CAETANO VELOSO Y GILBERTO GIL
Estuvieron tocando en la Argentina en septiembre y en los próximos meses seguirán de gira por Santiago de Chile, Lima, Los Angeles, Miami, Toronto, Londres, entre otros destinos. Donde van, Caetano Veloso y Gilberto Gil han cosechado la admiración de públicos que ya atraviesan varias generaciones y que reconocen en ellos el presente y la tradición del tropicalismo. En el escenario parecen dos viejos amigos que salen a cantar e intercambiar sus recuerdos muy lejos de una agitada y sofisticada épica estética y política, pero se trata de una postal tan intimista como engañosa. Las casi treinta canciones de Dos amigos, un siglo de música, el CD-DVD en vivo que acaba de editarse entre nosotros, condensan el espíritu y la magia de esta maratónica gira, en la que Veloso y Gil reviven sus grandes aportes a la música popular de la segunda mitad del siglo veinte.
› Por Mariano del Mazo
Caetano Veloso y Gilberto Gil siguen girando con su concierto “Dos amigos - Un siglo de música”. En septiembre pasaron por Buenos Aires y desplegaron su discreta aristocracia en el escenario. También en los medios. Explicaron una y otra vez por qué la gira ahora, cuánto los une. Hablaron de arte y de política. Entretanto, enfrentaron desde hoteles y aeropuertos una polémica a la manera de los viejos debates epistolares con Roger Waters por las presentaciones en Israel en el medio de la furia antipalestina, que trató de zanjar Veloso con una declaración que exhibe su ácida elegancia: “Toqué en Israel para no tocar nunca más en Israel. Creo que no volveré”. Gil, siempre más polite, dijo: “No sé si no volveré”. Es una constante: Caetano y Gil parecen funcionar en espejo, pero no; desde los primeros gateos bahianos ese espejo empaña y marca las diferencias entre un liberal y a un ecologista de izquierda, un provocador que en Brasil algunos tildan de snob y un militante de la cultura negra, y más.
Ya actuaron juntos en medio planeta, y no paran. Abril los encontrará en Santiago de Chile, Lima, Los Angeles, Oakland, Miami, Nueva York, Porto, Lisboa y Zurich; mayo en Barcelona, en Londres y en Roma. Reverso de los Rolling Stones, sentados en banquetas, depuran un formato mínimo de guitarras acústicas y voces. Obtienen satisfacción y optan por una celebración crepuscular que adquiere dimensiones metafísicas cuando a los 73 años Gil canta ante el silencio circunspecto de Veloso “Nao tenho medo da morte”. Más cuando Gilberto acaba de ser dado de alta después de haber sido internado por un cuadro de hipertensión arterial: “No tengo miedo a la muerte, pero sí miedo de morir/ Vos preguntarás cuál es la diferencia/ La muerte es dejar de respirar/ Morir es aún aquí, en la vida, el sol, el aire/ Puede haber dolor o ganas de orinar/ Después de la muerte/ no habrá nadie aquí como yo ahora/ pensando en el más allá/ Ya no habrá más allá/ No tendré pies ni cabeza/ Ni hígado ni pulmón/ ¿Cómo podré tener miedo si no tendré más corazón? (...) Morir será mi último acto/ Y tendré que estar presente/ Así como un presidente le da el poder a su sucesor/ Tendré que morir viviendo/ sabiendo que ya me voy/ Entonces, en ese instante/ sufriré quién sabe: un choque o un golpe, un escalofrío, un toque/ Cosas naturales de la vida/ como comer, caminar, morir de muerte violenta o morir naturalmente/ Quizá yo sienta tristeza/ como en cualquier despedida”.
