DANIEL SANTORO
En Libros de apuntes 1990-2014, el artista Daniel Santoro reúne una selección de bocetos y dibujos que hizo durante 14 años en sus hermosos cuadernos, algunos comprados en selectas imprentas venecianas. No es un libro de artista para ser exhibido como objeto: son cuadernos reales, vivos, que Santoro dibuja y escribe todos los días. Y en los que está clara su obsesión de siempre, su territorio de la imaginación: el peronismo, su mitología y su historia siempre entre la celebración y la tragedia. En esta entrevista, Santoro recuerda su encuentro con el traductor chino de Borges y explica por qué el papa Francisco debería comprar La civilización occidental y cristiana, la obra de León Ferrari.
› Por Marina Oybin
Apenas entramos al gran taller de Daniel Santoro en el barrio de Congreso, le consulto por el hermoso piano que está en un rincón. Se sienta y toca una zamba chinesca compuesta por él. Hace tiempo que no practica, sin embargo suena muy bien. Termina de tocar. Cuenta que sigue ajustando detalles de la composición. Estalla su inolvidable carcajada.
Lo de Santoro, se sabe, es el peronismo, que en su caso se expande por sitios laterales: recurre a la mitología, crea hipótesis contrafácticas, hurga en la historia, en la religión cristiana y en la oriental, investiga y desata vínculos fabulosos. Resignifica el mito peronista con iconografía propia. Con clima nostálgico y al tiempo bien ácido, crea una frontera difusa entre celebración y tragedia.
Santoro fue récord de ventas en arteBA y decidió no pisar más la feria. Creó series de ficción para tevé y trabajó en series documentales. Junto con el colectivo artístico Estrella del Oriente, escribió el guión y dirigió la entrañable película La ballena va llena. Desde hace años, construye una impresionante retro utópica urbe peronista que incluye ferrocarril e iluminación propia y que ocupa una habitación entera de su casa.
Libros de apuntes 1990-2014 es una joyita que reúne una selección de bocetos y dibujos que Santoro hizo en sus hermosos cuadernos, algunos comprados en selectas imprentas en Venecia. El libro es un caleidoscopio visual sin referencias ni aclaraciones ni paginado: condensa la frescura e incertidumbre con la que surgieron los bocetos y dibujos originales. No son libros de artista para ser exhibidos como objetos. Son cuadernos reales, vivos, que Santoro dibuja y escribe todos los días en bares en los que es habitué. “El bar es raro: te encontrás desde los más marginales borrachines hasta tipos destacados”. Sus preferidos son La Poesía, Saint Moritz y el Bar Celta. “Al Florida Garden iba mucho antes, ahora menos: está lleno de garcas”. Estalla su potente carcajada.
Hay dibujos sobre La escolástica peronista ilustrada, un poema que, señala Santoro, se cuestiona por qué alguien se vuelve peronista. “Están esas vivencias de la infancia, esa idea de que hay una felicidad que quedó atrás y a la que uno podría volver”, cuenta. En esa avalancha exuberante de dibujos y bocetos, uno se encuentra con un cómic cuyo protagonista es un hombre marginal que, tras sufrir un accidente y recibir un implante de la mano izquierda de Perón, deviene superhéroe con don del convencimiento absoluto.
En Libros de apuntes hay muchos aviones. Es que Santoro tiene un ritual que cumple sin excepción: cuando va caminando por la manga, ida y vuelta, tiene que dibujar uno. No hay alternativa: así se evitará cualquier fatalidad. “Hasta ahora no se cayó ninguno: salvé muchas vidas”. Se ríe con ganas.
Con nueva perspectiva, Santoro revisa obras clave de nuestra historia del arte. “La vuelta del malón –dirá– trasciende la tensión civilización-barbarie: simboliza el momento de conversión a la fe cristiana. El indio en el caballo blanco que lleva la cruz como estandarte, al que se le cae la venda de los ojos, se está transformando al cristianismo: la pintura es sobre la conversión. La generación del ochenta y muchos historiadores del arte que analizaron la pintura no tuvieron en cuenta este aspecto porque hicieron un análisis marxista de la obra”. Para Santoro, ese abordaje con sello marxista sólo pone el foco en la evolución histórica: “La civilización se impone a la barbarie y dentro de esa dialéctica hay una superación”. Y agrega: “Pero Della Valle era piadosamente católico: nos muestra que esta tierra de barbarie se volverá cristiana, como todos los que la componen, como los indios”.
