TELEVISIóN
Comando Arcoiris
Con el presidente Bush y el gobernador Schwarzenegger señalando a la comunidad y exigiendo que se los prive del derecho al matrimonio, la televisión popular norteamericana se ha convertido en un insospechado, fértil y exitoso bastión de resistencia: Queer Eye for the Straight Guy, en el que cinco gays que socorren heteros ahogados en mal gusto; la telenovela gay Queer as Folk; su contraparte lésbico The L Word; y el reality gay Boy Meets Boy. Además, los productores más famosos son gays: Kevin Williamson (Dawson’s Creek), Darren Star (Sex & the City), Alan Ball (Six Feet Under) y David Crane (Friends), a quienes se suma el director de Malcolm (Todd Holland). Con o sin personajes gays, todas estas series tienen la marca de la sensibilidad particular de sus creadores. En medio de la feroz avanzada conservadora, Radar viajó a Los Angeles y entrevistó a Sean Hayes, Eric McCormack y Debra Messing, los protagonistas de Will & Grace, la sitcom que abrió el camino para este fenómeno.
Por Mariana Enriquez
desde Los Angeles
Que alguien me explique el doble discurso de este país”, dice el actor Sean Hayes, más conocido como Jack, la loca de Will & Grace en charla con Radar en Los Angeles. “Porque no puedo comprender cómo en este clima nuestro programa siga teniendo los ratings más altos.” Will & Grace está finalizando su sexta temporada, y ni el desgaste después de tanto tiempo en el aire ni el embarazo de Debra Messing (Grace) –que la tiene fuera de escena en los últimos capítulos– pueden evitar que la comedia esté entre las más vistas. Los estadounidenses están enamorados de un gay que vive con su mejor amiga heterosexual –su ex pareja, además–, y de sus amigos, una loca histriónica (Jack) y una borracha millonaria (Karen), y esto cuando George W. Bush pide una enmienda constitucional para impedir los casamientos gays que comenzaron a llevarse a cabo en San Francisco.
Will & Grace es apenas la punta del iceberg de lo que ya se denomina la “televisión gay”. La señal Bravo provocó un auténtico fenómeno con Queer Eye for the Straight Guy (que aquí también se ve por Sony Entertainment Television), un “reality” que consiste en una brigada de cinco gays glamorosos al rescate de heterosexuales condenados al mal gusto: los transforman en caballeros elegantes después de un tratamiento de shock: les cambian el vestuario, la decoración, el peinado, los modales, todo para que deslumbren a sus chicas. Los conductores –Ted Allen, Kyan Douglas, Thom Filicia, Carson Kressley y Jai Rodriguez– son popularmente conocidos como los Fab Five (Los Fabulosos Cinco) y son verdaderas estrellas. Acaban de editar el libro The Fab Five Guide to Looking Better, Cooking Better, Dressing Better, Behaving Better and Living Better (“La Guía de los Fabulosos Cinco para verse mejor, cocinar mejor, vestirse mejor, comportarse mejor y vivir mejor”) y un cd, What’s That Sound?, con temas de Kylie, Liz Phair, Basement Jaxxx, Duran Duran y Elton John. Queer as folk, la telenovela gay de Showtime basada en la versión británica –muchísimo más explícita y osada– entra en su tercera temporada, y acaba de estrenarse su contraparte lésbico The L Word, por el mismo canal, que también tiene su propio reality gay, Boy Meets Boy, donde varios muchachos pelean por los favores de un soltero codiciado. Los productores de TV más famosos son gays: Kevin Williamson de Dawson’s Creek, Darren Star de Sex & the City, Alan Ball de Six Feet Under, David Crane de Friends; el director de Malcolm y Twin Peaks, Todd Holland, se hizo famoso por besar a su novio cuando ganó un Emmy. Con o sin personajes gays, todas esas series tienen la marca de la sensibilidad particular de sus creadores; intencionalmente o no, una parte de la televisión popular se configuró con una mirada gay. Pero recién en los últimos años lo gay se convirtió en tema central. En los ‘80 y los ‘90, programas como Treinta y pico y Melrose Place amenazaron con besos gays, que finalmente nunca salieron al aire; cuando Ellen Degeneres dijo que era lesbiana en su sitcom, Ellen, nunca se la vio ser lesbiana: ni siquiera se dio un beso con otra chica. Recién con Will & Grace, lo que se insinuaba pasó a primer plano.
