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Domingo, 7 de marzo de 2004

MúSICA

Deshacer historia

Franz Ferdinand era el nombre del archiduque austrohúngaro cuya muerte detonó la Primera Guerra Mundial. Casi cien años después, Franz Ferdinand es el nombre del disco y de la banda escocesa de la que se va a hablar este año. En la cresta de la ola retro, mientras otros revisitan los 60, los 70 o los 80, estos cuatro escoceses que empiezan a escalar los rankings del mundo decidieron reformular períodos más oscuros y desconocidos con una insólita mezcla de punk y funk.

 Por Rodrigo Fresán

El 28 de junio de 1914, el carruaje del archiduque del Imperio Austro-Húngaro Franz Ferdinand fue interceptado en las calles de Sarajevo por el grupo de terroristas comandado por Gavrilo Princip. Princip disparó dos balas: la primera alcanzó a la archiduquesa Sofía, quien estaba embarazada y murió en el acto. La segunda se clavó junto al corazón de Franz Ferdinand, quien alcanzó a susurrar un “Sofía” antes de cerrar sus ojos para siempre, para que así la Primera Guerra Mundial pudiese abrir los suyos.
Casi cien años más tarde, un cuarteto de escoceses unidos y conspirando bajo el nombre de Franz Ferdinand bailan y saltan y tocan y cantan –en una canción titulada “All For You, Sophia”– versos sanguíneos y eléctricos donde se oyen cosas como: “Bang Bang, Gavrilo Princip / Bang Bang, dispárame, Gavrilo / Bang Bang, las seis primeras son para ti / Bang Bang, la séptima es para mí / Bang Bang, la Historia está completa / Bang Bang, Europa va a llorar”. Y después, en las cada vez más numerosas entrevistas, cuando a Alex Kapranos (voz y guitarras), Bob Hardy (bajo), Nick McCarthy (guitarra, órgano y voz) y Paul Thomson (batería) les preguntan quiénes son sus íconos, estos cuatro arrojan nombres como los del general Patton, el escritor George Orwell y el asesino serial Jeffrey Dahmer. Y agregan: “Nuestro objetivo es hacer música para que bailen las chicas”. Y las chicas bailan. Y los chicos también. Y el primer Franz Ferdinand se sacude en su tumba. Y empiezo a escribir esta nota cuando Franz Ferdinand ya son bastante conocidos en el Reino Unido (“Take Me Out”, su espasmódico y formidable segundo single acompañado por un video en el que aparecen convertidos en una suerte de robots victorianos ha alcanzado el número 3 en las listas de ventas) y, seguro, para cuando termine de escribirla van a ser famosísimos en todas partes. La Historia está completa. El mundo va a sonreír. O va a morir sonriendo.

El fin de la historia
Y la cuestión no está en si dentro de cien años seguiremos hablando de Franz Ferdinand. La cuestión es si seguiremos hablando de Franz Ferdinand el año que viene, si Franz Ferdinand tendrá tiempo de crecer y de madurar y de dar buenos frutos, buenas balas. O si todo quedará y habrá quedado en el agradable recuerdo de este debut, Franz Ferdinand, y después sólo la pólvora mojada de la moda alguna vez explosiva pero que ya pasó. No es fácil. El Mondo-Rock –con algo así como medio siglo de vida– se ha convertido en un planeta cada vez más centrífugo; en un dragón que, cansado de lanzar llamaradas, lo único que hace es morderse la cola con dientes cada vez más instant-retro: la investigación del pasado desde la fugacidad del aquí y el ya pasó. Así, cansado casi enseguida de innovar, lo único que hace el rock es reformularse escudándose en la coartada perfecta: el rock es para jóvenes; y los jóvenes del 2000 tienen derecho también a vivir sus 60 y sus 80 y también, si les va la perversión decadente, sus 70. Los 90 ya fueron más revisitantes que visitantes, se sabe. Fue desde allí que se zarpó; y por estos días las ondas desbordan de olas por las que navega un transatlántico bautizado como S. S. Déjà Vu donde en sus diferentes cubiertas suenan los sonidos de bandas como The Strokes, The Coral, The Kings of Leon, The Hives, The White Stripes, The Jeevas, The Darkness, The Stands y otros The (ese artículo inglés y singularmente plural que marca y define a la música popular) presentándose como falsificaciones más o menos hábiles de modelos originales. Esas que se compran caro pero, enseguida, se revenden barato. Sí, el negocio de la música que alguna vez fue símbolo y soundtrack del presente más revolucionario no es ahora –piedras que no dejan de rodar, cajas conmemorativas, reediciones revisionistas y remasterizadas, bonus-tracks para engordar la obra maestra y relanzarla como novedad para los recién llegados– otra cosa que la más cómoda ycomplaciente de las nostalgias. Suele ocurrir. A todo y a todos les pasa. Así es la Historia.

