Domingo, 6 de marzo de 2005 | Hoy
EXPERIENCIAS > LAS INVESTIGACIONES CON AYAHUASCA EN ROSARIO
En Rosario, un psiquiatra (subdirector del Hospital Psiquiátrico Agudo Avila) y un antropólogo trabajan junto a un chamán peruano en la investigación rigurosa de las propiedades curativas de la ayahuasca, el brebaje que las poblaciones indígenas vienen utilizando desde hace siglos para inducir trances en los que el paciente, sin perder la conciencia y con ayuda del chamán, cura patologías y conflictos. Radar habló con los responsables de esta fundación que intenta conciliar la tradición occidental con el conocimiento de culturas ancestrales en sesiones que quedan rigurosamente registradas.
Mesa Verde es el nombre de un asentamiento de los asanazi, comunidad indígena de Nuevo México. También puede entenderse como el espacio donde se reúne un círculo de investigadores. Y el color alude a las “plantas de poder” utilizadas como medicinas por las culturas aborígenes. La expresión, en fin, da el nombre a una fundación integrada por un grupo de psiquiatras, médicos y antropólogos que, en Rosario, realiza experiencias con ayahuasca y propone incorporarla en el tratamiento de enfermedades, como hacen desde tiempos ancestrales los curanderos indígenas, o chamanes, de Perú y Ecuador.
El psiquiatra Néstor Berlanda, a la vez subdirector del Hospital Psiquiátrico Agudo Avila, de Rosario, y el antropólogo Diego Viegas son los voceros de la Fundación Mesa Verde. El estudio que realizan sobre la ayahuasca incluye el asesoramiento de un chamán peruano, Antonio Muñoz Díaz, Don Antonio, médico de la etnia shipibo conibo que llevó la planta a Rosario y condujo sesiones de ayahuasca. “Esto se hace en el marco de una investigación científica, no es una cuestión alegre de ver qué es lo que pasa”, aclara Berlanda. De hecho, las sesiones están sujetas a un protocolo: en minuciosas planillas se deja constancia de las situaciones vividas bajo trance. Es el material de un libro en preparación.
La ayahuasca (nombre científico: banisterosis capi) es una liana. El significado de la palabra se cifra en su composición: aya, muerto, espíritu, y huasca, cordel grueso, soga. Un link con los espíritus. Se la llama planta maestra, porque permite conocer las propiedades medicinales de otras. El brebaje que lleva su nombre se prepara mezclando pequeños trozos de su tronco con hojas de otra planta, llamada chacruna (psychotria viridis). Las muestras son machacadas y luego puestas a hervir hasta obtener el líquido para las pócimas. El chamán sirve la medida que él considera necesaria para su paciente.
“El primer contacto que tuvimos con la ayahuasca fue a partir del antropólogo colombiano Luis Eduardo Luna”, cuenta Néstor Berlanda. “Un grupo de cuatro personas de Mesa Verde hicimos entonces la primera experiencia y lo que vivimos desde el punto de vista personal y del potencial psicoterapéutico que eso tenía nos llevó a plantearnos una investigación más intensa. Para eso había que ir a las fuentes, y la fuente era la selva amazónica.” Un miembro de la fundación viajó a la ciudad de Pucallpa, en el Alto Amazonas peruano, se vinculó con la Asociación de Medicina Tradicional (Ametra), entidad que reúne a curanderos indígenas, y “pudimos traer material para trabajar”.
La ayahuasca “no provoca más efectos indeseables que una situación de vómitos o diarrea, que tiene que ver con un efecto catártico desde el punto de vista psíquico, emocional, más que con un efecto fisiológico negativo”. Ese efecto disuade la adicción del profano. La vinculación con Don Antonio, quien llegó a Rosario con un discípulo e intérprete, Juan Maldonado, fue necesaria porque “nos faltaba el control de la ciencia indígena”. Berlanda destaca que “el chamán no toma la ayahuasca de la forma en que podemos llegarla a consumir los occidentales sino que la utiliza como un instrumento de trabajo para diagnosticar la enfermedad y ver el tratamiento. Algunos pueblos, por ejemplo los shuar de Ecuador, o jíbaros, también la usan para resolver conflictos familiares; en esos casos, todos los miembros de la familia, incluso los niños, toman ayahuasca”. Después de obtener la revelación, el chamán prepara el medicamento del paciente, exclusivamente con plantas.
