NOTA DE TAPA
Hugo Pratt, Solano López, Oski, César Bruto, Ferro, Mirco Repetto... Todos ellos y muchos más. Juan Sasturain acaba de publicar Buscados vivos (Ed. Astralib), un libro en el que recopila ensayos y entrevistas a algunos de los maestros del humor, el dibujo y la historieta argentina. Apenas como botón de muestra, Radar reproduce un fragmento de una jugosa y conmovedora entrevista a Hugo Pratt, el padre de Corto Maltés, realizada en 1978. Y como yapa: pasajes de otras entrevistas en las que Solano López habla de la fallida secuela del Eternauta, Oski define la soledad, César Bruto rememora los años con Tato Bores, Ferro confiesa el placer de inventar una palabra y Mirco recuerda el día en que Isidoro Cañones conoció al Che Guevara.
El hijo de Zane Grey
Existe en los jóvenes italianos una idea que los ha llevado a creer que
son los hijos de la cultura francesa; y lo son en realidad. Casi siempre se
miró a Francia como un modelo, como una base de cultura. Y no sólo
en lo estrictamente cultural. No hay que olvidar que fueron los franceses los
que hicieron la revolución burguesa y esas cosas. Por lo tanto, de ahí
no se escapaba. Sin embargo, cuando llega el momento de seleccionar la lectura,
la información, en la infancia podías elegir entre una biblioteca
juvenil francesa y una anglosajona. Y yo, un poco por familia, un poco por influencias,
tuve una biblioteca anglosajona. Eran los libros que me podían permitir
el despliegue de la fantasía, porque los franceses tienen más
el tipo de preocupación burguesa, provincial, al modo de Madame Bovary.
En cambio los ingleses me posibilitaron acceder a Stevenson, por ejemplo. El
único francés que me interesó por entonces fue Dumas. Ese
es el tipo de lecturas iniciales que me han llevado después a una preocupación
por todo lo vinculado a la acción y a la aventura.
Fueron las primeras lecturas seudoserias. Empecé a los diez años
a leer todo Stevenson, fueron los primeros encuentros con Conrad –probablemente
en versiones extractadas– y Fenimore Cooper. A la misma edad, paralelamente,
encontré todo Zane Grey. Todo el mundo me dice que yo soy hijo de Stevenson,
de Conrad, de Melville –y Melville vino mucho después, vino a los
quince años–, pero yo debería decir que soy, sobre todo,
hijode Zane Grey. Aunque parezca que es una literatura menor, es una literatura
que me acompañó toda la vida, que me preparó para el “folletón”,
la historieta, la novela. Fue el impacto del encuentro con el héroe,
el truhán, el caballo, el cowboy misterioso y de pocas palabras. El héroe
norteamericano. Y de nuevo aparece una figura anglosajona...
Cine de súper acción
Claro que también estaba el cine con todo el bagaje de la aventura americana
del cine de acción y la aventura de corte romántico. Yo tenía
cinco o seis años, iba al cine y comenzaba a ver imágenes dinámicas
que se movían allá adelante. Todo eso ha influido muchísimo
en mi formación informativa. Y si hablo de cine, tengo que mencionar
a Frank Capra. Por las comedias y por lo demás. Por todo. Me hizo divertir,
me sugirió cosas. Es el non sense también. En mi obra hay acaso
algo de John Ford, ¿por qué no? Toda la historia del “Concierto
para arpa y nitroglicerina”, el episodio del Corto en Irlanda, tiene el
clima, la atmósfera –la niebla, el cartel pegado en la pared–
de El delator, la película de Ford sobre la novela de O’Flaherty.
También hay algo de Michael Curtiz, de Zoltan Korda, de todo el cine
llamado “imperialista” que hizo Las cuatro plumas, Gunga Din, El
tambor de Drahma, Los lanceros de Bengala, La carga de la Brigada Ligera, en
las dos versiones. Todo eso está después en Los escorpiones del
desierto.
De Arlt a Borges
Borges no ha sido el primer impacto importante, como todo el mundo dice. Siempre
citan el ejemplo del “Tema del traidor y del héroe” como
fuente para el episodio irlandés. Y no es cierto. Ni leí ese cuento.
Para mí el primer impacto –si hay algo en mi obra– es Arlt.