No todo es ideal. Will, atractivo, rico y encantador, casi nunca tiene novios y, si los consigue, es raro que los toque –Eric McCormack es heterosexual–. Las andanzas de Jack siempre son anécdotas, casi nunca se ven. Queer as Folk es mucho más explícita, pero no tanto como su original británico: los norteamericanos no se atrevieron a presentar un personaje de quince años, que en su versión se convirtió en mayor de edad. A los muchachos de Boy Meets Boy no se les permite meterse en el jacuzzi. La vida sexual de los Queer Eye... no existe. Pero, después de todo, se trata de televisión popular, no precisamente un terreno para la radicalidad. Aunque teniendo en cuenta que en este momento los gays son señalados por el presidente poco menos que como pecadores que contaminan la institución matrimonial, la TV se transformó en una extraña forma de resistencia. Y ¿por qué tiene tanto éxito? Eric McCormack, el pudoroso Will, prefiere creer que, en el caso de Will & Grace, el éxito se debe a que se trata de una buena comedia. Pero no se desentiende del debate. “En primer lugar, setrata de algo nuevo”, dice, en charla con Radar. “Nunca existió algo ni remotamente parecido en televisión. Es nuestro show, lo gay es la estructura sobre la que se monta la comedia. Supongo que cuando estrenamos, la gente estaba preparada para ver esto. Pero no estoy seguro de lo que ocurre ahora. Parece que Will & Grace se volvió controversial en un país que va a ver cómo golpean a Cristo durante dos horas.”
Fuera del closet Antes de Will & Grace no existía un programa que pudiera definirse como “gay” en la televisión norteamericana. Sí, había personajes homosexuales y actores fuera del closet, pero no un show basado en los dilemas de una chica que no puede encontrar un hombre mejor que su amigo gay, salpicado de referencias camp. En Will & Grace, Michael Douglas interpretó a un policía que quería llevarse desesperadamente a la cama a Will; Madonna fue la compañera de habitación de Karen (Megan Mullaly), dándole su bendición a la serie como sacerdotisa de los gays del mundo; Cher, otro icono, dejó boquiabierto a un deslumbrado Jack; Will y Grace pensaron en tener un hijo (desistieron); Will y Jack cuidaron al bebé de una pareja de amigos gays, y le cantaron “Lady Marmalade” (de la banda de sonido de Moulin Rouge) para hacerlo dormir. Como show pionero, todas las miradas apuntan a Will & Grace: ¿tratarán o no el tema del casamiento? “Hablamos todo el tiempo de eso con los productores”, dice Sean Hayes. “Y decidimos mencionarlo tangencialmente. En un episodio, Jack le dice a David Foley, que interpreta a mi novio: “Si tuviéramos el derecho en este país, estarías cometiendo adulterio”. Quizás algún día toquemos el tema más claramente, pero ahora, por lo delicado de la situación, no creo que sea nuestra función comentar sobre eso. Nuestra función es seguir haciendo reír a la gente. Es la mejor manera de dar una opinión”.
Eric McCormack no está tan seguro. “No sé si el show va a tratar directamente el casamiento. Veremos cómo evoluciona la situación. Pensándolo sólo en términos de una comedia que ya está en syndication –es decir que se pasa en repeticiones en todo el país–, puede quedar desactualizado. Por un lado, espero que así sea. Espero que en un par de años todo esto sea un vergonzoso recuerdo nacional, como el macartismo.”
