Dom 05.06.2016
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PERSONAJES > INCORRECTA, BOCONA Y TALENTOSA: LA RAPERA AZEALIA BANKS, EN GUERRA CON TODOS

MAGIA NEGRA

› Por Micaela Ortelli

Azealia Banks lleva casi un mes fuera de Twitter y a nadie parece importarle. La suspensión por tiempo indefinido implica que tampoco puede usar Periscope, la aplicación para transmitir videos en vivo que adquirió Twitter antes de su lanzamiento en 2015. A Banks, una persona verborrágica, le sirve Periscope porque puede explayar sus ideas. Por ejemplo, en el último que llegó a publicar, argumenta durante 40 minutos por qué Donald Trump es mejor candidato que Hilary Clinton en lo que a oportunidades para la población negra refiere. Expresada en Twitter, esta postura atrajo tanta virulencia como la mayoría de sus comentarios de serpiente franca y precisa; entre los más recientes, aquellos sobre Lemonade, el nuevo álbum visual de Beyoncé, donde la estrella por primera vez en su carrera reivindica su negritud. Banks, convencida de su sabiduría de bruja y de tener asistencia espiritual del más allá, cree que no se puede vender el alma al diablo y pretender recuperarla.

Antes había aplicado lo suyo al mimado Pharrell Williams por no promocionar el single que hicieron juntos; a la rapera australiana Iggy Azalea por trivializar la cultura negra; al productor Baauer por no dejarle publicar su remix del tema “Harlem Shake”, y a varios otros por distintos motivos -también se promocionaba, interactuaba con los fans y decía cosas lúcidas-. A Baauer lo llamó “faggot”, esa palabra tan controversial que ya había usado en referencia al bloguero de espectáculos gay Perez Hilton. Banks, abiertamente bisexual, les dice “faggot” a los misóginos, pueden ser gays o no, como el ex One Direction Zayn Malik, otro “faggot”, y también una “perra con olor a curry” (el chico tiene ascendencia pakistaní) al que acusó de copiarla en su último single “Pillow Talk”. Por este último intercambio muchos usuarios reportaron la cuenta de Banks, incluida la princesa de Disney negra de 14 años Skai Jackson, que sin arrobarla le dijo que tenía que tranquilizarse. Banks le respondió que espere a que le crezcan las caderas y le venga la menstruación para hablar, que la madre la había explotado hasta quedar en Disney, y que disfrute el momento porque se sabe que finalmente allí no gustan las chicas de su color. Jackson contestó que sin duda su madre había hecho un mejor trabajo que la de ella y la mandó a hacerse una carrera; Twitter suspendió la cuenta de Banks, que desde entonces se comunica por Instagram.

Al principio ella creía que iba a hacer carrera en Broadway. Podría haber funcionado, pero abrirse camino sola no es fácil y Azealia Banks estaba sola. La madre enviudó antes de los 40 de su primer amor; diez años antes que a ella –que tenía dos cuando se quedó sin padre– tuvo otras dos hijas. Al morirse el marido, que no era ningún santo, se convirtió en una mujer violenta -muy violenta-, que además trabajaba largas horas. A los ocho años Azealia Banks ya tenía la llave de su casa en Harlem, y como el colegio quedaba a la vuelta a veces se escapaba y se volvía a leer o cantar. Llegó a actuar en algunos musicales, a los 14 se fue a vivir con una de sus hermanas, siguió haciendo audiciones pero el sueño de Broadway se alejó como un globo.

Banks cursaba el secundario, trabajaba en Starbucks y tenía un novio, un rapero amateur. Tuvo suerte de que no fuera un imbécil porque a su primer freestyle el chico la motivó para que siguiera haciéndolo. Abrió una cuenta en MySpace como Miss Bank$ donde empezó a subir sus raps sobre beats prestados, y se animó a producir “Seventeen” sampleando una canción de la banda inglesa Ladytron que parece el zumbido de una abeja robot. Le hizo llegar el track a Diplo (Major Lazer, Jack Ü) y el productor la presentó a la discográfica XL (Adele, M.I.A.). A los 17 años Banks firmó un contrato como artista en desarrollo, dejó el colegio y se mudó una temporada a Londres para trabajar con Richard Russell, el dueño de la compañía.

También podría haber funcionado pero, en resumidas cuentas, a Banks no le gustaban los beats que le daban y así empezaron los roces hasta que al año la dejaron de lado no sin desmoralizarla por “amateur”. Volvió a la vida de subsistencia de Nueva York, tuvo una relación con un hombre 15 años mayor casado y psicópata, y un día, sin nada, se fue a Montreal, una ciudad tranquila, artística y barata donde grabó algunas canciones con un productor amigo. Había un track muy fiestero de un DJ belga que le encantaba, y con permiso le puso sus líneas encima y lo convirtió en la canción “212”. Filmó también un video, muy sencillo, en blanco y negro. Banks baila frente a una pared de ladrillos con un shorcito de jean rotoso y un sweater con el ratón Mickey, peinada con trenzas, abre los ojos vivaces, rapea divertida y desafiante, con la boca de pronto en primer plano, y unos labios gruesos llenos de líneas que hablan sobre competir y ganar, ser lamida y lamer y ser lo nuevo, “la nueva Rapunzel”. Lanzó todo por You Tube, fue un éxito, llegó a la radio de la BBC y le consiguió un nuevo contrato.

La compañía Interscope (Universal) lanzó su primer EP 1991 (año de nacimiento) y la puso a trabajar con Paul Epworth, un productor de éxitos comerciales que con ella no se entendió. Entre el tira y afloje con él y más colaboradores, apareció un mixtape largo e histriónico llamado Fantasea, y durante todo 2013 se pospuso el lanzamiento del disco debut. Mientras, Banks cultivaba una imagen más parecida a una drag queen que a la rapera de barrio que pareció en “212”; hacía música fiestera y tuiteaba todo lo que otro MC diría en sus canciones. Universal le rescindió el contrato y Broke with expensive taste (“pobre con gustos caros”) salió finalmente por iTunes en 2014. El disco todavía es una rareza que somete a bailes deformes, con un merengue cantado en castellano y raps dementes llenos de slang sobre extravagantes cruzas de house, dance, dubstep y más. Su siguiente disco ya tiene nombre; se llamará Business and Pleasure (“negocios y placer”) pero todavía no hay adelantos. Por una cuestión de contrato con su ex manager -ya no quiere firmar contratos: tienen energía oscura- estuvo inhabilitada para lanzar música hasta marzo de este año, que entregó el EP Slay-Z. Con una portada de ella en bombacha con un sombrero de terciopelo celeste tamaño mariachi, mostrando los pechos recién operados, dejó al menos dos tracks celebrables (“Skylar Diggins” y el tremendo single “The Big Big Beat”). A los 25 años, Azealia Banks está convencida de que sin chuparle las medias a nadie va a hacer impacto en el pop; y su sabiduría de bruja le dice que confíe en sus ideas porque si no suceden cosas malas. Ahora que está sin Twitter, probablemente le esté dedicando más tiempo al libro que empezó a escribir, en un departamento de Nueva York que comparte con dos gatos, un perro y un conejo, donde puede estar sonado en repeat el audiolibro Confianza en uno mismo del filósofo del siglo XIX Ralph Waldo Emerson.

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