CINE > GOODNIGHT MOMMY
Hay pocos elementos disparadores del terror tan efectivos y perturbadores como el tema del doble y la siniestra posibilidad de que esa persona que conocemos sea un alma diferente en un mismo cuerpo. Goodnight Mommy, de los austríacos Severin Fiala y Veronika Franz, lleva el caso hasta el extremo: ellos mismos son un dúo de realizadores y los protagonistas de la película son hermanos, gemelos, que viven en una mansión solos con su madre. Ella tiene el rostro cubierto por vendas, se recupera de un accidente. ¿Es la madre o no? ¿Los vendajes son una máscara? ¿Cómo harán ellos para comprobar que no es alguien más que ha tomado su lugar? Con influencias de David Cronenberg y Michael Haneke y una cita –dicen, inconsciente– a El otro de Robert Mulligan, esta película de frío suspenso, claustrofóbica y finalmente bestial es uno de los estrenos de género más inquietantes y estilizados en mucho tiempo.
› Por Diego Brodersen
“¡Basta!, gritó Niles, y la música se detuvo, se detuvo precisa e inmediatamente, ese vibrante sonido que repiqueteaba en sus oídos y lo ponía nervioso. “Escucha. Hay alguien ahí arriba. ¿Escuchas?”. “¡Estás loco!”. “Holland, ¡escucha!”, insistió, su voz extática de horror. Había apagado apresuradamente la vela, aplastando su mano contra la llama, tirando al piso la botella en la cual había estado atrapada; su estrépito hueco todavía retumbaba arriba y abajo en la habitación. “Había alguien caminando ahí arriba, puedes apostarlo”.
Así comienza el primer capítulo de El otro, la novela debut de Thomas Tryon hoy algo olvidada que, a poco de publicarse en 1971, recibió las más importantes alabanzas de la crítica literaria. La versión cinematográfica no tardó en hacerse realidad: un año más tarde Robert Mulligan dirigió el film homónimo, que no convenció mucho al autor del texto original -a pesar de ser el autor del guión- y tampoco fue un éxito de público, pero que, sin embargo, se transformaría con el correr de los años en una auténtica película de culto, otro de esos films de horror de los años 70 recordado con cariño y respeto, aunque sin el aura ni estatus de clásico de El exorcista o La profecía. Tanto la novela como su hermano en la pantalla describen un pueblito de Connecticut en plena Gran Depresión, aunque en el hogar de la familia Perry la miseria no ha golpeado aún la puerta. Los hermanos gemelos Holland y Niles juegan a esconderse de los adultos, familiares y vecinos, corren por el agreste, aunque algo desgastado paisaje que rodea su pequeña finca, se meten en problemas con la vecina gritona. Hay un hecho trágico del pasado que parece haberlos unido aún más que la biología, la placenta compartida, el haber sido paridos casi al mismo tiempo. Y hay una madre enferma, que apenas sale de su habitación en raras ocasiones, relegados los mandatos formadores y amorosos al resto de la numerosa familia.
Goodnight Mommy, la película de los austríacos Severin Fiala y Veronika Franz que se estrena el próximo jueves, comienza de manera similar, con los también rubiones hermanitos Lukas y Elias jugando en los pastizales cercanos a su casa, una modernísima mansión de vidrio, acero y madera alejada del centro del pueblo. Los juegos son abortados de golpe ante el regreso de una mujer, la madre de los niños, su rostro oculto completamente por vendajes y cintas hipoalergénicas. El punto de partida de lo que viene a continuación es similar al núcleo de lo descripto por Tryon y Mulligan en sus respectivas creaciones, aunque esta otra figura materna no será precisamente pasiva: los retos a Elias son constantes, como también la falta de atención total a Lukas. A partir de su estreno en el Festival de Venecia y de su paso por una docena de los más importantes festivales –incluido el Bafici, donde el año pasado fue parte de la Competencia Oficial Internacional–, más de una voz se alzó para acusar a Goodnight Mommy de robo directo y frontal de El otro, la película. Parece algo injusto: si bien los puntos de contacto son evidentes –incluida una premisa central que, en la novela, era transparente desde las primeras páginas y en ambos films se mantiene en suspenso durante una parte importante del metraje–, lo cierto es que el guión de Franz y Fiala toma carriles que lo llevan hacia otros territorios. En última instancia, la historia del cine (y del arte en general) está plagada de imitaciones y relecturas y una reducción al universo de las ideas originales haría que la mitad de la filmografía de un John Carpenter -por ponerlo de manera extrema– quedara impugnada por la acusación de plagio. “No hemos visto El otro”, respondieron los realizadores ante la pregunta directa de un periodista, poco antes del estreno estadounidense del film. “Un amigo nos dijo que teníamos que hacerlo, pero no la hemos visto. Sí nos hemos inspirado en películas como Posesión satánica, de Jack Clayton, o Bunny Lake ha desaparecido, de Otto Preminger, o en Los ojos sin cara, de Georges Franju. Y todos los rip-offs de Los ojos sin cara realizados por Jesús Franco”. Creer o reventar, entonces.
