Tiro Federal se entrenaba dos veces por semana a la tarde, cuando ya había caído el sol y los jugadores habían terminado la jornada laboral. Corbatta daba unos trotecitos alrededor de la cancha, jugaba un rato y luego seguía la rutina de cada noche, un aperitivo en Che Café, sobre la avenida Roca, un churrasco en Mi Boliche, abierto toda la madrugada, y baile en Argentinos del Norte o Río Negro, los clubes donde tocaban bandas de la zona, como Los Tucanes, Los Berras, La Batería Embrujada de Ángel Bravo y Los Caravelas. Se bailaba desde tangos, milongas y boleros hasta cumbia y roncanrol. Pero a Corbatta le gustaba quedarse en la barra con amigos y contar historias. Era habitué de La Vieja Dama, la confitería de Belgrano, que siempre lo convidaba con un trago, o visitaba Getaime, el boliche que tenía Chiquito García en Misiones y San Martín.
En cualquier lugar podía encontrarse con alguien que le gustara hablar de fútbol y lo invitara a comer o tomar algo. A veces podía terminar en un boliche o una casa en la que al final se quedaba a dormir. Miranda, gendarme nocturno de sus jugadores, recorría todos los bares de la ciudad para asegurarse de que ninguno estuviera en la calle después de la medianoche. Lo hacía de incógnito, intentando que nadie lo viera, y al que encontraba bebiendo o bailando lo mandaba a su casa. Los viernes daba libertad para que salieran, pero lo que más le preocupaba era los sábados antes de los partidos. Había ideado un operativo junto a Carosanti y Cacho Montoto, la dupla de delanteros abstemios de Tiro Federal, que tenían que ir con sus autos a buscar a Corbatta por las calles de General Roca.
–La gente lo mandaba en cana, eran hinchas y si lo habían visto te lo decían –contó Carosanti en su casa de Roca.
Cuando alguno de los jugadores que patrullaban General Roca encontraba a Corbatta, comenzaba el trámite para llevarlo a la casa de Corina. No siempre era una misión sencilla, porque se resistía y pedía quedarse un rato más. Pero Carosanti o Montoto, el que primero lo encontrara, lo sacaba a la fuerza y lo llevaba a dormir a su pieza. Miranda también se aseguraba de esa cuestión antes del sueño. Estaba hospedado en la casa de Corina y casi nunca cerraba los ojos si no controlaba que estuviera durmiendo. Pero Corbatta esperaba en silencio. En cuanto se iba el auto que lo había llevado y Miranda se dormía, salía otra vez.
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