La pasión del absurdo
POR JACK FUCHS
No tengo interés en discutir la película de Mel Gibson; más aún, no la he visto y no sé si voy a verla, aunque quizás también ceda a la tentación. Sí quiero, en cambio, detenerme en los comentarios que vienen produciéndose en la prensa y entre diferentes organizaciones judías. Cuando yo era chico, en Polonia, solía contarse esta historia: un polaco sale de la iglesia, acaba de escuchar misa, ya en la calle se cruza con un judío, inesperadamente le pega en la cabeza; “¿Por qué me pegas?”, pregunta el judío. “Porque ustedes mataron a Jesús.” “...pero eso ocurrió hace casi dos mil años”, replica el judío, y el señor polaco contesta: “Pero yo recién me entero”. El folklore popular es a veces muy preciso en sus creaciones. Verdaderamente el debate acerca de quién mató a Jesús es irrelevante, dos milenios es mucho tiempo como para seguir discutiendo lo mismo. Hace dos mil años, muchos judíos vivían en la diáspora, no había teléfono y la CNN no daba noticias sobre los grandes sucesos del mundo cada media hora, de modo que muy pocos judíos se enteraron de la crucifixión. No está de más recordar que los judíos no crucificaban, que ése fue un sistema romano de ejecución.
Soy respetuoso cuando se trata de temas tan espinosos, pero no puedo dejar de advertir el absurdo de esta discusión, ahora, cuando el mundo parece, día tras día, a punto de volar por el aire. Hay gente que sabe que los “sucios judíos mataron a Cristo”, pero no sabe que Cristo fue judío, nacido de un vientre judío, circuncidado a la semana de nacer, que su padre era un artesano judío, que él recibió educación judía, que respetó las fechas del calendario, que muchas de sus enseñanzas están escritas en el Antiguo Testamento.
Si yo fuera creyente, no aceptaría la idea de que Dios trajo un hijo al mundo para abandonarlo y permitir que fuera torturado, sacrificado. Quiero creer, aunque no pueda ser categórico en esto, que un padre no permite así como así que maltraten a su hijo; que un padre, al menos como lo entiendo, no se resigna al dolor y el sufrimiento del hijo, y menos que menos si ese padre es todopoderoso, como se dice. Si, como afirman las religiones al uso, todo ocurre por voluntad de Dios, si nada, ni una hojita que cae al suelo, está fuera de la decisión y el control divino, estamos entonces frente a un asunto singular. Los que se llaman ateos, siempre me llamó la atención, se despiden así: “Hasta mañana, si Dios quiere”. Se ve que está muy arraigada la idea de la mirada de Dios, la vigilancia y la voluntad de Dios. ¿Y dónde estaba Dios (es una pregunta muchas veces formulada) mientras las chimeneas de Auschwitz echaban el humo negro de la desgracia? ¿Y dónde estaba cuando los cristianos morían en el circo de Roma, cuando las bestias hincaban el diente feroz cien o doscientos años después de Cristo?
En la tradición de Hollywood hay una larga lista de películas que narran esas matanzas romanas y, que yo sepa, a los italianos no se les ocurrió censurarlas o escandalizarse o protestar airados. Ningún italiano contemporáneo se siente amenazado por los crímenes de Roma. También es cierto que la hipersensibilidad judía tiene, lamentablemente, asidero histórico; es cierto que la respuesta judía no es a priori un capricho victimista o seudoparanoico, aunque la culpabilización del judaísmo, en el siglo XX, no viene ya de del relato acerca del asesinato de Cristo: ni Hitler ni Stalin usaron este argumento, profundizaron el odio, pero ya no en la dirección de que los judíos asesinaron a Dios sino a partir del hecho simple y puro, corporal, de haber nacido judío. Recuerdo bien que en los años previos a la Guerra, muy poco antes del desastre, la propaganda antijudía se promovía desde la Iglesia Católica polaca, y que uno de los argumentos de entonces era precisamente: “Los sucios judíos mataron a Jesús”. Había odio, mucho odio, el temor y la proximidad del terror se sentían en las calles, pero a veces, cuando llegaba la Navidad, los judíos podíamos entrar en casa de gentiles para ver el arbolito decorado y elpesebre. La Navidad era todavía una circunstancia de reconciliación y tolerancia ecuménica. Ahora que lo pienso, advierto que los polacos debían saber muy bien que los judíos no mataron a Jesús, debían saber muy bien que se trataba de un argumento propagandístico. Un argumento ofensivo, que limita con el chisme y la difamación. Es un procedimiento muy viejo, de probada eficacia. Si en el contexto de una comunidad, de una institución, pongo a circular la noticia de que X es un malvado que abusa de los niños, que X es un perverso, que Y es una mujer de mala vida, obligo a X, a X o Y a salir en defensa de sí mismos, a probar que no son criminales, ni sátrapas, ni culpables. Acá, entre argentinos, se conoce muy bien esta práctica. Los crímenes de la Shoá (aunque todavía hoy se escuche la voz de algún que otro negacionista) pusieron con toda evidencia en escena el resentimiento antijudío, y son la prueba todavía latente de que la hipersensibilidad judía de la que hablo tiene un fundamento histórico incontrovertible. Cualquiera que se tome el trabajo de leer a Lutero va a encontrarse con la tradición que, andando los siglos, encarna Hitler en Alemania.
Torquemada, el gran inquisidor, inspiró también algunas películas, se lo señaló como un personaje siniestro, un torturador cruel, y sin embargo la Iglesia no puso el grito en el cielo; los crímenes de la Inquisición, cuanto más, se reconocieron como errores del pasado. En cambio, la opinión pública judía toma la película de Gibson con espíritu catastrófico, como si viniera a anunciar un pogrom futuro, un nuevo apocalipsis por venir. Y entiendo, entiendo de sobra las prevenciones judías. Las leo en el New York Times, en el New Yorker, seguramente las leeré en la prensa argentina en cuanto se estrene la película, yo mismo puedo tenerlas, yo mismo puedo indignarme, pero también entiendo que frente a esta realidad mundial de hambre, guerras, miseria, acumulación y comercio de armas, proliferación del terror y extensión del sentimiento de miedo e inseguridad que invade a los ciudadanos de importantísimas ciudades, es banal (como si nada hubiera ocurrido, como si no ocurriera ahora mismo, en Madrid, en Jerusalén, en Bagdad) retroceder a la discusión acerca de la crucifixión de Cristo. Mucho más me interesa la vigencia, el impacto y la violencia cercana de los crímenes de hoy, a pesar de que las víctimas no sean dioses, aunque nunca se sabe, y aunque Gibson gane cientos de millones con su empresa publicitaria. Otra vez: no juzgo la película, no soy crítico de cine, no me interesa la crítica cultural, no creo que una película (nada más insignificante) pueda constituir un verdadero peligro, pero no dejan de asombrarme el absurdo inagotable y la irracionalidad de la época; y ahí, en ese fondo delirante, en esta gran alucinación colectiva de la época, ahí sí veo crecer la amenaza del tiempo.
El autor es escritor, docente y sobreviviente de Auschwitz.