LILIANA HERRERO
Después del grandioso Maldigo, Liliana Herrero sigue ampliando y ensanchando los surcos de su búsqueda con el flamante Imposible, donde practica un recorrido incandescente e insurrecto por los autores tradicionales del folklore, desde Atahualpa Yupanqui hasta el Cuchi Leguizamón, pasando por Buenaventura Luna y Armando Tejada Gómez, entre muchos otros. Desde allí plantea que su horizonte político, musical y poético es la memoria, un lugar donde, entre otras cosas, encuentra las maneras de pensar el presente. Todo bajo cierto clima nocturno, lunar –pero para nada oscuro– y de ensoñación, puramente acústico. Además, obsequia tres grabaciones incunables que llegó a registrar junto a Gerardo Gandini, donde sigue la tradición pero esta vez la del tango, con composiciones de Gardel y Le Pera: se ofrecen junto al disco pero no son un bonus track, sino una pequeña obra aparte, otra parada en esa búsqueda de cantarle a lo que llamamos patria aunque, según dice Herrero, no sepamos bien qué es y todavía la estemos construyendo.
Por Juan Ignacio Babino
“Grabá, grabá”. “¿Escuchaste el disco? ¿Te gustó, qué te pareció?”. Es media mañana de un día bien frío y Liliana Herrero, arropada en una pollera larga y negra y una camisola de colores suaves –que no apura el mate, que confiesa “yo no puedo tomar los que hace González” y que acusa haberse levantado no tan temprano– planta ya su locuacidad luminosa, encendida, brava. Después invita a ir al living –“¿vamos para allá?”– de esta casa grande en pleno Boedo, a la que se mudó no hace mucho luego de vivir en San Telmo. Es la primera charla, el primer encuentro que tiene a raíz de su flamante disco, Imposible (editado a través de S-music), y cuenta que eso la angustia: “Uno piensa que lo tiene todo claro y la verdad que no sé si es así. En realidad uno descubre el disco mientras va conversando sobre él y lo va tocando. A mí me angustia un poco hablar de lo que he hecho. Porque no sé si sé”.
Ese “no saber tanto” no es tan así, tan literal. Es algo que irá desandando a lo largo de toda la charla. Porque, por ejemplo, dice: “El sonido del disco anterior, Maldigo, es un sonido hermoso. Y este es otra cosa. Pero lo busqué a ese sonido. Quería algo muy de cámara, de madera, muy acústico”.
Así es. Imposible tiene un sonido puramente acústico. La banda estable, que la acompaña desde la grabación de Este tiempo (2011) son Pedro Rossi en guitarra, Ariel Naón en contrabajo, Mario Gusso en batería y percusión y Martín Pantyrer en vientos, aunque en esta ocasión toca sola y exclusivamente el clarinete bajo. Para este disco, además, se sumó Santiago Giordano en la producción –junto a la propia Liliana y a toda la banda– y Lilián Saba en el arreglo y dirección de un tema en particular: “Lavanderas de Río Chico” de Gustavo “Cuchi” Leguizamón. Las canciones que completan van desde la que da título al disco, “Imposible”, de Juan Carlos Franco Páez, hasta “Luna Tucumana” y “Chacarera de las piedras” de Yupanqui, pasando por “Chaya de la albahaca” de Armando Tejada Gómez y Cuchi Leguizamón, entre muchas otras.
Repasando las canciones y los autores surge pensar que mucho de lo que está ahí tiene que ver con la memoria: como lugar, como conflicto, como punto de partida desde el cual pensar el presente.
–Lo que yo quería señalar, leer o mostrar es un sonido, un relato antiguo, memorioso. La memoria de viejos autores, de viejos músicos. Memoria y austeridad. Celebro esa combinación. Busqué ese sonido para esos autores para transitar ese horizonte sonoro y señalarlo en un modo austero pero no sencillo. No son sencillos los arreglos que hemos hecho ahí. Tiene una complejidad que no incomoda, que no molesta. La memoria es una telaraña que te lleva a una imprecisión y a lo que uno mismo construyó con los recuerdos, tomando un hilo de acá, otro de allá y haciendo un tejido que de algún modo corresponde y no corresponde a lo que fue. Por eso la memoria es un tema siempre tan problemático, tan interesante. Y le agrego esta otra idea: eso que sucedió nos está esperando, ahí, porque aún tiene cosas para decir.
