Sábado, 30 de abril de 2016 | Hoy
PINTURA > ALFREDO PRIOR
Bajo el nombre Lluvia de arroz sobre el gran río Amarillo, el gran Alfredo Prior vuelve a inaugurar una muestra que está en diálogo con sus artistas favoritos –desde Rafael hasta Mondrian, Turner, Victorica Odilon Redon– y con distintos movimientos y estilos de la historia de la pintura y especialmente de una de sus obsesiones, el arte de Oriente. Por ahí pasan las claves del sistema de coordenadas que propone su obra pictórica y esta serie en particular, con sus paisajes brumosos, míticos y oceánicos, de hermosa fosforescencia submarina.
Por Santiago Rial Ungaro
El 13 de Mayo de 1969, en la portada de la revista Primera Plana, Jorge Romero Brest (por entonces un auténtico líder de opinión de enorme influencia cultural) “decretaba” la muerte de la pintura poniendo un caballete ornamentado con una corona fúnebre. Por entonces, cual salmón japonés, el joven Alfredo Prior ya estaba preparando su primera muestra: con esas pinturas, unos niños-osos pictóricos con la triste mirada del sentenciado a muerte que a pesar de todo anhela vivir, iniciaba su producción plástica uno de los mejores y más originales pintores argentinos de la actualidad, acaso de su historia.
Hasta el 3 de junio, en la galería Vasari, Prior expone ahora una nueva serie de obras recientes bajo el nombre Lluvia de arroz sobre el gran río Amarillo. No es casual que este sea el título de un cuadro suyo perdido por una inundación en los años 80, ni que remita al arte plástico del extremo oriente: el diálogo caprichoso con otras obras de sus artistas preferidos y con distintos movimientos y estilos de la historia de la pintura, así como su temprana afición por el arte de Oriente constituyen algunas de las claves en el sistema de coordenadas que propone una obra pictórica cuya originalidad invita y hasta consiente cualquier delirio interpretativo. Mientras la mirada se pierde en las inconfundibles atmósferas de las obras del artista que hace poco supo definirse como “el más abstracto de los pintores figurativos y el más figurativo de los pintores abstractos” llega la confirmación de una sospecha fatal: Prince, ese otro inventor de universos, está oficialmente muerto y Prior pide un minuto de silencio por el músico y se arrodilla en un rincón de la sala para despedir al príncipe del pop: así, rodeado por sus magníficas obras, el artista parecería estar escenificando involuntariamente alguna de sus pinturas, en las cuales (en palabras de Rafael Cippolini) es “como si los personajes secundarios de los cuentos en que se inspiró Disney sorpresivamente se toparan con la inclemente maestría de las fantasías de Joseph Mallord William Turner”, pinturas en las que el contraste entre la pequeñez de las figuras y la inmensidad del espacio también remite a la pintura china y japonesa.
Claro que cuando Prior se levanta, antes de pedir salir a conversar fuera de la galería para no “sentirnos encerrados”, su recuerdo de Prince lo lleva a recomendar a la exuberante Apollonia Kotero, una de las preferidas del genio de Minneapolis, y al disco de 1984 Sex Shooter. Al igual que Prince, suerte de manierista de la música negra, Prior no puede evitar jugar con virtuosismo y desparpajo con influencias que nunca se limitan al mundo de la plástica: aquí mismo, en esta misma galería donde también editó un libro antológico en el 2007 con obras suyas y textos de su amigo Cippolini, en el 2009 Prior expuso una muestra títulada Veinte mil leguas de blues submarino. Allí relacionaba a sus admirados Capitán Nemo (recordado personaje de las aventuras submarinas de Julio Verne) y a Captain Beefheart, el genial cantante de blues avant garde, muy cercano a Frank Zappa. Desde afuera de la galería, Prior vuelve a mirar brevemente hacia sus obras y admite: “Siempre tuve fascinación por lo submarino: no lo ‘marino’, sino la fosforescencia submarina, las cavernas y los monstruos submarinos. Uno pone una distancia con esa belleza, aunque quizá uno tendría que poner esa distancia con toda auténtica belleza. La misma Belleza lo impone, ¿no?”.
