ARTE > LA BOCA
En la Fundación Proa se puede visitar Viceversa, con curaduría de Loreto Garín Guzmán y Federico Zukerfeld, conocidos por sus perfomances con el grupo Etcétera. La provocadora muestra se plantea una mirada sobre La Boca y su estado actual, desde la gentrificación y el avance inmobiliario que amenaza a los conventillos y a los habitantes más pobres hasta la historia de la Fundación y del Distrito de las Artes, en un mapa actual que reúne incertidumbre con nuevas posibilidades. Las obras de Gian Paolo Minelli, Elisa O’Farrell, Alejandra Fennochio y Eduardo Molinari reflejan la lucha de intereses en el territorio del barrio, la resistencia y la desconfianza de muchos, el avance sobre los espacios de otros y el deseo de algunos de que nadie se quede afuera en este tironeo.
› Por Leopoldo Estol
Llegar a la Fundación Proa un día en el que hay partido en la Bombonera es un espectáculo aparte. Por ejemplo: un cable estirado con urgencia señala la mudanza de un televisor plasma que pasa del interior de una casa de La Boca al descanso de la ventana. En la calle no circulan autos y una auténtica mutitud de varones contempla la pantalla intercalando sorbos de cerveza con pitadas de marihuana. Se escucha la hinchada desde varias cuadras a la redonda con una sensación mística de cancionero religioso. La voz nos sigue y retumba a través de las casas convirtiéndose en un hecho estético fuertísimo.
Todo suma para caracterizar la intensa vida del barrio y las transformaciones que están teniendo lugar a la vuelta de la esquina. En la Fundación Proa, Viceversa, la última muestra del ciclo contemporaneo que coordina Santiago Bengolea, cuenta con la curaduría de Loreto Garín Guzmán y Federico Zukerfeld. Conocidos por las provocadoras performances callejeras del grupo Etcétera, Loreto y Federico organizan una muestra imprescindible. Se complacen en autodenominarse Erroristas y su labor esmerada y ácida a la vez, va desde la historia de la Fundación ribereña hasta el actual Distrito de las Artes manteniéndose muy atentos a los conflictos que puedan necesitar un poco más de atención.
Le preguntamos a Orly Benzacar qué piensa de los planes del Gobierno de la Ciudad para La Boca: “Es destacable que se quiera revitalizar el sur de la ciudad pero no estoy de acuerdo en cómo se esta haciendo. Esto no es nuevo, pasó en muchas ciudades. Pasó en Nueva York cuando algunos artistas que tenían una pequeña propiedad en el Soho se hicieron riquísimos al venderla unos años después”. Esa incertidumbre inherente a los cambios urbanos que para unos es oportunidad y para otros flagelo, se puede ver en la muestra con lujo de detalles en las fotografías de Gian Paolo Minelli, cuyos ojos claros y su condición de suizo no han logrado intimidar el rumbo de sus caminatas. Ha generando un registro del barrio que abarca más de 20 años. Minelli recuerda con humor cuando, a mediados de los noventa, en companía del gran Pablo Suárez fueron a dar una vuelta por la Isla Maciel y cómo muy pronto tuvieron que volver sobre sus pasos amenazados por un habitante que salió de un recoveco empuñando un filo. En el guión de la muestra, a cada artista le corresponde un rol y Minelli justamente encarna al errante, al que camina sin tener un rumbo claro. Sus fotos muestran el puerto que pintara Quinquela, pero en los navíos no hay pista de marineros ni gente haciendo el pasamanos. Los barcos aparecen gastados, oxidados luego de años de abandono. Las chapas y maderas de las típicas viviendas boquenses ofrecidas al mal tiempo se deterioran y también, aparece otro hito que son los planes de vivienda: edificios atiborrados de ventanas que suspiran más temprano que tarde, sobrepoblación y hacinamiento.
Elisa O’Farrell, que en el 2003 trabajaba en la institución propone un archivo un tanto más colorido y elige un abordaje que entrecruza el relato de populares audioguías con la sutileza delirante de sus acuarelas. Reinterpreta las obras clásicas de la programación de Proa como el traje de fieltro de Beuys (que en su paleta gana los colores del arcoiris) o la obra de Fabian Marcaccio (una bandera argentina que se convierte en agua al caer sobre un hombre). La escalera sutil del dúo europeo Lang & Baumann se vuelve una postal pop con toques del estilo del pintor Roy Lichtenstein. La programación es una excusa pictórica risueña que da cuenta de lo frondozo que es el imaginario del arte contemporáneo.
Otra de las obras de la muestra que revuelve el archivo es la de Eduardo Molinari, que participó en Ex Argentina y es reconocido por su labor docente en la UNA por su perfil inconformista que le ha ganado muchos enojos. En su trabajo, Eduardo parte de la estética de la administración, utilizando hojas que parecieran añejas planillas de dividendos, para montar un armario que se parece bastante a una caja fuerte y una mesa de trabajo junto a la confitería. En sus imágenes confluyen mundos dispares; por un lado la imagen del acero que se funde y por otro, las tapas de libros como Las venas abiertas…. de Eduardo Galeano que recuerdan la triste proscripción de la última dictadura militar. El horizonte de reflexión se vuelve menos obvio y más lúcido cuando Molinari profundiza en la historia de PROA. Observa que la inauguración de uno de los grandes hits institucionales, como fue la bella muestra de dibujos murales de Sol Levitt de 2001, estuvo separada por escasos cuatro días de los incidentes del 19 y 20 de diciembre que llenaron de piedras y caídos las calles del centro porteño. La pregunta que toma forma cuando Molinari sitúa esa cercanía incómoda y pone en el tapete la conciencia política de su tiempo, se parece a lo que en filosofía toma el nombre de aporía, el callejón sin salida de los griegos. No deja de ser una pregunta lúcida aquella que tiende a mover al arte de su lugar seguro y meditabundo. La planilla concluye con un sellado que dice “No hay texto sin contexto” y entonces, volvemos a mirar a nuestro alrededor sabiendo que la cosa sigue.
