CINE
Tirame las agujas
Consagrado hace tres años en el Festival de Rotterdam, la meca del cine de arte y ensayo, Miike Takashi refuta todos los estereotipos del cineasta japonés tradicional: es prolífico, filma rápido, acepta toda clase de encargos (incluso pornos) y pulveriza la clásica tersura estética nipona mezclando los tonos, estilos y registros más discordantes. La prueba es Audition, recién estrenada en Buenos Aires, un melodrama desaforado que combina erotismo y acupuntura en la figura de una inquietante dominatrix zen.
Por Horacio Bernades
“Vino la policía y se llevó el cadáver. Lo raro es que sobraban tres dedos y una oreja, y también había una lengua de más”, informa el encargado del edificio sin que se le mueva un pelo, antes de seguir con sus impávidas tareas de limpieza. Hasta entonces –una hora y pico de película–, Audition era algo así como un plácido melodrama psicológico sobre un viudo cuarentón en busca de mujer. A partir de ese momento, la película de Miike Takashi se convierte en un verdadero tour de force del cine de violencia extrema, con una media hora final que pone a prueba hasta a los más entrenados en el rubro torturas, mutilaciones y afines.
Y, sin embargo, es posible que ambos ropajes genéricos sean sólo los disfraces con que el realizador japonés más hot del momento resolvió presentar su estudio sobre las fantasías del macho nipón de mediana edad. “Yo no sé mucho de ovarios”, había anticipado en una de las primeras escenas de la película la protagonista de Audition, Aoyama, cuando su hijo Shigehiko, estudiante de biología, le hacía saber sobre ciertos peces -los pargos del Mar Negro– que en el curso de su vida pasan de macho a hembra. “Todos los japoneses están solos, y usted también”, dispara un desconocido sobre el atribulado Aoyama. Y cuando uno está solo, elige mal. Quizás eso explique que Aoyama, ejecutivo de una empresa de videopelículas que lleva el apellido de un director de cine (Shinji Aoyama, realizador de la premiadísima Eureka), quede encandilado por la foto y los antecedentes de una postulante entre el centenar que contestó su aviso. Se trata, en rigor, de una solicitud tramposa: Aoyama dice estar buscando la protagonista para una película que en verdad no piensa filmar; lo que quiere es una reemplazante para su fallecida esposa; joven, de ser posible. La elegida se llama Asami Yamazaki y, además de tener unos veinte años menos que el empresario, es dueña de una palidez luctuosa y un pasado tortuoso que recién terminará de develarse más tarde, cuando la chica abra su preocupante maletín quirúrgico y comience con su sesión de acupuntortura.
El viejo sueño de la geisha propia deviene pesadilla espantosa. En verdad, ella ya había anticipado de qué se trataba al rubricar su solicitud con cierto koan de su cosecha, que no por nada fascina al candidato. “Vivir es otra forma de alcanzar la muerte”, afirmaba allí Asami, anticipando un inédito carácter de dominatrix zen que se descargará en plenitud cuando tenga al hombre a su merced. Así, lo que encuentra Aoyama al final de su periplo tal vez no sea nada distinto de lo que buscó desde siempre; por algo Asami no usa otro color que el blanco, que en la cultura japonesa representa la muerte. Así que, después, a no quejarse, don Aoyama.
EL HONORABLE
MERCENARIO
Junto con Dead or Alive, Audition es la película que consagró a Miike Takashi en Occidente hace tres años, a partir de los premios que le concedió ese mausoleo del cine de arte que es el Festival de Rotterdam. Nacido en Osaka en 1960, Miike es un caso insólito dentro del cine contemporáneo, entre otras razones por su irrefrenable propensión al Guinness. Iniciado a comienzos de los noventa en el muy dinámico mercado nipón de las películas filmadas directamente para video, debutante en cine a mediados de esa década y embarcado desde entonces en un ritmo de entre tres y cuatro películas anuales para cine, video o televisión (con picos de siete al año), el alguna vez parafinado cineasta nipón termina su primera década de producción con nada menos que 60 películas realizadas. Aunque ahora mismo seguramente deben ser ya 61, o más.
