Domingo, 26 de junio de 2016 | Hoy
FOTOGRAFíA > ALICIA D’AMICO
Por Eugenia Viña
Emilio Petorutti las detestaba, literalmente. Sara Facio y Alicia D´Amico, que no llegaban a los veinte años, se sentaban en el primer banco durante sus clases en la escuela de arte en la Prilidiano Pueyrredón. En un mundo de varones y bohemios, las niñas que estudiaban eran vistas como burguesitas amateurs. Pero ellas, indiferentes a esas miradas y a los comentarios de pasillos, se dedicaron durante cuatro años a dibujar y pintar, a estudiar en la biblioteca de la Prilidiano con los libros que encontraban y a tomar café en el bar de la esquina con la profesora de estética, que las ponía al tanto del pensamiento y la filosofía moderna.
Alicia se recibió de profesora de Dibujo y Pintura, y comenzó a dar clases. Corría el año 1953, hacía sólo dos años que las mujeres podían votar. El mundo patriarcal estaba presente en cada detalle cultural y de la vida diaria. Desconfiadas como artistas y mal vistas como profesionales, lo que en los varones se veía como vocación, en las mujeres se interpretaba como un capricho pasajero. Pero Alicia, junto a Sara Facio, decidieron desde el mismo instante en que percibieron el escenario, dar batalla.
En los años cincuenta en la Argentina no había prácticamente bibliografía en español sobre arte. Alicia y Sara decidieron, una vez recibidas, presentarse a la beca “Etudiant Patroné pour le Governemont de France”, para estudiar teoría e historia de arte en París. Las “burguesitas” ganaron la beca y partieron a Europa a ver museos, pintura y recopilar información para traer a la Argentina un mapa cultural de lo que estaba pasando. Y lo que estaba pasando era que las galerías y museos de París estaban empezando a llenarse de fotos blanco y negro, fotos de autor, en las que la composición y la mirada subjetiva inauguraban universos nuevos, con tiempos que detenían una belleza exquisita.
Robert Frank publicaba Les Americains, Henri Cartier Bresson inundaba el Museo del Louvre en 1955 con fotos en las que el instante fugaz de las escenas cotidianas revelaban una magia imperceptible y Robert Capa ya era un famoso corresponsal gráfico de guerra y fotoperiodista. Los dos últimos habían fundado en 1947 la primera agencia de cooperación para fotógrafos independientes de todo el planeta, Magnum Photos.
Alicia y Sara se compraron cada una su primera cámara, una AGFA Super Silette, transformándose definitivamente en “modernas”, con toda la impronta de fotografía de autor con la que se habían formado y que Alicia D’Amico no abandonaría jamás: el formato de 35mm en blanco y negro. En la forma, una mirada aguda que buscaba la composición escondida, casi geométrica y , en el contenido, comprometido con todo aquello en lo que detenía su lente y luego revelaba y copiaba.
Este universo de laboratorio no le era ajeno a Alicia ya que Luis D’ Amico, su padre, era fotógrafo de comuniones y bautismos. Cuentan que Alicia solía decir “Yo nací en una cubeta”. Una vez terminada la beca, cuando volvieron de París, con Sara Facio fueron al local y laboratorio del padre a aprender las artes del oficio. Luz roja en la oscuridad, ampliadoras que proyectan el negativo, papeles fotosensibles, olor a químicos de las cubetas con fijador y revelador, haluros y gelatina de plata, filtros, reveladores, blancos y negros plenos, gris 18, y todo el universo de tonos que sucede entre ellos. Algo de alquimia, mucho de química, y la mirada que haciendo foco, decide qué y cómo hacernos ver.
En la retrospectiva Alicia D´Amico que se muestra hasta el 8 de julio en galería Vasari se pueden ver, por islas y de forma cronológica, las distintas etapas de su obra, desde la década del 60 hasta 1998, con sus últimas fotos, como la de Renée Epelbaum, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, retratada pocos días antes de morir.
Las primeras fotos que sacó Alicia en la década del sesenta son un ensayo sobre Buenos Aires y sus alrededores, un paisaje a través de personas y objetos, escorzos, recortes que rozan lo abstracto pero que a su vez describen una ciudad, y lo que habita en ella: “Escenografía para un sueño”, “Líneas”, “La sombra”, “Tres en soledad”, “Riachuelo (La Boca),” “El muro transparente”, en que las jaulas apiladas como cubos y repletas de pájaros, revelan una matemática perversa. “Florida a las 5”, y “Av de Mayo”, las dos fotos tomadas desde bien arriba, vistas desde el cielo, marcan un gesto en el que la artista toma una postura, en este caso no participando de la escena, mirando desde lejos la rutina diaria. También están las fotos “Movido” y “Neurosis óptica”, en las que se juega con el movimiento que genera el fuera de foco, haciendo de las siluetas fantasmas como sombras.
La experiencia en París, los primeros retratos que hicieron por encargo en el estudio del padre de Alicia, en los que cuenta Sara Facio que iluminaban “como si fuesen cuadros de Vermeer, no sólo con flash, sino con varias luces” y luego, el paso por el estudio de Annemarie Heinrich, en Callao al 1400, donde terminaron de formarse como profesionales, aprendiendo a hacer tomas de estudio, con paraguas y fotómetros, y a mirar contactos como antropólogas esperando que el fósil buscado apareciera como un hallazgo.
Alicia y Sara alquilaron su propio estudio, en Libertad y Libertador, y empezaron a trabajar como reporteras gráficas, mientras se asociaban al Foto Club Buenos Aires. En 1968 publicaron su primer libro Buenos Aires, Buenos Aires, el primero de muchos.
