Domingo, 11 de septiembre de 2016 | Hoy
PERSONAJES > NICO FURTADO
Nació y se crió en el barrio uruguayo de La Teja. Estudió teatro y llegó ser parte de un elenco estable, además de participar en la película indie Relocos y rezarpados. Ya en Argentina había pasado por Dulce amor, en un rol juvenil y de cara bonita, hasta que el destino llevó a Nico Furtado a encarnar, al mismo tiempo, a dos de los personajes más comentados de la televisión actual: en Educando a Nina es el Bicho, un cuartetero entrador e incansable y en El marginal es el tremendo Diosito, un preso capaz de pasar de la buena onda a la psicopatía en menos de un minuto. En esta entrevista, Furtado cuenta acerca de su recorrido para llegar a este buen momento actoral y a los particulares y arriesgados métodos con los que se pone a prueba para componer a fondo a sus personajes.
Por Juan Manuel Strassburger
Cincuenta metros. Media cuadra. ¿Cuántas cosas pueden pasar en cincuenta metros o media cuadra? En principio, no demasiadas. Ahora bien, si vas de incógnito en uno de esos pasillos estrechísimos de las villas, la ecuación cambia. Y Nico Furtado –que todavía no es Diosito (su personaje carcelario en El Marginal) pero va caracterizado como él con barba de tres días y mirada borde– lo sabe: cualquier movimiento en falso puede ser el último. Por eso va en silencio pero alerta. Los cinco sentidos puestos en salir de ahí. O, al menos, en no hacer enojar al tranza que contactó al azar un rato antes. Un Diosito como él pero de verdad que lo guía en fila india por ese pasillo interminable. Y que de repente está de muy mal humor: la compra no salió como quería y el culpable no puede ser otro que él. O sea, Nicolás Furtado. El actor revelación de El Marginal y Educando a Nina, las dos ficciones nacionales con mayor impacto hoy por hoy, pero que un año atrás, por unos minutos, no supo si iba a poder vivir para contarla. Había ido a meterse en personaje y casi queda atrapado en el mundo real.
“Estuvo cerca”, reconoce ahora y bastante más aliviado este actor uruguayo de 28 años nacido y criado en La Teja, Montevideo, que vive días importantes, los más vertiginosos de su vida, de este lado del charco. “Todo el tiempo pasan cosas nuevas respecto a notas, repercusiones de los programas, y estoy aprendiendo a manejarlo”, dice respecto a cierta timidez que le sobreviene cada vez que lo llaman de los programas de la tarde y no sabe bien cómo afrontarlo. “En las escuelas de teatro te enseñan a actuar pero no a lidiar con la exposición. Y a mí me pasa que cuando la nota es en vivo y hay una cámara prendida me pongo nervioso y un poco vergonzoso”, sorprende quien a la hora de actuar, y especialmente como Diosito o El Bicho, dos personajes eléctricos y de alto perfil, es cualquier cosa menos tímido. Y por eso tal vez consultó a colegas de mayor experiencia. “Me dijeron: ‘Vivilo como un personaje más’. Y trato de hacerles caso. Pero también pienso: ‘Yo soy Nico. ¿Cuál sería el personaje de Nico?’”, dice y frunce el ceño. Sin respuesta.
La situación es recurrente: todos los años aparecen una o dos ficciones que se destacan por sobre el resto. Y entre ellas, casi siempre, un actor o actriz que es señalado como “revelación”. Este 2016 se da la curiosidad de que las dos ficciones más comentadas (Educando a Nina de Telefé en plena batalla del prime time contra Los ricos no piden permiso de El Trece y El Marginal, de la Televisión Pública, entre las miniseries o unitarios que apuntan al “consumo de calidad”) cuentan con el mismo actor entre dos de sus personajes más decisivos. En el primer caso, El Bicho: un cuartetero cordobés de pelo fucsia y al extremo encarador, siempre a mil, que disputa el amor de Nina/Mara, el díptico popular/cheta que interpreta Griselda Siciliani; y después Diosito: el tumbero más magnético que dio la tele en varios años y suerte de Demonio de Tasmania intramuros. Un pibe chorro apellidado Borges capaz de convertir el secuestro “profesional” de la hija de un juez federal en un inminente ataque de nervios con cita ricotera incluída (“sobrio no te puedo ni hablar/ estoy perdido sin mi estupidez” canturrea en modo cumbia villera). O de sacar una sonrisa en quienes lo están viendo (dentro y fuera de la pantalla) y mostrar un inesperado costado tierno durante unas lacanianas sesiones con un terapeuta carcelario tan pusilánime como cínico.