Lo leí tarde, en uno de los últimos viajes a la Argentina, en
Pinamar, en 1967. Y empecé a darme cuenta de su grandeza. Leí
El juguete rabioso, Los siete locos, El amor brujo, Los lanzallamas, todo; y
los cuentos cortos. Porque yo hago así: tomo a un autor y lo leo durante
un año entero. Así, un año lo dedico a Stevenson, otro
a Conrad, otro a Arlt. En eso soy metódico.
Borges es un grandísimo escritor. Exquisito, sabio, tiene una cultura
enorme. Escribe sobre los ingleses, los franceses, los italianos. Pero no me
gusta lo que dice de la literatura española. No se puede decir que la
literatura española no existe. Ahí están Cervantes o Pío
Baroja o cualquiera de muchos que no pueden negarse. Él será capaz
de jugar con sus laberintos y con tanta cosa, pero se equivoca cuando según
él literariamente sólo existen unos y otros no. Por ejemplo, Dante
Alighieri... Para mí, Dante no está solo. Petrarca tenía
su gran valor. Y además, si pensamos de dónde viene Dante, hay
que hablar de toda la literatura cabalística que proviene de España,
de los judíos que emigran a Italia, y no se termina más. Por eso
no estoy de acuerdo con Borges.
Arlt es el que más me ha tocado, pero hay otra cosa muy poco conocida
en Europa, por mí y por todos, que es Leopoldo Lugones. Ha escrito cosas
extraordinarias. Como aquello del tipo que lo quieren mandar a la frontera;
se casa o lo fusilan... La miró a la gordinflona aquella y eligió
la muerte; “El reo”, se llama... Y es la ironía... Lugones
habrá tenido sus cosas, sus idas y venidas, pero lo pagó definitivamente
con la vida. Lo que importa es que dejó cosas como “El reo”
y no interesa todo lo demás. Dejó eso y basta.
También Quiroga, el uruguayo de Misiones. Lo leí y lo leo junto
con Traven. Los dos me han dejado cosas importantes, pero Quiroga es obsesionante,
me preocupa. El tipo aquel de la canoa, que no puede volver, picado por la víbora...
“A la deriva”. Me acuerdo... Son tantas lecturas, porque yo soy
un autodidacta.
Siempre y demasiado
Además, donde no llegaba el profesor explicando yo tenía que seguir
adelante porque no me alcanzaba. Por ejemplo, después, si yo iba a hablar
de los indios iroqueses, ¿quién sabía algo de los indios
iroqueses? Tenía que irme yo por mi cuenta a buscarme los indios iroqueses.
Ahí está el aporte que yo le daba a Oesterheld, por ejemplo, para
Ticonderoga. La cosa de tipo étnico, o de geografía, o mis intereses
por las cosas de indios. A los indios iroqueses los conozco a todos... Después,
nunca sabés mucho, nunca demasiado. Leés un libro sobre Napoleón
o sobre Cristo, después agarrás otro y no te basta más.
Sobre cualquier cosa es lo mismo.
“Lo encontré todo acá”
No encontré nunca una literatura ciudadana, urbana, del tipo de la que
escribieron aquí en Buenos Aires. Es que esta ciudad tiene tantas cosas...
Y todo eso está en la historieta mía; están los personajes,
esas cosas. La madurez mía es Buenos Aires. Es el encuentro con un mundo
complejo y único. Algo que no se encuentra tampoco en Europa aunque la
generación actual conviva con italianos, ingleses, españoles.
Porque es aquí que yo encontré al gallego, al andaluz, al tano,
al judío polaco, al alemán, al inglés, al ruso, al patagón,
a los galeses de la Patagonia... Yo lo encontré todo acá. Los
militares vascos, los vascongados lecheros de aquí... Nombres y sobrenombres.
Mamé todo lo que estoy haciendo ahora. Y he sido como el ternero de tambo.
Tengo cicatrices, tengo golpes, envejecí, pero mamé, como el ternero
que apartan a argollazos para ordeñar a su madre. Y ésa es una
ventaja que tengo con respecto a los demás de Europa. Inclusive respecto
de los argentinos que vinieron después, el caso de colegas míos
como Sampayo y Muñoz, que están haciendo cosas muy lindas con
Alack Sinner. Es que ellos ya llegan con una cosa argentina adentro y buscan
en el país adonde van la cosa que les interesa. En cambio yo vine a la
Argentina, a estar aquí, y fui adoptado por la Argentina; tengo hijos
argentinos y creo que soy un argentino más en el mundo. Y eso creo que
se siente en mi historieta.