Herrero ha ido construyendo un surco propio en la música argentina. Ha inventado un modo que atraviesa y se amplía en cada uno de sus discos –“siempre quiero, siempre querré más” dice–: desde aquellos que tienen una sonoridad más de los ´80, pasando por obras que pueden entenderse conceptuales (las que grabó con Juan Falú y el doble Litoral de 2005), hasta sus últimas producciones. Pero en todos y cada uno de ellos está su propia manera: cada disco no es sólo música, no son sólo canciones; es un mundo de interrogantes, de diálogos, de batallas. Y si en sus últimos discos –Igual a mi corazón (2008), Este Tiempo (2011) y Maldigo (2013)– hay una búsqueda que aúna autores clásicos y contemporáneos –particularmente en Este Tiempo– Imposible va hacia la tradición: autores más o menos canónicos, tradicionales, ninguno vivo. “Yo quería esa referencia. A un pasado, a algo ausente, en tanto a las personas físicas, pero presentes en la vida contemporánea y en mi vida”. Casi todo bajo una sonoridad que remite hacia la zamba, –aunque hay aires de milonga y el canto festivo en, por ejemplo, “Chaya de la albahaca”–, el decir aletargado. Un sonido criollo, de peña si se quiere. O más exactos: orgánico. Se entiende: el disco se grabó en vivo en los estudios ION. “Esa es una gran memoria de la música argentina”.
El disco anterior se llamó Maldigo, este Imposible. Está el conflicto, la puja en esos títulos: lo que no se puede decir sino de otra manera que maldiciendo, lo que está vedado de posibilidades…
–A ver, Imposible remite concretamente a la canción de Franco Páez. Pero después está el tema de las palabras. Son muy complejas. No existe esa literalidad de capturar en una palabra todo lo que pasa. Nunca es así. Entonces, si uno piensa lo imposible en relación a cómo se lo usa cotidianamente, es aquello que no se puede hacer. Pero a pesar de eso yo siempre pensé en ese abismo que significa decir ‘esto no lo puedo hacer’. Ahí vibra, centellea una esperanza. En eso que vos decís ‘no puedo, no puedo’. Siempre trato de pensar que en esa imposibilidad hay una esperanza de que eso pueda realizarse, aunque no se realice. Esa es mi idea del mundo. Es una ética, una política también. Que a veces puedo sostener y a veces no puedo. ¿Cuándo la sostengo? Cuando aparece un disco.
La canción que le da nombre al disco esconde una perla. Su autor Juan Carlos Franco Páez era teniente primero del cuerpo de “archivista y ciclistas” cuando le toca defender de oficio al anarquista Severino Di Giovanni. Lo que iba a ser apenas un trámite formal termina siendo algo vital: Páez arremete una defensa acalorada y real del libertario porque había quedado prendado frente a la presencia del anarquista. Finalmente Severino termina fusilado y Franco Páez envenenado en una cena de camaradería un buen tiempo después.
El territorio de Imposible no es sólo la memoria. El disco tiene un clima nocturno –“pero no oscuro”, advierte. A veces de ensoñación. La sonoridad apunta hacia allí y hay una presencia textual: noche es una palabra recurrente en todo el disco. “Yo sé que sí. Y no sé qué decirte. Por ejemplo, Juan Laxagueborde, amigo al que yo le dedico el disco, lo siente así, como una especie de caja negra. Es nocturno, sí. En ‘Canción de las cantinas’ está esa pregunta, hermosa: ‘¿qué se amontona en la noche?’ Es una pregunta fundamental. Bueno, se amontona esta memoria. Esta y miles de autores más que no están en este disco. Y la noche tiene un tiempo también, ¿no es cierto?”.