“Me encantan estos personajes que no son los protagónicos pero te permiten probar cosas delirantes o distintas”, señala Furtado que en cuanto se enteró de la existencia de El Marginal se puso entre ceja y ceja conseguir el papel de Diosito (“Para mí, el sueño del pibe”, dice sin vueltas) y eso que no tenía las de ganar. “Yo sabía que no me tenían mucho fe”, cuenta sin ningún atisbo de rencor. Y tiene lógica: si bien en Uruguay había hecho sus buenos aprendizajes como elenco estable del Teatro Alianza (y había podido destacarse en Relocos y repasados, film de humor negro y zarpado que tuvo sus crecientes adeptos en el circuito indie), para el medio local seguía siendo una cara bonita juvenil que había llamado la atención en Dulce Amor pero no mucho más.
Por eso, ante este panorama, Furtado tomó una decisión: “Me rapé y, sin aclarar nada, caí caracterizado como Diosito. Con prótesis dental y todo”, cuenta sobre esa dentadura partida que fue a buscar especialmente a Montevideo en un viaje relámpago (“La había usado en una película y la tenía guardada en una cajita en la casa de mis viejos”) y terminó convirtiéndola en marca registrada del personaje y de la serie. “Ese día hice la escena que me pidieron y noté que todos me trataban con cuidado. Como explicándome en qué consistía el casting y también cuidando de que no pasara nada. Que no hiciera ningún desastre”, cuenta divertido Furtado que aquel día hizo su parte y... se retiró. “Para mí ya estaba con haber podido dejar esa impresión. Ni siquiera pretendía que me eligieran”. Pero la productora (Underground) hizo las correspondientes averiguaciones y apenas supo que se trataba de un actor profesional no dudó y volvió a convocarlo.
“Imaginate: estaba feliz”, subraya Furtado que ahí nomás redobló la apuesta. Y así fue que en las vísperas del call back (la prueba que termina de definir si se obtiene un papel o no), agarró una grappamiel, se dirigió a los bosques de Palermo y se dispuso a pasar una noche a la intemperie como un linyera. En invierno. “Traté de conectarme con el frío, con la humedad, con dormir en un lugar duro, lleno de tierra y una hormiga caminándote la oreja. Absorber un poco toda esa energía para usarla después”. El papel, por supuesto, fue suyo. “En el callback ya estaba (Adrián) Caetano, director de la serie, y el resto del equipo que me cargaba con el tema de los dientes, si los había llevado o no. Y obviamente nunca se enteraron que había pasado la noche en vela”, cuenta como reconociendo una travesura. Y dice: “Ahí empezó a aparecer Diosito”.
Pero faltaba la puntada final, la prueba de fuego. “Cuando le comenté a mis amigos qué era lo que tenía ganas de hacer me miraron raro. Me dijeron que no me mandara. Pero yo ya me lo había metido en la cabeza y lo hice”. Sin plata, sin celular, sin avisarle esa tarde a nadie pero caracterizado como Diosito. “Antes de entrar, ya calzado con los dientes, me revolqué en una plaza para terminar redondear el detalle de la ropa”, cuenta. Furtado se metió en una villa real a probar si su caracterización de verdad funcionaba. Eso sí: con un speach ya armado: el de un uruguayo recién llegado de un buque pesquero que no hacía tanto había estado preso en Montevideo “y quería ver qué onda”.
“Al principio entré y no pasaba nada: había comercios, gente caminando de un lado y del otro, todo normal. Estaba en la calle principal. Pero en eso me encara un pibe que al principio no le doy mucha bola pero que después, con la excusa de ‘pegar’ algo, me permite conocer una bandita de pibes que están fumando en ronda”. Paco, claro. “Todo el tiempo finjo que tengo hambre como para poder decirles que no si me ofrecen. Y por suerte los pibes están en otra, en otro universo. Pude captar mucho de ese momento”.
Pero entonces arranca la secuencia: “El pibe que me había contactado me lleva a uno de esos pasillos largos, tremendos, con una puerta de reja al principio. Era pasarla y arriesgarme a que alguien la cierre y quedar atrapado. ‘Y bueno, fue’, pienso. Y lo sigo. Los otros también quieren venir. Pero él los frena: ‘No, ustedes no. Él y yo nomás’. Y me lleva con un tipo grande, de más edad. ‘¿Qué hace este acá? ¿Quién es?’, se enoja. Pero el pibe le explica y acepta que lo esperemos sentados en un hueco del pasillo mientras busca lo que pedimos. Y nos quedamos solos”.
Furtado recuerda cómo se llama, pero prefiere no nombrarlo. “Quema su pipa con las cenizas de mi cigarrillo y no para de ofrecerme. Yo sigo diciéndole que tengo hambre y hasta agarro unos panes del piso y los empiezo a comer. Voy zafando. Pero de repente, el pibe que hasta ese momento había sido el más amigo, se pone muy nervioso. ‘Quiero más plata’, me dice. ‘No’, le digo. ‘Primero conseguime lo que te pedí’. Pero él insiste y yo también: si supuestamente era un pibe como él, como Diosito, no podía aumentarle al toque lo que iba a pagarle. Ahí me empieza decir: ‘¿Vos sabés que estoy armado y que me están esperando del otro lado del pasillo? ¿Qué preferís? ¿darme más plata o qué te lastime?’. Pasaba de cero a cien, como después mi personaje en El Marginal. Esa cosa ser de súper simpático, casi un nene, y al toque pelarte una de psicópata asesino”.
