El extraño de pelo largo
Hijo de una porteña, hippie, austero, bizarro, antibélico, en dibujo animado: una recorrida por los Jesús que aparecieron en pantalla.
Por Mariano Kairuz
Si la representación de iconos católicos por medios audiovisuales tiende a ser considerada herética por los sectores más conservadores –y valga la pequeña tormenta desatada por la película de Mel Gibson cuando todavía no la había visto nadie, como estampita de muestra–, entonces el cine debe haber sido concebido en el mismísimo infierno. Con cientos y cientos de reyes de reyes, pasiones, crucifixiones y resurrecciones plasmadas a lo largo de ya más de 108 años, hay registro de unos primeros Cristo de celuloide que datan de, previsiblemente, fines del siglo XIX, y que eran en muchos casos unos “asuntos” de no más de un cuarto de hora de duración. Compiten en pionerismo títulos tales como The Horitz Passion Play, de 1897, o La passion du Christ, e infinidad de cortos intertitulados en diversas lenguas: en los primeros años del 1900 se amontonan numerosas producciones francesas, italianas (Christus, 1915, que recorría en múltiples actos infancia, prédica, muerte y resurrección) e inglesas. Entre los hitos de esta historia primitiva se suman películas como From the Manger to the Cross (1912), I.N.R.I. (de Robert “El gabinete del Doctor Caligari” Wiene, 1923) y una primera y fastuosa Rey de reyes, de Cecil B. de Mille en 1926, pero el gran clásico de la época es Intolerancia, de D.W. Griffith. Se trata de otro largo, larguísimo metraje del director de El nacimiento de una nación que habrá sido fascinante en 1916, pero cuya visión resulta en la actualidad más vale densa. Se compone de cuatro episodios donde se pone en paralelo a la Pasión de Cristo, más explícita que sugestivamente, con otras historias de “intolerancia”, entre ellas, un aleccionador cuento contemporáneo.
El recurso al relato de la Pasión como alegoría de los males del mundo moderno ocupaba el centro de no pocas de estas producciones: en varias de ellas, Cristo interactúa con otras estampitas célebres, tales como Abraham Lincoln, Moisés, Buda, Confucio, Mahoma, Washington, Napoleón, Colón y compañía. En 1916, por obra y gracia de una película llamada Civilization, Cristo vuelve a la Tierra en plan antibélico: concebida como un intento disuasivo ante el inminente ingreso de los EE.UU. a la Gran Guerra, de más está decir que la empresa fue un absoluto fracaso.
CRUZ Y FICCION
En technicolor o en blanco y negro, mudas o reverberantes con las bandas sonoras imposiblemente grandiosas de Maurice Jarré o de Alfred Newman o de Miklós Rózsa (sobre los rostros iluminados de, respectivamente, Robert Powell, Max von Sydow y Jeffrey Hunter), el gran interrogante acerca de las pasiones cinematográficas de Cristo no pasa tanto por la diversidad de los modos de representación –podría decirse que en cierta manera Hollywood se esmeró en contar varias veces la misma historia con, en el mejor de los casos, niveles distintos de espectacularidad– como por la perseverancia que han terminado demostrando esas versiones épicas, monumentales, tan cercanas a la sensibilidad del subgénero “películas de romanos” de los años cincuenta y sesenta, como lo fueron Rey de reyes de Nicholas Ray (1961) y La más grande historia jamás contada (George Stevens, 1965). O todos esos muchos títulos en los que Cristo quedaba relegado al papel de supporting character o artista invitado, desde el Manto Sagrado (1953) de Henry Koster (con Victor Mature, en la que el protagonista es un tribuno a cargo del grupo que debe ejecutar a Cristo) hasta las ineludibles Ben-Hur de William Wyler y Barrabás (1962) con Anthony Quinn, Arthur Kennedy (Pilatos) y un tal Roy Magnano como JC, sobre la novela de Par Lagerkvist.
La pregunta debe acentuarse cuando se trata del Jesús de Nazareth de 1977. ¿Cómo es que, existiendo antecedentes tan imponentes, una extensa coproducción europea filmada en Marruecos y Túnez a lo largo de casi dos años y con dudoso rigor como es ese clásico televisivo, familiero y pascuense perpetrado por Franco Zeffirelli, se las ingenió para colarse en el inconsciente colectivo desde fines de los setenta? Si la película deStevens –con quien habrían colaborado David Lean y Jean Negulesco– se arrogaba el derecho de ser considerada la más grande historia jamás contada, la de Zeffirelli (en cuyo guión había colaborado Anthony Burguess) es, al menos, La Más Larga. Con seis horas y pico –más cortes comerciales– solía ser, hasta hace una década, el superclásico de la televisión abierta, un verdadero Via Crucis catódico de tres días consecutivos. Sobre el reparto de esta película (en el que se agolpan numerosos notables, desde Peter Ustinov hasta Laurence Olivier, pasando por Fernando Rey, Anthony Quinn, Rod Steiger, James Mason, Claudia Cardinale, Ernest Borgnine, y siguen las firmas) debe notarse un detalle importante: Dios no será argentino, pero el rubicundo Cristo de Zeffirelli era, al menos, hijo de una porteña, por ese entonces veinteañera, llamada Olivia Hussey. Ella es, entonces, la Virgen María de uno de los tele-evangelios más vistos de los últimos lustros. Mientras tanto Michael York exprimía hasta el último segundo de su cuarto de hora como un Juan Bautista que estaba un poco loco y vestía como Pedro Picapiedra. El Cristo de Powell mira con gesto de tarjeta, declama lo que debe declamar (“Mi Padre y Yo somos la misma cosa”), echa sobre sus apóstoles ominosas profecías, y muere clavado –atención al detalle– a la altura de las manos, no de las muñecas. Según el crítico e historiador español Enrique Martínez-Salanova Sánchez, el bodoque fue recibido en su momento de manera dispar, “alabada por la Iglesia Católica italiana que la recomendaba a sus fieles, mientras era rechazada por puritanos norteamericanos, que la acusaban de mostrar a un Jesús demasiado humano, y denostada por la izquierda y gran parte de la crítica que la tachó de kitsch y almibarada”. El diario socialista La Repubblica, señala también Martínez-Salanova, la calificaba de “larga y coloreada lección de catecismo, de aquéllas que se daban a los muchachos en las parroquias de hace treinta años, y -agregaba– nos habrá costado a los contribuyentes italianos millares de liras”.
