Domingo, 28 de agosto de 2016 | Hoy
DOCUMENTAL > EVARISTO
La vida y carrera del comisario bonaerense Evaristo Meneses, famosamente llevada a la historieta por Solano López y Sampayo en los ‘80, es una verdadera rareza: la historia real de un policía incorruptible y justo en una institución cuestionada y cuestionable, la imagen insólita en Argentina de un oficial con códigos para colmo famoso, porque, por ejemplo, la investigación del robo de un cargamento de oro en Ezeiza en enero de 1961 lo convirtió en una celebridad. Y casi en una leyenda. A eso, justamente, se dedica Evaristo, el documental de Mariano Petrecca que se estrena el 1° de septiembre en el Gaumont. La película no busca investigar la veracidad de los relatos míticos sobre Meneses sino que se interroga por los orígenes de la leyenda, su persistencia, su construcción y su lado oscuro, que incluye denuncias sobre apremios ilegales pero también la recuperación de una prensa policial olvidada y un contexto muy diferente, el de los años 60, con entrevistas, entre otros, a Ricardo Ragendorfer y Juan Sasturain.
Por Osvaldo Aguirre
El enfrentamiento ocurrió una madrugada, bajo la lluvia, en las afueras de La Plata. El delincuente cayó herido y quedó boca arriba. Comenzó a quejarse y a pedir ayuda, pero solo le contestaron, a la distancia, los perros que se habían alborotado con el intercambio de disparos. El policía lo enfocó con una linterna y vio en su rostro la palidez de la muerte y el miedo. Sin testigos a la vista, podía rematarlo y después contar otra historia más de resistencia a la autoridad. Pero pensó que esa vida no le pertenecía e interponiéndose ante el resto de la partida ordenó que lo llevaran a un hospital.
La leyenda del comisario Evaristo Meneses (1907-1992) contiene numerosos episodios como aquel en el que le salvó la vida a José María Hidalgo, aun cuando el pistolero era buscado por el asesinato a sangre fría de un policía de barrio, el cabo José Baistroqui. Un sabueso incorruptible, que ponía el cuerpo en el momento de peligro y era tan apegado a la ley que no cometía los delitos habituales en sus colegas. El mito se consolidó sobre la base de intervenciones resonantes, duelos personales con delincuentes igualmente fabulosos y un retiro envuelto en sospechas, a través de incontables crónicas en la prensa sensacionalista de los años 60 y de las memorias del propio Meneses, y veinte años después tuvo una vuelta de tuerca con la historieta inspirada en el personaje que desarrollaron Carlos Sampayo y Francisco Solano López.
Evaristo, el primer documental de Mariano Petrecca, se ubica en ese marco no tanto en busca de la veracidad de aquellos relatos sino para interrogar los orígenes de la leyenda y la persistencia de una auténtica rareza: la imagen de un policía con códigos en un país acostumbrado con razones de sobra a desconfiar de la institución y cuya literatura de género carece de ese tipo de personajes por cuestiones de verosimilitud. “La película ordena mucha de la información que circula sobre Meneses y agrega episodios poco conocidos. Pero más allá de las grandes anécdotas, lo que me interesa es lo que está detrás de un mito como éste”, dice el director.
Meneses ingresó en la policía de Buenos Aires el 3 de enero de 1934. El bautismo de fuego marcó el primer hito en su biografía: fue la detención de Miguel Ángel Amorelli, un italiano elevado por las elaboraciones retrospectivas al rango de colaborador de Juan Galiffi, Chicho Grande, en un café de Olivos que funcionaba como reducto del mal vivir. Sin embargo, la mayor parte de su carrera transcurrió en el anonimato, en Defraudaciones y Estafas, las seccionales 34 y 50 y la comisaría de la Casa de Gobierno, hasta que el 12 de marzo de 1957 fue nombrado jefe de Robos y Hurtos.
Esa sección lo puso más cerca de la prensa y de una nueva generación de pistoleros, donde entre otros se destacaban Jorge Villarino, Horacio Pardo y el Loco Prieto. “Los delincuentes tenían nombre y apellido. Eran personajes de un folletín espasmódico en la prensa. El público los seguía como podía seguir la campaña de Marzolini en Boca”, apunta Ricardo Ragendorfer en Evaristo.
