena, hierba y sangre. Como su propio cuerpo, que cayó –en dudosas circunstancias– desde el piso 34 de un edificio de Greenwich Village, un año antes de que muera Joseph Beuys, otro artista faro para Pierpaoli, que sobrevivió a la caída del avión que piloteaba mientras combatía en la Segunda Guerra Mundial y, cuando estaba a punto de morir congelado, fue rescatado por nativos tártaros quienes lo envolvieron con grasa y fieltro para salvarlo de la muerte y con cuyos mismos elementos naturales el artista trabajaría durante toda su vida.

VIRGEN LOCA, CERÁMICA ESMALTADA Y LUSTRE DE PLATINO, 33 X 37 X 30 CM, 2015.

Lo efímero, el final, la vida y la muerte narradas en primera persona. El argentino Alberto Greco haciendo una performance radical articulando vida y obra, en su propia muerte, en Barcelona durante 1965, generada a conciencia, y en la que mientras la sobredosis de pastillas empezaba a matarlo, escribió “Fin” sobre la palma de su mano izquierda y sobre la pared: “Esta es mi mejor obra”. El propio acto de su muerte voluntaria la convirtió Greco en un gesto artístico. Florencia Qualina explica que “La Edad del Hierro se inicia, y también concluye, con el gesto final del Greco, y con él, una mitología desviada hacia temporalidades extrañas, el mundo de las ruinas y los imperios caídos, de reliquias, armas y cuerpos desmembrados. Perros, libros y bustos permanecen, pero para generar otras conexiones que podemos intuir más bien orientadas a encarnar figuras tutelares, a ser atributos de custodia o expansión dentro de este, un sistema narrativo alegórico. Aquí las obras se despliegan en fases que podemos imaginar recorriendo circularmente una serie de secuencias: la excavación arqueológica, el culto de las reliquias y el museo. Probablemente la imposibilidad de imaginar el futuro sea el rasgo que nos distinga como vivientes históricos, entonces son todos los Pasados –propios, ajenos, documentados, fabulados– el único capital disponible para ser ocupado por una fuerza melancólica que necesita romper todo, otra vez.”

Testimonio de la historia y sus mitos, sus materiales y sus desvíos, objetos renacidos como esculturas, pasados por fuego, bañados por pigmentos, protegidos por esmalte, temblando firmes bajo el eco de las palabras de Rimbaud: “Esclavos, no maldigamos a la vida”.

La Edad del Hierro de Débora Pierpaoli, con curaduría de Florencia Qualina, se puede visitar en Fundación Klemm, Marcelo T. de Alvear 626, de lunes a viernes de 11 a 20.

INVICTO, CERAMICA ESMALTADA, INSTALACION, MEDIDAS VARIABLES, 2015. TODAS LAS FOTOS: GUSTAVO LOWRY

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