Hay más. Libro en mano, uno se encuentra con un dibujo del papa Francisco rezando ante La civilización occidental y cristiana (1965) de León Ferrari, un Cristo crucificado sobre un avión F-105 de las fuerzas armadas de E.E.U.U., en alusión y denuncia a la Guerra de Vietnam. “Creo que León se equivocó al querer hacer algo anticristiano de esta obra. Para mí es la gran crucifixión: el ícono religioso del siglo XX con montaje dadá”, dice Santoro, que fue educado en un colegio parroquial. “Es un Cristo crucificado en un aparato de tortura del imperio, como era la cruz en el imperio romano. No es para nada un anatema religioso. ¿Qué es lo antirreligioso? Si es un Cristo crucificado, padeciendo. Si yo lo viera a Francisco, le sugeriría que comprara esa obra para ponerla en el Vaticano. A pesar de que se peleó tanto con León, creo que lo entendería”.
Entre los apuntes hay muchos ideogramas chinos que Santoro hizo en los noventa cuando una galería en Singapur vendía su obra allí. Comenzó a estudiar el idioma y fue tanta su pasión que los viajes a China para conversar con su galerista incluyeron investigaciones y encuentros con eruditos artistas calígrafos. Acá siguió estudiando. Una tarde en La Paz, cuando practicaba ensimismado la compleja caligrafía, se encontró al costado de su mesa a un hombre que lo observaba y que se ofreció a ayudarlo. Ese caballero que se topó en el bar era Lin Yi’An, traductor jefe al chino de las obras completas de Jorge Luis Borges. El más reconocido traductor de literatura hispanoamericana al chino. Poeta y amigo de Kodama, Lin Yi’An fue maestro de Santoro hasta que empezó a quedarse ciego. “La caligrafía –cuenta– tiene una inmediatez aparente, pero atrás hay muchas reglas que es necesario respetar: esa tensión cambió mi dibujo”.
En Libros de apuntes habitan cientos de sagas: desde dibujos del manual del niño peronista pasando por sus descarnadas escenas del niño edípico con combo de madre, maestras y monjas hasta trabajos que luego integraron diferentes publicaciones como las de Rimbaud para principiantes y sus ilustraciones de Los lanzallamas y Los siete locos.
En el híperbarroco Mundo Santoro, una chica con guardapolvo escolar es acuchillada por la espalda en Lucha de clases II; a unos pasos, en la sombra, el pequeño asesino. Y está la niña-madre con destino trágico, y el niño Vladimir que pasea con un pequeño acorazado Potemkim frente a la Fundación Eva Perón. Mientras sobrevuelan los aviones bombarderos, el gigante descamisado se aferra al edificio Kavannagh como el King Kong de la película al Empire State. El apogeo del gigante se intuye: hay más de su vertiginosa caída. Cinta de luto al brazo, vencido, recorre el bosque que alguna vez fue suyo. Él, que hace tiempo salvó a la madre niña de Juanito Laguna, ahora deberá enterrarla en ese bosque justicialista del que se proclamó guardián en absoluta soledad. Cuando le quitan todo, lleno de ira, intenta reventar a mazazos la modernidad, y la casa de Victoria Ocampo, y sigue camino.
Avezado dibujante, Santoro es un observador de la polis. Sus dibujos capturan una urbe real y al tiempo opresiva. A veces, construye ciudades que son un mix de edificios símbolo con otros de un futuro impensado. Uno descubre, tan solo por dar un ejemplo, una vista aérea de una ciudad parque industrial flotante, al sur de la India, en el “estado capitalista más salvaje que uno se pueda imaginar”.
Sigue la entrevista junto al piano, en este taller que es visitado por estudiantes de la Universidad Johns Hopkins, la Universidad de Nueva York y Harvard que viajan para tomar cursos de verano sobre arte y política con Santoro. A veces el barrio se transforma: en la puerta de este antiguo taller en Congreso llegó a haber un grupo de guardaespaldas que esperaban atentos que dos hermanos hindúes, estudiantes de la universidad Johns Hopkins, terminaran la clase.
Después de conversar en el taller, subimos a su antigua casa para ver su gran colección de insectos y animales. Hay serpientes de todo tipo y tamaño, murciélagos, arañas venenosas. Le señalo a Santoro una cajita reluciente. Abre la puerta del armario vidriado y saca la caja transparente: adentro hay una enorme cabeza de una serpiente de cascabel con la boca tensada y extremadamente abierta con placas de vidrio. Impresiona. En incontables cajas de acrílico selladas se exhiben mariposas, cascarudos con brillos, caracoles, escorpiones. Sobre un mueble antiguo y alto como los que hay en los museos de Ciencias Naturales, se erigen un pingüino, un puma y un gran mono aullador embalsamados. Todo está impecablemente conservado.
