PERSONAJES - EL HOMBRE QUE RECORRE EL MUNDO EN DOS RUEDAS
Diario de bicicleta
Es australiano, tiene 31 años y desde hace 5 recorre el mundo en bicicleta, pidiendo la condonación de la deuda externa de los países pobres. De paso por la Argentina, habló con Radar de todo lo que vio, pero no tuvo fuerzas para escribir en su diario de viaje.
Por Mariana Enriquez
Paul Harper viaja por Asia, Africa y América latina en bicicleta desde hace cinco años, y apenas tiene sensibilidad en las manos. “No puedo escribir”, dice. “Trato de llevar un diario, pero ya no se entiende la letra, y además me duermo ni bien lo abro. No quiero ni hablar de cómo tengo el culo. A esta altura sólo puedo pedalear dos horas seguidas, y sólo ocho por día.” Lleva encima una libreta mínima donde mamarrachea los atroces datos económicos del tercer mundo, y explica que su agotadora travesía tiene un solo objetivo: protestar contra las políticas del FMI y el Banco Mundial, y exigir la cancelación de la deuda externa de los países pobres. “Escuché sobre la campaña Jubilee 2000 apenas comenzó en 1996 en el Reino Unido. Estaba interesado en política y se me metió en la cabeza que quería involucrarme. No sabía mucho, sólo tenía un interés en los asuntos de los países en desarrollo. Participé en manifestaciones contra el FMI y el Banco Mundial, y como ya andaba en bicicleta –largas distancias, pero no tanto–, las dos cosas se mezclaron.”
Paul es australiano, tiene 31 años y nació en Perth; antes del viaje estudiaba Antropología, ayudaba a sus padres en la administración de un cine y había hecho trabajo comunitario en Ghana y Gambia durante 1995. El 7 de agosto de 1999 tomó la bicicleta y voló a Indonesia. Desde allí pedaleó por Singapur, Malasia, Tailandia, Bangladesh, India, Pakistán, Irán, Omán, Yemen, Timbuctu, Djibouti, Etiopía, Kenia, Uganda, Ruanda, Tanzania, Malawi, Mozambique, Sudáfrica, Zimbabwe, Costa de Marfil, Togo, Nigeria, Burkina Faso, Senegal, y de allí a Brasil, Uruguay, Paraguay, ahora la Argentina y, dentro de un mes, Chile. “Me vuelvo a Australia porque no tengo más dinero. Me encantaría ir a Bolivia y a Perú, porque sé que los activistas están muy organizados, pero ya no puedo. Tengo sponsors para el equipo de la bici, pero ése es todo el dinero que entra. Todo lo que tengo está en un pequeño bolso.”
¿Te enfermaste muchas veces?
–Todo el tiempo estoy enfermo. Cuando llegué a la Argentina estuve en cama cuatro días. Tuve malaria muchísimas veces, diarrea, de todo. Soy muy delgado, y eso no es bueno para andar en bicicleta. Una vez, en Timbuctu, tuve malaria en pleno desierto, temblaba aunque hacía 40 grados. Alucinaba, y pensaba que me iba a morir. Ahora estoy más acostumbrado.
¿Te costó incorporar alguna costumbre?
–Lo más difícil fue una tontería, realmente: soy zurdo y en muchos países la mano izquierda sólo se usa para limpiarse el culo. Das la mano, comés, todo con la derecha. Si metés la izquierda en una olla comunitaria, todo el mundo se espanta. Estuve meses intentando evitarlo.
¿Te sentiste en peligro alguna vez?
