PERSONAJES
Nació en Polonia. Luchó contra la ocupación soviética. Estuvo preso en Siberia. Se convirtió en camarógrafo y filmó el frente de batalla en Italia. Estuvo en Alemania durante la liberación. Pero terminada la guerra fue perseguido por “guerrillero”. Entonces recaló en Buenos Aires, donde se conviritió en el camarógrafo de “Sucesos Argentinos” y filmó buena parte de la historia argentina del ‘50 para acá. Tadeo Bortnowski recibe en su casa de Olivos a Radar y habla de lo difícil que se le hace hablar sobre todo lo que vio.
› Por Mariano Blejman
El
soldado polaco
Tadeo
Bortnowski nunca hizo el servicio militar. Tal vez por eso su mirada envuelva
con ojos amables a quien lo escucha de cerca. Tiene una memoria visual prodigiosa,
bien guardada en sus relatos. Una parte de sus imágenes se oculta dentro
de un estrecho placard que da a la calle: es su medio siglo en la Argentina.
La otra parte de sus imágenes, esos cinco años en la línea
de fuego de la Segunda Guerra Mundial, están nada más que en sus
propias retinas. De miles de horas capturadas tiene, sólo, pocos minutos
en VHS. El resto descansa en fílmico, en algún lugar del mundo.
Su pelo castaño y sin canas le dan cierto aire cincuentón. Aún
así, habiendo perdido dos décadas de apariencia, parece no haber
olvidado sus mañanas de guerrero.
¿Por dónde quiere comenzar Tadeo?
–...
Él quisiera contar todo pero no le salen las palabras. Están detrás
de la garganta amontonadas junto a las condecoraciones. Dentro de esa carpeta
donde acurrucó celosamente aquellos papelitos que guarda desde que estalló
la guerra en 1940. “Tenía 16 años y era un estudiante de
secundario”, dice por decir algo. Polonia era ocupada por Alemania al Oeste
y por la Unión Soviética al Este. En agosto de 1939, Hitler y
Stalin habían firmado el pacto de “no agresión” con
el que se repartieron Polonia. “Yo vivía en Piñsk, a 150
kilómetros de Rusia. Pero lo que ahí dentro sucedía era
un misterio”, recuerda hoy a pocos días de cumplir 78 años.
Bortnowski tenía, sin saberlo, el destino marcado. Nació con una
fecha patria argentina: el 25 de mayo de 1924.
“Al principio luchamos contra los alemanes y contra los rusos.” El
joven Bortnowski fue militante de una organización estudiantil subversiva.
“Cuando ellos llegaron pensamos que iban a durar poco: ataban sus fusiles
con piolines, no tenían zapatos de cuero sino de telas engomadas, no
llevaban relojes, ni siquiera los oficiales. Creímos que sería
fácil vencerlos. Los alemanes, en cambio, estaban bien equipados.”
Bortnowski nunca imaginó que la guerra podría perderse, ni que
iba a durar tanto tiempo. Pero los rusos lo arrestaron por opositor y lo enviaron
a la lejana Siberia. “Recién ahí conocí la URSS por
dentro.” Su madre y sus hermanos, de familia católica, sobrevivieron
a los años con los dientes apretados. Ahora, en un rincón, Bortnowski
cuelga un afiche del Papa paisano Juan Pablo II. Ya, en aquel entonces, Dios
no pudo salvarlo de la cúpula stalinista. Pero le iba a dar una pequeña
recompensa llamada Argentina, si es que puede llamarse recompensa. Entre Siberia,
el norte próximo al Artico y países satélites como Uzbekistán,
Kasajstán y Turkmenistán hubo casi dos millones de “opositores”
a los soviéticos. Un verdadero ejército de reserva.
Estepas
rusas
Tadeo
Bortnowski ofrece un café sin azúcar y, mientras lo hace, desempolva
una carpeta prolijamente guardada en un cajón. Sus papeles certifican
lo que cuenta.
¿Por qué guardó todo esto?
–Siempre tuve alma de archivista. Tengo todos los papelitos...
El joven Bortnowski pasó dos años en Siberia acostumbrándose
a la muerte, pero nunca le llegó en carne propia. De allí le quedan
los recuerdos de veranos calurosos e inviernos donde la saliva caía al
piso convertida en escarcha. “El aire era tan cristalino que se podía
escuchar a dos personas hablar a 20 kilómetros de distancia.” Al
principio cortó maderas, limpió la nieve de las vías y
realizó trabajos forzados. Su ración diaria de comida llegaba
a 400 gramos de pan y una sopa. “Al que se debilitaba le reducían
las raciones y ya no trabajaba. Ni tampoco comía. Y al poco tiempo se
moría. Usaban siempre el mismo cajón para enterrarlos a todos.”
