Dom 12.05.2002
radar

ARTE

Juegos de artificio

Huellas que se expanden hasta convertirse en una explosión, titulares de diarios vacíos, una videoinstalación fuera de foco, pinturas en la pared que ceden a la ley de gravedad y hasta un aparato circulatorio sin sangre: con la impecable contundencia que viene signando su carrera, Jorge Macchi presenta en la galería Ruth Benzacar Fuegos de artificio, una muestra sobre el poder del arte para revelar todos los mundos que hay en éste.

› Por Fabián Lebenglik

Por Fabián Lebenglik

Los “fuegos de artificio” son la pompa que corona una celebración. Las luces, explosiones de colores y sonidos, las formas fulgurantes que se dibujan fugazmente en el cielo para convocar la atención, para atraer y distraer.
Tal artificio de atracción/distracción tuerce la atención del que mira, del que lee, del que escucha, para colocarlo por un momento en una nueva lógica, en la que el mundo por un instante se convierte en pura y sostenida expectativa, en sobresalto, sorpresa y descubrimiento. Es un buen modo de definir el efecto que produce la obra de Jorge Macchi (Buenos Aires, 1963) sobre el espectador y es el título que el artista decidió para su nueva muestra en la galería Ruth Benzacar.
En el catálogo de la exposición, la primera muestra individual registrada es la que Macchi presentó en 1989 (en el entonces activo espacio de Alberto Elía). En aquella muestra, hace trece años, quien firma estas líneas publicó un comentario con un título que sirve aún de principio constructivo para la obra de Macchi: “Hay otro mundo y es éste”. Allí se define la productiva relación de tensión entre el mundo llamado “real” y el mundo del arte.
En la obra de Jorge Macchi, el arte es un resto que se filtra por los agujeros de la realidad y, del mismo modo, aunque invirtiendo los términos, la realidad es un resto que se cuela por los orificios del arte. Cada obra del artista tiene como punto de partida el quiebre de la lógica cotidiana: abre un rumbo en la estructura rutinaria de la vida cotidiana, establece una nueva relación entre el objeto y la percepción del objeto. Cada nueva obra establece conexiones básicas y nuevas en su funcionamiento, donde la primera ruptura sutil se produce con las relaciones físicas entre los objetos.
Esto se percibe claramente en la serie de 46 gouaches en pequeño formato, que el artista realizó hace seis años aunque recién ahora se permite mostrarlas en un rincón de la galería. El dato anacrónico y el tratamiento absolutamente diferente de esta serie respecto de la obra exhibida durante los últimos años condensan en parte el sentido de la nueva exposición.
Se trata de una colección donde abunda el color, el trazo infantil, cierta estudiada y poética imprecisión, cercana a una tierna torpeza (que contradice el rigor perfecto de casi toda la obra de Macchi). Es un conjunto que inmediatamente se advierte como disociado del resto de la muestra, por la intimidad que evoca, por la nostalgia de la infancia, por el aire de ensoñación. A su vez, la serie, en algún sentido confesional y al mismo tiempo pudorosa, funciona como un catálogo de ideas e imágenes, una crónica de sueños de la vigilia.
En esa colección, se revela constante la presencia de múltiples orificios, agujeros, pinchaduras, grietas, aberturas, hoyos, boquetes, resquicios, huecos que hace que todos los cuerpos y objetos se vuelvan porosos. Estas imágenes, que podrían estar contando una autobiografía en clave, van construyendo un registro, casi un inventario de lo cotidiano, de lo entrañable, y pasan del mundo exterior al interior del cuerpo. Todos esos objetos son penetrados y atravesados por otra imagen que irrumpe, nace, se desploma o se enquista en ellos. Cada cuadrito ilustra el encuentro entre, por lo menos, dos objetos, dos lógicas, casi como en una historieta. Y hay allí también una relación con el humor gráfico, con un humor que excede el humor usual, más contenido, del resto de la obra de Macchi.
Esa porosidad de la obra de Macchi es la que genera la relación extraña y poética entre este mundo y el otro. El pasaje de un lugar, un tiempo, una lógica, a otros lugares, tiempos y lógicas posibles. El orificio es la falla, la grieta por donde se cuela el otro mundo, es la fisura por donde aparece lo otro. Jorge Macchi está construyendo una trayectoria impecable y cuenta con un enorme reconocimiento: en 1990 ganó el primer premio de la Fundación Nuevo Mundo (Museo Nacional de Bellas Artes). En el ‘93 ganó el premio Braque, lo que le permitió una larga estadía en Francia. En 1998 la Asociación de Críticos le dio el premio al mejor artista joven. Ese año también ganó un subsidio a la creación de la Fundación Antorchas. En 1999 obtuvo el premio Leonardo (MNBA). En el 2000 ganó primer premio del Premio Banco Nación y una beca del Fondo Nacional de las Artes. Finalmente, el año pasado ganó la beca Guggenheim.
