ORESTE OSMAR CORBATTA
Pertenece por derecho propio a la estirpe de los héroes míticos: origen muy humilde, wing derecho habilidoso, loquito y creativo salido del potrero, anterior a la era de los goles televisados y las jugadas repetidas hasta el hartazgo, paulatinamente perdido entre faldas y alcohol. Para rescatar del olvido la historia de Oreste Osmar Corbatta, y para despejar de paso algunas versiones excesivas, el periodista Alejandro Wall se dedicó a seguir sus huellas por todas partes, incluyendo la Patagonia y Medellín, habló con numerosos hombres y mujeres que lo conocieron para revivir su paso por Racing y la selección argentina y para reconstruir su mítico gol a los chilenos en la Bombonera en 1957. Corbatta: El wing (Aguilar) es una biografía exhaustiva y una sentida crónica de fútbol que bucea en el ascenso y la caída de un jugador que quedó instalado en el imaginario popular pero que, hasta ahora, permanecía sumergido en las sombras ambiguas de la fama y el mito.
› Por Angel Berlanga
Al principio hay un jugador mítico, un wing eléctrico al que es muy difícil sacarle la pelota, un flaquito habilidoso y rapidísimo que ataca por la derecha y deja de garpe a sus marcadores para desbordar y poner unos centros perfectos para los compañeros que llegan a definir, o para irse solo nomás al gol, un tipo infalible además en la ejecución de penales. O, al principio, hay un hombre llamado Osvaldo Wall que una tarde de domingo sin fútbol, a mediados de los años 80, hojea el libro La Academia de los campeones junto a su hijo de ocho, Alejandro, y mientras pasan las páginas le va contando hazañas racinguistas, sobre todo las de aquel Equipo de José que fue campeón de América y del Mundo en 1967, hasta que se detiene ante una foto en blanco y negro de un puntero que deslumbraba algo antes, a fines de los 50, retratado cuando acaba de hacer un gol en el Cilindro de Avellaneda. Y dice, el hombre: “Este es Corbatta. Le pegaba como los dioses y además era un gambeteador. Un crack. Pero perdió todo y ahora vive en la cancha, abajo de la tribuna”.
Aunque al principio podría estar el chico de ocho que creció, se hizo periodista y reunió lo mítico del wing con aquel recuerdo y con otros, como la noticia de la muerte de Corbatta el 5 de diciembre de 1991, cuando vio una foto del ídolo desprolijo, barbado, envejecido prematuramente, y entendió que “vivir en la cancha no era un privilegio”, como había fantaseado aquella tarde. Al principio puede estar, también, este periodista especializado en deportes, con un par de libros ya publicados (uno de ellos se llama ¡Academia, carajo!), que hace tres o cuatro años sintetizó todo lo que había leído o escuchado de aquel protagonista de las fábulas de su infancia, observó que “cada vez menos hinchas de Racing” hablaban de Corbatta y se puso a investigar. “No quería que la historia del wing derecho más emblemático del fútbol argentino quedara en el olvido, bajo el polvo del tiempo, y por eso lo perseguí todos estos años”, escribe Alejandro Wall, en el primer capítulo de su nuevo libro. “Para saber, también, cómo seguían las historias que me contaba mi papá. Pero rescatar del olvido a Corbatta requería otra tarea: desentrañar los mitos que lo rodeaban, limar las ambigüedades de sus relatos y descubrir sus misterios”.
Avanza por la banda Corbatta, el wing.
