Tocan con instrumentos de juguete. Producen sus discos en vetustas Commodore 64. Tardaron casi diez años en tocar en vivo. Acaban de hacer un disco de covers de rock nacional compuesto exclusivamente por esas canciones de fogón “que sepamos todos”, con una mezcla notable de amor/odio por ese repertorio. Conozca a Fraticórnicos, el primer grupo de rock “cualquierista” de la Argentina.
POR SANTIAGO RIAL UNGARO
¿Habrá un antes y un después de Fraticórnicos en el rock argentino? Probablemente, la respuesta dependa de cuánta gente escuche Mortal Morral, disco de covers de clásicos del rock nacional. Cuando decimos “clásicos”, nos referimos a esas canciones que durante años se han pedido en los fogones, precedidos siempre por el latiguillo: “Una que sepamos todos”. Y cuando decimos rock nacional... ¿de qué hablamos cuando hablamos de rock nacional? Ése es el interrogante que surge tras la escucha, parcial o total, de un disco que destila todo el veneno acumulado en años de fogones y festivales hippies en los que el tano Piero, Pedro y Pablo, el dúo Vivencia, Pastoral y Nito Mestre eran figuras emblemáticas. Aunque en realidad cualquiera de los discos de Fraticórnicos (editados casi en su totalidad en CDR por el sello Tobataü Producciones) puede servir como puerta de entrada al universo de un grupo que, además de destruir en forma concienzuda y lapidaria cualquier conexión con su contexto (llámese rock & pop nacional, internacional o barrial), ha decidido, disconforme con el mundo, crear un mundo propio y vivir en él.
El caso Fraticórnicos es complejo: se trata de un producto conceptualmente intrincado, pero a la vez obsesionante. Un grupo ideal para aquellos que aún ven el acto de escuchar música como una experiencia activa, pero a la vez apto para niños de 0 a 99 años. ¿Por qué? Para empezar, porque el trío integrado por Mecko, Mario Bortolini y Karla Vehar está equipado con un arsenal de guitarras, saxos, violines y teclados de juguete. Pero si es difícil tomar en serio este grupo que propone “apoyar a la industria del juguete y animar por un pocos centavos fiestas y reuniones”, más difícil es ignorar a estos personajes que se valen de añejas computadoras Commodore 64, Spectrum y Atari para producir sus discos, dedican un álbum entero a los albinos (“seres de incuestionable bondad y de poderes telepáticos, única especie humana en verdadero peligro de extinción”) y dejan placas de sonido al sol para que se derritan y ver cómo suenan después (“es parte de la idea del juguetismo”). Algo hay detrás de un grupo que, tras años de ensayar y grabar discos, en su debut salieron a escena con unos anteojos similares a los del Hombre Bobo de “Todo por $ 2”, razón por la cual cometieron todo tipo de errores técnicos, mientras el público (en el que había fans del grupo, ejecutivos, metaleros y niños) interpretó estos problemas como parte de la performance. HACER CUALQUIERA
Fraticórnicos es un virus. Pero su packaging es el de un grupo de rock corporativo, “exitoso” (al menos en el mundo de ficción que ellos mismos crearon). La cápsula que los envuelve es colorida y llamativa, la sustancia es altamente alucinógena y adictiva: si se entra en el chiste, no se puede salir de él. “Uno no puede tropezarse tantas veces con la misma piedra. Por eso digo que nosotros somos tropezadores de piedras”, declara Mecko, cantante, compositor e ideólogo del juego de realidad virtual que proponen los Frati. Mecko no es ningún novato: tiene 38 años, es martillero público nacional y el mayor coleccionista del país de discos de los Residents (tiene sus treinta álbumes), un performer esquizofrénico (creador de personajes como el Gnomo Gnomez, verborrágico y prepotente rocker correntino que dará que hablar) y, sobre todo, un compositor prolífico y patológico que eligió tener una banda rarísima, a la que le inventó una historia (los Fraticórnicos vienen de los Archipiélagos, donde su popularidad es abrumadora, y vinieron a la Argentina, el país más cualquierista del mundo, para empezar de cero) para poder hablar durante horas de su grupo. “Yo hice radio y trabajé de periodista y sufrí mucho con esos grupos de los que no te podía contar nada. Nosotros tenemos un montón de cosas para contar.” O para inventar. Fascinado y asqueado con el mundo empresarial, con la mercadotecnia, los talleres mecánicos y los fast-food, Mecko cuenta el argumento de una desus creaciones inéditas, la ópera fierrera Oskiman, el Spoiler en una hipotética Lanús del futuro cuyo nombre es Aleronia, donde los talleres mecánicos son clandestinos.