En el “mareo”, o trance, “el chamán se pone en contacto con los espíritus guías, los de las plantas o los que él tiene asociados para trabajar; en nosotros, como occidentales, se produce un contacto con un inconsciente desnudo, un estado de conciencia dialógica, como si hubiera dos entidades, un observador que dialoga con uno mismo elaborando los conflictos que puede tener”. El canto es el instrumento con el que opera el chamán, al modo de un bisturí. “El chamán dice que repite el canto que él escucha”, apunta Diego Viegas. “No es que proviene de él mismo sino que los espíritus guías le van cantando al oído. Los sonidos provocan unas visiones que son las que aparecen reflejadas por ejemplo en la etnia shipibo conibo, uno de los pueblos amazónicos que tiene más desarrollado el arte visionario. En las cushmas –los ponchos–, los tejidos, los manteles, en sus bolsas, las mujeres reproducen un dibujo tradicional que se repite de generación en generación y está basado en las visiones de los chamanes. Para las curaciones el paciente es envuelto en esos dibujos, un tipo de protección espiritual al que llaman arcana y con el cual, después de dos o tres sesiones, se rechaza el mal.” El método se utiliza en particular “en las enfermedades culturales propias de los pueblos amazónicos, que se repiten en otros pueblos etnográficos, por ejemplo en los del noroeste argentino: aquellas enfermedades como el susto o el mal de ojo, que pueden ser hechicerías inducidas por chamanes negros, o brujos, si queremos llamarlos así”.
El propósito de documentar cada paso de la experiencia es visible en Mesa Verde. “Cuando trabajamos con Antonio, en la selva peruana y en Rosario, pudimos filmar algunas de las sesiones”, cuenta Berlanda. “Una de las cosas más interesantes es que en el trance le toma la mano al paciente, le pasa la mano dos veces como si fuese a untar un pan y acto seguido mira su mano para leer la enfermedad. Después empieza el canto particular para ese paciente. Si bien existe una base, hay cantos específicos para cada persona.” La Fundación editó un CD, Icaro de unania, con cantos ceremoniales de Don Antonio. Unania es el término que designa al curandero.
Las sesiones de ayahuasca se realizan de noche y a oscuras, para permitir el desarrollo de las visiones. Cualquier luz, aun con los ojos cerrados, es un obstáculo. “Cuando uno llega al estado de trance, las visiones se superponen con lo que se ve en la realidad”, dice Berlanda, que rechaza hablar de alucinaciones, porque “la alucinación es la percepción sin objeto, o la percepción de algo que no existe: el chamán nunca habla de algo irreal, tiene visiones de un mundo más real, para él la realidad que conocemos es una apariencia, una versión tergiversada de otra realidad, que es la verdadera”. El psiquiatra destaca además que en el “profundo viaje interior” que significa el trance “uno no pierde la conciencia en ningún momento, sino que sabe qué hace y dónde está”.
Pero la ayahuasca supone, como se dice, una experiencia no ordinaria de conciencia. “Se dan así las situaciones que Jung llamaba de sincronicidad, donde no habría una relación causal entre dos cosas vinculadas”, apunta Berlanda. Por ejemplo, que el chamán afirme qué piensan sus pacientes o compañeros de sesión. “Son momentos que estaríamos tentados de llamar de telepatía”, agrega Viegas. “De hecho cuando se descubrió el principio activo de la ayahuasca se la llamaba telepatina.”
