Domingo, 22 de mayo de 2016 | Hoy
RADIOHEAD
En 1993, cuando apareció en la escena, Radiohead era una banda algo peculiar, con un cantante extraño y guitarras espesas, chicos de clase media acomodada de Oxford que llegaban temprano al brit-pop. Sus canciones eran muy buenas pero nada hacía pensar entonces que se convertirían en lo que son hoy: una banda importante. Importante porque después de consagrarse hace casi veinte años con el magnífico OK Computer se reinventaron como nadie más de su generación lo hizo: prácticamente inventaron el streaming con el lanzamiento pionero de Kid A online, cuando decidieron poner sus discos en Internet. Así, pensando el mundo digital y la rara vida moderna, extremadamente pública y misteriosamente anónima, se convirtieron en un grupo que convierte cada edición de un nuevo disco en un acontecimiento. Ahora acaba de salir A Moon Shaped Pool, en versión digital y física, que incluye cd, vinilo, libro y hasta un pedazo de cinta máster. Inasibles, emocionantes, políticos e inteligentes, lideran la forma de llevar adelante ese objeto del pasado que es una banda de rock y hacerlo actual e imprescindible.
Por Micaela Ortelli
En 1997, después de su tercer álbum, a Radiohead empezaron a decirle “la mejor banda del mundo”. OK Computer recibió al mundo digital con cierto desencanto necesario, desde el propio título, pero con entereza, como quien logra aceptar una muerte. Es un disco áspero que los convirtió en algo distinto de lo que se entiende por banda pop, la banda que –más o menos grandiosa– fueron durante Pablo Honey (1993) y The Bends (1995). OK Computer incorporó samples y programaciones a un sonido que venía dirigido por guitarras, pero también una mirada sobre el mundo que asomaba. El hit “Paranoid Android”, que atraviesa tantos climas como sensaciones encontradas puedan coexistir en un cuerpo, termina nombrando compasivamente eso en lo que nos convertiríamos: “Yuppies trabajando en línea”.
Después de las obras cumbres de su evolución –Kid A (2000) y Amnesiac (2001), cuando aparecen los arreglos orquestales–, Radiohead no renovó su contrato con la compañía EMI, cerrado en 2003 con Hail to the Thief. Pero tampoco dejó de hacer discos ni editarlos en formato físico. Fueron creativos con los modos y mantuvieron un vínculo con los fans que hace esperar cada lanzamiento con un entusiasmo jovial: el nuevo disco de tu banda preferida. Ahora acaba de salir el número nueve, A Moon Shaped Pool, un título bellísimo que se traduce “una piscina con forma de luna”. El álbum tomó todos los años de armado que lo separan de su antecesor en 2011, The King of Limbs. Hay un hábito del mundo analógico al que Radiohead no renunció y es el de mantener –y fomentar– las relaciones largas y estables con los discos.
La que acaba de empezar es una historia de once canciones que, de modo arbitrario o no, se ordenaron alfabéticamente. Al final quedó “True Love Waits” (el verdadero amor espera), una balada que tocan desde 1995 y apareció registrada por primera vez en el disco en vivo I Might Be Wrong (2001). Tanto tiempo para encontrarle su versión definitiva no fue con pretensiones rimbombantes. La canción sigue siendo aquel pimpollo que ahora no avanza con guitarra acústica sino con una línea de piano lenta, y Thom Yorke canta: “No estoy viviendo, sólo estoy matando el tiempo”, entre luciérnagas de cuerdas. “No te vayas, no te vayas”, dice el final de un disco que más que terminar se apaga, y Radiohead deja llorando una vez más.