Bortnowski podría haber tenido esa suerte: cayó enfermo, pero
fue justo cuando los alemanes rompieron el pacto con la URSS e invadieron el
resto de Polonia en dirección a las estepas. Cuando el ejército
nazi sitió Leningrado y rondó las periferias de Moscú,
Stalin pactó con Winston Churchill y Wladyslaw Sikorski, jefe de los
polacos en el exilio, la organización de un ejército con cien
mil polacos que salieron de Siberia. El Primer Cuerpo ya se había formado
en Francia con aquellos que habían escapado de los alemanes. Según
muestra el certificado en polaco emitido por el Ejército Soviético
el 18 de junio de 1942, Bortnowski estaba incorporado al Segundo Cuerpo del
Ejército Polaco. Permaneció en el hospital durante mayo de 1942
y sus primeros encuentros con la muerte lo encontraron acostado: “Al lado
mío se morían de tifus y malaria tropical. Yo tuve malaria pero
me salvé”. El 17 de junio de ese mismo año fue dado de alta.
Como no tenía fuerzas para realizar el viaje hasta el Ejército
Polaco, el delegado del hospital lo envió cerca de Tashkent, en Uzbekistán.
–Para llegar me dio 150 rublos, dos dólares para la época.
Tadeo muestra su certificado médico que diagnostica una “cronosepsis
y endocarditis aguda”. Es decir, una inflamación del corazón
por el frío y la falta de alimento. “Hasta ese momento nadie había
salido de Rusia. No se podía constatar lo que sucedía.” Pero
de pronto la “reserva” polaca fue evacuada: los problemas de abastecimiento
acuciaban a Stalin. “Nos dieron víveres, armamento y vestimenta
y nos dejaron salir a Persia (hoy Irán), donde los barcos ingleses se
cargaban de petróleo.” Pero la guerra todavía no comenzaba
para Bortnowski.
Un
deportado sin escalas
El nuevo
ejército polaco armado en la Unión Soviética se evacuó
por el Mar Caspio. Pero su enfermedad le dio dos ventajas: viajó en camión
por el borde del Himalaya y cuando llegó a Persia le propusieron que
aprendiera a filmar. Necesitaban un camarógrafo para contrarrestar la
propaganda nazi. En esa época intentó un primer contacto con su
gente. Ahora enseña una carta que recibió de respuesta a otra
que había enviado a su familia. La respuesta llegó de puño
y letra de su madre desde su pueblo natal, fechada en junio de 1943. Vía
Turquía. Y no traía buenos augurios: una estampilla de Hitler
estaba en el dorso.
Bortnowski se perfeccionó en El Cairo con técnicos polacos. Y
todavía guarda boletos de hoteles de la ciudad. “Cuando estuve entrenado
me mandaron a Italia para filmar en el frente de batalla.” Había
dos cameramen mayores que no estaban preparados para la guerra y, también,
soldados polacos, neocelandeses, británicos, norteamericanos; hasta un
pequeño batallón de brasileños.
Desde las bases militares de Italia se editaba el noticiero del Ejército
Polaco y se enviaba material a Inglaterra para el famoso programa “WorldVictorial
News”, que se repartía por el mundo aliado. En el frente, Bortnowski
no tenía asistentes ni ayudantes. Contaba sólo con un permiso
otorgado por el Ejército Polaco que estaba bajo el mando del Octavo Ejército
del General Montgomery de Inglaterra, una cámara liviana (“era una
Debrai de origen norteamericano”), y un trípode. Había conseguido
ser nombrado Oficial, aunque su único métier era el de corresponsal.
Todavía guarda el papel escrito en polaco e inglés que le habilitó
para llegar varias veces donde muchos estuvieron por última vez. Simplemente
pedía que lo acercaran en tanque o un camión y “de ahí
me manejaba a pie”. Llegó a estar delante de las tropas aliadas:
“Estaba todo camuflado. Los soldados tenían una equis blanca detrás
de la mochila para que supiéramos que eran nuestros. Había momentos
bravos. Hubo que vadear arroyos para poder avanzar y había que proteger
a los ingenieros que hacían puentes para la tropa. Nunca sabíamos
si sobrevivíamos el próximo minuto”. Cuando comenzó
a filmar, no había cumplido los 20 años.
