CINE > LA PELíCULA CONTRA MCDONALD’S
La escuela de Michael Moore no deja de escupir alumnos. Ahora, el norteamericano Morgan Spurlock decidió someterse durante un mes entero a una estricta dieta de tres comidas diarias compradas en McDonald’s y filmar su progresivo deterioro clínico. La empresa respondió y él denuncia presiones. Pero lo más raro es que ya hay consumidores experimentando y filmando en defensa del payaso de las hamburguesas.
› Por Mariano Kairuz
Hay películas sobre la comida y la cocina que hacen que uno salga del cine con ganas de comer (La fiesta de Babette, Comer, beber, amar) e incluso con ganas de cocinar (Big Night). Y hay películas que hacen que uno salga del cine con ganas de vomitar. Eso puede deberse a muchas razones, pero generalmente no por hablar sobre la comida y la cocina. En ese sentido, Super Size Me, el documental del norteamericano Morgan Spurlock acerca de los efectos de la alimentación a base de fast food (y también el sedentarismo y la falta de ejercicio físico y otros males de la vida moderna norteamericana y de la vida moderna en general) es una novedad. Una película que nos dice que si es cierto que uno es lo que come, entonces estamos fritos. Literalmente, y ni siquiera en aceite: en grasa.
A Spurlock la idea le llegó en estado de indigestión, durante una sobremesa de día de Acción de Gracias, despatarrado en una silla frente a la tele, con el cinturón desabrochado. En un noticiero contaban el caso de dos chicas neoyorquinas cuyos padres habían iniciado acciones legales contra McDonald’s, responsabilizando a la empresa por haberlas convertido en sendos lechones y haber puesto en riesgo su salud. En principio, a Spurlock le pareció que no era sino otro gesto más de la Norteamérica “litigante”, de la filosofía del “sue-the-bastards”: resolverlo todo a través de acciones legales millonarias. Pero más se irritó al enterarse de que un juez había desestimado la demanda porque no podía demostrarse que la alimentación a base de McCombos tuviera algo que ver con la salud de las adolescentes. “¿Ah, no?”, se dijo Spurlock, y acto seguido llamó a un amigo camarógrafo con un plan: hacer una película que demostrara por medios “científicos” el daño que la llamada comida chatarra le está haciendo a nuestros cuerpos. Y él mismo pondría el lomo en la parrilla.
Super Size Me es dinámico y gracioso, a veces a costa del informativo, pero pone las cartas sobre la mesa de entrada. Durante treinta días, Spurlock se sometió a una dieta compuesta exclusivamente de tres comidas diarias de McDonald’s, con la consigna de aceptar la opción de agrandar su combo (super size) cada vez que el empleado de turno se lo ofreciera. A su vez, para imitar el estilo de vida de un yanqui promedio, no caminaría más de un kilómetro diario ni realizaría ningún tipo de ejercicio físico. Todo esto, bajo el asesoramiento de cuatro médicos (un gastroenterólogo y un cardiólogo entre ellos), que en la línea de largada “certificaron” que Morgan era una persona perfectamente saludable, sin excesos de colesterol ni de azúcar en sangre.
El resultado es una road movie hipercalórica a través de muchos los miles de locales que los Arcos Dorados tienen en los Estados Unidos. A los pocos días de comenzar el experimento, Spurlock dice sentirse pesado, mareado, desconcentrado, falto de energía, lleno de McEructos y McPedos, y vomita en cámara a través de la ventanilla de su auto. A la semana, la novia vegetariana de Spurlock nos cuenta que su joven y valiente galán se está volviendo impotente. Una semana más tarde, sus médicos dicen que el hígado de Spurlock ya se está pareciendo demasiado al paté en lata.
En cuanto la película se presentó en Sundance, a principios del año pasado, le llovieron objeciones sobre su metodología sensacionalista: nadie come exclusivamente “comida chatarra”. Pero Spurlock no pretende, dice, que se multipliquen las demandas, y no dispara tanto sobre la responsabilidad corporativa como sobre la personal. Spurlock dice anhelar que la gente salga de su película pensando: “Tengo que comer mejor”.
En cuanto a la responsabilidad corporativa, sin embargo, Spurlock dice que sí sería esperable que, dado que McDonald’s invierte 1400 millones de dólares anuales en publicidad, que unos 400 fueran destinados a la promoción de una alimentación sana en los niños yanquis (que reconocen, instantáneamente, la imagen de ese payaso temible que es Ronald McD.). Es decir, contrarrestar un poco el bombardeo publicitario de una empresa quetiene más de 100 mil locales en el mundo. De hecho, la película se pone bien seria cuando aborda el tema de los comedores de las escuelas secundarias norteamericanas, donde, sin supervisión institucional ni por parte de los padres, los chicos se arman menúes salvajes en azúcares, aceites y colesteroles en general.
Tras el estreno de Super Size Me en el Festival de Sundance, a principios del 2004, hubo algunas respuestas oficiales por parte de McDonald’s, cuyos directivos se habían negado a decir palabra en la película. Y no fueron los únicos que acusaron a Spurlock de manipulador: nadie come todo el tiempo sólo McCombos, se dijo. Pero, unas semanas más tarde, la compañía anunció que aboliría la política del super size compulsivo e incorporaría un par de menúes un poco más saludables, aunque jurando que la iniciativa no tenía nada que ver con el film.
Y hubo otras respuestas más raras todavía: un tal Chas Weaver, de California, comió una cosa llamada McFeast durante 30 días en abierto desafío a la película, y –asegura– bajó unos seis kilos, haciendo “lo que Spurlock no hizo: ejercicio físico”. Una mujer de New Hampshire llamada Soso Whaley fue un poco más lejos: hizo la dieta y bajó sus kilos, pero además lo registró todo convirtiendo su experiencia en un anti-film. Sólo que, salió a contestar Spurlock, la tal Soso está “afiliada al Competitive Enterprise Institute, un grupo con base en Washington que se dedica a hacer lobby a favor de las compañías de tabaco, alimentación y petróleo”. La historia continúa: algo después del estreno comercial de la película en Estados Unidos (donde ahora está nominada al Oscar en categoría documental) murió Jim Cantalupo, uno de los directores más importantes de la hamburguesera, de un ataque al corazón, a los 60. Otro de sus capos tiene cáncer de colon. La pregunta flota en grasa: ¿comerán McCombos los directivos de McDonald’s?
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