Simultáneamente, Macchi logró una serie de residencias en universidades y programas artísticos de gran nivel, en Holanda, Inglaterra, Alemania e Italia, y eso le permitió proyectar una carrera internacional a través de muestras individuales en galerías, museos y centros culturales del mundo y participar de grandes muestras grupales y temáticas.
En el último tiempo Macchi también se dedicó a la escenografía y dirección de arte, colaborando con autores como Alejandro Tantanián y Rafael Spregelburd, entre otros. Y en esta actividad también resultó distinguido el año pasado con el Premio Teatro del Mundo, otorgado por un equipo de especialistas y teóricos teatrales de la UBA, en el Centro Cultural Rojas.
La idea de artificio convocada por el título de la muestra inmediatamente evoca el concepto de ficción. La noción de una construcción de laboratorio. En Macchi, esta idea tiene varias vertientes.
Por una parte el artista estuvo obsesionado por la naturaleza del accidente y realizó gran cantidad de obra en relación con esta cuestión. Desde distintas técnicas y géneros, reprodujo en términos teóricos una serie de accidentes (desde un choque de autos hasta la rotura de un vidrio), y de allí también pasó a tomar como motivo de su obra el crimen, el asesinato, la violencia familiar y social.
En Fuegos de artificio, Macchi exhibe una videoinstalación, pintura mural, dibujos, impresiones fotográficas de archivo digital, estampas.
La obra que da título a la muestra es una secuencia que muestra una huella de barro producida por la suela de goma, casi como un sello. Sobre esa imagen el artista va expandiendo las marcas y desintegrando la forma constitutiva de la suela en una secuencia que hace estallar la huella hasta convertirla en signos que evocan una explosión. Lo que para un detective sería un indicio, una pista; para Macchi siempre produce nuevas lecturas, nuevas posibilidades.
Otra de las obras es la videoinstalación “La canción del final”, en la que se proyecta un casting borroso, ilegible, como fuera de foco. El ojo, una vez comprobado el fracaso de la lectura, queda librado a ver pasar, sin poder descifrarlas, formaciones, líneas, columnas simples o pareadas de textos continuos que se suceden en sincronía con una banda sonora especialmente compuesta por Alejandro González Novoa, en la que dos violoncelos van entrecruzándose al ritmo de las formaciones visuales de palabras.
Macchi no sólo atraviesa al mundo con otros mundos sino que genera lecturas sorprendentes, por ejemplo, de los diarios. Este sistema, aparentemente simple, consiste en recortes de páginas, aplicados con alfileres sobre madera, en los que el artista aísla elementos lingüísticos para producir nuevos sentidos. Podría decirse que recorta los bordes y tira la sustancia, pero el efecto es el opuesto. Macchi juega con el mercado de las noticias y con el modo de leerlas. Y estas dislecturas de lo real proponen una nueva sintaxis, una nueva legalidad. En este sentido, Macchi la emprende contra varios sistemas de reglas, lo cual supone la relación de tensión entre el arte y las reglas, entre el arte y la ley.
Con procedimientos similares, el artista presenta un diagrama de las arterias y venas del aparato circulatorio y esquemas de las partes delcráneo y del corazón, pero lo que aquí está ausente es el cuerpo, el cráneo y el corazón. Sólo quedan las flechas indicativas y los nombres. Un manual de anatomía también puede verse como un dibujo.
Otra de las leyes que el artista decide no respetar es la ley de gravedad. En varias obras se viola ficcional y convincentemente este principio. En el mural “Ornamento” las flores pintadas sobre la pared terminan precipitándose en una mancha confusa para que el ornamento se vuelva una pintura inquietante y sombría. Lo mismo sucede con pentagramas, renglones, orificios sobre madera, ojales.
Con la misma contundencia, el artista vuelve una y otra vez sobre los clavos. Desde aquella primera muestra individual de hace trece años, los clavos forman parte del repertorio fijo de elementos utilizados por Macchi. A pesar de las múltiples variaciones que sufrió su obra con el paso de los años y de la cantidad de técnicas y materiales, los clavos siguen siendo obstinados y agudos componentes de sus obras.
En esta muestra, una serie de clavos oficia de acento sobre las notas que en el pentagrama dibujan un nocturno de Erik Satie. Hay pocas ideas más contrastantes que un clavo sobre una partitura.
En otra obra, una de las mejores y aparentemente más simples de la muestra, una serie de clavos en línea hábilmente iluminados, dibujan un perfecto horizonte. Y nuevamente una asociación contundente que contrasta la limpieza y síntesis visual con el sentido, tan poético como dramático.
Como en toda su obra, la nueva muestra de Macchi va inteligentemente del laboratorio de la ficción a lo real y de lo real al laboratorio. El arte siempre irrumpe sobre el mundo y construye otro, paralelo, como un modelo en el que rigen otras leyes.

Fuegos de artificio puede verse hasta el 24 de mayo en la galería Ruth Benzacar (Florida 1000). Entrada gratuita.

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