Por el sendero apretado que diferencia a la muerte del acto de morir concretan un show conmovedor, en el que pasado, presente y futuro aparecen difuminados... ¿Qué fue primero, “Odeio” o “Super homen”? Patriarcas de una revolución permanente, la del Tropicalismo, el otoño los encuentra ensimismados. Más tirando hacia el universo zen del venerable Joao Gilberto que a cualquier tipo de vanguardia. Le han otorgado al movimiento que fundaron un marco totalizador y, ya, definitivo: el Tropicalismo es, a esta altura, para ellos, todo; ese afán ideológico que surgió de la insolencia veinteañera y del contexto sociopolítico de los 60 perdura en cada gesto: escribir una columna semanal en un diario, hacer bolero o canción italiana, actuar en la política, volver a Joao Gilberto —el último disco de Gil es un maravilloso homenaje a Joao—, glorificar a Nueva York y denunciar la pobreza nordestina, vampirizar la energía rockera de los amigos de tu hijo, indagar el folklore latinoamericano, ser vegano, paleo, comprometido, oblicuo, cínico... Características, declamaciones y modales que se integran a lo que ya se sabe y que fue narrado fantásticamente con pelos y señales por Caetano en su libro Verdad Tropical (Salamandra), esa lista sábana como acta fundacional que metió en una olla el Cinema Novo de Glauber Rocha, la antropofagia de Oswald de Andrade, la psicodelia y el pop art, los happenings libertarios de Hélio Oiticica, Tom Zé y Os Mutantes, los Novos Baianos, Carmen Miranda y el dadaísmo (“Carmen Miranda da-da-dadá”), la ambigüedad sexual, las drogas, la cárcel, el desolador pero proteico exilio londinense, el descubrimiento de Bob Marley por parte de Gil, el embelesamiento por “lo comercial” de Veloso como otra forma de la provocación, que ya había preanunciado con su ponderación de Roberto Carlos, la movida ié ié y la Jovem Guarda. “No había un estilo. Era un gran collage. Eramos cubistas”, dice Caetano.
Sólo con esos parámetros amplios, muchos de ellos gestuales, puede conservarse el sentido del collage. Son 50 años de revolver esa olla. Verlos en el escenario sugiere más la imagen de dos viejos amigos que salen al patio a cantarse sus cosas que a cualquier sofisticada épica artística y política. Es otra falsa imagen: en las casi 30 canciones del álbum se condensan dos obras a la altura de la mejor música popular de la segunda mitad del siglo XX. Por densidad, diversidad y calidad pertenecen a un limbo exclusivo en el que se codean Bob Dylan, Lennon & McCartney, Jacques Brel, Chico Buarque, Franco Battiato y un par más. El valor agregado con el que cuentan, más allá del genio musical, es la ambición y la pretensión de modificar su tiempo. No con una megalomanía espasmódica a la manera de un Dylan o un Lennon, sino con acciones concretas y perdurables. Veloso como oráculo cotidiano desde hace décadas y Gil como apasionado por la cosa pública.
El pensamiento de Caetano parece apuntar a desarticular lugares comunes, prejuicios y supuestos. O para usar sus palabras, a “derribar certezas estéticas”. Queda manifestado en el libro El mundo no es chato (Marea), que recopila textos escritos para diarios, revistas, discos propios y ajenos, conferencias y prólogos, entre 1960 y 2005, por el que desfilan Visconti, Pelé, Jimi Hendrix, Dominguinhos, Tom Jobim, Cazuza, Fernando Pessoa, Elis Regina, Federico García Lorca. Veloso se para en el medio de extremos. Se deja tironear con placer morboso por la intelectualidad y la corrección política y defiende productos, posibilidades y rajaduras que brinda el “Imperialismo”. En el artículo Carmen Miranda dadá escribe, por caso: “Para la generación de brasileños que llegó a la adolescencia en la segunda mitad de los años 50 y a la edad adulta en el auge de la dictadura militar brasileña y la ola internacional de la contracultura, Carmen Miranda fue, primero, motivo de un mismo orgullo y vergüenza y, después, símbolo de la violencia intelectual con que queríamos encarar nuestra realidad, de la mirada implacable que queríamos echar sobre nosotros mismos”.
Gil conoce la mirada con que se ha juzgado a sí mismo y, de alguna manera más llano que su amigo, menos meandroso, ha manifestado desde muy temprano las intenciones de modificar lo posible desde las formalidades de la función pública. Explica sin ambages su paso al frente del Ministerio de Cultura durante la gestión de Lula Da Silva: “Cuando se han cumplido las ambiciones personales, artísticas, sociales y materiales, llega la hora en que uno desea hacer algo para más gente. Colaborar directamente con el presidente Lula fue un desafío. Me invitó a participar en el gobierno y yo tenía ganas de colaborar. Eso, simplemente. O no tan simplemente”.
La semana pasada, Sony Music difundió en algunos pocos sitios unos sabrosísimos videos en los que conversan de estos conciertos, de la gira, del pasado, del Tropicalismo, de la amistad. Es una entrevista coloquial a la que Radar accedió en exclusiva; diálogos algo irónicos, de vuelta de todo. Parten de Rogério Duarte, otro gurú bahiano, un intelectual clave en el despegue, y pasan por algunos himnos del Tropicalismo, entre ellos “Marginália II” (Gil) y “Tropicália” (Veloso) que definen como “canciones programáticas” del movimiento.
Veloso: Rogério plasmó una idea importante, él me dijo: ‘Gil es un profeta y vos sos un apóstol...’