Radiohead resistió la ironía de haberse hecho famosa con una canción que dice “desearía ser especial, pero soy un asco, soy un bicho raro” con la misma formación desde 1985. Jonny Greenwood, el menor de los cinco –tiene 44–, fue el último en incorporarse. Jonny es el hermano de Colin, el bajista, compañero de clase de Thom Yorke. Phil Selway, el baterista, y Ed O’Brien –la guitarra aguda que lidera en “No Surprises” –, iban juntos un año más arriba. El lugar: el prestigioso colegio para varones Abingdon en Oxford. Con R.E.M, Joy Division, Pixies y hasta The Smiths de referentes, la banda se bautizó On A Friday porque el viernes era el día en que solían ensayar. Después del secundario, todos excepto Jonny Greenwood se mudaron para estudiar en la universidad, pero siguieron ensayando siempre que se veían. Cuando lograban reunirse para tocar, lo hacían en el circuito alternativo de Oxford y Thames Valley, cerca de bandas shoegaze indies como Ride, Slowdive y Chapterhouse. Era la escena que estaban registrando en su estudio Chris Hufford y Bryce Edge, que se interesaron, les grabaron un demo y son sus managers hasta hoy. El demo terminó en manos de un representante de EMI que entró en la disquería donde trabajaba Colin Greewood. La condición de la compañía fue que se cambiaran el nombre. Eligieron Radiohead por una canción de Talking Heads y firmaron un contrato por seis discos.
Pablo Honey, el debut, se lanzó en 1993. Mismo año que In Utero, el tercer disco de Nirvana; un año antes de los primeros de Blur y Oasis. Radiohead parecía menos rústica que Nirvana y fue menos pop de lo que resultaron Blur y Oasis, pero era tan estribillera como las tres. Con un frontman platinado que se volvía loco sin hacer show, ese guitarrista quebradizo que se tapaba la cara y sacaba ruidos infernales, Radiohead se presentó agresiva pero melodiosa, oscura y súper vital. “Cuando llegue al cielo quiero estar en una banda, cualquiera puede tocar la guitarra y no ser un nadie nunca más”, decían en una canción que, con todo lo que vino después, hoy causa ternura.
Cuando empezó a sonar “Creep” –y lo que suena hasta hoy es la primera toma que se grabó– la prensa inglesa la desdeñó por depresivo y la radio de la BBC la sacó de rotación. La canción fue un hit en Israel antes que en todo el mundo; luego se extendió y conquistó Estados Unidos, donde llegó a un capítulo de Beavis and Butthead, el dibujo animado de los amigos pachorros que se la pasan mirando MTV. El comienzo lento de la canción –“cuando te vi recién no te pude mirar a los ojos. Sos como un ángel, tu piel me hace llorar” – no convence a Butthead, que recién se entusiasma cuando llega la guitarra espesa de Greenwood para uno de los estribillos más emblemáticos de los ’90. “Quiero que te des cuenta si no estoy”, cantaba Yorke, y todo el planeta se identificó con eso de “qué estoy haciendo acá, no pertenezco a este lugar”. Cualquier persona se sintió así, un creep.
A los meses apareció un nuevo single con video, caprichoso, de dos minutos, algo punk, que repetía que el pop estaba muerto. Pero nadie le prestó mucha atención. Radiohead giró Pablo Honey hasta el agotamiento y fue rarísimo volver al estudio e intentar grabar una continuación después de un éxito impresionante e inesperado. En este momento llegó a la historia el productor Nigel Godrich, con el que todavía trabajan. The Bends se lanzó en 1995, cuando los hermanos Gallagher y Damon Albarn ya se tiraban de los pelos. Radiohead no tuvo lugar en ese número y suelen reírse de haber llegado temprano al Britpop y tarde al shoegaze. Lo cierto es que acá, tan rápidamente, Radiohead se convirtió en referencia.