Will, tu personaje, ¿optaría por el
casamiento?
–Sí, definitivamente. Es una lástima, pero en los últimos episodios tenemos un novio para Will que es perfecto, un gran actor, Bobby Caravalli, el ideal. No va a durar, porque él tiene una película y estará sólo unos episodios. Pero se me ocurre que el casamiento sería un buen final para el show. Quiero que Will & Grace termine con un casamiento gay, y que en ese momento no sea una idea provocativa o subversiva, sino algo totalmente normal.
La Meca El clima (y el debate nacional) en el que Will & Grace termina su sexta temporada y todo el resto de los programas llegan a los primeros puestos de los ratings comenzó el 12 de febrero, cuando el alcalde de San Francisco Gavin Newson (de 36 años, heterosexual) ordenó que se entregaran licencias de matrimonio “sobre bases no discriminatorias” a parejas del mismo sexo. Argumentó que la Constitución de California “claramente niega cualquier forma de discriminación”. La primera pareja en usar el casamiento fueron Del Martin (83 años) y Phyllis Lyon (79 años), activistas pioneros y pareja desde hace cincuenta y un años.
Un día después, mientras las parejas hacían cola alrededor del City Hall, grupos antigays presentaban demandas a jueces de San Francisco pidiendo una orden para suspender los casamientos. Los jueces deciden esperar hasta el siguiente día hábil para expedirse. Por el feriado, esa demora le dio a San Francisco tres días más para celebrar casamientos gays. Durante el fin de semana y el feriado del lunes se llevaron a cabo 2340. El martes, la corte decidió no suspender los casamientos, y exigió más información a los demandantes. Poco después, el domingo 22 de febrero, el gobernador Arnold Schwarzenegger advirtió que las acciones de Newsonpodían causar que otros funcionarios rompieran la ley: “En San Francisco está permitido el casamiento de parejas del mismo sexo. Quizá lo próximo sea que otra ciudad otorgue licencias para vender drogas. No se puede hacer eso”. El lunes empezaron a llegar flores de todo el mundo para las parejas que hacían cola, desde Noruega hasta Australia. El martes 24 de febrero, George Bush pidió la enmienda constitucional para prohibir los casamientos del mismo sexo y Newson dijo: “Las declaraciones del presidente fueron vergonzosas y cobardes”. En seguida, la actriz y conductora Rosie O’Donnel viajó a San Francisco para casarse con su pareja, Kelli. Advirtió que no tenían planeado hacerlo, pero que decidieron dar el sí por “las declaraciones odiosas y discriminatorias del presidente”. Al mismo tiempo, la Corte Suprema de Massachusetts ordenó que en mayo se dé comienzo a los casamientos gays en esa localidad. Se estima que van a usar el permiso 8500 parejas. The Advocate, la revista gay más mainstream de EE.UU., tiene una mirada particular al respecto. Escribe en su último editorial: “Dada la historia de nuestro movimiento, llamar a la legalización del matrimonio del mismo sexo un ‘triunfo’ es extraño. El matrimonio está en contra de la liberación gay. Los disturbios de Stonewall no estallaron porque queríamos que el Estado cumpliera un rol en nuestras vidas, sino porque queríamos que nos dejaran en paz. Pero ahora que se nos da ese derecho, tenemos que luchar por él. Es una situación paradójica, pero hay que actuar”. En ese mismo número, el actor Hal Sparks de Queer as Folk dijo en una entrevista: “Creo que Bush es al cristianismo lo que Enron al capitalismo. Usa las leyes para su ventaja cuando puede y cuando no, las rompe. Está usando esto para conseguir el voto de su base más conservadora. Pero se le va a volver en contra. Nuestro programa trata de reflejar la realidad, y no me sorprendería que Michael y Ben decidieran casarse. De hecho, estoy esperando que los guionistas lo escriban”.