¿Quién camina allá arriba en Goodnight Mommy? Ella, por supuesto, a veces lentamente, otras de forma nerviosa y atolondrada. El piso de su habitación está directamente encima del cuarto de Elias y Lukas, de manera que cada pequeño movimiento puede ser seguido si se está lo suficientemente atento. Pero hace falta algo más. Sí, eso es: el juego de receptor y parlante de cuando los chicos eran bebés y la madre quería estar atenta a los sonidos nocturnos. Ahora los roles se invierten y los que vigilan son ellos. Elias y Lukas hablan en voz muy baja, para que no se entere Mamá, y hacen travesuras como cualquier chico de su edad, como armar un improvisado concurso de eructos o jugar con máscaras caseras a ser otro o meterse en el osario del cementerio cercano y rescatar a un gato de su inesperada prisión o coleccionar cucarachas en un improvisado insectario. Pero el control en la casa comienza a ser cada vez más rígido y los castigos más severos, y los jóvenes empiezan a dudar que aquella figura todavía algo familiar sea verdaderamente su madre. Hay ciertos modos, varios rasgos de carácter, tal vez incluso alguna desviación física que parecen confirmar sus sospechas. ¿Habrá forma de demostrarlo cabalmente y, en tal caso, escapar de la tiranía? Y así el film de Franz y Fiala, que no casualmente lleva por título original Ich seh, ich seh (“Veo, veo” en alemán, idéntico a nuestro juego de infancia), se transforma en una sucesión de adivinanzas, donde el ganador es aquel que logra descubrir la verdadera naturaleza de aquello que permanece oculto. ¿Qué ven los chicos en esta nueva madre, desfigurada por un accidente, en plena recuperación física y mental? ¿O acaso eso es lo que Eso quiere que los chicos crean, que esa sustitución biológica, ese homúnculo sigiloso e indescifrable, es verdaderamente la mujer que les brindó vida, alimento y crianza? “Estábamos interesados en un determinado tipo de horror, que surge de la vida cotidiana y tiene sus raíces en la realidad y en cosas muy simples: una cara vendada, una frase, un lente de aumento, un hilo dental”, afirmaron los realizadores ante la constante pregunta realizada en cuanta entrevista puede leerse por ahí: ¿consideran a su película un film de terror tradicional?
Esa falta de certezas es el origen de otro equívoco que Goodnight Mommy ha gestado en muchos espectadores e incluso críticos especializados: ¿se trata de una película de terror más o menos convencional jugada a un tono serio o es acaso un estudio psicológico que cada tanto se anima a cruzar la frontera del horror común y silvestre? ¿Es un derivado de los miedos cotidianos y realistas de la escuela austríaca de la crueldad, de la cual el realizador Michael Haneke es su cultor más encumbrado, o simplemente un film de género que se corre de los sustos como repetición de fórmulas con ligeras variaciones? Tal vez la película no sea ni una cosa ni la otra. O tal vez sea ambas a la vez, como ocurre con algunos de los primeros largometrajes del canadiense David Cronenberg. A propósito, hay aquí más de una filiación con el creador de la Nueva Carne, desde la posibilidad de una transformación o mutación biológica en camino hasta la aparición de algunos insectos tamaños XXL que, en cierto plano retocado digitalmente (que puede hacer respingar a algún que otro espectador), ingresa por orificios humanos usualmente habilitados sólo en una etapa post mortem, varios metros bajo el suelo. Y, por supuesto, el recuerdo del Jeremy Irons duplicado en Pacto de amor, el hermano bueno y el hermano malo enfrascados en una carrera de autodestrucción ante otra -aunque más sexuada- figura femenina.