The Bends fue todavía un disco comprensible de guitarras, pero era evidente que Radiohead era una banda especial, por canciones que paran los pelos como “Street Spirit”, o letales como “My Iron Lung”, que tiene la misma dinámica de “Creep” de encenderse hacia la mitad y dice al final: “Somos demasiado jóvenes para dormirnos, demasiado cínicos para hablar. Nos estamos volviendo locos, ¿no te das cuenta?”. Son canciones importantes, que alteran el humor, que no es lo mismo que existan o no. The Bends hizo lo que debe hacer un buen segundo disco: revalidar lo anterior y dejar expectante para lo próximo.
“Cuando Blur y Oasis se peleaban, Radiohead estaba a un costado sosteniendo las camperas –dijo Colin Greenwood en un artículo viejo de la revista Mojo–. Después sacamos OK Computer y se las devolvimos todas emparchadas”. Sólo una banda despierta y plantada, aunque sea en la incertidumbre, lanza un disco llamado OK Computer en 1997. La apertura con “Airbag” –esa guitarra– debe ser la más inconfundible de ese año. En ese tiempo Thom Yorke estaba inspirado en el trabajo del californiano DJ Shadow, y entusiasmado con los sintetizadores, softwares de edición y la idea de fabricar música en computadora. “De repente pensé: si aprendo a usar todo esto voy a tener un modo completamente distinto de pensar cómo escribir música”, le dijo a Alec Baldwin en una entrevista de radio en 2013. En días de largas caminatas y pensamientos perturbados, Yorke escribió aquel interludio llamado “Fitter Happier”, que aparece narrado por el procesador de voz de una vieja Macintosh. Algo así como consignas de un ciudadano prototípico de fines de siglo: alimentarse y dormir bien, hacer ejercicio, ser un conductor paciente, querer pero no amar.
Sobre todo a Yorke y O’Brien, los más reflexivos, al ver que detrás de un video de Radiohead venía una publicidad de Nike, les chocaba saberse parte de la misma máquina de vender cosas en la que se había convertido el mundo. Lo contradictorio de esas personalidades con su condición de estrellas de rock –porque, con su rareza, OK Computer ganó un Grammy y los consagró–, se vio en el documental de 1998 Meeting people is easy (conocer personas es fácil). En un formato cine de autor que es lo opuesto a cualquier documental de música, muestran cómo era la vida durante la gira de ese disco, el aburrimiento que significaba la promoción, lo extrañas que pueden ser las situaciones de entrevistas, sobre todo cuando los periodistas se encuentran con artistas que son a la vez tan aliens y tan humanos.
Acá es cuando empiezan a decirle a Radiohead “la mejor banda del mundo”. Un título tan general que una forma de especificar sería decir que es una banda capaz de sostenerse en el tiempo creando canciones magníficas que expresan la complejidad de la vida sin volverse predecible ni burócrata. La cuestión es que después de la gira de OK Computer estaban secos, aturdidos, saturados de ver su cara en todos lados. Thom Yorke sentía que había perdido toda inspiración con la guitarra y se compró un piano. Jonny Greewood, un estudioso criado con ama de llaves, el fabuloso Ondes Martenot, un piano electrónico de la década del ’20 que puede parecer un violín, una flauta o una voz.
Kid A, el disco que lanzaron en el 2000, se armó sin deadlines y tomó mucho tiempo porque Yorke no llevaba ideas claras al estudio y estaba cerrado con las palabras. Por sugerencia de Godrich, el productor, compusieron con batería electrónica y sin guitarras; trabajaron en grupos separados, unos creaban secuencias, los otros las expandían. Para todos, armar Kid A fue terrorífico: “Si vas a hacer un disco distinto tenés que cambiar el método –dijo Ed O’Brien en la revista Q–, y eso asusta, todos nos sentíamos inseguros. Yo soy guitarrista y de repente en un tema no había guitarra o batería. Todos nos tuvimos que adaptar. Pensábamos: ‘¿Saldremos de esto con el ego sano?’”.