Mecko aclara que en su casa se escuchaba ópera y a Les Luthiers. “El rock empezó para mí a los catorce años, escuchando los Beatles. Y cuando uno ya escuchó todos los discos de los Beatles, llegan las rarezas: ahí te enterás de que hay uno con todas las versiones de ‘Strawberry Fields Forever’, o que la versión oficial de ‘Helter Skelter’ duraba ocho minutos. Creo que el Album Blanco, en el que conviven ‘Helter Skelter’ y ‘Ob-La-Di-Ob-La-Dá’, es uno de los puntos de partida de lo que podemos denominar el cualquierismo, que después de años de pensar en cómo definirlo llegamos a la conclusión provisoria de que es el arte de combinar ideológica y musicalmente los extremos irreconciliables.”
El cualquierismo del que habla Mecko tuvo su origen a finales de los ochenta, en la época en que se juntaba con gente por el solo hecho de que tuvieran una guitarra eléctrica, luego de un comienzo tocando en un dúo de guitarras criollas con su amigo de la infancia Pelo. Poco después, Mecko conoce a Adrián Paoletti y toca por un breve período en el grupo dark Religión, del que es expulsado por ser “demasiado alegre”. En 1988, con la creación de El Tercer Hombre, un grupo psicodélico integrado por devotos de Syd Barret, entra en contacto con Mario Bortolini, el otro personaje clave en esta historia, que por sus arabescos pianísticos al estilo Rick Wright (primer tecladista de Pink Floyd y compinche musical de Syd Barret) se gana un lugar en la banda. Creador del Primer Manifiesto Cualquierista (que guarda celosamente hasta el día de hoy), Bortolini es también una especie de visionario digital que ha expuesto sus trabajos en diversos centros culturales. “Mario inventó la palabra en una de las charlas que manteníamos en la casa donde ensayábamos, que era de un marinero, tío de nuestro bajista, que nos la dejaba para que la cuidáramos cuando estaba en altamar.” Allí, entre absurdas disertaciones sobre Mecánica Popular y manuales de Botánica, sesiones de música psicodélica y paseos en karting a pedal, nació el concepto. “Para nosotros, hacer cualquiera es pasar a otro plano: algo relacionado con la investigación, que nada tiene que ver con ser un zarpado o un reventado.”
ESE SAXO ES UN CHICHE
De esa actitud de exploración permanente nacen los Fraticórnicos, dándole desde un primer momento la espalda al circuito de ese entonces de tocar en pubs y grabar demos: a la hora de grabar su primer demo, el grupo se despachó con un “disco doble, que en realidad era un casete de 90”. Promediando la década del noventa, Fraticórnicos comienza a tocar como dúo, integrado por Mecko y Pelo. Su primer disco, editado en 1996, musicaliza “la aberrante historia del niño Francis Framar, un supuesto anticristo cuyas hazañas sexuales con juguetes, mascotas, plantas, muebles y electrodomésticos causaron terror en todo el oeste pampeano”, y fue grabado íntegramente con instrumentos de juguete. “Te puedo asegurar que era bastante atrevido llegar al estudio con un montón de chiches de plástico a grabar un disco. Cuando mis hijos me veían salir de casa con una bolsa llena de sus cosas, yo les decía: No se preocupen, después las traigo de vuelta. Debo confesar que nunca se las devolví”, dice quien es hoy un erudito del tema, capaz de explicar que el “saxo Kawasaki que usa Karla es un instrumento muy sofisticado”, aunque acto seguido reconozca: “La verdad es que somos una de las bandas peor equipadas del mundo”.
Los Fraticórnicos siguieron haciendo sus discos hasta que, ante la empecinada reticencia de Pelo a tocar en vivo (definitivamente, la imagen del grupo no era la ideal para un agente inmobiliario), el dúo se desarmó. Luego de un breve período en el que Mecko se vio obligado a crear un alter ego (Waldo Bonier, que también tiene una hermana, llamada Wanda Bonier)para mantener la formación como dúo, se reencontró con Mario Bortolini a diez años de perderlo de vista. Con la entrada de la directora teatral Karla Vehar, Fraticórnicos se convierte en trío y, luego de años de delirios a puertas cerradas, el grupo logra finalmente desplegar su potencial en vivo. Realizado en la terraza de Sonoridad Amarilla, el primer show de los Fraticórnicos fuera de los Archipiélagos generó con su avalancha de sonidos, diapositivas y gestos (los solos de guitarra de juguete son momentos inolvidables) un estado de humor psicodélico análogo al que generó en su momento “Todo por $ 2”. Por su parte, la edición del simple Frutal Resort marca un punto de inflexión musical: con música de Bortolini, el tema logra que Fraticórnicos se adapte a un formato pop, sintetizando todo el poder virósico de las letras de Mecko que, una vez más, cuenta una experiencia de primera mano: “Yo trabajé vendiendo tiempo compartido, y sé que en esa época cagué gente. Así que hacer ese tema es una forma de pagar nuestras culpas. De hecho, mi idea original era hacer un disco entero que se llamara El alegre vendedor de tiempo compartido”.