El tema del doble es un clásico de la literatura, de William Wilson a Dorian Gray y de allí a Jekyll y Hyde. El cine ha echado mano a esa fantasmagoría en decenas de oportunidades y la psicología reconvirtió el concepto en psicosis alucinatoria. En cualquier caso, aquel “que camina al lado” como una sombra puede ser un completo desconocido, aunque sus formas nos resulten demasiado familiares. En casos extremos, puede despertar el gemelo malvado que todos llevamos dentro, usualmente adormilado, dominado por el otro, el bueno. En alemán –idioma de palabras precisas– se dice doppelgänger. Y de a dos también se dirige. “Durante años hemos estado viendo películas juntos, por años hemos hablado de ellas. Y así es como hemos desarrollado gradualmente nuestras ideas de cómo debía ser una película. Escribimos juntos, nos rompemos la cabeza juntos, dirigimos, fracasamos, reímos, editamos juntos. Nos inspiramos mutuamente. Somos un dúo de directores porque lo hacemos mejor juntos”. Declaraciones de los directores en el pressbook entregado en el Festival de Venecia. Severin Fiala es dueño de una breve filmografía como realizador, pero su compañera detrás de las cámaras posee un curriculum aún más extenso. Verónica Franz es pareja en la vida real de Ulrich Seidl, uno de los más reconocidos realizadores del cine austríaco contemporáneo, que ofició aquí de productor. Franz colaboró con Seidl en varias de sus películas en calidad de coguionista, entre otras el documental Import/Export y la trilogía Paradies (en la Argentina se estrenó solamente su primera parte: Paraíso: Amor). Hay algo del cine de su marido en algunos de los planos más geométricos y estáticos de Goodnight Mommy, un aire aséptico y tenso que detrás de su fachada helada parece ocultar algo a punto de hacer ebullición. El film va dando a conocer algunos datos con cuentagotas (como el hecho de que la madre de los niños es una famosa presentadora de televisión) y su ritmo es calmo y reflexivo, por momentos aletargado. Al menos hasta el tercer acto, cuando las vendas terminan de caer y la violencia verbal le cede su lugar a los actos físicos. Aunque aquí la iconografía punzante de ciertos terrores cinematográficos transitados miles de veces es reemplazada por elementos más caseros, vulgares, en principio inofensivos: un hilo dental, un pegamento tipo La Gotita, una tijerita para cortar las uñas.
Dominación y sadismo, coqueteo con algunos elementos fantásticos, canciones de cuna que, como suele ocurrir, se transforman en lóbregas elegías. Goodnight Mommy sigue varios derroteros montada sobre un frío y sostenido suspenso: los encierros constantes de la mujer en su habitación, la ausencia de otros seres humanos en la zona (con la excepción de un par de escenas puntuales), la progresiva y enfermiza escalada de sospechas y posibles revelaciones. Pero todo, o casi todo, enclavado en un realismo que el film sostiene meticulosamente: no hay en Goodnight Mommy golpes de efecto o sustos de manual y cada elemento perturbador o ligeramente subversivo de ese realismo es dirigido al espectador por vías indirectas, sea éste el uso de la fotografía (luminosa y de colores vibrantes en las escasas escenas de exteriores, cruda y algo metálica en el interior de esa casa laberíntica) o por las sugestivas formas que el rostro y el cuerpo humano pueden adoptar bajo determinadas circunstancias. “Una película logra asustar mucho más si está enraizada en la realidad. Si es fantasía, se puede dejar de lado más fácilmente. En nuestro caso, observamos la vida de una familia, que es algo que todo el mundo conoce: todos tienen una madre o conocen el vínculo entre madre e hijo. Y también está la cuestión de los juegos de poder dentro de las familias. Hoy en día, una madre sola criando hijos debe estar a cargo todo el tiempo de muchas cosas, pero a veces eso no es cierto y son los chicos los que ostentan el poder”. Y si es cierto lo que dicen, que el amor mata, en Goodnight Mommy la metáfora está siempre a punto de transformarse en una máxima mortíferamente literal.
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