Sábado, 30 de abril de 2016 | Hoy
CINE > EL CRUCE ENTRE FEMINISMO Y MOVIMIENTO GAY EN LA FRANCIA DE LOS 70 SEGúN TIEMPO DE REVELACIONES
Por Diego Brodersen
Las comparaciones siempre son odiosas y bastó que Tiempo de revelaciones (con su título original francés, el mucho más bello y poético La belle saison) se presentara el año pasado en el prestigioso Festival de Locarno para que se escribieran titulares del tipo “La vida de Adèle en la campiña francesa” o similares. Lo cual, más allá del facilismo del enunciado, resulta lógico: el periodismo de espectáculos necesita usualmente afincarse en terrenos conocidos y la cercanía temporal con el estreno del polémico film de Abdellatif Kechiche habilitaba toda clase de filiaciones temáticas e incluso estéticas. Pero la película de la experimentada realizadora Catherine Corsini, a pesar de narrar otra historia de amor entre dos mujeres, posee varios elementos distintivos que vale la pena destacar bien de entrada. En principio, aquí no es una jovencita la que descubre el deseo por alguien del mismo sexo, sino que, por el contrario, es una mujer que se ve y se piensa como heterosexual la que se encuentra irrefrenablemente atraída por una chica de poco más de veinte años. Por otro lado, el marco histórico es bien concreto y nada casual: 1971, apenas tres años después del Mayo Francés, en plena explosión de la segunda ola feminista, la que ya había obtenido derechos básicos como el sufragio e iba por la liberación total y absoluta (las “quema sostenes” o, como las llama despectivamente alguien en el film: “les excitées”). En la nota de intención presentada a la prensa y al público en general antes de la exhibición en la Piazza Grande de Locarno, Corsini confiesa que “Tenía un profundo deseo de cumplir con las feministas, que a menudo son descuidadas y menospreciadas. Yo no era una gran feminista por esos años, pero pronto me di cuenta de que muchos de los logros de los que disfrutamos hoy en día se los debemos a aquellas mujeres que lucharon por nosotras, que se han involucrado. Una buena parte de ellas era homosexual. Este impulso ha hecho mucho para promover la emancipación de todas las mujeres en general”.
“¿Cuándo te vas a casar? No te podés quedar sola toda la vida. La soledad es horrible”, le espeta cariñosamente a Delphine su padre, un campesino de la región de Limousin, en el sur de Francia, que ve como las chicas de su misma edad en el pueblo ya están correctamente desposadas o a punto de estarlo. Ni él ni su esposa imaginan que su retoño veinteañero se escapa todas las noches para encontrarse con otra señorita. Y no precisamente para coser y bordar. Luego de un desplante amoroso, y ante lo que el espectador puede suponer una cierta asfixia en el conservador hábitat del lugar, Delphine (interpretada por la actriz Izïa Higelin, en su primer papel protagónico) decide abandonar a sus padres y mudarse a la Gran Ciudad, a París. El encuentro con Carole (Cécile De France), una bella mujer que ya promedia la treintena, se produce en un evento callejero que hoy puede antojarse algo ingenuo, pero que seguramente tenía una fuerte impronta libertaria y contravencional a comienzos de los 70: un grupo de activistas corre velozmente por una vereda parisina toqueteando el trasero de cuanto hombre se les cruce por el camino, inversión especular muy a tono con algunos de los dogmas igualitarios del feminismo de aquellos años. Si lo hacen ellos, también nosotras podemos hacerlo. Reunión va, reunión viene, la relación amistosa entre ambas va creciendo hasta que Delphine le impone imprevistamente un beso a su compañera de lucha, punto de partida para el rechazo inicial, la posterior confusión de Carole y el comienzo de una relación amorosa que confirmará la orientación sexual de la primera y pondrá en duda la (hasta ese momento) perfectamente ordenada identidad de la segunda.
Corsini, cuyos largometrajes previos El ensayo y Partir tuvieron estreno comercial en nuestro país, intenta en Tiempo de revelaciones –que se estrena este jueves en la cartelera porteña– entrelazar los tiempos y climas del retrato de época con trasfondo político-social con aquellos otros del melodrama, recorriendo el primero de esos terrenos durante el Acto 1 para pisar fuerte en los dos restantes, cuando la historia de las protagonistas abandona los más libres aires de París para mudarse al pueblo natal de Delphine. Cuyo padre (recurso indiscutiblemente melo) acaba de tener un ataque cardíaco que lo ha dejado prácticamente inmóvil. Dilema: ¿abandonar la vida rural y dejar a su madre a cargo de unos campos y animales que, definitivamente, resultan imposibles de gestionar en soledad o reprimir definitivamente su esencia más íntima y cumplir con los mandatos ancestrales de la familia y la propiedad? Es a partir de la visita de Carole al lugar, luego de abandonar novio y departamento parisinos, donde el enfrentamiento campo-ciudad se evidencia como el choque entre dos cosmovisiones, sino antagónicas, al menos irreconciliables en varias aristas fundamentales. Y, por cierto, el deseo del otro (de la otra) y del sexo, que la realizadora retrata sin pudores. Y a sabiendas de que nadie -como le ocurrió a Kechiche durante el estreno de su Adèle- podrá acusarla de “cosificar” el cuerpo femenino o filmar el placer con la intención de estimular la mirada masculina.
Puede resultar interesante e incluso notable que Corsini, cuya pareja en la vida real es la productora de este film, encare por primera vez una historia de amores lésbicos, pero es ella misma la que se encarga de responder a esos interrogantes en una entrevista con el sitio especializado After Ellen. “Tenía miedo de no encontrar el balance a la hora de contar una historia homosexual. Miedo de no poder filmar escenas de amor entre mujeres. Tal vez no tenía demasiada distancia para poder filmar eso. Y era ciertamente un territorio virgen para mí porque no hay tanta representación. Pero la razón central por la cual me decidí a tocar este tema fue el despertar de la Francia más hostil cuando, hace dos años, vivimos esta enorme tendencia homofóbica a partir de la discusión sobre los casamientos gay. Quería rememorar la historia y trazar los paralelos entre el movimiento feminista y los movimientos gay para mostrar de donde venía todo eso”. Los últimos veinte minutos de La belle saison se abandonan conscientemente al universo de los amores truncos, con varias escenas en estaciones de tren que recuerdan a aquellas de Lo que no fue (Brief Encounter, la obra maestra romántica de David Lean de 1945) y a tantos otros encuentros y despedidas ferroviarios en la historia del cine. Es allí donde el llanto, que no reconoce géneros ni identidades sexuales, gana la partida.
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