Y ese clima nocturno es el que encontró Nora Lezano al momento de encarar la dirección de arte y la fotografía. “Cuando escuché el disco –comenta Nora– me llamó la atención las veces que se nombra a la noche y a la luna. Un título tan rotundo y canciones luminosas. El anterior, que también trabajamos juntas, había sido un trabajo oscuro, con una carga muy pesada en la imagen. Acá tuve claro que quería hacer un arte tajante, luminoso, con imágenes únicas, que hablen de lo frágil y de la fuerza al mismo tiempo. Y como trabajar con ella es la libertad absoluta se me ocurrió juntar su momento con el mío: todo eso había que parirlo en mi casa, donde me mudé hace poco. Por eso hay una foto de la luna vista desde mi terraza y una flor, un lirio de mi jardín. Así lo vi, ese es su imposible: cercano y frágil, alimentado por una esperanza inquebrantable. ¡A Herrero ningún imposible la detiene!”. Esa austeridad del sonido está llevada también a la imagen: todo corporizado en lo mínimo de un gesto; un arte de tapa exquisito, las fotos y el diseño como un haiku: un lirio, los músicos apenas iluminados –a veces con el contorno desdibujado–. “Quería que los retratos tuvieran una luz mínima. Las hicimos de noche, en el living, en completa oscuridad; sólo se imprimió el recorrido de la luz que yo marcaba. Están todos descalzos para resaltar los pies: el andar, el hacer un camino, aceptarlo; cada uno el suyo, distinto, pero todos juntos”. La perra que aparece en algunas de las fotos al interior es Blanqui, compañera de Nora.
Todos los discos de Liliana Herrero vienen acompañados de breves textos que a veces toman la forma de un corto manifiesto donde se trascienden las significaciones sonoras –liner notes que le dicen. Así lo han hecho, por ejemplo, el propio Horacio González, Martín Caparrós, Guillermo Korn, María Pía López, entre otros. Esta vez –sumado a una pequeña línea de su nieta Rita Peñalves (“La espada más grande para decir sabias palabras, para ustedes, es la música”) –el que firma es Jorge Consiglio. Y escribe: “Se trata de lo imposible: condición primordial del arte. Cada arpegio –la inflexión de la voz de Liliana Herrero– ofrece una incertidumbre que hace que la música exceda su propio alcance. Desde ese límite se propone el canto, siempre desde el confín. Es el anhelo que propulsa estas canciones, territorios de evocación: la infancia, el río en su persistencia, Villaguay, la noche, el merodeo por la ciudad.”
Hacia el final de esa breve nota aparecen las palabras “derivas, gozos, abismos”. Y siento que así es como entendés la tradición: vas hacia ahí pero no de una manera cómoda.
–¡Porque no hay réplica posible! Siempre dije no hay cover posible, no usemos la palabra cover. Cómo me iría yo hacia “Luna Tucumana”. Es insuperable. Entonces veamos cómo se expande esa música y ahí entrás en una deriva. Vas acá, vas allá, ves qué grieta me dejó, cómo lo dijo y ahí aparece una idea.
Y desde allí es que, por ejemplo, puede entenderse la última línea de “Luna Tucumana” donde, cambiando una única palabra abre la tonada hacia el infinito: allí, en vez de “a mi Tucumán querido” canta “a mi patria querida”. “Sólo me tomé ese atrevimiento. En ese final pensé en mi Argentina. Creo que nunca dejaré de cantar a eso que llamamos patria aunque no sepamos bien qué es y la estemos construyendo. La oscuridad de momentos como este es lo que estimula a cantar. No me atraparan dos veces con la misma red, dice García. Pues a mí no me van a atrapar. Yo homologo este tiempo con lo peor de la Argentina, con el Golpe del 55. La música es un juego, pero es un juego responsable. Y con una memoria musical, una memoria poética y una ¡memoria política! Eso a mí me parece clave. Yo pienso en esos horizontes, en esas tres memorias, en ese horizonte, allí es donde yo me zambullo. Zambullirse allí es un riesgo. ¡Es abismal y es absolutamente gozoso! Ahí no hay que pensar mucho, hay que lanzarse”.