El fin de las sitcoms Cada episodio de Will & Grace se graba en apenas tres horas, a veces menos, en los estudios Metro Goldwyn Mayer de Los Angeles. Con el público presente, sin “reidores” profesionales, la grabación se parece mucho a una obra de teatro: los actores repiten las escenas sólo una vez, y en rigor no se trata de una repetición, sino de una nueva versión con remates y chistes diferentes; en la edición el director decide cuál es más graciosa. Los actores no se equivocan, o más bien cometen tan pocos errores que no parecen humanos. En el episodio que vio Radar, Will trataba de terciar entre su madre y la amante de su padre; finalmente, las mujeres terminan repartiéndose el tiempo del buen hombre, a espaldas del escandalizado Will, que tampoco es tan moderno. El timing de los actores es claramente influenciado por el público, que a su vez es arengando por un crowd warmer, es decir, un animador que hace chistes y responde preguntas de la gente entre las escenas. También hay una banda en vivo para entretener a los espectadores. Todo funciona con un profesionalismo y una velocidad pasmosas. Megan Mullaly, que a los 45 años pasó más de veinte de su carrera participando de pilotos y comedias musicales poco exitosas, apenas puede creer la facilidad y comodidad de su trabajo: “Tenemos suerte, porque nuestro director trabaja muy rápido, y a veces estamos en el set sólo una hora por día. Es ridículo. Sin embargo, no podemos creer que sea nuestro sexto año. No esperábamos que un show sobre un gay y su amiga fuera exitoso, aunque tuvimos un buen sentimiento desde el principio porque la cadena NBC lo apoyó incondicionalmente. Recuerdo que en el piloto, el productor le dio fuego a Debra (Messing) con un encendedor Cartier, y cuando ella prendió el cigarrillo, le dijo: “Quedátelo”. Nos pareció un muy buen signo. Ahora tenemos una temporada más por contrato, pero somos dinosaurios. No hay muy buenas comedias en este momento, y las mejores están terminando”.
El formato de sitcom, una institución norteamericana, está en peligro de extinción ante la ferocidad de los realities. Frasier, Friends y Sex & the City terminan este año. No hay recambio, y Will & Grace está casi sola enla cima de las comedias exitosas y de calidad. “La televisión cambió mucho en los últimos años”, dice Eric McCormack. “La gente quiere realities, y nuestro formato tradicional es casi anacrónico. Yo odio los realities, me ofenden. Son falsa experiencia. No es ‘realidad’ gente que quiere ser vista. Puedo entender American Idol, por ejemplo, porque se anota gente que tiene algo para mostrar, y algo por lo que competir. Pero el concepto de una persona que participa en un show para encontrar al amor de su vida, por ejemplo, me parece obsceno. No sé por qué la gente lo mira. Es el peor tipo de porno, y eso que el porno me gusta. Mucha gente nos dice que deberíamos terminar el programa ahora, irnos en la cima, pero no queremos ponerle punto final sólo porque estamos en un buen momento. Seinfeld podría haber continuado, por ejemplo. Además, es importante que las sitcoms aguanten.” Pero cuando Will & Grace termine, a McCormack le queda un consuelo: “Creo que contribuimos a la apertura de nuestra sociedad. Sobre todo porque nunca predicamos, nunca bajamos línea, nunca fuimos solemnes, y logramos sin embargo meter en la agenda televisiva temas que cinco años antes hubieran sido inimaginables. Los personajes viven en el mismo mundo que todos los demás. Nuestros fans son de todas las edades y todas las orientaciones sexuales, la gente ve a personajes gays y no se siente amenazada. Muchos gays me preguntan por qué no somos más controversiales, dicen que están cansados de ser retratados como buenazos. Pero eso es la TV. Es lo que hay. Lo mejor que hicimos es mostrarle a Estados Unidos que no hay nada que temer. Y en este contexto, no es poco”.