Dom 30.05.2004
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CINE

La chica de la burbuja

A casi diez años de su estreno en USA, avalada por el impacto de sus dos joyas posteriores (Velvet Goldmine y Lejos del paraíso), se proyecta por única vez en Buenos Aires la segunda película de Todd Haynes, Safe, una extraña ficción sobre los desastres inmunológicos de los años ‘80 que la crítica norteamericana consagró como el mejor film de la década pasada.

Por Horacio Bernades

En su edición de enero de 2000, el legendario semanario neoyorquino The Village Voice dio a conocer, junto con su tradicional votación de “Las mejores películas del año”, un segundo listado correspondiente a las mejores de la década anterior. De la compulsa participó más de medio centenar de críticos cinematográficos, miembros de lo que podría considerarse “la crema de la crema” del rubro en Estados Unidos. No limitada a títulos norteamericanos, la votación arrojó como mejor película de los años ‘90 a Safe. Dennis Lim, integrante del staff de críticos de la publicación, no se quedó conforme y la eligió lisa y llanamente “la mejor película del siglo”. Suena exagerado, sin duda, pero basta con pegarles un vistazo a las que quedaron detrás en la elección de las mejores de la década para comprender la relevancia de la película. Desde las Histoires du Cinéma de Godard hasta Hana-bi de Kitano, pasando por Buenos muchachos, Underground, El sabor de la cereza y Chungking Express, todas miran desde atrás a Safe en la lista de The Village Voice.
Pero ¿qué es Safe? ¿De dónde salió, de qué va? Se trata del segundo opus de Todd Haynes, nacido en 1961, de quien se conocieron aquí las posteriores –y magníficas– Velvet Goldmine y Lejos del paraíso. Pequeña producción independiente de 1995, Safe representa el primer trabajo a dúo entre el realizador y Julianne Moore, que volverían a asociarse para Lejos del paraíso, y es un estudio de la extraña enfermedad que sufre un ama de casa blanca, rica y protestante de la Costa Oeste. El film nunca se estrenó en la Argentina, aunque su fama de película de culto viene haciéndola circular desde hace unos años en devedés y copias caseras.
El martes próximo, Safe tendrá su primera (y tal vez última) exhibición pública regular en el marco del ciclo Genealogía del Melodrama, que desde mediados de mes se viene llevando adelante en la sala Lugones del Teatro San Martín. No está mal acompañada: al día siguiente cerrará el ciclo Con ánimo de amar, candidata segura a figurar entre las mejores de la primera década del siglo XXI en la edición de enero de 2010 de The Village Voice.

ALÉRGICOS AL SIGLO XX
“¿Dónde estoy en este momento?”, le pregunta Carol White a su marido desde el lecho matrimonial, ubicado, casi como un trono, en el centro de la espectacular suite matrimonial de la mansión que ambos ocupan en el valle californiano de San Fernando.
Entre atontado y metafísico, el interrogante de Carol es como la frutilla del postre de la extraña enfermedad que, desde hace semanas, la hace marearse, toser, vomitar, ausentarse y desmayarse en las circunstancias más inadecuadas. Por ejemplo, en medio de una reunión de señoras que celebran la próxima parición de una de ellas; o durante una cena en uno de los mejores restaurantes de la zona; o en plena clase de stretching; o justo cuando su marido la abraza tiernamente, al borde del sommier. Se supone que una señora como ella, que tiene todo aquello a lo que otras señoras aspiran, no debería hacerse esa clase de preguntas. Dejará de hacérselas cuando pase a ser una de las privilegiadas internas de un centro de recuperación carísimo de la localidad de Wrenwood, un paraje paradisíaco de las afueras regido por un sanador a quien todos adoran casi como a un santo o a una tabla de salvación encarnada.
¿Salvación de qué? De la llamada “enfermedad ambiental”, que provoca que el paciente reaccione, frente a toda clase de químicos, con la misma sintomatología que la pobre Carol. Tal como lo aclara prolijamente un cartel inicial, la película transcurre en 1987, tiempos de sida recién declarado pero también de un montón de otras alteraciones inmunitarias (el síndrome de Epstein-Barr, el de fatiga crónica). Lejos de ser un invento de Haynes, la enfermedad ambiental existe, y ha sido descripta y diagnosticada. Lo que en 1987 no se sabía y sigue sin saberse es cómo curarla, porque lo que causa el síndrome son los químicos, ni más nimenos. Todos los químicos. Por lo cual la única terapia efectiva consistiría en huir de la civilización, al menos tal como la conocemos. De allí que el llamado que en la película se hace desde un volante, dirigido a todos aquellos que sean “alérgicos al siglo XX”, no es una mera metáfora.

