Domingo, 15 de agosto de 2004 | Hoy
PLáSTICA
Mirtha Dermisache sigue oponiendo la gráfica como impulso a la plástica como institución. Repasando una trayectoria de más de 30 años, Escrituras múltiples, su nueva muestra, vuelve a desplegar el prodigioso repertorio de trazos, muescas e inscripciones que alguna vez fascinaran a Roland Barthes.
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Mirtha Dermisache (1940) es una rara en el ámbito de la plástica
local. Con sus grafismos ilegibles, encuadernados o en tarjetas (basta mirar
las postales que le editó en 1978 Guy Schraenen en Amberes, una serie
tan ascética como delicada), la artista se ha apartado deliberadamente,
desde su iniciación, del circuito de prestigios de las galerías.
Su obra, define ella, es “gráfica”, y no parte de la intención
de colgar. Para problematizar todavía más las cosas, Dermisache
tampoco admite que en sus grafismos se lea más allá del impulso:
el impulso de la grafía y el receptor que provoca. Porque en su gráfica
no hay lectura. Si para aclarar se le pregunta por qué ha llamado “gráfica” a
su obra, ella contesta con modestia inocente: “Para no tener conflicto
con los plásticos”. Sin embargo, el efecto Dermisache apunta directamente
al conflicto. La espontaneidad con que hace sus grafismos está más
cerca de la intuición del haiku o el sumié que de las lucubraciones
de un artista occidental. Es que hay algo tan zen en ella. Basta observar cómo
en su austero estudiotaller circulan en unos cuencos blancos distintas clases
de té, desde el lapsang hasta uno que le trajeron de Nepal. “Desde
que empecé con esto de los grafismos yo voy acompañando las épocas”,
dice.
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En los ‘70, la joven Dermisache le mostró sus grafismos a Jorge
Romero Brest, por entonces a cargo del Di Tella, que iba a encontrarse con
el director Hugo Santiago. El cineasta contempló los grafismos y reflexionó: “El único
que puede ver lo que hay acá es Borges, pero está ciego”.
A la Dermisache la entrevistó en esos días el también
joven Edgardo Cozarinsky, redactor de la revista Panorama. Y ella le dijo: “Hubo
gente que me propuso presentar una carpeta con una introducción, digamos
veinte reproducciones. Pero sería darles a estas páginas la categoría
de grabados, de objetos, cuyo sentido y uso son diferentes. Yo los quiero como
páginas de un libro, de un objeto con tapas. Si alguien quiere pegar
una de esas páginas en la pared, que la rompa, que le dé a su
gesto el sentido de arrancar una página de un libro y ponerla en otro
lado”. Cozarinsky, parafraseando a Roland Barthes, tituló su entrevista “Un
grado cero de la escritura”. En tanto, en París, Hugo Santiago
le entregaba a Barthes uno de los cuadernos de grafismos cosidos a mano. Y
Barthes le escribió una carta.
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París, 28 de marzo de 1971.
Estimada Srta.: El Sr. Hugo Santiago ha tenido la gentileza de hacerme
conocer su cuaderno de grafismos. Me permito decirle muy simplemente cuánto
me ha impresionado esto, no sólo la alta calidad plástica de
sus trazados (esto no es indiferente) sino también, y sobre todo, la
extremada inteligencia de los problemas teóricos de la escritura que
su trabajo supone. Usted ha sabido producir un cierto número de formas,
ni figurativas ni abstractas, que podrían ubicarse bajo el nombre de
escritura ilegible. Lo que lleva a proponer a sus lectores, no los mensajes,
ni siquiera las formas contingentes de la expresión, sino la idea, la
esencia de la escritura. Nada es más difícil que producir una
esencia, es decir, una forma que sólo se revierta sobre su nombre; ¿acaso
artistas japoneses no han invertido toda un vida en trazar un círculo
que sólo se revierta sobre la misma idea de círculo? Su trabajo
se emparienta con esa exigencia. Le deseo vivamente que lo continúe
y que sea publicado. Le ruego tenga a bien recibir mis deseos de éxito,
de trabajo, y crea en mis sentimientos más cordiales.