Como lo anticipan las fotos de Minelli, en la Boca los intereses son amplios y los vecinos temen que lo que empezó como una política para sumar creativos al barrio, en el mediano plazo implique una suba generalizada de los alquileres o algo que sería peor, el desinterés de los dueños de los históricos conventillos en seguir alquilando sus propiedades en forma parcelada. Lo que los especialistas en Ciencias Sociales llaman gentrificación. Una población acaudalada desplaza a otra de inferiores recursos. Cuando le preguntamos a Facundo Di Filippo, ex legislador de la Ciudad que presidió durante años la Comisión de vivienda nos dice: “Hay un terreno de cuatro manzanas que los vecinos conocen como ‘el campito’. El campito, además de ser un pulmón verde, es uno de los lugares de esparcimiento más importantes para el barrio. En el 2004 el antiguo CGP había destinado ese predio para la construcción de viviendas pero se construyó una ínfima parte de lo proyectado. Desde que el PRO asumió el ejecutivo de la Ciudad quiere esas tierras para el Club Boca Juniors. Y es difícil no asociar el avance sobre el campito que hace escasas semanas se vendió al club con una estrategia inmobiliaria donde el mascarón son las galerías” Pero no se ensaña sino que busca que como partícipes ganemos conciencia: “Cada sector busca lo mejor para su gremio. En este caso los galeristas buscarán lo mejor para exponer a sus artistas pero lo triste es que los vecinos del barrio dificilmente accedan a ese arte”
El contrapunto a esta amenaza que se cierne sobre los vecinos más pobres del barrio son los retratos que pintó Alejandra Fenochio y que completan la muestra en la cafetería de PROA. “La pintura es como escarbar hacia fuera. Vas poniendo, poniendo, poniendo y en un momento se ve”. Sus retratos fueron hechos a lo largo de 5 años en los cuales la artista, que es vecina del barrio, se acercó al puente Nicolás Avellaneda y conversó con los trabajadores del mismo hasta volverse una más. En sus pinturas aparecen las miradas ilusionadas de las personas que por primera vez acceden a un trabajo digno y a la vez logran darle a su barrio una vida mejor. Rubén Fanesi, trabajador de Vialidad, fue uno de los que hizo posible que el puente, tan central en la iconografía de La Boca, volviera a reinaugurar su parte peatonal. En la lucha no estuvo solo sino que participaron todas las organizaciones sociales de La Boca y de la Isla Maciel: “Nos dimos cuenta de que el barrio se apropiara del puente era la mejor manera de protegerlo y así, entre todos, comenzamos a proponerle a Vialidad que lo arreglara hasta que por fin lo logramos. Logramos abrir 80 fuentes de trabajo con un salario digno porque el Estado entendió que lo mejor para cuidar al puente era tener gente del barrio trabajando en él”.
Gente del barrio como son Analía Gallardo (Organización Los Pibes) y su compañera Mara Guanca (Movimiento Unidad Popular) quienes conversaron con Radar mostrándose orgullosas por sus logros. “Ni en los mejores pronósticos de nuestra lucha hubiésemos pensado estar trabajando en el barrio, en nuestro lugar, en nuestro puente, en el lugar en el que crecimos”. Al preguntarles qué piensan del Distrito de las Artes expresan: “¿Es con nuestros artistas, es con nuestros vecinos? Sería genial con nuestros conventillos, nuestro vecinos y nuestros artistas adentro. El Faena hotel con todo el arte que tiene sabemos que no nos incluye y no nos interesa. Lo mismo con el campito donde Boca quiere hacer un shopping. El club tiene una cuota altísima y para hacer un deporte tenés que pagar 300 pesos por mes y aparte, tenés que pagar la actividad cultural que quieras hacer. Lo que no queremos es que nos echen. Nos dicen vamos a extender Puerto Madero y en realidad, nosotros sabemos que ahí no vamos a vivir. En el Distrito de las Artes hay artistas de no sé dónde que vienen a exponer cuadros que no se de dónde salen y nuestros conventillos desaparecerían porque le restarían valor a su arte. Y no es que estemos en contra pero no queremos que sea con nosotros afuera.”
Cuando la muestra inauguró en marzo la cafetería de Proa estaba exultante. La Negra, otra vecina histórica clave en la gesta del puente, se sentía –en sus palabras- como Susana Gimenez, todos la saludaban y algunos familiares que habían ido a “acompañar” hacían todo tipo de bromas mientras iban acercándose a la pared verde donde reposan los retratos que pintó Alejandra sugiriendo que debía haber algún tipo de error. El lustre de las mesas, el prolijo blanco de las paredes los hacía pensar dos veces. ¿Ese era también su lugar? Esa tarde desde la amplia terraza se asomaron a la vuelta de Rocha a respirar un poco y contemplaron la hermosa vista panorámica, las casas y edificios, los autos que viajaban por la autopista, el reflejo de la luna en el agua del río.
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