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Domingo, 6 de marzo de 2005

DELIRIOS > EL FRANKENSTEIN DE DEAN KOONTZ

Modelo para desarmar

Originalmente pensado para una miniserie que iba a producir Martin Scorsese, el Frankenstein de Dean Koontz desfigura el mito de Mary Shelley hasta volverlo irreconocible. La historia es actual: mientras el Monstruo –cada vez más humano– medita en un monasterio tibetano, su creador, en Nueva Orleans, evoca con nostalgia sus experimentos con el doctor Mengele y un elenco de freaks –una cabeza con poderes telekinéticos llamada Karloff, esposas artificiales que leen a Emily Dickinson– hace de las suyas en segundo plano. Todo sobre la remake literaria más bizarra del momento.

 Por Rodrigo Fresán

Se sabe: Drácula es fácil a la hora de la revisión y reinvención. Es un mito con muchas puntas y posibilidades: dandy, sexy, de fácil reproducción y con milenios para reescribirle. Frankenstein, en cambio, es mucho más difícil y complejo: empieza y termina en sí mismo, suele ser blanco de burlas –Andy Warhol, Mel Brooks y The Rocky Horror Picture Show se rieron en su cara– y, con la excepción de la novela Frankenstein desencadenado de Brian W. Aldiss, no se recuerda ninguna interpretación noble del mito. Digámoslo así: a Anne Rice jamás se le pasó por la cabeza lucrar con él. Pero ahora ha llegado Dean Koontz con su Dean Koontz’s Frankenstein / Book One: Prodigal Son.

EL CEREBRO

Autor de más de setenta novelas con su propio nombre y varios alias, Dean Koontz –225 millones de ejemplares vendidos en 38 países–, se sabe, es un tipo raro: asegura ser el producto de un experimento genético al que fue sometida su madre por un agencia gubernamental, está casado con una mujer con la que de tanto en tanto firma libros de autoayuda, tiene una relación más que rara con su perra Trixie (los perros son, siempre, elementos importantes en las tramas de sus libros) y es orgulloso poseedor de uno de los más absurdos entretejidos capilares de la Historia, así como de una casa a la que no deja de agregarle habitaciones. Lo que no impide que sus libros sean cada vez mejores, más bizarros y muchísimo más graciosos e inteligentes que lo que viene haciendo Stephen King desde hace ya unos cuantos años.

Así que cuando anunció que se proponía “recrear” el mito del doctor y el monstruo con formato de miniserie para la USA Network, y con producción ejecutiva de Martin Scorsese, fueron muchos los que se preguntaron hasta dónde se atrevería a llegar Krazy Koontz. Lo cierto es que nadie en su sano juicio se habría atrevido a imaginar que llegaría tan pero tan lejos. Tal vez por eso los del canal de cable decidieron dar marcha atrás, o salir corriendo, o proponer algo “menos extremo”. Koontz se negó a “normalizar” su idea y decidió convertirla en una serie indeterminada de novelas de tapa blanda.

La primera acaba de salir y está escrita con la colaboración de Kevin J. Anderson, que ya firmó varios paperbacks de la saga Star Wars y ayudó al hijo de Frank Herbert con las exitosas prequels de Duna. La segunda –Dean Koontz’s Frankenstein / Book Two: City of Night– aparecerá el próximo julio y el autor invitado será Ed Gorman, conocido por sus westerns y sus novelas negras. Pero, más allá del socio, una cosa queda clara: el cerebro detrás de este cuerpo desarmado para volver a armar es el de Koontz. Y no es un cerebro normal, porque...