Roland Barthes
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Sobre los grafismos de la Dermisache también escribieron, entre otros,
Oscar Masotta, Jorge Perednick, Eduardo Stupía, Diego García
Reynoso,Carlos Espartaco, Gregorio Klimosky, Basilio Uribe, Amancio Williams,
Héctor Libertella y Arturo Carrera. No es casual que varios de los citados
provengan de la escritura. Es que los grafismos indagan esa zona en que el
dibujo se confunde con la escritura y cuestiona las nociones convencionales
de discurso y sentido. A menudo, cuando se refiere a lo que dibuja, Dermisache
dice “lo que escribo”. ¿Podría pensarse entonces
en una plástica de la escritura antes que en una escritura de la plástica?
Pero ella se resiste a teorizar, a definir motivaciones, a establecer una racionalidad
de su práctica. Prefiere, en todo caso, hablar de impulso.
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La artista rehúsa las categorizaciones, cualquier inscripción
en un sistema que encapsule la práctica estética. Aunque no le
importa demasiado la actualidad, cuenta que cuando estaba armando su diario
ocurrió la masacre de Trelew. La noticia la atacó cuando terminaba
de “escribir” la contratapa. Entonces los grafismos rompieron los
márgenes de las columnas. “La política no me interesa”,
dice. Sin embargo, en los tiempos de la última dictadura militar continuó organizando
las “Jornadas del Color y de la Forma” (una experiencia de arte
colectivo donde se aplicaban diferentes técnicas plásticas),
que fueron tan signo de resistencia en su expresión como Teatro Abierto
o la revista Humor. En ese sentido, habría que pensar hasta dónde
la Dermisache no representa una clase de artista indispensable, que hace
lo suyo sin aspaviento.
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En estos días, la Dermisache está exponiendo Escrituras múltiples,
un recorrido de obras que van desde los ‘70 hasta el presente. “Se
lo dedico a Hugo Santiago”, dice. Distribuidos sobre mesas de un blanco
inmaculado hay a disposición del público cuatrocientos ejemplares
de hojas, nueve newsletters y un reportaje, todos formalizados con sus grafismos,
sin una palabra legible. Florent Fajole y Genevieve Chevalier, que la asisten,
llaman al conjunto un “dispositivo”.
¿Qué es un “dispositivo”? Un acto poético en
el que intervienen tanto el espacio como el movimiento, y la libertad que tiene
cada uno para agarrar las distintas hojas y darles el orden que más le
guste. Esta libertad es una acción concreta de afirmar la subjetividad.
En sus Cartografías Esquizoanalíticas, Félix Guattari se
preguntaba cómo hablar hoy de la producción de subjetividad. Ningún
dominio de opinión, de pensamiento, de imagen, de afectos, de narratividad
puede pretender escapar a la influencia invasora de la “asistencia por
computadora” de los bancos de datos, de la telemática, etcétera.
El sujeto está amenazado por esta “máquino-dependencia”.
Pues bien: lo que hace la Dermisache con sus grafismos es poner en discusión
no sólo la noción de legibilidad sino también la de soporte. “Lo
que yo quiero es darle a la gente un territorio de libertad”, explica
ella.
En la producción de estas Escrituras múltiples participaron “Xul:
Buenos Aires”, “Mobil-Home: Marseille” y “Manglar:
Nîmes”. En septiembre, Fajole y Chevalier trasladarán el “dispositivo” de
Escrituras múltiples al Centro Internacional de Poesía Experimental
creado por el poeta Julien Blaine en Marsella.
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Una anécdota, ahora. El año pasado se celebró en el Pompidou
una gran muestra dedicada a Roland Barthes. Allí se expusieron las últimas
búsquedas del escritor antes de su muerte. Que Barthes hubiera derivado
su práctica hacia el grafismo no llamaba tanto la atención como
advertir que esa deriva había comenzado tiempo después de descubrir
la experiencia gráfica de la Dermisache y escribirle.
Mirtha Dermisache, Escrituras
múltiples.
En El Borde, Uriarte 1356, hasta el 28 de agosto.
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