FAN UNA ESCRITORA ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: INéS ACEVEDO Y E.T. EL EXTRATERRESTRE, DE STEVEN SPIELBERG
› Por Inés Acevedo
Cuando tenía seis años, E.T. era la segunda película más taquillera de la historia. La primera era Star Wars, pero Star Wars no cuenta para esta historia. A los seis años yo vivía en el campo, en la zona de Napaleofú, cerca de Tandil. Un día fuimos con unos primos lejanos a la casa de sus abuelos, que tenían una videocasetera y vimos E.T.
No solíamos ir mucho a esa casa que era, en realidad, una enorme mansión. Tenía dos plantas, buhardillas en el techo, las tejas de color naranja pálido y las paredes estaban recubiertas de musgo verde, de manera tal que era imposible saber de qué material estaba hecha, y era imposible saber cuál era en verdad su estilo. Estaba custodiada por dos fox terriers. Uno de ellos había mordido a mi padre en una parte del cuerpo que le dolió mucho. Eran feroces. Eran de color marrón y gris perla, con el pelo tan rizado y espeso que parecía falso. En una de las tantas habitaciones de esa mansión había una inmensa casa de muñecas de madera, tan grande que hasta podríamos haber entrado si nos hubiéramos hecho chiquitos. Pero solamente la vimos una vez, y mis primos dijeron que no se podía tocar. El cuarto estaba oscuro, lleno de polvo, y de hecho estábamos haciendo algo prohibido al entrar a ese cuarto.
Quién sabe por qué fuimos a esa casa aquella vez. Sé que no era de noche, pero vino un grande y cerró las cortinas para que viéramos mejor la tele, o quizás porque era la hora de la siesta, para imponer algo de respeto al descanso de los abuelos. Estaba muy oscuro el living. Estábamos sentados en el piso de losa fría. La tele se prendió y vi la escena en el bosque, donde los árboles oscuros se recortan contra el cielo iluminado por la luna, y a través de los arbustos un corazón asustado se enciende de rojo y avanza de izquierda a derecha. E.T. avanzaba de izquierda a derecha, como en una obra de teatro, donde la disposición del escenario obliga a que la distancia se exprese a lo ancho, y no en la profundidad. Ese movimiento lateral de un corazón que corre acercaba a E.T. a nosotros. Lo hacía tan real como un actor en el teatro. El que espía se mueve de manera lateral. La guerrilla es lateral, y las trincheras también lo fueron. La cuenta fue muy clara para mí. Si alguien está buscando a E.T, y E.T. está siendo mirado por mí, si en este momento alguien persigue a este ser abandonado, es obvio que alguien, por detrás de esta esa cortina, podría estar observándome, persiguiéndome. Era claro que yo debería estar huyendo. ¿Pero huyendo de quién? E.T. no sabe de quién escapa. Pero no importa lo inteligente que sea ni importan todas sus capacidades especiales: E.T. no debería saber nada, E.T. debe, simplemente, escapar. No sé bien qué hice en ese momento. Seguro que no escapé. O tal vez todavía estoy escapando.
Esa primera escena es muy importante para la película. Es importante que sepamos que, al igual que nosotros, E.T. tiene un corazón rojo que late, y tiene emociones iguales a las nuestras, como por ejemplo, el temor. Nos obliga a identificarnos con E.T., (tanto más para un niño, que es de su misma estatura). Pero lo más importante es que todo eso ocurra en la oscuridad. Porque sin este recaudo, si nos lanzaran a E.T. en crudo, a la luz del día, E.T. sería realmente desagradable. De hecho, es admirable que aquel niño quisiera ser su amigo. ¿Recuerdan esa otra primera escena, cuando sus hermanos juegan a un juego (y hay una lámpara de cristales coloridos, que genera un ambiente de calidez al interior del hogar) pero el niño, por ser el menor, se ve expulsado? Él es objeto de las burlas, él es también un marginal. Su condición de marginal es necesaria. Porque si no, al ver a E.T., él se espantaría y chillaría pidiendo ayuda o diciendo: Chicos, vengan a ver a este monstruo. Primero, identificarnos con el monstruo. Luego, generar otro distanciado que quiera asociarse a él. Aun así, sigue pareciendo increíble que el niño quiera hacerse amigo de ese enano cabezón sin pelo ni nariz. Parece tener una fe ciega en E.T. Y es por fin cuando E.T. manifiesta sus poderes, en especial cuando sale volando por el aire en bicicleta, que junto a ese niño nos sentimos reivindicados. Sabíamos que nuestro monstruoso amigo se merecía una oportunidad.
En ese momento algo se quiebra en mí. No puedo recordar de E.T. mucho más que eso. Hace unos años, compramos el DVD quizás para algún niño o porque es un clásico. Me recuerdo entusiasmada por volver a ver la película. Pero ya algo en los primeros minutos no me dejaba avanzar, y empezaba a lagrimear. No estoy del todo segura de qué me hizo llorar, pero seguramente debe ser algo de todo lo anterior. Debería volver a intentar ver esta película que expresa una verdad tan profunda sobre el ser humano.
Hay algo importante que me faltaba decir, y que está conectado con todo esto. Hace un tiempo empecé a imaginar una historia de una niña que vive en un pueblo y una perra extraterrestre llega de pronto a su vida, y escribí una novela contando un poco esa extraña amistad. Cuando me preguntan de qué se trata, digo que es como E.T.
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