La ayahuasca ha llevado a antropólogos y científicos al corazón de la selva amazónica. También a escritores: en 1953, William Burroughs viajó a Pucallpa e hizo su experiencia; siete años después siguió su camino Allen Ginsberg. “Al cabo de una hora empecé a ver o sentir lo que me pareció el Gran Ser, o algún sentido de Eso, que se aproximaba a mi mente con una gran vagina húmeda”, escribió Ginsberg en Cartas del yagé, el libro donde ambos relataron aquellos viajes. “Recién ahora se están investigando un montón de situaciones que en algún momento aparecían como algo fantástico y que uno puede encontrarle una explicación hasta biológica”, dice al respecto Berlanda, para quien el contacto con la ayahuasca marca “un antes y un después, porque determinó un cambio en mi vida a partir de trabajar cosas muy fuertes de las que uno a veces ni siquiera tiene registro”. La planta maestra “abre una perspectiva para investigar el origen de ciertas patologías. Y tiene un potencial enorme desde el punto de vista psicoterapéutico. Tenemos un trabajo hecho con protocolos rigurosos, pero creemos que el tema da para profundizar estos estudios”. Berlanda cita, a modo de ejemplo, los estudios de la norteamericana Deborah Mash sobre la planta iboga, de la etnia bwiti, para el tratamiento de alcoholismo y adicciones, las conclusiones del español Josep Maria Fericgla sobre poblaciones indígenas consumidoras de ayahuasca, según las cuales “aquellas personas que han tomado más de diez veces tienen muy bajos niveles de ansiedad y depresión”, y las actividades del Centro Takiwasi, que dirige en Perú el médico francés Jack Mabit, donde la ayahuasca es utilizada para la recuperación de adictos de cocaína y heroína. Dos religiones brasileñas, Santo Dame y Union da Vegetao, utilizan la ayahuasca como sacramento en sus ceremonias. “A diferencia de lo que ocurrió en el ‘60, cuando se bastardea el uso del LSD, a partir de la década del ‘90 comienza la investigación científica sobre estas sustancias”, dice Berlanda.
En la Fundación Mesa Verde, que cuenta con un espacioso parque para realizar sus sesiones, se pueden cursar seminarios sobre “Chamanismo y plantas sagradas” y “Enteógenos en los orígenes de la filosofía y la religión”. Este año se espera una nueva visita de Don Antonio y la de un chamán shuar. En los cursos “nos adentramos en el fenómeno de que quizás este tipo de agentes vegetales estuvo como una cuestión muy fundamental en los orígenes del sentimiento religioso del homo sapiens e incluso, según algunos autores, en el origen de la propia conciencia del ser humano”, dice Diego Viegas, para quien “el tema del chamanismo estuvo mal comprendido durante muchos años por los antropólogos y los historiadores: a partir del descubrimiento y la utilización de medicinas ancestrales por parte de científicos occidentales, que se han animado como nosotros a su consumo, se está haciendo un acercamiento más profundo”.
Viegas retribuyó la visita de Don Antonio con una excursión a la región de Ucayali, donde vive el chamán. “Tuvimos un reencuentro en Yarinacocha, al norte de Pucallpa –recuerda–, e hice un recorrido por distintas zonas del río Ucayali, las localidades de Pahoyán y Tituntan, donde viven comunidades enteras de indígenas y conocí a chamanes ancianos, que en la actualidad no ejercen su oficio pero me contaron sus experiencias de juventud.” Con Berlanda viajaron además a Huautla de Jiménez, en México, el lugar donde el antropólogo Robert Gordon Wasson redescubrió en 1954 “ritos ancestrales prehispánicos con consumo de teonanacatl, carne de Dios, los mal llamados hongos alucinógenos”.
La formación de un chamán requiere lo que se llama “hacer dieta”: un prolongado período de abstinencia sexual, aislamiento en la selva y restricción de alimentos, de modo de preparar el cuerpo para ingerir y conocer las propiedades de la ayahuasca. El oficio corre peligro de extinción. “Los jóvenes, imbuidos del avance de filosofías de corte capitalista y occidental, no soportan un aprendizaje tan severo y tan sacrificado”, dice Viegas.
En Rosario, sigue Berlanda, “nosotros presentamos a Don Antonio como nuestro colega. Queremos mostrar que hay otra forma de medicina, que ha curado durante miles de años y funciona actualmente en la atención primaria de la salud con preparados vegetales en muchos lugares donde no accede un médico tradicional”. Se trata de rescatar “el trato directo del chamán con el paciente: el chamán ingresa directamente al mundo emocional del paciente, a diferencia de la medicina actual, donde muchas veces el médico ni siquiera levanta los ojos para atender a un paciente”. La Fundación no se propone ser un grupo new age ni un lugar “alternativo” respecto de los espacios académicos: “En todo caso queremos recuperar antiguos valores hoy casi olvidados, relegados al terreno de lo inconsciente, de lo arcano, de lo arquetípico, pero que sin embargo una vez fueron un conocimiento empírico, fáctico, a partir del cual hemos llegado como especie hasta nuestros días”. Una cultura que atesora la ayahuasca.
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