–En Pakistán. Estaba en el desierto, y crucé una frontera donde un cartel decía: “Está entrando en una región autónoma tribal. La policía no puede garantizar su seguridad, porque el gobierno no la controla”. Crucé igual. Estaban los talibanes y otros grupos integristas; esto era antes del 11 de septiembre. Siempre los veía, unos hombres de barba larga que me bloqueaban el camino, armados con Kalashnikov. Había una tormenta de arena. Traté de atravesarla en el viento, no podía ver los autos, y estaba haciendo apenas seis kilómetros por hora, con arena en los oídos y la nariz. Llegué a un puesto de control, y allí me dijeron que había una casa de té a 15 kilómetros. Pedaleé 30 kilómetros y escuché disparos. Supongo que me disparaban a mí. Cuando dejé de escucharlos, me senté en una roca para descansar –llevaba un día entero sin comer– y pasó un camión con paquistaníes armados. Pensé que me iban a matar, pero sólo pararon a mear. A la medianoche llegué a la casa de té, que estaba a casi 40 kilómetros. No tenían nada para comer, pero el dueño me dio un lugar para dormir. A los 20 minutos desperté con una antorcha llameante a centímetros de mi cara. Era otro paquistaní con barba y Kalashnikov. El dueño de la casa de té le había dicho que había un extranjero durmiendo atrás. Venía a verme. Y esto pasó toda la noche, cada media hora, con diferentes personas.
¿Y cuál fue la experiencia más frustrante?
–Varias. Pasé Año Nuevo del 2000 en el Taj Mahal. Pensé que iba a ver una gran fiesta, pero no había nadie, estaban todos en Goa. En India es difícil porque no hay cerveza, tienen leyes muy duras contra el consumo del alcohol. Sólo podés tomar con los turistas y servir cerveza en una taza de té por si cae la policía. En Irán fue complicado porque no me daban visa de turista, así que tuve que cruzar el país, puro desierto, en dos semanas. Los iraníes son la gente más amable que conocí. Una vez me siguió un auto, el conductor bajó la ventanilla y sacó la mano para darme una naranja gritando: “¡Bienvenido a mi país!”. A veces comía en un restaurante y otra persona pagaba por mí, sin siquiera decírmelo, sólo pagaban y se iban porque yo era extranjero. También es frustrante la situación en los países africanos, no sólo la extrema pobreza, sobre todo en Africa Occidental, sino la sensación de que la gente no comprende que los organismos internacionales de crédito son responsables de la situación económica. Creen que es culpa de la democracia, que se estableció al mismo tiempo que las políticas neoliberales. No hay medios, nadie lee los pocos periódicos que existen, así que no están informados. Ni tienen por qué estarlo: les preocupa mucho más tener algo de comida. Es una situación trágica: Zimbabwe, que era el país modelo, está en una crisis tal que para el 2010 se espera que la expectativa de vida sea de 35 años, una de las más bajas del mundo.
¿Cuáles son las críticas más comunes que recibís?
–Varias. Una es que cancelar la deuda es contribuir a la pereza y a la corrupción de los países pobres. Y también me preguntan qué cambia porque yo haga esto. Pero eso me lo pregunto todo el tiempo. No hago ninguna diferencia. En realidad es un truco publicitario: en cada país me reúno con activistas, voy a los medios para me entrevisten por lo de la bici y así logro difundir las manifestaciones o los encuentros. En Brasil hice una conferencia con el Movimiento Sin Tierra, y aquí estoy con Diálogo y No al ALCA (www.noalal ca.org.ar). Soy un freak show.
¿Y sos fatalista?
–Mucho. Ayer tuve una conversación con dos ingleses en un bar, y ellos decían que realmente no veían esperanza para el mundo. Me preguntaron qué pensaba. Les dije que estaba de acuerdo. Se sorprendieron: “Entonces, ¿por qué estás haciendo esto?”. Básicamente, porque tengo que hacer algo. Están arruinando el medio ambiente, gobiernan instituciones especuladoras que no controlamos y me pregunto en qué mundo vivirán mis sobrinos. Tengo una tibia esperanza porque, si miramos la historia, la gente tiró abajo monarquías actuando de forma colectiva. Pero no creo que eso suceda pronto.