Junto a la colección de animales e insectos hay una exuberante capilla, pura cepa Santoro. A unos pasos, una de las habitaciones de la casa está destinada exclusivamente a su retro utópica ciudad con sofisticadas construcciones. Hace años que Santoro agrega elementos a esta polis que hasta tiene tienda Emporio Armani. Desde lo alto, un Ken descamisado cuida la urbe peronista mutante. Santoro define al peronismo como “una promesa de felicidad insensata dentro del capitalismo”. “Opera –dice– de una forma contradictoria: porque posterga el sacrificio y antepone la felicidad: el peronismo hace un uso contranatura del capitalismo”.
En 2017, en el Paul Getty Museum de California habrá una mega muestra sobre la influencia de Walt Disney en el arte contemporáneo mundial, que incluye popes como Keith Haring y Andy Warhol. Dos curadores del Paul Getty ya visitaron el taller de Santoro y seleccionaron obras que integrarán la muestra. Les interesaron varias de la República de los Niños. Inspirada en el majestuoso castillo de Neuschwanstein, construido por el Rey Luis II de Baviera (el llamado “Rey Loco”), la República de los Niños, cuenta Santoro, se levantó por iniciativa de Eva Duarte cinco años antes de que se inaugurara Disney World.
Santoro señala que la República de los Niños “es el refugio de los niños más desamparados, dejados de lado por el sistema económico, donde estaría garantizada la ansiada felicidad del pueblo. En este espacio la lógica materialista que impone el capitalismo no existe: es el lugar del ‘don’, del potlatch, los niños atesoran la certeza de que hay salida a las aberraciones del sistema global de la economía”. Y agrega: “Esa patria de la felicidad es un paraíso y de él seremos expulsados inevitablemente”. Para Santoro, mientras que “la idea del parque de diversiones como Disney World convierte a la felicidad en una mercancía más de consumo, la República de los Niños, en cambio, propone un uso contra natura del sistema económico: democratiza el goce sin intercambiar mercancías”.
“Hace poco me llamaron los curadores para organizar mi viaje al Paul Getty para la inauguración de la muestra. Les dije que no pensaba ir a EE.UU. A esta altura lo considero un enemigo de la humanidad: es el precursor de este sistema espantoso que va hacia la destrucción y que el Papa define muy bien. ¿Por qué tengo que lamer culos en el imperio? No voy a ir nunca”. Y agrega: “Les interesó mi postura antinortemaericana y el hecho de que no vaya: les pareció algo distinto, en vez de los lameculos que dicen voy, voy”. Ante la negativa, los curadores le propusieron participar en una conferencia vía Skype con los alumnos de la prestigiosa CalArts (Instituto de Artes de California). Santoro aceptó entusiasmado.
Si hay que pensar a quién encarnaría hoy Eva, Santoro no duda: “Esa mujer que se casó con un coronel en ascenso, sería botinera: sería Luli Salazar o Jésica Cirio. Era una actriz de cuarta, tenía un programa de radio, no era Sarah Bernhardt. De pronto se puso a trabajar y se convirtió en Eva Perón. Todo lo contrario a Victoria Ocampo: una mujer de la oligarquía terrateniente más alta, con la mejor educación, amiga de Lacan, de Rabindranath Tagore, erudita y buena escritora”.
En el universo santoriano uno se puede encontrar con Victoria Ocampo y Evita besándose apasionadas, transando frente al altar de la patria. Eva es desde santita protectora hasta dominatriz capaz de disciplinar a un sumiso Che vencido, tomado de sus piernas, implorante. Es desde hada madrina hasta radiante dama con estética pop que castiga al niño gorila y al rato devora la cabeza de Lenin. Ofrece su pecho nutriente: sin hijos, deviene Difunta Correa de sus grasitas. Consuela a un chico al que le amputaron los dedos que simbolizan la V de la Victoria. En comunión caníbal, Eva, enfundada en su impecable trajecito sastre, engulle las entrañas del Che vueltas rosario para dar vida a otra Eva. En esa extraña Piedad, un texto de Simón el Mago alerta: “Si el espíritu no se vuelve imagen será aniquilado junto con el mundo”.
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