En
pie de guerra
Entre
el ‘43 y el ‘45 Bortnowski filmó miles de movimientos de tropas,
combates y muertes en vivo y en directo. Que se emitieron, por supuesto, en
diferido. Aunque sufrió algunas heridas, nunca lo tocó una bala.
De todos esos combates tiene pegadas en el iris aquellas sórdidas imágenes
de las primeras horas de la posguerra. Con el suicidio de Hitler el 30 de abril
de 1945, y la inminente rendición incondicional del 8 de mayo, el ejército
lo envió a Alemania para documentar. “No sabíamos qué
íbamos a encontrar, pero sí que iba a ser un testimonio para la
posteridad”, dice Bortnowski, que salió de Italia en “ayuda
humanitaria” para los recién liberados de campos de concentración.
“Camuflé mi misión: tenía miedo que los rusos se quedaran
con las cintas.” Y así, sus retinas comenzaron a quemarse con fuego:
captó esos rostros famélicos que vagaban por las calles alemanas
después del fin, tomó vestigios de cuerpos recién exhumados,
de las fosas comunes, de hombres colgados de sus testículos, de torturas
de todas las formas y sus restos. La resaca del horror se le hacía presente
a cada momento. Y todavía le aparece cada tanto. Pero Bortnowski no podía
detenerse. Era su oportunidad de testimoniar el delirio encarnado en el odio.
Por eso visitó Munich: “Las casas estaban como ahora se ve en la
Franja de Gaza o como quedó Afganistán. No había dónde
parar, ni dónde dormir. Nos acostábamos en nuestros camiones.
El único lugar que estaba bien era en los edificios de Frankfurt donde
se encontraba Eisenhower”.
El joven camarógrafo llegó a Nuremberg en el momento que comenzaba
el juicio a los responsables del Holocausto. Fue entre el 20 de noviembre y
el 1º de octubre de 1946, pero la Cruz Roja ya investigaba el fusilamiento
de 15.000 oficiales polacos por balas soviéticas en Katyn, durante la
primavera de 1940. El gobierno de Inglaterra había mandado delegados
polacos para constatar de quiénes eran las balas, y Stalin, enfurecido,
cortó relaciones con Polonia. Cuando llegó el juicio, Bortnowski
no pudo ingresar a la sala: por polaco. Ingleses, norteamericanos y soviéticos
tuvieron los derechos exclusivos. Entonces, se dedicó a filmar los alrededores.
“Después seguí hacia el norte de Alemania, donde estaba estacionada
una tropa polaca que liberó Holanda. Ahí me enteré de una
batalla en la que un grupo de paracaidistas británicos y polacos se lanzó
sobre el río Rin. Los alemanes los estaban esperando, liquidaron en el
aire a gran parte del batallón y los aliados tuvieron que replegarse.
Cuando escuché esto, pedí que se reconstruyera la batalla.”
Y así se hizo. Muy cerca, la locura de la guerra había hecho un
paréntesis curioso: el hospital de la zona curó, a la vez, a los
alemanes y a los aliados.
El
fin y los medios
“¡Qué
ironía!”, se resigna Tadeo. El fin de la guerra lo encontró
con 21 años y una verdadera paradoja: “Los polacos fuimos losprimeros
atacados, los primeros que nos defendimos y los primeros en morir como moscas.
Pero en el desfile de la victoria aliada marcharon franceses, norteamericanos,
ingleses, rusos, neocelandeses y los polacos no fuimos invitados”. Cuando
todo terminó, Bortnowski pensó en volver a Polonia. “Nunca
se me ocurrió que íbamos a tener un gobierno comunista.”
Yacía sobre su cabeza una sentencia de muerte por haber sido “guerrillero”
contra los soviéticos. Y había perdido también su nacionalidad
de polaco.
Volvió entonces a Italia y fue evacuado por los ingleses, con su archivo
audiovisual completo, hacia Londres. El ejército le otorgó una
indemnización y le dio transporte gratis a “cualquier lugar del
mundo”. Muchos se dispersaron por Canadá, Australia y Estados Unidos.
Otros terminaron en Israel. Entre ellos Menahem Begin, el entonces suboficial
del Ejército Polaco que organizó el Estado de Israel. Otros, como
Bortnowski, terminaron en la Argentina. Todo eso en 1948.
¿Por qué eligió la Argentina?
–Porque fue el único lugar que pude elegir. Iba a trabajar en Londres
con un cineasta escocés haciendo documentales en todo el Imperio Británico,
pero cuando el gremio se enteró de que era polaco, me prohibió.