En el proceso surgieron bestialidades como la jazzera “National Anthem”, o “Idioteque”, demente y de colección, que samplea música hecha en computadora. En “How To Disappear Completely”, un momento de luz con guitarra acústica y una orquesta de cuerdas, ThomYorke canta: “No estoy acá, esto no está pasando, no estoy acá”. Habla de lo que sintió durante un show para 38 mil personas –el más grande que habían dado hasta el momento–, pero otra vez expresó un desamparo que es universal, las ganas que cualquiera sintió de desaparecer.
Kid A, un disco envolvente pero también distante, de una belleza no complaciente, ganó otro Grammy. En esas mismas sesiones se armó Amnesiac, que lanzaron en 2001. Amnesiac es el gemelo inquieto de Kid A; tiene más guitarras y es algo más ardiente aún en sus momentos de lentitud. “Pyramid Song” –que Yorke arrancó con la intención de copiar el tema “Freedom” de Charles Mingus– fue una nueva perla lánguida para la soledad. “Life in a Glasshouse”, que existe desde el ’98, halló su sonido final con una orquesta de vientos. “Piense en los millones que se mueren de hambre, no hable de política, no tire piedras, su majestad”, dice. Para cuando llegó el más combativo Hail to the Thief (2003), la aversión de Thom Yorke por personajes como Bush o el ex primer ministro británico Tony Blair era conocida en todo el mundo (el título es calco del Saludo al Líder, el himno al Presidente de Estados Unidos, pero cambian “líder” por “ladrón”). Ese trabajo –el más largo de su obra– surgió en un contexto más relajado que Kid A y Amnesciac, los discos que firman la madurez de Radiohead, que a la par del mundo se había vuelta una banda más tensa, robótica y compleja. Cuatro continentes se extasiaron con la tremenda “There There” –Yorke dice que lloró cuando terminaron de grabarla– y cantaron el “son asesinos, nosotros nos somos como ustedes” de “The Gloaming”. Con Hail to the Thief Radiohead cumplió su contrato con EMI y al no renovarlo se obligó a una nueva redefinición.
“Creo que lo importante es mantenerse en movimiento –dijo Colin Greenwood en The Guardian en el año 2000–. Uno siempre se está expandiendo y evolucionando, es un asunto proteico, y una imagen pública no puede seguirle el ritmo a eso. Así que este proceso del éxito es como embadurnarse en pegamento, que al secarse te ralentiza y atasca. Y a medida que pasa eso, tu vida, tus relaciones y experiencias también se van calcificando. Y de repente te encontrás en la tapa de una revista y ves que tu vida y tus experiencias fueron sintetizadas. Y cuando te sintetizan ya está, se terminó. Así que el truco es tratar de mantenerse a un costado de la vista pública, no enfrente”.
Podría decirse que en el 2000, con Kid A, se inventó el streaming. Radiohead no quería promocionar ese disco en radio ni televisión, entonces a Robin Bechel, la responsable del área de nuevas tecnologías en Capitol Records –sello de la banda en Estados Unidos, subsidiaria de EMI–, se le ocurrió habilitarlo para escuchar entero online semanas antes de su lanzamiento. A través de un reproductor que cualquier usuario podía incrustar en otro sitio, a Kid A lo escucharon 400 mil personas antes de su debut oficial y aparición en los charts de ese país y el mundo.
Cuando Radiohead empezó a trabajar por su cuenta, hizo el primer movimiento más simple y audaz: colgó su nuevo disco en la web oficial y dejó a criterio del público cuánto pagar por él. Entre octubre y diciembre de 2007, In Rainbows pudo descargarse por 0 o 99 libras; después se fijó un precio en las tiendas online y la independiente XL Recordings lo editó en formato físico. Según la BBC, durante el experimento la mayoría de los fans pagó un precio normal o hizo la orden de la versión física del álbum.