PRENDIÉNDOLE FUEGO AL FOGON
Así como es imposible encontrar un referente nacional a Fraticórnicos, la influencia de los Residents es evidente. “Para mí, el Parque Rivadavia es lo más. Ahí conocí a Roberto Conlazzo de los Burt Reynols Ensamble, por ejemplo, y aunque no tengamos nada que ver desde lo musical, soy un admirador absoluto de todo lo que ellos armaron. El que los vio sabe de qué hablo. La cuestión es que ahí, en el parque, a mediados de los ochenta, un tipo de sesenta años me dijo que los Residents eran los Beatles de la era Post Glacial y me los hizo conocer.” Si bien la influencia de este grupo norteamericano que, a mediados de los setenta, hizo historia con su disco The Residents Present The Third Reich & Roll se hace notar en el vestuario, en su actitud de inventar hechos apócrifos y en su manera de abordar con total desparpajo cualquier género musical, lo que Fraticórnicos rescata de Residents es su relación conflictiva con la cultura de masas, esa sensación de amor-odio hacia los iconos de la cultura. En este contexto, el disco Mortal Morral (cuyo origen lo detonó la emisión por cable, en la señal Volver, de la película Prima-Rock) se convierte en un testimonio de la relación personal de amor-odio de Mecko con el rock nacional. “Es más odio que amor, porque yo fui una de las víctimas del fogón. La gente que no nos conoce, cuando ve los temas dice: Uy, qué lindo. De última, no deja de ser un disco con temas de Vox Dei, Sui Generis, Pastoral, Los Gatos, Manal, Almendra, Tanguito, Moris, Arco Iris. Pero hacer ‘Mi cuarto’, por ejemplo, demuestra un grado de fascinación que es paralelo con el grado de putrefacción que ya tiene incorporado el tema.”
Lo que parece una burla que busca desenmascarar los clichés de la cultura rockera, con su extraña mezcla de Residents, Dead Kennedys, Les Luthiers y Pablo Vicario, termina siendo el pasaporte con que se da a conocer un grupo de rock idealista, progresivo, apasionado y consciente de sus propias contradicciones. “Siempre detestamos el rock bigote, esa gente que dice tener una onda y no tiene ninguna, tipo Adicta, Entre Ríos, Trineo. Bandas que no dicen nada, como esos productos superglobalizados, con tufo a MTV. A esta altura, pensar en la rebelión de los Rolling Stones es como pensar en el Manifiesto Socialista de Pepsi. Tal vez estemos demasiado pasados de rosca, o seamos demasiado descreídos. Pero fue el cansancio de todo eso lo que nos llevó a crear nuestro propio mundo. Queremos fundar las bases de una nueva credibilidad, pero a partir de ser el espejo de toda la mentira reinante.” Aunque Mecko respete las letras originales en casi todos los temas (una de las dos excepciones es “Hasta que salga el sol” de los Orions Beethoven, donde las diversas deformaciones populares convirtieron el “toda la noche hasta que salga el sol, tocando en una banda de rock & roll” en “fumando marihuana y tomando alcohol” o, cuando se toca de día, en “tomándome un helado de Frigor”), en todo momento, desde el preludio, con ese diálogo imbécil de un grupo de gente proponiendo tocar “una que sepamos todos”, hasta el final, con el pedido postrero de “¿Por qué no te tocás una de Marilina?”, todos los arreglos, los cambios de ritmo y los arreglos demuestran lo ingenuos y absurdos que son ya de por sí muchos de esos temas. Y, como el mismo Mecko escribe en las notas internas, “si en los fogones hubiesen pedido otras canciones en vez de tantas que sepamos todos, este réquiem no habría tenido razón de ser”.
Website oficial: www.fraticornicos.com.ar .
Los Cds de Fraticórnicos se consiguen
en
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