La lista de ingleses desocupados eran tan larga como la de Schindler. Y para
entonces Norteamérica ya no tenía cupo de ingreso. Bortnowski
recuerda aún el diálogo con un superior:
–¿Pero a dónde me puedo ir ya mismo? –se enojó.
–Puede ir a la Argentina.
Se dirigió a la Embajada de la Argentina en Londres. Le dieron el ok.
Y embarcó de inmediato. A pesar de haber filmado tanto, eligió
sólo dos latas como compañía de viaje: la primera es una
imagen de cuando fue condecorado con “La Cruz de los Valientes”, por
estar en el frente; la otra es de la famosa batalla donde fue tomado el claustro
de Montecassinos, en Italia, en mayo de 1944. Además, recibió
“La Cruz de Alberto”, “La Cruz por la acción en Italia”
y varias distinciones inglesas.
¿Qué sabía de la Argentina?
–Nada. Pensaba que Buenos Aires estaba sobre el mar.
Sucesos
Argentinos
Bortnowski
llegó en pleno gobierno de Perón. Se acercó al Ejército
a pedir empleo pero lo derivaron a la Marina, que tenía un departamento
de filmaciones. “Les gustó mi currículum y me recomendaron
en Sucesos Argentinos, con quienes colaboraban.” Catorce años después
llegó a ser director del primer noticiero cinematográfico de Latinoamérica.
Y el más famoso “house organ” que ofició de antesala
acartonada e informativa de los cines hasta su cierre definitivo en 1974. Aprendió
el español mientras miraba por cámara, consiguió una mujer,
cuatro hijos y nueve nietos.
Como habitante expulsado de un viejo continente destruido, la Argentina era,
para él, un país de ascenso y destino esperanzador. Aunque a los
pocos años ya volvía al ruedo, y filmó una nueva contienda:
la Revolución Libertadora de 1955, que despojaba a Perón del poder
a puro cañonazo; las peleas entre Azules y Colorados, el levantamiento
de Paracaidistas contra Onganía y los bombardeos a Plaza de Mayo. Volvió
a Polonia recién en 1960 para ver a su familia con miedo de que lo arrestaran.
“Iba con pasaporte de No-Argentino que daban a los residentes. Viajé
a Suiza desde Buenos Aires a filmar para Sucesos Argentinos la inauguración
de los vuelos de Swiss Air y cuando llegué me obsequiaron un viaje a
donde quisiera.” Y visitó su tierra, aunque pronto retornó
al país. Después del cierre de Sucesos Argentinos fundó
una productora cinematográfica que llamó Notrus Film. Y tuvo la
primera herida grave de guerra: se le reventaron los intestinos en Campo de
Mayo en 1990, cuando filmaba dentro de un tanqueque cayó en un cráter.
Le hizo un juicio al Ejército y se lo ganó. Aunque todavía
espera la paga.
Su archivo personal resguarda imágenes de Sucesos Argentinos. De la guerra,
en cambio, ni siquiera tiene lo de Montecassinos que mandó de vuelta
a Polonia. “Cada tanto descubro mis filmaciones en documentales norteamericanos.”
En su pieza tiene frescas las imágenes de un país .éste–
que ya no existe: hay en un collage despintado, un hombre de pelo engominado
filmando revueltas pasadas en blanco y negro; un diploma otorgado por la Asociación
de Reporteros Gráficos; una foto filmando los Saltos del Moconá;
otra tomada al Che Guevara durante la visita a Uruguay en 1962; una película
que filmó con Borges y todavía guarda “porque ningún
canal quiso comprármela”; una vieja cámara de origen francés,
comprada en Norteamérica; y un proyector de “cine portil” de
100 kilos de peso. Ahora, frente al televisor se anima a descubrir unas pocas
imágenes de su pasado que acompañan un especial que le dedicó
la televisión polaca en 1998. Tadeo se dice Tadeusz en su idioma. Pero
él piensa que ya no es de donde es: “No tengo pasaporte polaco”.
Sobre la crisis argentina, laconiza: “Esto es lo más oscuro que
he vivido en la Argentina. Veo nubarrones sobre el país, aunque tengo
mucha fe, porque la Argentina no puede tener hambre. Nuestra crisis no es la
que vivieron Rusia o los países europeos después de la Segunda
Guerra. Acá la gente no muere de hambre como lo hicimos nosotros”.
¿Podría elegir una sola imagen entre las que filmó?
–Me queda claro el precio que pagó Alemania por haber seguido a
Hitler, que pregonaba una raza superior. El nazismo demostró la pequeñez
humana.
Pero cuénteme una sola imagen...
–No puedo. Le juro que no puedo.
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