Solo por esto In Rainbows ya es clave en la obra de Radiohead. Pero la música excedió por completo su modo de distribución. Si post Kid A hubiera que reconciliar a fans viejos y nuevos, se haría con este disco, con sus flores de invierno “Nude”, que llevaba una década sonando en vivo, “Reckoner”, habilitada en partes para que los fans la remixaran, “House of Cards”, una canción de cuna para adultos, frágil y sugestiva sobre dos amantes. O cuando suenan las guitarras y batería de “Bodysnatchers” y “Weird Fishes/Arpeggi” y todos vuelven a lucirse: son la banda de rock que nunca dejaron de ser –sólo que ahora sería extraña sin beat–. In Rainbows, con su apertura ácida “15 Step”, fue quizá lo más parecido que dieron a un disco para bailar y revolverse. Después, en 2009, lanzaron su lado B, que fue más introspectivo.
The King of Limbs, en 2011, fue otro álbum hermoso y habitable que giraron con dos sets de batería. Allí está por fin terminada la hermosísima “Morning Mr Magpie”, que se conocía del DVD compilatorio The Most Gigantic Lying Mouth of All Time (2004). La versión en vivo del disco en el ciclo From The Basement de Nigel Godrich es imperdible porque además se ve cómo está construido. The King of Limbs tiene menos arreglos y la maestría de Jonny Greenwood –el hombre que baja a tierra las ideas abstractas de Thom Yorke, autor de la música de Petróleo Sangriento de Paul Thomas Anderson, por ejemplo– se aplicó en el software que programó para juntar todas las piezas del disco. “Creo que si un extraño nos viera trabajar se sorprendería de nuestra inseguridad. Nunca tenemos una visión clara cuando empezamos una canción o un proyecto, nunca hay seguridad de que vaya a funcionar. Eso nunca cambió”, dijo Greenwood en un extenso perfil del New York Times de 2012.
El primer domingo de mayo Radiohead desapareció completamente de Internet. La web oficial, el canal de YouTube, el perfil de Facebook, la cuenta de Instagram, la de Twitter de Thom Yorke, todo quedó en blanco. Mientras, en Spotify y los otros portales de streaming, ya no estaban disponibles los lados B, grabaciones en vivo y todo el material agregado por EMI a los discos oficiales en las reediciones de 2009. Fue un especial que siguió al grandes éxitos con DVD del año anterior, manotazos que en su momento la banda no aprobó ni pudo impedir. Cuando en 2013 Warner Music absorbió EMI y abrió la licitación para la venta del catálogo de más de once mil artistas, XL logró hacerse de ese viejo lote. Ahora acaba de reeditar toda esa obra en vinilo y se está decidiendo en conjunto cómo se administrará aquel material extra borrado de Spotify, servicio que Thom Yorke supo definir como “el último pedo desesperado de un cadáver”.
No hubo pánico con la desaparición de Radiohead sino entusiasmo, porque el día anterior varios fans ingleses –fans que hicieron compras online alguna vez– habían recibido en sus casas un misterioso volante con el logo de la banda que parecía estar anunciando algo. Además, en enero habían confirmado fechas de shows para este año, las primeras desde 2012. Y desde antes se sabía que habían registrado una nueva firma, como hicieron cuando lanzaron In Rainbows y The King Of Limbs –son sociedades de responsabilidad limitada que concentran toda la actividad correspondiente a un proyecto en particular–. Pero lo principal es que había música. En diciembre Thom Yorke se presentó con guitarra acústica y piano en el evento de concientización por el cambio climático Pathway to Paris y tocó dos canciones inéditas –“Silent Spring” y “Desert Island Disk”–. Todo el mundo lo interpretó como adelantos del noveno disco de Radiohead. También Jonny Greenwood había dicho en octubre por Twitter que tenían mucho material grabado para revisar.
