CINE
Con sugestivos títulos como Nuestros amigos de la banca, FMI: morir a crédito y La ganancia y nada más, a partir del martes podrá verse en la Sala Lugones del Teatro San Martín un ciclo de once documentales que registran los devastadores efectos de la globalización: impiadosas negociaciones con el FMI, devaluaciones, salarios pulverizados, pobreza y condiciones laborales inhumanas. Aunque no lo parezca, ninguno transcurre en el conurbano bonaerense.
› Por Horacio Bernades
UGANDA,
ARGENTINA
Ningún
espectador de los que concurran en estos días a la Lugones necesita que
le recuerden cuánta de esa lluvia negra se descarga también en
Argentina. Las películas mismas se ocupan de hacerlo. Véase, por
ejemplo, Nuestros amigos de la banca, que abre el ciclo de la Lugones el martes
14. Por más que transcurra en Uganda en 1995, ¿habrá acaso
una clase magistral más reveladora sobre lo que sucede en Argentina en
este preciso momento? Filmada por el inglés Peter Chappel, la película
permitirá al espectador local asistir a aquello de lo que normalmente
sólo le llegan ecos: el desarrollo de las negociaciones entre las autoridades
del Banco Mundial y el FMI y los mandatarios de un país del Tercer Mundo,
en vista a la concesión de un crédito.
El gobierno ugandés, endeudado con los organismos internacionales, necesita
plata fresca para atender dos necesidades urgentes: combatir a partidarios del
ex dictador Idi Amin, alzados en armas en el norte del país, y mejorar
la deteriorada red vial. Amables, distendidos y en absoluto carentes de buen
humor, los funcionarios del Banco Mundial están dispuestos a prestar
dinero. Claro que no para cubrir aquellas prioridades, sino otra que el organismo
considera más urgente: un violento ajuste económico. Y de paso,
privatizar el Banco Central de Uganda. Tenemos que estar relajados, no
a la defensiva, comenta un funcionario a otro, después de un partido
de tenis y antes de una reunión clave con el presidente Meseveni y su
gente, todos ellos ex militantes maoístas a quienes no les quedará
más remedio que tomar ricino.
REQUIEM
REGGAE
Es llamativo que las recetas económicas sugeridas por el FMI a
los países endeudados son siempre las mismas, no importa el caso,
dice una testimoniante en Jamaica/FMI: morir a crédito, producción
de la cadena de televisión francesa La Sept y el Canal ARTE, que podrá
verse en la Lugones el miércoles 15. La película se remonta hasta
los años 70 pararecorrer, a partir de allí, la historia reciente
del país caribeño, que es como un espejo de la nuestra. Mientras
aquí asumía Cámpora, allí lo hacía el socialista
Michael Manley uno de cuyos más notorios partidarios supo ser su
casi homónimo Bob Marley imponiendo una serie de audaces medidas
económicas, que incluyen un alto presupuesto para salud, una masiva campaña
de alfabetización y una radical reforma agraria.
En cuanto Manley amenaza con nacionalizar la banca, comienzan los disturbios,
los sospechosos brotes de violencia, su desprestigio público a través
de los medios y el surgimiento de Edward Seaga, político opositor que
cuenta con el respaldo explícito de Ronald Reagan y había sido,
oh casualidad, ex representante del FMI en Jamaica. Mientras tanto, el FMI le
dicta al gobierno jamaiquino un programa económico. El propio Manley,
que actualmente se gana la vida trabajando para un consorcio comunicacional,
detalla los ejes de ese plan: inmediata suspensión de los programas sociales,
devaluación sin incremento de salarios, supresión de las subvenciones
a los insumos básicos de la población, alza de impuestos y tarifas
públicas.
Si suena conocido, más aún lo es el resultado de esa política
económica: una deuda externa que crece en progresión geométrica,
un saldo comercial exclusivamente destinado al pago de intereses y la miserabilización
en masa de toda la población jamaiquina. Hasta ahora, no existe
un solo ejemplo en el mundo entero de un país que haya seguido las recetas
del FMI y haya crecido, se oye sobre el final de Jamaica/FMI: morir a
crédito.
LEVIS
DESTIÑE
Es posible que después de ver Obreras del mundo (sábado
18 y domingo 19), más de uno lo piense dos veces antes de comprar un
Levis. En 1998, la realizadora Marie-France Collard se entera de que esa
firma se apresta a cerrar tres fábricas en Bélgica y otra en Francia,
y a partir de allí tira del hilo y sigue su recorrido, hasta que todo
el tejido que lo sostenía queda expuesto. Aunque el gerente europeo de
Levis afirma que sólo obedece a razones de reestructuración,
lo que está detrás del cierre que de por sí dejará
a 1400 empleados en la calle es una de las mayores perversiones del capital
internacional de hoy en día: el progresivo traslado de la producción
a países del Tercer Mundo, donde los salarios son de hambre y los beneficios
se multiplican astronómicamente.
Como en un viaje al corazón de las tinieblas, el hilo que Collard tira
en el centro de Europa la lleva primero hasta Turquía, donde acaba de
abrirse una fábrica que pertenece a Levis (y donde el solo hecho
de hacer declaraciones a la prensa puede costarle el puesto a una operaria)
y finalmente al infame submundo de los talleres de costura de Jakarta, Indonesia,
donde las huelgas son ilegales, hay dos baños sin agua corriente para
quinientos empleados, los niños trabajan de sol a sol y el salario de
una tejedora que labora unas doce horas por día, los siete días
de la semana equivale al costo de uno solo de los pantalones que fabrica,
en cualquier tienda europea.
Así como cualquiera de estos documentales cumple de por sí una
extraordinaria función didáctica en relación con sus espectadores
(¿cuándo comenzarán a exhibirse fuera del circuito cerrado
de las salas de cine?), Collard no deja de hacer pedagogía con las propias
protagonistas de su película, al sentar a un puñado de obreras
indonesias frente a un televisor y mostrarles cuál es la realidad de
las colegas que trabajan para la misma firma en Bélgica y Francia. ¿Es
verdad que cobran diez veces más que nosotras?, pregunta una, azorada.
¿Pero cómo, el sindicato no pertenece a la empresa?,
interroga otra. ¿Pueden hacer eso sin que las castiguen?,
exclaman a coro al observar una huelga y una manifestación callejera.
Pero no hay esperanzas para nadie: poco después de las huelgas y manifestaciones,
las fábricas belgas y francesas cierrany sus trabajadoras se quedan en
la calle, como indonesias en su propio país. No por nada el ciclo se
llama Un mundo sin piedad.
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