Dom 12.05.2002
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HALLAZGOS

Escrachadores del mundo, Uníos

A ciento cincuenta años de que se volviera una práctica habitual en la Argentina, un grupo de empleados de una fábrica de cerveza inglesa decidió repudiar públicamente la visita a Londres de un reputado torturador de los Habsburgo. Celebrado por Engels y conmemorado después por Garibaldi, este acto de justicia popular bien puede considerarse el primer escrache registrado en la historia contemporánea. A continuación, los detalles.

A la ya famosa listita de inventos argentinos se había sumado hace poco, no sin triste orgullo, el de los escraches espontáneos. Pero haciendo un poco de historia, se pueden descubrir antecedentes bastante antiguos e internacionales de esta tradición de justicia callejera, como el que ocurrió en Londres a mediados del siglo XIX. Para entender la anécdota, es necesario recordar que por entonces un fantasma recorría Europa. En 1850, año del escrache en cuestión, las revoluciones de 1848 ya habían sido controladas, aunque a precio de sangre y algunas concesiones monárquicas. A pesar de todo, los ánimos seguían caldeados.
Uno de los muchos represores de estas revoluciones fue el austríaco Julius Freiherr von Haynau, un general apodado La Hiena y especialmente afecto a la tortura. Este hombre estuvo entre los encargados de sofocar los levantamientos del Norte de Italia y de Hungría, que en aquel entonces estaban bajo poder de los Habsburgo. Pero a pesar de la efectividad con la que realizó su tarea, en 1850 el general debió abandonar su cargo ya que el nuevo emperador, Ferdinando I, prefería una política un poco más conciliadora que no dejaba mucho espacio a los torturadores de antaño. El flamante jubilado, de 64 años, decidió tomarse unas bien merecidas vacaciones recorriendo Europa, e incluyó a la ciudad de Londres en su periplo, donde su reputación internacional como carnicero lo haría víctima de un escrache modelo 1850, no tan distinto del modelo que 150 años después haría furor en el otro extremo del planeta.

La ciudad de la furia
La Londres de mitad del siglo era un lugar bastante pacífico para un continente plagado de levantamientos obreros. Para desesperación del vecino londinense Karl Marx, la brutal desigualdad producida por la Revolución Industrial no fomentaba la lucha de clases. Uno de los pocos movimientos de protesta masivos de ese país era el cartismo. Justamente uno de los líderes del movimiento era George Harney, dueño del diario Red Republican, donde se publicó la primera versión inglesa del Manifiesto Comunista. Al enterarse de la visita de La Hiena a Londres, Harney alentó con pocas esperanzas a todos sus conocidos a realizar lo que en la Argentina actual se llamaría un escrache.
Y así llegamos a la anécdota: al parecer el desprevenido von Haynau incluyó en su itinerario turístico una visita a la célebre fábrica de cerveza Barclay & Perkins, que quedaba al lado del ya entonces derruido Teatro El Globo de Shakespeare, en la margen sur del Támesis. Con sus 430 empleados, esta destilería era la mayor productora de cerveza del mundo y lugar obligado para todo turista que se preciara. Según cuenta el diario The Times de la época, en cuanto von Haynau terminó de firmar el libro de los visitantes (que incluiría las rúbricas de Napoleón III y Otto von Bismarck, entre otros), los trabajadores reconocieron al atildado personaje. A continuación, según una de las versiones, le arrojaron un fardo de heno en la cabeza y lo taparon con estiércol (que vaya uno a saber qué hacía en la destilería). Según otra, los trabajadores agarraron palos y piedras, y se acercaron peligrosamente a él. Sea como fuere, en cuanto se recuperó de su sorpresa, el general salió corriendo.
La huida no duró mucho. Lo encontraron escondido en el pub George, donde los trabajadores se olvidaron de la supuesta corrección inglesa y lo molieron a palos. Para suerte del general, la policía llegó antes de que el asunto terminara en un linchamiento pleno y lo llevó del otro lado del río. La Hiena, humillado como estaba, decidió cancelar sus vacaciones en la ciudad.

Festejos y protestas
Eufórico, Harney publicó en su editorial que el ataque era una prueba del “progreso en el conocimiento político de la clase obrera, su incorruptible amor por la justicia y su intenso odio por la tiranía y la crueldad”. La ocasión mereció un festejo en el FarringdonHall durante el que habló el mismísimo Friedrich Engels. Llegaron cartas de felicitación al diario desde París y Nueva York. Además, los cronistas de la época recogieron una canción en honor a Haynau que suena mejor en inglés que en castellano, pero que dice más o menos lo siguiente: “Échenlo, échenlo de nuestra orilla del Támesis/ déjenlo ir con los grandes tories y damas de alto rango./ Puede pasear por el West End y desfilar su orgullo/ pero nunca volverá a acercarse al George de Bankside”.
Para los diarios más conservadores, como el Quarterly Review, lo ocurrido en Bankside era un “indicio de la influencia extranjera”, en obvia referencia a los ideólogos foráneos que se habían refugiado en el país.
El asunto siguió con un escándalo diplomático. El embajador austríaco exigió una disculpa del gobierno británico, pero el secretario de Relaciones Exteriores de este país, Lord Henry Palmerston, vio con buenos ojos el castigo y respondió que los trabajadores sólo “habían expresado sus sentimientos frente a lo que consideraban una conducta inhumana”, de un hombre “al que se veía como un gran criminal inmoral”. Sólo tras la intervención personal de la reina Victoria y la renuncia de Palmerston se envió otra carta algo más conciliatoria a Viena. Pero ni aun así el gobierno austríaco consideró que la cuenta estaba saldada y para demostrarlo no mandó ningún representante a los funerales del Duque de Wellington en 1852.
De cualquier manera el incidente se ganó un lugar entre los mitos de la época y cuando el revolucionario italiano Giuseppe Garibaldi visitó la ciudad en 1864, quiso visitar la fábrica para agradecer a los hombres que “azotaron a Haynau”.
Así que habrá que tachar el escrache de la cada vez más corta lista de inventos argentinos para sumarla a una más internacional, de inveterada autodefensa popular.

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