Hay otras derivas. Liliana cuenta que la canción “Carita morena” (de Juárez-Quiroga) fue de las primeras que le enseñó su papá: “Me encanta ese título y me encanta que así se haya llamado una peña que había en Buenos Aires, un lugar de encuentro folclórico”. “Lavanderas de Río Chico” también resuena en la historia personal de ella: su abuela solía lavar ropa en las orillas del Arroyo Antoñico y “se ve que pasó Don Herrero y se la llevó. Una negra preciosa, con sus caderas cimbreantes”. Y agrega: “Fijate vos, yo canto y digo pueblo duro en ademán. Bueno, ahí hubo un error. En realidad es pueblo puro. Y mirá qué interesante error. Estaba Delfín Leguizamón y le dije: me equivoqué. Pero había salido tan linda. Te confieso que me gusta más. Las cosas están siempre tan contaminadas y se interrelacionan de un modo tan extraño, el mundo, la vida de las personas, todo, que la idea de pureza no me convencía.
¿Y cómo la vas a seguir cantando?
–Pueblo duro, claro.
No hay réplica posible, dice ella. Y se podría agregar: no hay re-creación, no hay impostura; hay creación, postura. Porque Herrero, pensando esas canciones, se piensa a sí misma. Y pensándose a sí misma, piensa a los demás, la historia, la palabra, la tradición, el futuro, la patria. Y entre los pliegues de cada una de esas cosas es donde se ubica ella. “Yo soy una cantora y tengo que poder sostener un texto”. Las canciones de Herrero –su manera de entenderlas– son puntos de partida, no de llegada, desde dónde empezar a pensarlas. Son pesquisas que se enclavan, porfiadas, en esos pliegues. Acorde por acorde, arreglo por arreglo, canción por canción. Deriva por deriva.
Se prende un cigarrillo y cuenta que las decisiones se discuten entre todos y que pueden tomar, abandonar y retomar una canción muchas veces si hay algo que no suena, que no cuaja. Hasta que aparece algo, un arreglo, una secuencia armónica que reubica todo. “Nuestros ensayos son conversaciones extraordinarias. Siempre es una decisión colectiva. Siempre. Yo insisto mucho en eso, ¿sabés? Por eso en vivo estamos siempre en forma de herradura, necesito que nos miremos y que la dinámica que tiene el tema sea algo que surja del acto de hacer la música. Y de mirarnos, porque estamos todos expandiendo la música hacia adelante. Y hacia el costado. Hacia el lugar donde estamos nosotros. Hay una conversación ahí que a mí me parece preciosa. Y además la idea del productor artístico nunca la cedí. Yo he buscado compañeros para que me ayuden a pensar, que es distinto”. Dice que no quiere –y no puede– decir “equipo”, gestión”. “Armamos un... iba a decir equipo pero ¡no voy a usar esa la palabra! Armamos una pequeña comunidad de intercambios, pensamientos, emociones y experiencias e inscripciones en tradiciones diferentes”
Y no decís “me ayude a producir”, sino “me ayude a pensar”
–Sí, porque producir es una palabra economicista. Es a pensar. A pensar. Con un color de la voz que ya tiene esta sonoridad, un modo de cantar. Eso no lo voy a ceder. Lo he amasado lentamente. Lo he buscado.