EL CUERPO

... le hace hacer cosas muy raras a la creación de Mary Wollstonecraft Shelley. Para empezar: la acción tiene lugar en la actualidad, casi doscientos años después de que “alguien le contara una leyenda local a la esposa de aquel poeta”, y arranca en un monasterio en el Tíbet donde el Monstruo (que se ha autobautizado como Deucalión, nombre del hijo de Prometeo) pasa el tiempo meditando, siendo confundido con el Yeti y añorando su marca favorita de galletitas de queso. Lejos de allí, en Nueva Orleans, Victor Frankenstein ha conseguido la propia inmortalidad, se esconde bajo el alias del magnate bio-tech filantrópico Victor Helios (otro apellido mitológico), recuerda con nostalgia los días en que trabajaba en la jungla venezolana junto al Dr. Mengele y ya ha creado unos dos mil homúnculos, a los que planea sumarles varios miles más para dominar el mundo cuando la Nueva Raza elimine a la Vieja. Los homúnculos, de aspecto normal, tienen dos corazones y cráneo blindado; están genéticamente imposibilitados de atacar a su creador, suicidarse y aparearse. Deucalión descubre que Victor sigue vivo y decide viajar a Nueva Orleans –donde se instala en un viejo cine llamado The Luxe– para saldar viejas deudas con su creador. Léase: hacerlo pedazos. Y esto es sólo el principio. Porque, enseguida, Koontz nos presenta varios inolvidables secundarios de primera. A saber:

* El asesino serial Roy “El Cirujano” Pribeux, empeñado en armar pieza por pieza una mujer perfecta con la que debutar sexualmente –tiene 38 años– mientras desarrolla una dieta también perfecta que le permitirá “dejar de orinar y defecar, porque todo será materia nutriente”.

* Erika Cuatro, la esposa artificial y en serie de Victor. Programada para la humillación sexual, descubre la piedad al volverse adicta a la poesía de Emily Dickinson. Victor se cansa de ella, la estrangula y la reemplaza por Erika Cinco, asegurándose de programarla para que no le guste Emily Dickinson.

* Jenna Parker, la chica más feliz del mundo: sonríe siempre, incluso cuando una de las creaciones de Victor quiere amputarle “la glándula de la alegría” y se apresta a someterla a una autopsia en vida.

* Jonathan Harker (el nombre del agente inmobiliario que viaja a Transilvania a venderle una casa en Londres a aquel conde con ganas de cambiar de aires y de sangre), creación de Victor que se ha infiltrado en la policía y está obsesionado por autoembarazarse y dar a luz.

* Kathy Burke, psicóloga criminalista que no hace otra cosa que leer libros de caballeros y dragones.

* El joven autista Arnie O’Connor –con el que está obsesionada la criatura Randal Seis, también autista–, constructor de un colosal castillo de Legos y hermano de...

* ... la detective Carson O’Connor, quien, junto a su colega y enamorado, el sarcástico Michael Madison, se propone descubrir por qué empiezan a aparecer tantos cadáveres incompletos en la ciudad.

* El sacerdote Patrick Duchaine, otro autómata que tras haber leído Pinocho sufre dudas místicas y angustias sobre la blasfema divinidad y malos modales de su hacedor.

* Dwight Frye (otro policía: tiene el nombre del actor que hacía de Igor en la película de James Whale), que no puede comprender por qué el estómago del “embarazado” Jonathan Harker está cada vez más hinchado y se mueve tanto.

* Karloff, una cabeza con poderes telekinéticos que flota dentro de un frasco lleno de fluido amniótico.

Y seguro que me olvido de alguno. Pero, por encima de todos ellos, lo verdaderamente interesante de la idea de Koontz es la inversión de roles: con el correr de los siglos, el Monstruo Deucalión se ha vuelto cada vez más humano (lo que no impide que la tormenta que le dio la vida le haya obsequiado, también, la sabiduría para comprender “los misterios del universo y la teoría cuántica”) y el humano Frankenstein se ha convertido en alguien cuya crueldad parece no tener límites, devoto de una cuisine extrema que incluye platillos del tipo crías de rata recién nacidas y, por supuesto, vivitas y coleando.

Y, claro, esto es sólo el principio, y el cielo –siempre lleno de relámpagos– es el límite. Y vaya a saber uno cómo seguirá y adónde irá a parar semejante delirio. Una cosa sí es segura: ocurra lo que ocurra y termine como termine, todo será y todo ya es –como aseguran las escrituras de ese otro científico loco– a imagen y semejanza de su creador.

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