La historieta es otra cosa
Yo creo que la historieta es otra cosa. Distinta de la literatura, de la plástica,
del cine. En el día de hoy podemos decir que es otra cosa, pero desde
siempre lo ha sido. Hoy lo es oficialmente, pero es otra cosa desde que nació.
Porque la historieta es un producto básicamente norteamericano. Siempre
lo dije. Se habla desde los jeroglíficos o desde la pintura rupestre
de Altamira o de la tapicería... Nada tiene que ver con la historieta.
Todo el mundo, cuando quiere encontrarle la base a la historieta se va siempre
a las cosas míticas, clásicas. Y todo eso no tiene nada que ver.
La historieta es americana, norteamericana. Ellos hicieron la tira, el tabloide,
todas las maneras.
Una mirada cool
Porque la historieta es algo para leer en serio, pero para eso se requieren
algunas condiciones. La lectura de comics es algo que viene con la educación
infantil. No se puede comenzar a leer comics a la edad de treinta años.
Le das una historieta a alguien, y si nunca ha estado preparado para leerla
no le interesa, no le llega. Le interesa la lectura seria, la literatura llamada
seria. Y no la alternativa de los comics.
Cuando me dicen que algo mío ha sido objeto de estudio en una cátedra
universitaria como la de Teoría Literaria, donde analizaron la estructura
de La Balada del Mar Salado, eso me conmueve y me llena de orgullo porque vale
decir que hice una cosa que no pasó. Porque efectivamente, cuando yo
hice La Balada sabía lo que estaba haciendo y lo hice con bastante profundidad.
No soy un tipo emotivo, aunque tengo mis emociones, y sé ser lo suficientemente
frío como para darme cuenta de las cosas que estoy haciendo. Digamos
que en el jazz, por ejemplo, me gusta más el cool que el hot. Prefiero
el razonamiento. Así, en la historieta, me pasó la misma cosa.
Sin llegar a la pedantería, si yo puedo hacer llegar alguna información
de lo que ha sido mi formación cultural, ayudar a encontrar los valores
de cierta literatura clásica o snobística o aun de cierta cosa
popular que está como escondida, lo hago a través de personajes
que rodean a Corto Maltés y que en algún momento hacen alguna
referencia. Yo no quiero ser pedagogo o ser pedante. La cosa va más allá.
A veces se encuentra un tipo que dice: se puede estudiar y explicar la historieta
en la escuela. Pero no es cuestión de aplicar la historieta a las disciplinas
escolares. Es inútil que yo haga en historieta La Ilíada y La
Odisea o adaptaciones en general. Lo que está en los libros allí
está y siempre ha sido muy lindo leerlos como los leí yo, por
el deseo de informarme que me llevó de la Biblia a la filosofía,
a Teilhard o a Marx. Pero ya dije que la historieta es otra cosa.
Contra los críticos
En fin, siento que he hecho algo por un género tan despreciado y maltratado
por gente no preparada para discutir sobre historietas, pero que se ha asignado
el derecho de hablar sobre ellas sin conocerlas. Y un crítico debe informarse.
No tiene derecho a ser naïf. Yo sí puedo hacerme el naïf porque
soy autor. Y hubo críticos que dijeron cosas tontas; entonces me dediqué
a atacar a los críticos también. Y me valí de la pintura
para hacerlo, para demostrarles que uno puede... Fue después que Roy
Lichtenstein ampliara cien veces un cuadrito de historieta e hiciera con eso
un cuadro. Era un acto de piratería, y yo pensé que si él
podía hacer cuadros con historietas, yo podía hacer historietas
con cuadros. Entonces pinté óleos ampliando desmesuradamente fragmentos
de De Chirico, por ejemplo, de modo tal que resultaban abstractos irreconocibles.
A ese silencio metafísico lo interrumpí con globos de comic que
señalaban onomatopeyas de sirena de fábrica, etc., nadie entendía
nada, pero decían que era “muy interesante la pintura de Pratt...”
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