“Fue un jugador central para ese momento”, sitúa Wall. “Y no solo de Racing, del fútbol en general, de la Selección. Hasta el año 60, diría; después su figura cae, más allá de que está su pase a Boca. Fue uno de los protagonistas en el Sudamericano del 57 (Argentina fue campeón) y se da el hecho curioso de que como él se queda, a diferencia de Sívori, Maschio y Angelillo que se fueron a jugar a Italia, lo convocan para ir al Mundial de Suecia. En algún momento Corbatta dice que Racing le negó una venta, pero no lo tengo claro. Si se hubiera ido a Europa no habría hecho ese gran gol contra Chile, ni habría estado en el Mundial 58; enmarcado en lo que se conoce como el desastre de Argentina en Suecia, el tipo hizo un gol en cada uno de los tres partidos, así que sale indemne de un momento complejo”. Recién en 2014 otro jugador argentino conseguiría eso, hacer goles en todos los partidos de la primera ronda de una copa del mundo: Messi. “Corbatta es una figura central en términos de lo que implica su puesto en la cancha”, sigue Wall. “El wing tiene un halo romántico, emblemático para el fútbol argentino: el potrero. Al potrero se lo suele denominar como una de las patrias del fútbol, y él es como el emblema del jugador salido de ahí. El hecho de que haya pocas filmaciones, que fuera un jugador más de revistas y del relato oral, hace difícil tomar dimensión de quién fue. Ahora, cuando llegás a las crónicas de la época, el tipo tiene una relevancia muy impresionante”.
Wall dice que Corbatta es un nombre y un personaje conocido, instalado en el mundo Racing, incluso en los hinchas más jóvenes). “Nunca llegó a estar en el olvido del fútbol, está presente”, dice. “Lo que me planteo es rescatarlo de un futuro olvido, o bien rescatarlo del olvido en términos de que convertido en mito está como deshumanizado. Es un personaje de historias sueltas, de anécdotas, pero su historia finalmente no termina de estar contada. Eso para el hincha de Racing; para el resto del fútbol en general es percibido como el jugador que nos contaban nuestros abuelos, o los padres. Esto de que el Charro Moreno fue mejor que Maradona. A diferencia de futbolistas que pudieron haber sido grandes ídolos y que nunca terminaron de explotar, como el caso del Trinche Carlovich, Corbatta fue un jugador con toda una trayectoria, un tipo que llega a Racing, y que si bien no llegó a Europa, después de Boca fue a jugar a Deportivo Independiente Medellín, donde también lo idolatraban. Y está muy presente en los hinchas de la época, no solo en los de Racing. Es muy difícil establecer en qué lugar del fútbol argentino está, es muy arbitrario decir si está entre los once mejores, si entraría o no en una selección histórica. Algunos te ponen en su puesto a Caniggia, otros al Loco Houseman; habrá hinchas de Independiente que pongan al Loco Bernao. Hay discusiones. Pero sin duda, muchos de los que lo vieron te sostienen que en su puesto fue el mejor”.
Fama del puesto, a Corbatta también le decían Loco: Wall indaga con compañeros de su debut en Racing, en 1955, o con declaraciones de distintas épocas, sobre el origen del apodo, y la cosa oscila entre la pinta de un pibe de 18 años, de 59 kilos, esmirriado, que jugaba con las medias bajas, descoordinado, sin preparación atlética, por el que nadie al principio daba dos mangos: “¿Quién es el loquito ese?”, se preguntó uno de los jugadores cuando lo vieron; la otra versión se respalda más en algunas jugadas delirantes, que arrancara gambeteando hasta llegar casi a su propio arco y que se volviera, que eludiera a cinco o seis jugadores antes de hacer un gol. Esa fama tiene el gol a Chile, por las eliminatorias para Suecia 58, considerado por muchos como el mejor de la Selección Argentina, hasta el de Maradona a los ingleses en México 86. Wall dedica un capítulo a ese gol, del que no se conocen filmaciones. “Busqué durante años el Rosebud de Corbatta”, escribe; luego de una larga pesquisa dio con segmentos de ese partido en un archivo de la Biblioteca Nacional, pero de repente tras las imágenes la pantalla se pone en blanco y ya. El delantero José Sanfilippo, que vio ese partido desde la tribuna, reconstruía la escena con Corbatta eludiendo a dos o tres jugadores chilenos y al arquero y deteniéndose ante la línea de gol. “La imagen que retenía Sanfilippo –escribe Wall– era la de Corbatta de espaldas a la tribuna, mirando al campo de juego y retrocediendo con la pelota hasta el punto del penal. Lo que siguió fueron nuevas gambetas y el gol”. Es de las versiones más ¿mágicas? Wall reproduce unas cuantas, diversas: el propio Corbatta aparece dando versiones distintas ante un par de medios. Lo más cercano que pudo llegar a ese gol, cuenta Wall, es una secuencia de ocho fotos que publicó El Gráfico. “Fue tapa de Life”, incluía la leyenda de este gol: Wall despeja la incógnita en el libro, durante una visita a una biblioteca de Bogotá. “A muchos de los datos que tenía de arranque me los iba destruyendo la propia investigación –dice Wall–. Cuando propuse hacer el libro conté que hizo este gol impresionante, tal como lo contaba él. Y bueno, después muestro que no fue tan así. La famosa tapa de Life: en realidad aparece en las páginas interiores, y no se trata en realidad de la revista que todos conocemos”.