Una de las máximas de Meneses rezaba que el investigador debía contar con “buena vista, buen oído y buena información”. Atribuía las causas del delito a la mala educación y al desconocimiento del honor y la moral. La observación empírica le permitió alguna profundización pintoresca: “La modalidad delictiva de los individuos casi siempre se adapta a su personalidad, por ello, es común que cada uno de esos desechados abrace siempre una característica para delinquir”, escribió en sus memorias.
La investigación del robo de un cargamento de oro en Ezeiza, en enero de 1961, lo convirtió en una celebridad. Al año siguiente apareció el libro Meneses contra el hampa, que incluía una laudatoria biografía de Yderla Anzoátegui y una selección de casos relatados por el propio Meneses, entre ellos la persecución de Hidalgo, la rivalidad con Pardo y la pesquisa del oro, erigida en modelo de procedimiento. En julio de 1999, la revista Pistas publicó un relato sobre el asalto de Villarino al Ministerio de Salud Pública, que Meneses le entregó a Juan Sasturain cuando fue a mostrarle las tiras de Evaristo en una oficina de Córdoba al 1300, donde trabajó sus últimos años como investigador privado. Le gustaba Agatha Christie y rechazaba “el hampa de los libros” por irreal.
“Las ganancias que obtenga con este libro las destinaré totalmente en ayuda del hijo menesteroso del hombre preso”, decía Meneses en un aviso estampado con un sello en la primera página. Las regalías fueron precisamente el motivo de un litigio que le entabló Anzoátegui, representada por Silvio Frondizi. “Ella solo intercaló suspiros, lágrimas y otras boberías de mujer. Tuve que rehacer todas las pruebas de imprenta para borrarlos”, se quejó el comisario.
La consagración fue también el principio de la caída y el punto de eclosión para la leyenda, una creación colectiva de los cronistas policiales. Francisco Loiácono dice en la película de Petrecca que Meneses detuvo a 1.100 grandes delincuentes. Emilio Petcoff destacó la memoria y la tenacidad extraordinaria que ponía en sus investigaciones, y también sus inquietudes literarias, ya que lo vio con un libro de Stefan Zweig y supo que le gustaba leer. Enrique Sdrech aseguraba que en sus días de franco el policía salía a pasear y mientras caminaba apresaba chorros.
En 1963 fue trasladado a Delitos y Vigilancia y en diciembre de 1964 fue puesto en disponibilidad, lo que definió como “un tiro por la espalda”. Su retiro, en junio de 1965, podía explicarse por la cantidad de años de servicio pero fue adjudicado a internas policiales e intrigas políticas, una nebulosa que nunca se despejó. Pero no todas eran flores: en una crónica publicada en la revista Panorama en abril de 1965, el periodista Carlos Velazco –también entrevistado en el documental– tomó nota de acusaciones por apremios ilegales y ejecuciones. El artículo registraba una especie de bisagra en el devenir del mito: “Dos leyendas se disputan su fama. La de los incrédulos, que le cargan el sanbenito de coimero y matón, atribuido en ciertos ámbitos a todos los policías; y la de los amigos, vecinos y centenares de admiradores, que lo aclaman como un héroe”.
En enero de 1958, Carlos Sampayo iba por el barrio de Flores en el colectivo 129 cuando el tránsito se detuvo. Lo que parecía un accidente resultó el intento de robo que terminó con el asesinato del cabo Baistroqui. La escena perduró en la memoria del escritor, ligada a la intervención posterior de Meneses, y fue uno de los disparadores de la historieta que realizó con dibujos de Solano López entre 1982 y 1986.
Mariano Petrecca llegó a Meneses a través de la historieta. Entre otros factores, reparó en la minuciosa reconstrucción histórica. Sampayo se proponía recuperar una ciudad de Buenos Aires que había dejado de existir y Solano López la dibujaba con el exclusivo recurso de la memoria visual de su infancia en el Abasto. Como dice Juan Sasturain en la película, pocos ilustradores tuvieron “semejante capacidad para dibujar gente creíble, criollo, cabecitas negras, viejas que están fuerte, atorrantes, desdentados, canas, con una fidelidad que va mucho más allá de la fotografía”.
