PERSONAJES > POR FAVOR, ¡QUE LA ESTATUILLA SEA PARA LEONARDO DICAPRIO!
› Por Micaela Ortelli
Leonardo DiCaprio siempre va a ser Jack Dawson, el chico de tercera que subió al Titanic porque ganó el pasaje en un partido de póker. El que convenció a Rose de no suicidarse, la pintó desnuda, la hizo bailar y reír y volar y conocer el verdadero amor. Hace unos días Kate Winslet admitió en televisión que piensa lo mismo que los fans, que reprochan el final de la película desde hace 18 años: entraban los dos en la puerta que mantuvo a flote a Rose; Jack podría haber sobrevivido. Leonardo DiCaprio siempre va a ser el príncipe peinado hacia atrás esperando a Rose al pie de la escalera, esa mirada sobre la hoja de dibujo, la carita hundiéndose en el océano helado. Una cara que no pudieron arruinar los dientes amarillos y la maldad de Calvin Candie, el esclavista de Django sin cadenas de Tarantino. Donde no convencieron las prótesis para simular la vejez de J. Edgar Hoover, el gay reprimido primer director del FBI que quiso retratar Clint Eastwood. No cabe la fealdad en esa cara que recién tiene 41 años.
El 28 de febrero Leo va a recibir el primer Oscar de su carrera por su actuación en The Revenant (El renacido). Alejandro González Iñárritu ganó tres el año pasado por Birdman y otra vez está nominado como mejor director (la película es un éxito con un total de doce nominaciones). Lo importante es que gane Leo. Recién el primero: ya se lo negaron cuatro veces. La cuarta en 2014, cuando le ganó Mathew McConaughey adelgazado para interpretar a un cowboy de los ’80 enfermo de sida en Dallas Buyer’s Club (El club de los deshauciados). No molestó porque McConaughey también deslumbró con su participación en El lobo de Wall Street (2013), la última colaboración de Leo con Martin Scorsese, la mejor interpretación de su carrera: Jordan Belfort, el corredor de bolsa que se hace multimillonario y drogadicto durante los ’90. El propio Belfort le explicó durante largas charlas cómo se sentía un viaje de Metacualona, el sedante al que era adicto, y Leo se entrenó con el video de un borracho de You Tube para interpretar las escenas de descontrol de la película.
Pero ninguna experiencia se compara con el desgaste que fue el rodaje de The Revenant, la historia semi verídica de un cazador y vendedor de pieles de 1800 que debe recuperarse solo del ataque de un oso grizzli y vengar la muerte de su hijo. Iñárritu, que viene elaborando el proyecto desde 2011, quiso filmar en escenarios silvestres con luz natural. Estando en los lugares más fríos del mundo –Canadá y el sur de Argentina para el final, cuando en Alberta dejó de nevar a destiempo–, la ambición les concedía sólo una hora y media por día para filmar. El resto del tiempo ensayaban. A 25 grados bajo cero durante medio año. Leo se arrastró y caminó contra vientos brutales, nadó en ríos congelados, comió verdadero hígado crudo, y finalmente –porque sería un escándalo si no: todo el mundo lo está esperando–, se va a ganar el Oscar con la película que reunió como ninguna otra que haya hecho su amor por la actuación y la naturaleza.
Puede que su preocupación por el medioambiente –la ecuación de que si no dejamos de saquear los recursos naturales y empezamos a generar energía sustentable rápido, el calentamiento global va a destruir el planeta– sea lo que mantiene a Leo siempre tan en eje. Después de ser Romeo y Jack Dawson atravesó con elegancia la Leomanía –así se conoció la locura–, inició una vida de jet set y trayectoria de novio de modelos rubias que duró hasta hoy y nunca paró de trabajar. Pero también se convirtió en uno de los principales activistas ecológicos del mundo. En 1998 –el mismo año en que se estrenó Titanic– abrió su fundación, y en el 2000 –con 25 años, después de ser el valiente y encantador Richard en La Playa– condujo la cobertura televisiva del Día Internacional de la Tierra de la ONU.
La primera vez que lo nominaron al Oscar tenía 19 años; fue por el inolvidable Arnie, el hermano con retraso mental de Johnny Depp en ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993). Pero ese año ganó Tommy Lee Jones por El Fugitivo. La segunda fue una década más tarde por El Aviador de Scorsese, la historia verídica de los años ’30 de Howard Hughes, el heredero de un imperio petrolero que gasta su fortuna filmando películas y haciendo construir aviones, mientras la fobia por la suciedad que le transmitió su madre lo vuelve cada día más loco. La película se llevó cinco Oscars pero a Leo le ganó la interpretación de Ray Charles de Jamie Foxx.
La tercera fue en 2007, el año en que se estrenó su documental sobre el cambio climático The 11th Hour. En la ceremonia Leo anunció junto al ex vicepresidente de los Estados Unidos Al Gore que desde esa edición la producción de los Oscars sería completamente ecológica. Esa vez estaba nominado por su papel en el thriller Diamante de sangre, que muestra el detrás de escena de las piedras preciosas de las vidrieras de occidente. Ahí interpretó a un contrabandista con principios que ayuda al pescador que encontró el diamante rosa a reencontrarse con su familia, y enamora a una periodista, que se queda sin él pero con una gran historia. Lo elogiaron por el acento sudafricano pero el Oscar se lo dieron a Forest Whitaker por El último rey de Escocia. A Leo igualmente lo atravesó la experiencia y hoy es uno de los diez multimillonarios inversores de una startup que está creando diamantes naturales en laboratorio.
También financió un documental sobre el trabajo de conservación en un parque nacional del Congo donde viven los últimos gorilas de montaña, otro sobre el impacto de la ganadería industrial, donó varios millones para paliar la acidificación del océano y el derretimiento de glaciares, y para salvar a los tigres de Nepal, los elefantes, los lobos mexicanos y preservar las culturas indígenas. “Es hora de que reconozcamos su historia”, dijo cuando recibió el Globo de Oro hace unas semanas. Al premio SAG del sindicato de actores también se lo dieron por The Revenant. Este Oscar es suyo. En la terna está su viejo compañero de Los Infiltrados, que protagoniza la aventura espacial The Martian (El marciano). Matt Damon no tiene rienda para lucirse con ese guión y no puede ser un peligro. Tampoco Michael Fassbender como Steve Jobs ni el Breaking Bad Bryan Cranston como el guionista Dalton Trumbo, por más impecables que estén. La única amenaza tiene que ser Eddie Redmayne por La chica danesa, donde hace de Lili Ebe, el nombre que eligió el pintor Einar Wegener cuando se sometió a una cirugía de cambio de sexo, la primer mujer trans de la historia en lograr ese tratamiento. A Redmayne hay que darle el cielo por esa actuación pero ya ganó el año pasado por su interpretación de Stephen Hawking y apenas tiene 34 años.
En dos semanas a Leonardo DiCaprio lo van a aplaudir de pie cuando le den el Oscar. Va a subir a recibirlo, apuesto y encantador como el gran Gatsby. Agradecerá a Iñarritu y el equipo, a los actores que lo inspiraron desde Vida de este chico, y a los padres, que lo escucharon cuando dijo que quería ser actor y lo llevaban a las audiciones. Si el cambio de suerte se extiende, quizá prospere el beso que se dio con Rihanna. El mundo espera la confirmación de ese amor tanto como la próxima película de Leo. Otro personaje único que será a la vez todos los Leos. La historia que merezca ese actor, la personalidad que necesite esa voz, el hombre que se gane esos ojos.
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