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Domingo, 17 de octubre de 2004

MISTERIOS

El caso del best seller sin autor

La increíble historia detrás de AJ Quinnell, el autor de Hombre en llamas, la película con Denzel Washington.

Hombre en llamas, la película protagonizada por Denzel Washington y Christopher Walken y dirigida por Tony Scott, pasó por los cines argentinos con un éxito atendible hace un par de meses, y todavía se puede pescar en alguno. Para entonces, ya había recaudado varias decenas de millones de dólares en su estreno norteamericano. Y el libro en el que se basa, que fue publicado hace unos veinticinco años, llevaba vendidos unos siete millones y medio de ejemplares y había sido traducido a veinte idiomas. El asunto es que el best seller en cuestión está firmado por un tal AJ Quinnell, cuya verdadera identidad era absolutamente desconocida.
Hasta hace muy poco. Unos días atrás, Quinnell habló con el diario inglés The Observer, rompiendo así un silencio larguísimo. El tipo, inglés, casado tres veces, muy viajado, habló sobre su infancia en Tanzania y como alumno pupilo en West Yorkshire, sobre su experiencia como comerciante en Hong Kong, sobre su matrimonio con la novelista detectivesca Elsebethn Egholm, sobre el tiempo que vivió en Dinamarca y en una isla en el Mediterráneo. Y contó el origen de Man of fire.
Todo comenzó con un encuentro accidental con la mafia: “Estaba volando de Tokio a Hong Kong, y el tipo que estaba sentado a mi lado tuvo un ataque cardíaco. Era mayor y obviamente adinerado, chorreaba oro. La tripulación iba a llamar a una ambulancia del hospital general más cercano al aeropuerto, lo cual hubiera sido un desastre, porque se trataba de un enorme hospital gubernamental poco eficiente. Pero yo conocía al capitán y lo persuadí para que llamara a un hospital privado. Dos días después, aparecieron unos cuantos hombres jóvenes y trajeados. El hombre era miembro de una de estas viejas familias italianas. Me dijeron que los contactara si alguna vez necesitaba ayuda. El hombre murió, pero cuando hacía mi investigación para el libro, conseguí el nombre de su hijo, quien me puso en contacto con su abogado en Roma, que a su vez me contactó con varias personas con las que quería hablar. Pero ellos no iban a salir demasiado bien parados en el libro: por esos días reinaba mucha violencia entre esa gente tan amable que había conocido en el hospital. Cuando escribí el libro, les dije que cambiaría todos sus nombres, pero lo rechazaron. Les dije: Miren, en el libro todos ustedes tienen muertes terribles. No nos importa, me respondieron. Queremos estar en el libro. Así que los dejé. Mientras terminaba ese libro ya tenía otro en mente, El Mahdi, mucho antes de la fatwa contra Salman Rushdie: no era particularmente antiislámico, pero quería libertad de movimiento, así que adopté un seudónimo que me sirviera tanto para la novela que acababa de terminar como para la que estaba por empezar. El apellido lo tomé del rugbier galés Derek Quinnell. El hijo del barman en cuyo local me encontraba en ese momento se llamaba AJ, y de ahí salió el nombre. Pero lo más curioso es que cuando uno usa un seudónimo y no se lo da a conocer ni siquiera a su editor, empieza a aparecer gente que de pronto les dice a sus amigos que ellos son AJ Quinnell”.

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