INSURRECCION
A lo largo del siglo hubo Cristos mexicanos, españoles, noruegos, coreanos y taiwaneses, alguno argentino (el pecado que no debería nombrarse es, sí, de Subiela), pero en general no trascendieron, ni siquiera los múltiples mesías revolucionarios de La edad de la tierra, de Glauber Rocha.
En 1964 llegaría a los cines la versión “marxista” de los Evangelios, de la mano de Pier Paolo Pasolini, que un año antes había filmado La ricotta, un capítulo del film colectivo RoGoPaG, con Orson Welles como un director demente dispuesto a sacrificar a todo su equipo para filmar la Pasión. Sobre El Evangelio según San Mateo se ha escrito que tal vez sea la única versión que se acerca a la “austeridad del Evangelio” en un registro de tipo cinema verité; lo cierto es que Pasolini filma el desierto como lo hizo tantas veces y como nunca lo había hecho el cine bíblico, y que el actor Enrique Irazoqui es uno de los Jesús más sombríos de la historia del cine.
Entrados los años setenta, Cristo, Baby, Cristo: la década apenas comenzaba y la ópera rock de Tim Rice Jesus Christ Superstar llegaba al cine de la mano de Norman “El violinista en el tejado” Jewison. No fueron pocos los que se le vinieron encima. Un Cristo Blanco, un Judas Negro, varios momentos francamente vergonzosos. Ese mismo año (1973) proliferaron los Cristos musicales; uno de ellos, Gospel Road, estaba escrito y presentado por Johnny Cash.
Década y media más tarde, como si el mundo no se hubiera movido ni un milímetro desde los años de Vietnam y el vinilo, la Universal boicoteaba el estreno de La última tentación de Cristo, con la que el cineasta protestante de Hollywood, Paul Schrader, adaptaba para el católico Martin Scorsese la novela de Nikos Kazantzakis acerca de los conflictos deCristo-hombre, y sus benditas ganas de largarlo todo y a todos e irse con María Magdalena. La Iglesia y miles de agrupaciones reaccionarias pusieron el grito en la tierra –como ya lo habían hecho con Yo te saludo María, de Godard– al ver al Judas de Harvey Keitel convertido en un héroe revolucionario que alienta a su temeroso amigo Jesús a emprender su misión, comprendiendo primero las necesidades materiales de los hombres.
RESURRECCION
Pero mientras que al día de hoy se siguen multiplicando como pescados podridos versiones inocuas del Nuevo Testamento (en especial telefilms, como María madre de Jesús, protagonizado por la actriz bergmaniana Pernilla August y Christian Bale –ex American Psycho, próximo Batman– en el papel del Mesías), con alguna que otra excepción contemporánea (P.J. Harvey es Magdalena en una película casi secreta del ex niño mimado del indie Hal Hartley), las verdaderas pasiones insurrectas son aquellas que se animaron a parodiar, veinte años atrás, a las Sagradas Escrituras y los descalabros fílmicos a los que se las había traspuesto. Las dos más notables siguen siendo, indudablemente, la increíble lectura de la Biblia según los Monthy Python (La vida de Brian, 1979) y los episodios cristianos de La loca historia del mundo, parte 1, un Mel Brooks modelo ‘81 con John Hurt como el Mesías. Los ochenta y los noventa no producirían novedades en este terreno (sí, está la española Así en el cielo como en la tierra, de José Luis Cuerda, pero no reviste mayor interés); esto es, hasta que un grupo de cineastas independientes (auteurs de títulos tales como Ultrachrist!, Jesus Christ Vampire Hunter y Hitler Meets Christ) intentaron montarse en la ola lisérgica iniciada por South Park algo más de un lustro atrás. Es decir, de seguir el camino marcado por la única serie capaz de presentar a un Jesús de cartulina recortada que tiene su propio talk show de autoayuda y forma una superliga de la justicia junto con los superhéroes de otras religiones. El cable, a todo esto, insiste con otra versión de animada –con muñecos y dibujos– repleta de voces famosas: El hacedor de milagros, realizada hace tres años por una empresa británica bautizada Icon (Icono), que no es otra que la productora de Mel Gibson. Amén.