Ya sentado en un bar, entregados a los ingeniosos juegos de palabras de Prior, es curioso el contraste entre una obra cuyo poder ‘retiniano’ no necesita de ninguna explicación para subyugarnos perceptivamente con sus metamorfosis plásticas y el gusto de este artista nacido en 1952 por los juegos de palabras, retruécanos y demás cuestiones propias de la palabra oral y escrita: autodidacta como pintor (“siempre pensé que con leer las técnicas de un manual es suficiente”), Prior cuenta que intentó estudiar Literatura y admite, junto a su propio canon dinámico de artistas preferidos, la influencia de poetas y escritores amigos como Arturo Carrera, César Aira o Osvaldo Lamborghini. Prior: “En una época decía que era un manierista, creo que el último Miguel Angel, las últimas obras de Rafael, o artistas como Parmiggianini o Rosso Fiorentino fueron los primeros artistas modernos que crean una torsión entre lo clásico y algo incomprensible, haciendo mezclas con otras tradiciones. Yo creo que cada artista establece su árbol genealógico: aunque a veces ese árbol capaz que es un bonsái. Yo cultivo mi bonsái, porque uno tiene su Top 10, que se va modificando, pero que siempre tiene en sus primeros puestos a Rembrandt, Goza, Leonardo, algún manierista, Monet, Turner, Odilon Redon, que también tenía su fascinación por Oriente. Y Victorica: siempre me pareció el más loco: había que bancarse en los 70 ser homosexual, alcohólico y aristócrata, y salir de una familia oligarca en decadencia y terminar viviendo en un conventillo en La Boca. El tipo pasaba de lo magistral a lo ridículo”.
Por cierto que la faceta de Prior como performer y músico (tiene un grupo de música experimental junto a Alan Courtis, Sergio Bizzio y Martín Garamona) da cuenta de un carácter decididamente desfachatado y atrevido: “Yo creo que no hay que tenerlo miedo al ridículo: hay que afrontarlo. Yo lo tomo como parte de la obra; no tengo miedo de hacer ciertas payasadas en público y exponerme. Son riesgos que hay que correr. Como pintor expongo y me expongo, pero es distinto. Yo he hecho cosas que han sido muy ridículas y que le han dado cimiento a mi fama: en un primer momento la pregunta era ‘por qué este pelotudo hace ositos en un espacio abstracto enorme’. Y después terminaron convirtiendo eso en un objeto de admiración y análisis. En todas mis citas hay cierta parodia, pero sobre todo hay mucha admiración”, dice Prior, que en esta muestra volvió a pintar una vez más vinilos, en una instalación que cita el diseño de Mondrian. “Siempre hay una torsión o desvío en lo que hago, y en estos discos se percibe eso: yo parto del último Rafael, que ya es manierista, y también uso elementos de los Boogie Woogie de Mondrian, que es su obra más dinámica. Pero lo que muchos nos saben es que él, que era un tipo tan puritano, seco y riguroso era un gran bailarín de Boogie Woogie”.
La anécdota lo lleva a Prior a recordar su juventud, años oscuros desde lo político y complicados para un artista que siempre le escapó a las antinomias y que dejó pasar con paciencia oriental una década entre su primera y su segunda muestra (en 1981 en la galería Ficciones): “Cuando era joven me acuerdo que los pintores geométricos eran una secta: me acuerdo que decían cosas como ‘vos sos de la tendencia’. Por entonces hacía una obra minimalista que no encajaba con nada. A mí me interesaban algunos pintores norteamericanos abstractos como Larry Poons y Jules Olitski, y desde chico, tengo esa admiración hacia Oriente. Pero más que de Oriente del arte japonés, del Lejano Oriente: hay cierto despojamiento o refinamiento, cierta cosa elíptica, la concepción del espacio o hasta el mismo trazo que siempre me han fascinado. ¡Imaginate mi desconcierto cuando me preguntaban si yo era de la tendencia!”, se ríe Prior y viene a la mente un texto suyo que a fines de los 80 sintetizo esa libertad para salir, entrar y mezclar estilos de su obra: “Mi condición de artista de país periférico me lleva a carecer de expectativas en un plano internacional. Más que hablar de citas, de apropiaciones, yo hablaría de piratería, que es lo que nos corresponde desde nuestra situación. Redactar hoy en día un manifiesto desde este emplazamiento marginal sería redactar una patente de corso que nos habilite para saquear impunemente en toda la historia del arte”. Entre paisajes brumosos, míticos y oceánicos, los monstruos de Prior siempre terminan resultando ambiguos: tiernos y ominosos, sus dragones y guerreros se siguen inspirando en mitos y leyendas, y siguen invitando a imaginar y fantasear.
Prior, creador de laberintos y bestiarios otoñales, suerte de Napoleón Argenchino sigue guardando el secreto para inventar un ambiente alucinógeno, espacial y ceremonial, curiosamente aún gratuito: “A mí lo que me fascina desde que soy chico es la pintura tonal, esa en la que entran los claroscuros, en la que se intuyen imágenes que no son muy claras: más Monet que Manet, aunque los dos sean geniales. Suena rídiculo, pero pintando entro en cierta danza, en un estado de trance. Cuando pinto me vuelvo loco, creo que lo geográfico en la pintura no incide tanto como capaz si sucede con la música. Nunca fantaseé con vivir en otro país. Todo transcurre acá, en Buenos Aires. Acá puedo estar en Roma, en París o en Tokyo. Buenos Aires es todo para mí. La charla que tengo acá con los porteños no la puedo tener en ningún otro lugar de mundo”.
Lluvia de arroz sobre el gran río Amarillo se puede visitar de lunes a viernes de 11 a 20 en Vasari, Esmeralda 1537 hasta el 3 de junio.
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