DESPEDIDAS > ADIóS A GUY CLARK, EL EXQUISITO Y FORAJIDO CANTAUTOR TEXANO
› Por Mariana Enriquez
Para llegar a Guy Clark siempre hizo falta un Virgilio, un guía, una introducción. Sus discos resultaban (casi) imposibles de conseguir por acá: él nunca fue un famoso de la música country y la música country nunca fue una favorita local, así que llegar a él era complicado. Pero los rastros estaban ahí. En 1985, el supergrupo The Highwaymen –Johnny Cash, Waylon Jennings, Kris Kristofferson y Willie Nelson– grabaron su canción “Desperados Waiting For a Train”, de 1975. Es una hermosura de ésas que ya no se escriben, una historia de otra época: la de un chico que se hace amigo para toda la vida de un viejo trabajador golondrina de los pozos petroleros. “Cuando aprendí a caminar, me llevó a un bar llamado el Café Sapo Verde/ Estaba lleno de tipos con panza de cerveza y jugando al dominó/ Mentían sobre sus vidas mientras jugaban”. La relación de amistad y necesidad mutua de chico y viejo no se explica, pero la melodía destila tristeza, abandono y afecto. Hay un verso inolvidable: “Tiene manchas de tabaco en el mentón/ Y para mi es uno de los héroes de este país”. Una línea además reveladora de quién era Guy Clark: un representante del country forajido, el outlaw country, también representado por otra leyenda que murió hace poco mas de un mes, Merle Haggard. El outlaw es un subgénero que en los ‘60 supuso un sacudón en la música popular de EE.UU.: fieles al tumulto de la época, un grupo de músicos decidieron romper con el rígido sistema comercial del country de Nashville –su suerte de “Vaticano” el Grand Ole Opry, su pacato código de conducta, su apenas velado racismo– y decidieron producir sus canciones, acercarse al rock sureño, al blues, el pelo largo, a la vida comunitaria. Las letras, claro, también eran diferentes: se referían a rutas solitarias, trenes que dejaban de pasar, a los vagabundos, a los veteranos de guerra, a los solitarios y los pueblos olvidados. Algunos de los representantes del movimiento, como Guy Clark y Townes Van Zandt –amigos íntimos entre ellos– también llevaban una forma de vida forajida, intencionalmente marginal o, digamos, contracultural. Todo eso está en una película muy difícil de conseguir, el documental Heartworn Highways, de 1975, donde la escena más reveladora se la lleva Townes Van Zandt que canta la terrible “Waitin’ Around To Die” (el country en su forma más extrema y depresiva) ante un hombre negro que llora como una criatura al escucharlo y dice en voz baja “es cierto lo que canta”. Townes Van Zandt, justamente, es el otro guía: un compositor mayor, un genio nunca reconocido. En 2004 apareció en los festivales un documental sobre su trágica vida, Be Here To Love Me y ahí estaba Guy, el mejor amigo, tomando tequila, riéndose como endemoniado –quién sabe bajo efectos de qué sustancia–, con su hermosa esposa Susannah y en el funeral de Townes acompañado de su guitarra y diciendo “hace treinta y siete años que programé este show”. Guy Clark siempre tuvo claro que quedaría a la sombra del genio, si el genio era redescubierto. Hoy Van Zandt se transformó en un rescatado y hasta lo versiona Norah Jones; Clark en vida no tuvo esa suerte. Más acá en el tiempo otro guía es Nacho Vegas: para su disco de 2008, El manifiesto desastre, grabó “Nuevas mañanas”, la versión traducida de “Anyhow I Love You”, original de 1976.
Pero si este hombre resulta tan recóndito y hay que llegar a él a través de genios rescatados, covers traducidos, viejos éxitos de los 80, ¿por qué resulta relevante hablar de él ahora, que acaba de morir, a los 74 años, en Nashville, Tennessee? Porque Guy Clark escribió canciones hermosas que merecen ser más escuchadas y convertirse en clásicos indiscutibles, canciones asombrosas llenas de historias y desdichas y a veces humor. El, a pesar de su apariencia impresentable, sus tics ganados a fuerza de excesos (“en Austin, en 1965, el ácido era legal” solía decir, encogiéndse de hombros) era luthier, era un investigador de la música que amaba, un estudioso y un artesano. No era una gran cantante pero tenía lo que sus canciones necesitaban: la sinceridad desarmante en la voz. No era un hombre ni remotamente guapo pero enamoró y tuvo a su lado durante décadas a la compositora y artista plástica Susannah Clark y, cuando ella murió de cáncer en 2014, él se derrumbó pero antes le escribió un disco, My Favourite Picture of You que le valió un Grammy tardío por mejor disco de folk y donde le dice a su mujer que su foto favorita es una Polaroid donde “estás tan enojada que resulta increíble que hayamos sido amantes” y donde “tenés los puños cerrados, nos sos la tontuela ni la payasa de nadie/ Eras demasiado inteligente”.
Esas canciones hermosas que se merecen ser más escuchadas son muchas. Así lo entienderon todos los músicos que estaban en deuda con Guy Clark, el hombre que en los ‘70 abrió su casa en Nashville para que tocasen y viviesen los que quisieran, el que le consiguió el primer trabajo a Steve Earle, el que era célebre por su enorme generosidad incluso cuando tenía muy poco para ofrecer. En 2011, todos sus admiradores grabaron This One’s For Him: A Tribute to Guy Clark, un disco donde ofrecen sus mejores versiones del maestro. Rodney Crowell (ex esposo de Rosanne Cash, es decir, cuñado de Johnny grabó la tristísima “That Old Time Feeling” de 1975: “Esa nostalgia/ renguea por la noche sobre una muleta/ Como un soldado que se pregunta si el precio no fue demasiado alto/ Esa nostalgia se cae de cabeza en el parque/ como un viejo borracho que reza para poder pasar la noche”. Ron Sexsmith, el delicado cantautor canadiense hace “Broken Hearted People” otra canción sobre gente triste que le queda perfecta a su voz melancólica: “Reírse para dejar de llorar no es una buena forma de hacerse viejo”.
Las canciones de Guy suenan tan bien tocadas por él como por sus fans y amigos. Se trata de su famosa generosidad: le gustaba escribir para otros y lo grabaron desde James McMurty –el hijo del famoso novelista Larry– hasta sus amigos cercanos como Lyle Lovett, Steve Earle y Joe Ely. Fue central en la escena alternativa de Nashville y en la de Austin que aún hoy, a pesar de la invasión hispter, conserva un corazón orgullosamente rebelde. El New York Times lo llamó en estos días “el rey de los trovadores de Texas” y dijo que “su trabajo es indeleble, de los mejores del siglo XX”. No hay ninguna exageración en estas palabras: Guy Clark era un héroe secreto y se fue con una elegancia inesperada, él, que fabricaba sus guitarras con amor y se reía como un demente peligroso.
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