EL SINDROME DE HAYNES
El problema es que la terapia implementada por el centro de recuperación en el que aterriza Carol se reduce a la forma más aséptica de aislamiento del mundo. Así, Carol y el resto de los internos terminan convirtiéndose en equivalentes adultos perfectos de aquel “chico de la burbuja” que se hizo famoso justamente en los ‘80, gracias a un telefilm protagonizado por John Travolta.
De hecho, Haynes no ha tenido ningún problema en reconocer que El chico de la burbuja fue su principal referente a la hora de pensar la película. No sólo El chico de la burbuja sino el género televisivo conocido como “la enfermedad de la semana” in toto. ¿Es entonces Safe la reina del género? Para nada. La película de Haynes no comparte nada de la ética ni la estética de esos telefilms que, como las enfermedades de las que hablaban, proliferaron como cánceres televisivos durante una larga década, multiplicando al infinito una corte de los milagros catódica integrada por tumorosos, sidosos y otros pacientes terminales, todos ellos batalladores y esperanzados.
No comparte la ética porque esos telefilms no eran más que odas encubiertas a la mitología de la superación personal que subyace al american way of life. Y Safe funciona exactamente al revés: empujando ese ideal a una derrota inevitable. Y no comparte su estética ni por asomo, ya que es difícil, en el panorama del cine norteamericano contemporáneo, imaginar muestras de cine tan puras como Safe o cualquier otra película de Haynes. Es más: quien no haya entendido de qué se habla cuando se habla en cine de puesta en escena, viendo Safe no tendrá problemas en entenderlo. Planos siempre lejanos, encuadres que realzan las líneas rectas, permanente relación del personaje con su ambiente, tonos alternativamente cálidos y fríos en el tratamiento del color (un magistral aporte del director de fotografía ruso Alex Nepomniaschy): no hay en Safe un solo elemento estético que no cumpla la función de transmitir al espectador la perfección artificial y el confort distante, helado, que enferman a Carol White, la señora del apellido redundante.
Que Haynes use ese referente estético para deconstruirlo e invertirlo no quiere decir que mienta. Desde su debut con Poison, a comienzos de los ‘90, el director de Velvet Goldmine y Lejos del paraíso siempre funcionó, en relación con sus influencias, a la manera de esas bacterias que se mimetizan con el tejido invadido como forma de parasitarlo y colonizarlo. Tejido que puede ser tan respetable como el de El ciudadano (cuya estructura copia Velvet Goldmine para componer un Citizen Glam) o el cine de Douglas Sirk (el modelo que clona y completa Lejos del paraíso), pero también tan subalterno como una disease of the week, género cuya existencia entera Safe parecería destinado a justificar y redimir al reconvertirlo –como sin ir más lejos hizo el propio Sirk con el melodrama en su conjunto– en fábula antisocial. O, mejor aun, en anticuerpo destinado a generar, en el cine de Hollywood, una rara forma de alergia que, según dicen, podría llegar a diagnosticarse. Pero curarse, jamás.

Safe, de Todd Haynes, se verá en la sala Lugones del
Teatro San Martín el martes 1º de junio a las 14.30, 18 y 21, en el marco del ciclo Genealogía del Melodrama.

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