Eran los retratos el lugar privilegiado de la fotografía en ese momento. Richard Avedon daba cátedra sobre psicología tan sólo con una cámara, una silla y un fondo blanco, y Diane Arbus —pionera en el uso del flash de relleno— obligaba a mirar a los ojos a enanos, nudistas, familias disfuncionales, generando la pregunta sobre lo normal y lo monstruoso, fascinando con la imagen a través de la conciencia de que los sujetos estaban siendo retratados, con toda la tensión y la fuerza que eso implica.
Humanario, Ensayo de la locura, es el trabajo que D’Amico realiza en esa época junto a Facio en el Hospital Borda, con un tono de denuncia social, donde vemos a los pacientes tirados en el piso, casi sin ropa, porque no tenían bancos donde sentarse ni baños, registro político del abandono, cuestionando la cordura de aquellos que los cuidan.
Alicia fotografía también entre fines de la década del 60 e inicios de los 70, a los escritores e intelectuales más importantes de la Argentina y América Latina: Eduardo Mallea, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional, Octavio Paz en México, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato. Muchos de estos retratos son los que se publican en el libro Retratos de escritores, en 1973 , y están tan integrados al imaginario que lo que sorprende es poder ver en vivo, en copias impecables, blanco y negro, esas mismas imágenes que circulan en libros, contratapas, postales y catálogos desde hace años.
Son los años en que D’Amico trabajó activamente para la institucionalización y profesionalización de la fotografía en la Argentina. En 1973 fundó, junto a María Cristina Orive y Sara Facio La Azotea, primer editorial fotográfica de Latinoamérica. Junto a ellas y Annemarie Heinrich, Eduardo Comesaña, Andy Goldstein, y Juan Travnik crearon en 1979 el Consejo Argentino de Fotografía, institución en la que Alicia D´Amico colaborará durante ocho años.
Y mientras Nan Goldin en Estados Unidos y Araki en Japón inauguraban la fotografía como novela personal, como registro de la vida íntima en el que el erotismo, la poesía y la violencia se revelaban como un acto sexual en sí mismo, Alicia D´Amico retrataba a parejas de mujeres, amores, conversando en una charla íntima en la cama; se intuye que acaban de hacer el amor. El único desnudo masculino presente en la muestra —y de los pocos que hizo en su vida— es el del “Gato Barbieri VII”, de espalda, bello y con cierta cuota de ironía, en el que aparece con su saxo como fetiche de su órgano sexual.
Alicia dio un paso más y fundó, luego de años de estudio sobre la mirada femenina y el rol de la mujer dentro de la fotografía, la primera casa feminista en Argentina, Lugar de Mujer. Tres militancias que Alicia D´Amico llevaría hasta el fin de sus días: de género, por la integración cultural del arte de Argentina y América Latina y por los derechos humanos.
Durante la década del 80 la fotografía había perdido todo rasgo de ingenuidad. Susan Sontag había publicado el ensayo Sobre la fotografía, Barthes La cámara lúcida y John Berger Modos de ver, textos de referencia básica para la historia del arte. Su poder tanto artístico como político era ya innegable. Para Alicia la reflexión iba de la mano de la fotografía: escritos, periodismo, conferencias y docencia eran lugares en los que transitaba activamente.
Llegó la democracia y salió con su cámara a las calles. Consciente de su importancia, pero sin sobreestimar: “La fotografía es sólo una ayuda visual que potencia las posibilidades de la memoria, sostiene recuerdos y estimula sensaciones” decía. En 1982, frente a la pregunta de si con su cámara alteraba la realidad, ella contestó: “Sólo la recreo con mis ojos”. Pero allí están las “La ronda de los jueves”, testimonio de la valentía y la perseverancia de las madres reclamando por la vida de sus hijos, y el regreso de la democracia en “Plaza de Mayo”, de 1983.
La fotógrafa y curadora Elda Harrington estuvo muy cerca de Alicia los últimos diez años de su vida y cuenta: “Trabajamos juntas. Ella fue docente de retrato en la Escuela Argentina de Fotografía hasta un año antes de su fallecimiento. También trabajamos juntas en el Festival de la Luz, Alicia fue su directora artística. De ella aprendí muchas cosas, era una mujer muy generosa con sus conocimientos. El último año de su enfermedad dejó la docencia y la gestión porque decía ‘el poco tiempo que me queda tengo que dedicarlo a ordenar mi archivo fotográfico’. Alicia hablaba de su muerte sin angustia. Varias veces en que la acompañé a sus sesiones de quimioterapia, luego nos íbamos a tomar café , que lo tenía prohibido pero le encantaba.”
Alicia murió de un cáncer de pulmón a los 68 años. Poco antes de morir dijo, con la certeza de los que han trabajado y estudiado mucho, sin ingenuidad ni optimismo empalagoso, pero con la pasión y el compromiso que fue el sello de su vida y de su obra: “Fotografiando perseguimos quimeras. Hasta algunas veces hemos creído ingenuamente que podríamos cambiar el mundo o por lo menos influir en él. Vano intento. Normalmente, los seres sensibles que aprecian las obras de expresión no son los mismos que rigen el mundo, salvo honrosísimas excepciones”. Pero a pesar de saber eso, nunca se venció ante el tiempo, nunca dejó de levantar su cámara lúcida ante aquello que odiaba y aquello que amaba.
La retrospectiva Alicia D´Amico se puede ver en Vasari, Esmeralda 1357, hasta el 8 de julio
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