La historia interminable
Franz Ferdinand y Franz Ferdinand no están libres de este pecado reflejo y parasitario y mimético, pero al menos –como sus contemporáneos de British Sea Power– han optado por reformular períodos más oscuros y desconocidos de la bestia, efemérides no por eso menos luminosas.
Franz Ferdinand practican una curiosa mezcla saltarina de punk y funk -¿pfffunk?– que inevitablemente recuerda a esos primeros 80 cuando las pistolas sexuales ya estaban vacías y surgían esos combos nuevaoleros de alta velocidad e inteligencia en los que la postura art no impedía el baile. Pensar en los primeros Talking Heads y en los B-52’s más furiosos, en el XTC circa “Making Plans for Nigel”, en algo del Blondie menos radial pero más radiactivo (escuchar “Auf Achse” o “Come On Home”), en unos The Clash androides (“This Fire”), en las viñetas más bubónicas y cáusticas de los Boomtown Rats (la homoerótica “Michael” y la voz ululante de Kapranos, por momentos, tan Bob Geldof), en ciertas guitarras de Television y –en Escocia– en secretos a voces como Josef K y el Orange Juice de Edwyn Collins. Ya saben: canciones que mutan varias veces en tres minutos, estribillos pegadizos y pegadores, Stratocasters y Fenders angulosos y -tal vez lo más interesante de todo– letras de una críptica sencillez. Palabras que dicen cosas como “Palabras de amor y palabras tan desempleadas / Palabras que son envenenados dardos de placer” (“Darts of Pleasure”, el primer single); “Siempre es mejor durante las vacaciones / Por eso es que sólo trabajamos cuando hace falta dinero... / En ocasiones estos ojos se olvidan del rostro desde el que te miran” (“Jacqueline”), y “Cronometreo cada viaje que planeo para cruzarme accidentalmente contigo / Entonces te seduzco y te cuento de todos los chicos que odio / De todas las chicas que odio / De todas las palabras que odio / De toda la ropa que odio / De cómo jamás yo voy a ser algo que odio” (“The Dark of the Matinee”). Once canciones ocupando menos de cuarenta minutos, más cuatro otras fuera de lp. repartidas entre los dos singles hasta la fecha. Un sonido que se presenta –orgulloso, bajo portadas estrictamente tipográficas de look clásico-centroeuropeo– como el principio de algo que terminó hace rato pero que, con la ayuda del eco distorsionante del tiempo transcurrido, funciona –en perspectiva– muy bien tanto para veteranos como para novatos de una misma y larga guerra.
Alguien definió al Franz Ferdinand de Franz Ferdinand como “canciones que parecen estar siempre al borde del orgasmo, pero que se aguantan; y mejor todavía no”. Algo de eso hay. A mí me recuerda –no estilísticamente, pero sí como “efecto”– a lo que me produjo en su momento el debut de The Modern Lovers o de Pretenders: algo nuevo pero, al mismo tiempo, curtido. Y redondo. Una mezcla de caricia con bofetada, de sonrisa y mueca. Y superado el último track –”40’”, insisto, partes iguales de ternura y de bestialidad– la sensación es un poco ésa: la de haber sido violado por alguien –¿un archiduque?– que en teoría no puede gustarnos a nosotros, sufridos siervos rendidos a las idas y vueltas de las mareas musicales. Pero, sin embargo, ya lo dicen: relájate y goza y mañana nunca se sabe.
Total –la Historia continúa– siempre habrá tiempo para la venganza y el olvido, para la amnesia y la revancha.
Bang Bang.

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