El vacío al final duró muy poco. El 3 de mayo apareció en el sitio oficial Dead Air Space el single “Burn The Witch”, con un video en stop motion inspirado en la trilogía infantil Trumpton de los ’60. En 14 días de trabajo, el director Chris Hopewell y la animadora Virpi Kettu convirtieron ese imaginario –la apacible vida en comunidad de unos tiernos personajes tamaño Playmóvil– en una historia siniestra sobre un inspector que llega a un pueblo sanguinario donde cuelga una horca. Su líder déspota, en complot con los habitantes del lugar, engañan a este señor hasta encerrarlo en un hombre de mimbre –el método de sacrificio y castigo de origen celta, que consistía en prender fuego la estructura con las personas vivas adentro–. “Quemad a la bruja, sabemos donde viven”, aúlla Thom Yorke a una orquesta de cuerdas tocando con técnica col legno (se golpean las cuerdas con el dorso del arco) y pizzicato (se pulsan y estiran), que pintan un gran cielo de tensión.
Dos días después publicaron otro single y el anuncio de que el nuevo disco se lanzaba ese domingo. “Los soñadores nunca aprenden”, arranca “Daydreaming”, lenta e inquietante como la vieja “The Tourist”, el cierre de OK Computer. En el video, que dirigió Paul Thomas Anderson, Thom Yorke camina y camina y todos los lugares adonde llega abren puertas a otros –casa, hospital, lavandería, otra casa, estacionamiento, biblioteca, la playa–, hasta alcanzar el paisaje final, una ladera nevada donde hay una cueva y en la cueva un fuego encendido que abriga a Yorke mientras se queda dormido.
En aquel perfil de 2012 Jonny Greenwood –el increíble Jonny Greenwood, que toca un xilofón como si fuera el instrumento más rockero del mundo– dijo que después de Kid A Radiohead se convirtió en una banda de arreglos, que arranca a trabajar con alguna idea de acorde o melodía a cierta velocidad y busca la forma de orquestarla. A Moon Shaped Pool suma coros que dan una sensación de aire libre y amplitud nueva en Radiohead. El disco tiene canciones muy cálidas y sencillas, como “Desert Island Disk”, folky y profunda, o “Present Tense”, melodiosa a niveles playeros. Otras son más oscuras y complejas: “Glass Eyes”, con violines cortantes y un piano triste, “Tinker Tailor Soldier Sailor Rich Man Poor Man Beggar Man Thief”, un viaje muy íntimo y solitario que termina con fuegos artificiales. “Decks Dark” es la más pop, con piano y guitarras muy delicadas y una sensualidad que Radiohead nunca expone así como así pero está presente desde el primer día.
En su edición física deluxe, A Moon Shaped Pool es una obra de arte de dos vinilos y dos CDs con tracks extra, un libro con 32 dibujos y pinturas, y un pedazo de cinta máster de cualquier época (eventualmente se degrada y deja de sonar). “Pensamos que en lugar de que terminen en la basura las podíamos cortar y hacerlas útil como parte de la edición especial. Una nueva vida para una tecnología obsoleta”, escribieron en la web. Radiohead es la mejor banda del mundo porque expresó con inteligencia y belleza –sin lamentos ni celebraciones– el nacimiento de la vida digital. Porque se hizo cargo y dejó música que en muchos, muchos años va a decir algo sobre lo radical que fue y sigue siendo esa crisis. “Somos de la tierra, a ella volvemos, el futuro está dentro nuestro”, canta Thom Yorke en “The Numbers”, otro tema orgánico y apacible de A Moon Shaped Pool antes conocido como “Silent Spring”. Es una frase adulta y encantadora y de algún modo otro intento de respuesta a la eterna pregunta por el sentido de la vida. Esa pregunta que Radiohead nunca se dejó de hacer mientras el mundo cambiaba y se llenaba de pantallas y liviandad. Por eso, porque estos cinco hombres no pierden el asombro y la vulnerabilidad, no dejan de evolucionar en lo personal, de vivir con intensidad y pensar la vida, es que su arte siempre es interesante y vale cada año de espera.
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