Cualquier filmografía más o menos actualizada (lo que en su caso tiende a ser una mera ilusión) revela que, para el año próximo, Takashi tiene ya tres estrenos en sala de espera. Uno de ellos es Izô, en la que su casi homónimo y admirado Takeshi (Kitano) aparece como samurai. Su política deno decirle que no a ningún encargo (ya se trate de una de gangsters como de una de terror, ciencia ficción o, por qué no, alguna porno), sumada a la manía de filmar a mil por hora (completó Audition en una semana), es lo que le ha permitido mantener semejante volumen y regularidad de producción. Pero ojo: todo lleva a pensar que se trata de un desvergonzado mercenario, alguien que agarra lo que venga y lo filma de cualquier manera, pero Miike jamás puso su firma en una película deshonrosa. Mejor aún: no filmó ninguna que no lleve impreso su sello. Pero esa marca no pasa por una voluntad de homogeneidad estilística; más bien todo lo contrario: es en la mezcla de estilos donde reside el estilo Miike.
LICUADORAS MIIKE
En efecto, si algo caracteriza las películas de Takashi es el cruce, superposición y yuxtaposición desaforadas de formas, géneros, temas, tonos y registros. Así lo demuestra Audition, que pasa de una exposición serena, mesurada y distante a un cierre que convierte a La masacre de Texas como una muestra tímida del mainstream terrorífico. Confirmando el carácter vanguardista de su cine explotativo, la última media hora de Audition agrede el ojo del espectador casi tanto como las órbitas de su protagonista, sometidas al tratamiento con agujas que le dispensa la buena de Asami.
Más ejemplos de la refrescante licuadora estilística marca Miike: como buen policial, Dead or Alive termina con un duelo a tiro limpio entre los protagonistas. Una vez que agotaron los tiros, uno de ellos se arranca un brazo y pela una prótesis mecánica lanzamisiles. Como si se tratara de una del Coyote y el Correcaminos, el otro responde con una bomba atómica, y el plano final es una toma del planeta Tierra explotando.
Véase también La felicidad de los Katakuri (exhibida, como la anterior, en una de las ediciones del Bafici porteño), comedia negra familiar-musical de terror, en la que los miembros de un clan asesinan a sus huéspedes y éstos, convertidos en zombies, rebrotan de sus tumbas para cantar canciones dignas de La novicia rebelde. O la reciente Gozu, presentada este año en Cannes, una típica película de yakuzas... con un monstruo parecido al Minotauro en el medio.
UN PAR DE CORTES
Lo que Audition prueba con contundencia es la audacia narrativa de Miike, que no reconoce ninguna barrera levantada por el pudor o la mesura. Durante más o menos una hora, el realizador de Visitor Q (suerte de Teorema elevado a su máxima potencia de corrosión) apela a una narración lineal, fracturada apenas por un par de flashes alarmantes en los que algo o alguien se agita dentro de una bolsa de arpillera. Cuando llega la hora de los bifes, Takashi sume el relato en el enrarecimiento más extremo, gracias a un par de cortes de montaje que le permiten introducir el espacio de lo onírico en medio del inmaculado realismo que hasta entonces fingía cultivar.
En esos cortes no hay truco sino una ruptura anunciada, en un caso, por un efecto de sonido que es pura fantasía (un verdadero sabanazo), y en el otro por un abrupto corte en la posición de la cámara, que recibe al protagonista cayendo al piso después de un saque de sake. En una verónica final, Miike interrumpe en seco la pesadilla y vuelve atrás para demostrar que todo era un sueño y tranquilizar así al espectador; al espectador que no lo conoce lo suficiente, porque, enseguida, sueño y realidad terminarán de formar una indiscriminada materia fusional que no tiene nada que envidiarle al Lynch de El camino de los sueños o el De Palma de Mujer fatal. Allí comprendemos definitivamente que estamos dentro de la cabeza de Aoyama. Y peor aún: que no hay modo de escapar.
Audition, de Miike Takashi, se proyecta de lunes a viernes a las 20 y los sábados y domingos a las 16, 18 y 20 en el microcine Godard del Hotel Élevage, Maipú 960.