Ella cuenta que Fito Páez le insistía: “¡Eso no puede quedar en la nada Liliana! Negrita, eso no puede quedar así”. El músico rosarino se refería a unas grabaciones de Liliana junto a Gerardo Gandini: ambos se habían escapado de una cena aburrida y luego de hacerse de una botella de whisky fueron a un estudio y allí hicieron tres tangos y se fueron, con la promesa de volver y seguir. Eso no ocurrió pero ahora, con la edición de Imposible, finalmente aquello se edita, en un sobre independiente incluido en la edición, llamado Tres tangos errantes: Volvió una noche, Soledad, Por una cabeza, todas de Gardel/Le Pera. “Yo le decía pero Fito cómo voy a editar algo que sólo tiene tres temas. Encontré la forma con este disco. Y no es un bonus track, no. ¡Es una yapa! Son dos cosas, son dos interrogaciones distintas. Una con la tradición del folclore, la otra con el tango. Extraordinaria esa tradición”.
Porque, si ciertas cosas del presente se tornan imposibles, donde buscar sino que en viejos textos, en algunos legados.
Liliana ha sido una presencia constante –junto a su pareja Horacio González, ex director de la Biblioteca Nacional desde diciembre del año pasado– en las movilizaciones y marchas de estos últimos meses. “Siempre significa la encarnadura de un cuerpo dispuesto a dar una batalla. Tengo la esperanza de que esto termine dentro de cuatro años, definitivamente. Este mundo que me ofrece este gobierno no es el mío. No me interesa, no me hace pensar en esta patria” dice. Y, extasiada, agrega: “Está despojado de memoria y no comprende la historia y la política más que como gestión, como eficacia. Sin los pliegues infinitos de la historia y sin esa memoria de combates culturales y políticos, de luchas de nuestro pueblo y del continente, no se puede construir un país en serio. Entonces, contra eso te ofrezco esta memoria. Te la dono. De esa subjetividad que no tiene territorio ni memoria, yo me retiro. No al ostracismo, sino a la batalla. Esa es mi posición. No quiero otra cosa para mí ni para mis nietos. En este gobierno no hay inscripciones en ninguna tradición. En ninguna. A mí me habla Sarmiento, Yupanqui, Cooke, Walsh. Incluso personas de la tradición conservadora que ellos que lo son, ni siquiera lo conocen. Me habla Lugones.
De diciembre a hoy ¿cuánto se modificó la idea del disco, en medio de todo este contexto?
–Hubo momentos desesperantes, momentos largos incluso donde no aparece una sola idea. Este disco y todos mis discos han sido hechos a fuego lento. El fuego lento de la memoria, de la política, de las enormes grietas que significa el ¡drama de la constitución de un país! Eso es la política. Yo no conozco empresarios, no me interesan. Dejenmé dar la batalla aún cuando fracase. Lo veo batallar a Horacio, veo batallar a mis compañeros. Yo voy aponer el cuerpo en todo lo que sea necesario. Estamos en problemas si es que decidimos retirarnos. Es un tiempo de espera abismal pero en el cual vibra la esperanza. Prefiero pensar así estos tiempos oscuros y aciagos. Insisto: no me van a capturar dos veces con la misma red. No lo quiero para mí, no lo quiero para este pueblo, no lo quiero para mis nietos.
Antes de despedir interrumpe su tranco: “Mirá que belleza estas cosas de Carlos Nine… Mirá” y hojea un libro que compila obras del autor. Muestra algunas fotos de cuando, hace pocos días, estuvo en el Instituto Patria. “Los que nos están haciendo el mal ni sospechan cuánto bien nos han hecho. Encontrar grandes compañeros con los cuales nunca imaginé que iba a estar. ¡Tengan cuidado señores! Creyeron separarnos y nos hemos encontrado muchos más corazones de los que pensaban”. Luego, desde el umbral de la puerta del garaje –“la otra vez con González bromeábamos y decíamos que somos unos verdaderos aristócratas porque tenemos garaje pero no tenemos auto”– Y saluda.
Y esa voz suya queda ahí, resonando: libertaria, intempestiva, amorosa.
Liliana Herrero presenta Imposible el 27 de mayo en el Teatro Auditorium (Mar del Plata) y en Buenos Aires el 9 de junio en el Teatro Ópera.
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