Pisa la pelota Corbatta, pasan dos de largo, encara hacia el medio.
Al principio también hay un perro: los directivos de Juverlandia de Chascomús se lo soltaban en las afueras de su habitación en la noche previa a los partidos, para que no se fuera de juerga. Es el primer equipo de mayores en el que jugó: llegó allí en 1953 y al año siguiente el club consiguió ganar la única liga de su historia. Corbatta tenía 18 años y llegaba transferido desde Estudiantes de La Plata: en esa ciudad vivió desde 1941, cuando tenía cinco, huérfano de padre, el menor entre ocho hermanos, familia muy humilde. Algo más atrás hay que mentar Daireaux, el pueblo en el que nació Corbatta, que siempre decía que había nacido en La Plata. Al principio está el nombre con el que fue anotado en el registro civil, Oreste Osmar, escrito miles de veces con varias combinaciones erróneas. Wall habla con testigos directos de la mayoría de las etapas, el pibito que lo veía jugar descalzo en los potreros (“y mirá que la pelota era de tiento, dura”), el que lo vio en los primeros clubes barriales platenses, el que compartió las habitaciones de quienes no tenían otro alojamiento en la cancha de Racing, con quien fue campeón en los torneos de 1958 y 1961. Wall habla con la hija, la hermana, el primo, el técnico, el vecino, el compañero, y va desgranando los pasos de su investigación, sus derivas, sus incógnitas, sorpresas, paradojas, hallazgos insólitos: su narración incluye una primera persona bastante singular, con bastante presencia y ninguna arrogancia, que más bien procura distinguir e incluir en el relato la procedencia de las fuentes y los modos y situaciones en que fue consiguiendo voces e información. Hay en este sentido tramos fabulosos, como el rastreo de una vecina de Corbatta y su segunda esposa en Medellín, perdido Wall en un barrio en el que habían cambiado los criterios de numeración.