“A pesar de este realismo hay una diferencia notable entre el Meneses de las crónicas policiales y el que evoca la historieta –dice Petrecca–. En los 60, la prensa celebra los muertos de Meneses y expone los cadáveres de los pistoleros con titulares tipo ‘Murió en su ley’ o ‘Meneses ya bajó 30’. Esta prensa no tiene una gran preocupación por los derechos humanos, transcurre en un tiempo que privilegia otros valores. En la historieta, en cambio, Evaristo es un hombre violento, que recurre a métodos ilegales pero que se muestra contrario a la picana, defiende a un peronista detenido y por eso lo echan de la policía”. Cuando empezó la investigación, en 2010, “me preguntaba si eso era posible en la realidad, entonces en la película tomo a la historieta como un discurso histórico y lo someto a un ejercicio de crítica a través de otras fuentes”.
Entre otros testimonios, el documental presenta a Nicolás Marino, ex militante del Modín, que fue amigo y secretario de Meneses, y a Carlos Recanatini, comisario inspector retirado que trabajó a las órdenes de Evaristo. En la otra vereda, Juan Carlos Coral rememora los avatares de una comisión investigadora sobre apremios ilegales en la Cámara de Diputados, que derivó en una balacera contra el Congreso Nacional de parte de los patrulleros que integraban el cortejo fúnebre de un policía al que despidió Meneses en el cementerio de la Chacarita.
La investigación de archivo impacta en el documental no solo por su presencia sino como exhumación de un corpus periodístico olvidado. “Fueron cientos de horas revisando diarios, revistas y libros en la Biblioteca Nacional, del Congreso, la policial de la calle Lavalle, y en el archivo de fotos y recortes de Crónica”, cuenta Petrecca. Y en esa búsqueda también se perdió: “Yo quería develar el misterio del retiro de Meneses. Versiones hay muchas y comento algunas en la película. Pero uno de los entrevistados me había asegurado que las hermanas de Meneses tenían documentos que probaban una conspiración de un sector de la jefatura y del hampa contra él. Y que además tenían grabados los interrogatorios”.
Como en los espejismos típicos del rumor y de la nota en tiempo potencial, las hermanas y las supuestas grabaciones parecían al alcance de la mano y a la vez se sustraían a las referencias concretas. Petrecca las buscó sin suerte entre los vecinos del Bajo Flores, en la guía telefónica y en el padrón electoral, consultó a ex policías y a boxeadores retirados, ya que Meneses solía almorzar en la Casa del Boxeador, y tocó los timbres de la calle Azcuénaga entre el 1200 y el 1600, porque el informante recordaba vagamente esa dirección. “Por entonces, como tenía mucho material y pocas ideas claras, consulté a la historiadora Lila Caimari, quien me brindó asesoramiento historiográfico y me convenció de que era una empresa vana pretender llegar al fondo de los misterios creados por una prensa sensacionalista”, recuerda.
En cambio, descubrió la película Orden de matar (1965), de Román Viñoly Barreto, donde Jorge Salcedo interpreta a un policía inspirado en la leyenda del investigador duro e implacable. Pero cualquier semejanza con hechos reales era producto de la casualidad, dijo el director antes del estreno. “Meneses tiró la bronca. La película lo muestra acribillando criminales desarmados y en compañía de prostitutas”, dice Petrecca, que rescató otras piezas arqueológicas del fondo de noticieros del Archivo General de la Nación, como la reconstrucción del asalto a los pagadores del frigorífico Juan Perón y un corto publicitario del Comando Radioeléctrico de la Policía Federal.
En abril de 1959 Meneses pasó 42 días preso acusado de torturas con picana, lo que provocó una protesta del personal de Robos y Hurtos. La justicia lo sobreseyó, pero Nicolás Marino reinstala la duda al afirmar con la mejor cara de inocente que “la biaba era un sopapo, un tirón de pelos”. Al retomar el mito, la película muestra que no hay una versión sedimentada y reinstala al personaje y su figura bajo una nueva luz. “Busqué reflejar la complejidad de ese mundo sensacionalista de la prensa que celebra las matanzas policiales pero también el coraje y la astucia de los pistoleros. El mito del comisario duro pero con códigos, que consumió con profusión la década de 1960, devuelve una imagen distinta de esa época y permite pensar en un imaginario popular donde conviven en tensión elementos que a veces se cree inconciliables, o ubicados en veredas antagónicas”, dice Petrecca. Todavía lo desvela pensar que las grabaciones de los interrogatorios de Meneses están en algún lugar de la ciudad.
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