¿Y qué hiciste?
–Me levanté y él también. Empezamos a caminar por ese pasillito que no se terminaba más. Estaba lleno de puertas, ventanas, no sabía si de verdad tenía un arma o si gritaba y al toque saltaban de los costados. Encima, cuando estamos por llegar a la puerta de reja me dice ‘¡Pará! ¡La gorra!’ Y es cierto: nos asomamos y ahí está el tipo que me había presentado un rato antes. Esperame acá, me dice. Pero entonces veo la oportunidad y me mando. Cruzo por frente de los canas y me miran. ‘Lo único que falta es que me detengan’, pienso. Pero no hacen nada. Agarro la principal, sigo caminando y salgo al fin.
Zafaste…
–Sí. Pero recién en casa, cuando me bajó la adrenalina, tomé noción del peligro. En el momento no: fue todo operativo. Como una película. Es tan libre el trabajo del actor a la hora de componer un personaje o investigar que muchas veces no hay límites. Y yo esa tarde no los tuve. Ahora, si me preguntás si me arrepiento te digo que no. Pero también que no lo volvería a hacer. Y que no lo recomiendo.
Pasaron pocos meses entre las grabaciones de El Marginal y Educando a Nina, también producida por Underground. Inicialmente, Furtado estaba destinando para otro papel, pero como dice la canción el destino tuvo otros planes. “Yo estaba contento. Iba con todas las pilas. No era menor el papel y era una continuidad respecto a El Marginal. Pero un día me dicen que me quieren probar para El Bicho y a mí me parece bárbaro, pero también un riesgo porque significa también tener que sostener comercialmente la tira y yo hasta ese momento no era para nada conocido”, dice Furtado, que nació y se crió en La Teja, un barrio que por historia y composición social podría asemejarse a nuestro Pompeya. Y que –como antes con Diosito– le sirvió para terminar obteniendo el papel y a la hora de la verdad (cuando la serie finalmente salió a luz y obtuvo la devolución que obtuvo) lograr una fuerte identificación.
“En La Teja tuve varias amigos que tranquilamente podrían haber terminado como los de El Marginal. Pero que también tenían la picardía y el encare de El Bicho. Amigos con los que de chicos nos colgábamos de los camiones y recorríamos la ciudad así: horas y horas de camión en camión”.
Un par de décadas después (días en los cuales el reconocimiento cotidiano es intenso y tanto el Bicho como Diosito logran un fuerte rebote en las redes), Furtado apela a esa crianza para mantener un poco los pies sobre la tierra. “Hay algo que tengo en la mirada y que creo que viene de ahí”, subraya. Y comenta sobre la feliz curiosidad de que a la misma hora, por distinto canal, pueda vérselo o bien rubio y tumbero o bien fucsia y cuartetero, a full con la tonada cordobesa. “Yo pensé que en un momento ambos públicos se podían llegar a juntar, pero los que me reconocen por El Bicho no tienen ni idea de Diosito. Y al revés. Se ve que son públicos muy distintos”. Y detalla: “Así como me armé un glosario de palabras villeras y carcelarias para Diosito lo mismo hice con el Bicho: me vi un montón de recitales y entrevistas de cuarteteros. Traté de aprender sus códigos y su léxico”.
El Bicho, que claramente está inspirado en Rodrigo aunque sin ánimo de rigor histórico (es más una referencia útil a la ficción que una cita concreta), implicó también la dificultad de tener que abordar esa tan idiosincrasia tan particular desde su condición de montevideano profundo. “Realmente cuesta y obviamente ellos están atentos a que los representemos bien. Y me parece perfecto”, dice y cuenta que tarda alrededor de una hora en sacarse la tonada de encima. Y que más de una vez se descubrió conversando sin querer en cordobés con sus amigos uruguayos. “Los cordobeses tienen su mundo aparte, una chispa muy simpática. Siempre con la palabra justa y el retruque a tiempo. Y hay que estar a la altura de eso. Sobre todo manejar bien la energía: lo principal que tuve en cuenta para componer al Bicho. Un tipo que no para, que no se cansa nunca, ya sea arriba como abajo del escenario. Siempre frenético”.
¿Qué te hizo querer ser actor?
–Por un lado el poder vivir aventuras, situaciones raras como las que siempre vi en las películas. Un poco lo que le pasa al personaje de El Gran Pez, que siempre tiene historias para contar, más allá de que sean verdad o mentira. Por el otro, que no me quedó otra. No me convencía ninguna carrera, jugaba al básquet y tocaba la batería en una banda pero no me dedicaba a fondo. Y mi viejo me dijo: Hacé lo que quieras pero hacelo bien. Y bueno, caí en el teatro. Y mientras otros compañeros quizás no abandonaban la facultad, otras carreras paralelas, yo empecé a darme cuenta que no sabía hacer otra cosa. Que era esto o nada. Y fue esto.
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