Domingo, 26 de junio de 2016 | Hoy
HITOS > EL PRIMER DISCO DE CHICO BUARQUE CUMPLE CINCUENTA AñOS
Por Sergio Pujol
La arqueología de la música popular, disciplina de moda, está de parabienes. Sucede que los aniversarios redondos la vuelven más interesante. En estos días tenemos sobre la mesa de disección al año 1966. Se cumple medio siglo de un annus mirabilis en materia de discos de rock y pop: festejamos las bodas de oro de la sociedad moderna con Revolver de Los Beatles, Pet Sounds de Los Beach Boys, Freak out de Frank Zappa y Blonde on blonde de Bob Dylan. También con un poco de buena voluntad hemos instituido 1966 como el año cero del rock en la Argentina.
Menos estruendosa, acaso por su ajenidad al eje anglosajón, se instala una celebración quizá insospechada: la de los 50 años del primer LP de Chico Buarque: Chico Buarque de Hollanda. Para preparar el terreno, el sello Som Livre de Brasil editó una caja con los primeros tres discos del gran Chico; los tres salieron con su nombre como único título, más el número de volumen, como si no hiciera falta otra nominación: todo se cifraba en el nombre breve (en realidad, era Francisco) y el misterioso apellido compuesto. Si bien, en su momento, cada disco trajo canciones que enamoraron a todo un país –el volumen 3, por ejemplo, sorprendió con los hoy clásicos “Roda Viva” y “Retrato em branco e preto”–, lo más asombroso de la tanda sigue siendo el álbum debut. ¿Vale la pena escribir una historia de los mejores debuts de la historia de la música? De ser así, este disco de 1966, con dos retratos fotográficos de su titular en la tapa (uno sonriente, el otro muy serio), debería figurar en índice general de tan simpático proyecto historiográfico.
Medio siglo de transformaciones estéticas y tecnológicas no ha esmerilado su riqueza musical y poética. Sigue siendo un disco cautivante, con temas sociales (“Pedro Pedreiro”), románticos (“Ela e sua Janela”), celebratorios (“A Rita”), tradicionalistas (“Te mais samba”) y barrocos (“Olé, Olá”). Diverso y macizo al mismo tiempo, con la guitarra de Toquinho al frente de una instrumentación llena de detalles deliciosos (coros, secciones de viento, percusión por todas partes), el disco es un concentrado del Buarque total que germinó más tarde. Por ejemplo, ¿podemos pensar en ”Construcción”, su obra maestra, sin el antecedente de ”Pedro Pedreiro”, o en “Carolina” sin tener en cuenta “Ela e sua Janela”? Imposible. El universo cultural de Chico, poblado de canciones, escenarios y novelas, empezó su big bang aquí, en estos doce temas de un brasileño de 22 años de pelo corto, que solía cantar en frac, que no tocaba guitarra eléctrica, que no sintonizaba la psicodelia y que se atrevía a imaginar su propia banda de corazones solitarios. Potenciando el caudal rítmico y melódico del viejo samba en un momento de transición de la MPB, cuando el tropicalismo todavía no había conquistado los escenarios, Chico abría su disco con “A banda” y lo cerraba con “Sonho de um carnaval”. He ahí dos puntas de un manifiesto no escrito a favor de una expresión popular que replicara tanto la modernidad un tanto adocenada en la que había derivado la bossa nova - de la que nunca se desprendería del todo, cabe agregar - como la mímesis del pop inglés.
Es cierto, 1966 fue el año de grandes discos made in London y made in Los Ángeles, pero entre San Pablo y Río de Janeiro andaba Chico, solitario y gregario a la vez, imaginando canciones y cantando frescamente con el grupo MP-4. De él podía decirse lo que el texto de la contratapa observaba sobre la tradición brasileña y sus inagotables reencarnaciones: “El samba llega a la gente por caminos largos y extraños, sin mayores explicaciones.” En efecto, los inicios musicales de aquel joven estudiante de arquitectura, hijo de un afamado historiador que frecuentaba el mundo popular, es bastante curiosa. Por lo pronto, su irrupción se produjo de una manera paradójica para alguien que no leía ni escribía música: como creador de canciones para otros intérpretes. Es cierto que esa etapa de composición invisible duró sólo un año, pero resultaría sintomática de una cierta incomodidad sobre un escenario. Por más que sus admiradores más fervorosos insistan en negarlo, Chico nunca fue particularmente comunicativo de cara a su público. O no lo fue en la medida abundante de un Caetano o un Gil. Tampoco comulgó con el coloquialismo virtuoso de Joao Gilberto y, desde luego, careció de la formación musical de Antonio Carlos Jobim, el músico que más admiraba, al que en “Paratodos” citaría así: “Meu maestro soberano/ Foi Antonio Brasileiro”. Pero tenía un activo raro y precioso, que seguramente aún lo acompaña: el don de saber a qué música le corresponde una poesía. Y viceversa.
La historia del hit “A banda” es reveladora no sólo del talento de su autor sino también del lugar que la música popular ocupó en el entramado político-cultural del Brasil de la dictadura. Ya tentado por el arte de la canción, Chico pensó que el II Festival de TV Record de San Pablo era una buena oportunidad para dar a conocer su nuevo material. El plan original era que lo estrenara Nara Leaõ, quien a principio de 1966 le había dado a Chico un tremendo espaldarazo grabando tres canciones de su autoría: “Olé Olá”, “Madalena foi pro mar” y “Pedro Pedreiro”. Pero a último momento un productor insistió para que, a manera de aperitivo de la cantante, el propio autor saliera a escena con su voz y su guitarra. Fue así, un poco a la intemperie, que Chico impuso la más popular y breve (2:10) marcha del Brasil moderno. El jurado quedó encantado, pero insólitamente Chico protestó para que el primer premio fuera compartido con “Disparada”, una canción sertanera interpretada por Jair Rodrigues. También presionó para que “Procissao”, tema de contenido político del novel Gilberto Gil, quedara al menos en el puesto quinto. Fue lo que diríamos un uso estratégico de la fama súbita. Y una sagaz infiltración en la poderosa industria cultural de un país bajo dictadura.
La grabación de Nara Leaõ de “A banda”, con una instrumentación circense, vendió 55 mil unidades en cuatro días. Fue una explosión cuya onda expansiva tendría efectos imprevisibles. ¿Podía una inocente musiquita de banda pueblerina afectar el poder en Brasil? Nadie lo sabía. En su momento se dijo que Chico le había devuelto al pueblo brasileño las ganas de silbar. Por lo pronto, allí estaba la gente (“a mina gente sofrida”), suspendiendo por un momento sus pesares para ver la banda pasar cantando cosas de amor. A medianoche, como en la fiesta de Serrat, “tudo tomou seu lugar, despois que a banda passou.” Sin embargo, en Brasil los lugares ya no volverían a ser exactamente los mismos. La banda no había pasado en vano.
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