Gil: ¡Vos compraste eso!
Veloso: Sí, lo compré. ¡Compré porque era buena mercadería!
Gil: Yo tomo con más cuidado esa cuestión. Veo muy claramente que vos sos una guía para mí, y encuentro que la asociación de un guía con un profeta es más natural que la de un guía con un discípulo... ¿no?
Veloso: Rogério convivió mucho con nosotros en aquella época. Nos quedábamos hablando sobre los cambios que sentíamos que hacían falta en la música brasileña. Hablábamos de algo muy mental... Rogério percibió desde siempre que Gil tenía algo, aún sin decírnoslo... Yo desarrollé muchos de los conceptos que Gil traía como una visión intuitiva completa, es eso lo que Rogério decía...
Gil: Y yo lo que digo es que en el desarrollo de todo ese ideario fue donde Caetano tuvo una participación muy fuerte, muy profunda. Lo que hicimos, lo que representamos, lo que significamos para todo el mundo, lo que mutuamente significamos nosotros para nosotros mismos, todo eso ya tiene una entidad fuera de nosotros. Y al mismo tiempo está este lugar —uno al lado del otro— que sólo existe cuando estamos uno al lado del otro. La obra está hecha. Lo que hicimos es lo que hicimos, está ahí, está en el mundo, sirve de referencia para nosotros también individualmente y en dúo. Pero cuando tocamos prevalece otra cosa: somos dos amigos que están en el escenario.
Veloso: A medida que el show fue rodando fui aprendiendo. Hay cosas que preví: por ejemplo, que Gil cantara “Marginália II” —que es de él y de Torquato Neto— y enseguida que yo después fuera con “Tropicália”. Son canciones programáticas dentro del Tropicalismo.
Gil: De eso hablo cuando digo que la obra está fuera de nosotros...
Veloso: Sólo por causa de las repeticiones en los shows fue que yo pude tocar “Marginália II” con naturalidad... Es un placer enorme, es muy bonito lo que él hace.
Gil: La grabación con los arreglos de Duprat es otra cosa. Otro mundo.
Veloso: ¡Otro mundo!
Gil: Me da una sensación de longevidad: esas canciones, lo que hicimos, lo que aún hacemos, el hecho de permanecer.
Veloso: Sí, y la gente. Hay lugares y lugares. Hay salas donde la entrada es más cara y van adultos, pero también tenemos un público joven... ¡Territorios del “joven cool”! (se ríe).
Gil: Es la extensión de la obra de la que hablábamos, del Tropicalismo. Todo eso queda.
Veloso: Claro, cómo llegan las canciones, qué sentido cobran, cómo son recibidas hoy.
Gil: Son importantes las referencias. La canción que da inicio al show, “Back in Bahia”, es claramente una canción del exilio. Habla de volver del exilio y de traer todo y de haberse ido... Nosotros estamos totalmente tomados por esa dimensión de la memoria.
Veloso: En Brasil todos entienden de qué trata la letra y muchos se acuerdan de cuando la música fue lanzada y en vivo hasta acompañan cantando. También para los brasileños que están fuera de Brasil es muy fuerte. Varía de acuerdo el lugar. Cuando el público es predominantemente no brasileño, como fue en ciudades de Italia o en Viena o en Francia hubo un auditorio muy numeroso que encontraba algo. Algunos saben portugués, otros no... simplemente les gusta la música y van a vernos. Con el paso de tantos años se va sumando un gran número de personas que tiene interés por lo que hacemos.
Gil: Como si fuese una transmisión, una corriente.
Cualquiera que haya estado en septiembre del año pasado en el Luna Park, cualquiera que se meta en el CDDVD en vivo que acaba de ser editado puede comprobar la terrible empatía que circula entre esas dos voces y esas dos guitarras. Tiene algo de círculo que se cierra, de regreso a una fuente que continúa manando. “Nos remite —sigue Gil— a una situación básica original: dos cantautores haciendo su trabajo. Es la dimensión fundamental de todo lo que hicimos. Esa condición individual de los dos siempre fue la marca de nuestro trabajo. Nos tornamos líderes de nuestras bandas por consecuencia, no por habernos propuesto originalmente esa condición”. La esencia, el lado Joao Gilberto de las cosas. Y un amor inconmensurable. De eso estábamos hablando, finalmente. Con su prosa preciosista Caetano Veloso escribió hace años sobre Gil: “¿Cómo hablar de un meta-hermano, de un compañero de amor y guerra que no merece ser llamado ‘amigo’ porque la palabra ‘amigo’ no lo merece?”.
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