“No hay relato que no te describa a Corbatta como una persona básicamente buena, generosa, desprendida –dice Wall–. Yo digo que incluso él construye una ética de la amistad. En todos sus últimos años esto aparece con fuerza, los amigos le decían tío, y él tenía una vida tribal, siempre rodeado de grupos de gente, ya desde su primera separación: su mujer se va con su hija de la casa que tenían en Florida y él aparece ahí con cinco amigos, y vive con ellos. En cada lugar al que va es lo mismo; en una entrevista con la revista El periodista dice: ‘los amigos tomamos del pico’. En las pocas imágenes que pueden verse de él se lo ve bonachón: es parte también del mito Corbatta, el buenazo del que todos se aprovecharon y al que todos dejaron solo. Y ahí sí, intenté contar lo que fui encontrando, que esa persona generosa y desprendida se escapaba mucho del que intentaban ayudarlo. Un lugar común sobre Corbatta es decir que las mujeres lo arruinaron; y la realidad es que la primera mujer lo dejó porque él vivía de juerga, y la segunda intenta recomponerlo, lo lleva a alcohólicos anónimos. ¡Lo lleva a la casa de los padres! Pensá en un jugador de Boca viviendo con los suegros. Un jugador que venía además de la Selección. Corbatta se termina alejando de todo, de sus hijos; los abandona, con sus problemas, con lo que fuera. Es muy curioso, como que la culpa se recarga sobre las mujeres, porque es la idea más fácil y machista. En general, cuando hablaba con algún ex compañero de fútbol, me decían eso, que las mujeres lo arruinaron. Incluso con mucha mala intención se sostiene que su primera mujer era prostituta. Es más, hasta está este pequeño detalle: ella se va con su bebita y le deja la casa, no es que cambia la cerradura y lo deja en la calle. Hay algo parecido a lo que pasa con Garrincha, la idea del ídolo abandonado que murió en soledad: Ruy Castro, el autor de Estrella solitaria, el libro sobre él, sostiene que en rigor no fue así, que Garrincha tuvo mucha gente acompañándolo. Y Corbatta también tuvo: amigos que intentaron enseñarle a escribir, rescatarlo del alcohol, oportunidades para volver a reinsertarse en el fútbol. Incluso Racing lo rescata y lo lleva como entrenador de arqueros. Posiblemente es un fútbol que no tenía en ese momento la forma de ver que Corbatta necesitaba, otro tipo de tratamiento, una atención de otro tipo. Incluso sus hermanas muchas veces intentaron llevarlo a La Plata, para cuidarlo, y él no quería. Quería estar acá, en Buenos Aires”.
Ya de vuelta de Medellín y tras un paso breve por San Telmo, Corbatta tuvo una etapa patagónica: lo contrataron para jugar en Tiro Federal, de General Roca. Ya estaba muy baqueteado por el alcohol y apenas podía jugar un rato o un tiempo, pero la llegada de un ex jugador de su trayectoria armó un revuelo considerable. Wall sigue sus pasos también allí, habla con quienes lo cruzaron en aquella época (1971), visita la pensión en la que se alojó, habla con la dueña del lugar, Corina, que lo bancó cuando terminaron echándolo del equipo. “El técnico, Jorge Miranda, vivía en esta pensión y tenía todo un sistema para salir a buscar a Corbatta por los bares y traerlo”, cuenta Wall. “Pero Corbatta volvía a escaparse. En este sitio también había un loro que avisaba ¡lo vendía cuando se iba! Toda esa época en la Patagonia es desopilante. Son relatos que, increíblemente, parecen los que relató Soriano en la ficción. Los hinchas mirando al cielo, a ver si aparecía el avión que traía al refuerzo que llegaba desde Buenos Aires. Tipos que se agarraban a trompadas y terminaban en cana. Por ahí no conseguían árbitros y los torneos se atrasaban. Un tipo que tenía problemas de alcohol que cae justo en este lugar, donde era todo un gran despelote. Además ahí se da un proceso como de gatiquización de Corbatta, se convierte en una especie de Gatica, el gran ídolo al que sientan en un restaurante para que cuente historias, o al que ponen en la puerta de un cabaret para ganarse un plato de comida. En un momento especularon con ponerlo atendiendo una zapatería, una cosa alucinante”.
¿Qué te dijo tu viejo del libro?
–Nada. Sé que lo leyó, pero no tuve una devolución del tipo Ah, me gustó esto... Creo que es más timidez que otra cosa. Mi viejo tiene 83 pirulos. No me dijo nada. Pero estábamos en la mesa y apenas se lo di lo empezó a leer y no lo podía largar, como que se evadió.
Elude a otro Corbatta, amaga, se saca al último de encima. Enfrenta al arquero.
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