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Domingo, 6 de marzo de 2005

TELEVISIóN > DIANA RIGG 40 AñOS DESPUéS, IGUAL DE CANCHERA, INTELIGENTE Y ENCANTADORA

Toque de Diana

Venía de hacer Shakespeare y Brecht cuando, a mediados de los ‘60, se aventuró a hacer televisión y sedujo a medio mundo como Emma Peel, la inigualable detective viuda de Los vengadores. Cuarenta años después, tras interpretaciones memorables en Medea, Madre Coraje y Quién le teme a Virginia Woolf, Diana Rigg volvió a la pantalla chica con un telefilm de la BBC lleno de guiños a su propia leyenda en el que despliega una vez más su gracia interpretando a... una detective viuda.

 Por Moira Soto

A fines de los ‘90, treinta (y peniques) años después de haber dejado sin pena y con muchísima gloria la serie Los vengadores (donde estuvo entre 1965 y 1967), Diana Rigg protagonizó un placentero telefilm para la BBC (coproducido por WGBH/Boston) en el que, con la complicidad de la directora Audrey Cooke y el guionista Simon Booker, se manda guiños, alusiones y homenajes a las aventuras de Emma Peel y John Steed. Se trata de Los misterios de la señora Bradley, producción que se puede ver estos días por el cable y cuya historia, de corte policial bien inglés de enigma, transcurre en 1929. Es decir, treinta (y más peniques) años antes de que la exquisita Rigg entrara en la serie y enamorara a casi todo el mundo con su charme en el rol de la otra señora, presunta viuda, experta en ciencias y artes marciales, pintora abstracta en sus ratos de ocio, canchera y sofisticada como ella sola.

Cuando DR (1938) se tiró el lance, sin excesivas expectativas, de audicionar para el papel femenino de Los vengadores, en reemplazo de Honor Blackman, no estaba bien visto que la gente de teatro –menos aún una actriz de formación shakespeareana como ella– se pasara a la tele. Pero a la inglesa que había debutado haciendo a Brecht luego de cursar en la Royal Academy of Dramatic Art, se le vencía el contrato con la Royal Company de Strafford y pensó que en la variedad podía estar la diversión. Venía de hacer a Cordelia en Rey Lear, junto al gran Paul Scofield, y le atrajo el desafío de participar en una serie que ya era exitosa (y que con ella treparía a niveles altísimos de fetichismo e idolatría).

No todo fue miel sobre hojuelas luego de la incorporación de Diana, si bien el público la aceptó sin reservas desde el vamos: la actriz se encontró con un medio de expresión y un sistema de trabajo muy diferentes, la popularidad obtenida de la noche a la mañana la shockeó, las entrevistas y las sesiones de fotos la agotaban. Para colmo, durante la filmación del segundo capítulo descubrió que cobraba menos que el cameraman. Pataleó, por supuesto, y de 90 se fue a 180 libras semanales. Durante 48 episodios, entonces, DR fue la desenvuelta y glamorosa agente Emma Peel, pareja virtual de John Steed, interpretado de maravillas por Patrick MacNee. No casualmente el personaje de la chica autónoma, con mucha iniciativa y capaz de cuidarse a sí misma, que tan bien sintonizó con la movida del feminismo de los ‘60, había sido inicialmente diseñado para un varón, el actor Ian Hendry, que estuvo en los primeros 26 capítulos (antes de la aguerrida Blackman, claro).

DR se fue de la serie en 1967 porque le pareció que se empezaba a reiterar, y no para conquistar el estrellato en el cine, como escribió alguna vez un periodista y todos se copiaron. Prueba de ello es que rechazó sistemáticamente roles en la línea Emma, reconociendo que algunos de los personajes que le habría gustado hacer iban a parar inevitablemente a Glenda Jackson o a Vanessa Redgrave. Pero laburo no le faltó: en los ‘70 hizo a Tom Stoppard, siguió con Shakespeare. Y entre otros films, actuó en el excelente Theatre of Blood (1973) con un elencazo encabezado por Vincent Price, majestuoso como un actor que se venga de los críticos. Sangrientamente, como corresponde. Rigg siguió haciendo lo suyo entre el teatro, el cine y la TV, ganándose algunos premios y ya en los ‘90 mereció ditirambos por sus creaciones en Madre Coraje, Medea y Quién le teme a Virginia Woolf, sobre la escena londinense.

En Los misterios de la señora Bradley, miren qué coincidencia, Diana Rigg –flequillo y melenita onda flapper– es una detective independiente, versada en toxicología y grafología, que viaja a Inglaterra para asistir al funeral de su marido, en plena campiña. George, su chofer, colaborador y rendido admirador, guarda alguna semejanza con John Steed. Después de que los deudos echan polvo al polvo sobre el cajón, la señora Bradley deja caer unos buenos puros, los favoritos del difunto. Ella es así: atípica y un pelín traviesa. También epigramática: “El matrimonio es una condición terminal agobiante para la cual la única cura es el bálsamo salvador del divorcio”, pontifica frente a la tumba del marido que dejó porque, “aunque bueno, era muy aburrido”. Luego, conducida por su perfecto chofer, se va a la mansión de un ex novio cuya hija es su ahijada y está a punto de casarse. “Te ves radiante”, le comenta la señora B a la chica. “Es el amor”, responde dulcemente ella. “... Y las joyas”, redondea la detective que al rato nomás deberá poner manos a la obra porque ocurre un crimen. Bah, nadie se da cuenta de que el muerto (que resulta una muerta) se fue al otro barrio de manera violenta, salvo nuestra señora, que lee a Freud, administra sedantes a las necesitadas y es muy capaz de pasar del cinismo a la indulgencia, ya de lánguido vestido plisado lavanda con perlas y tacones, ya de cardigan, camisa, corbata y zapatos abotinados... Ella cita a Montaigne y se queja del campo, “ese lugar mojado donde los animales andan sueltos y crudos”. Al igual que entre Emma Peel y John Steed, hay ambigüedad en las relaciones de Adela Bradley y George Moody, el conductor que busca palabras raras en el diccionario y después se empeña en usarlas. Pero se queda mudo cuando su ama le saca una pelusa del hombro de su uniforme, cerquita del cuello.

Los misterios de la señora Bradley va el miércoles 9 a las 13.25 y a las 20.20, el sábado 19 a las 15.10 y el martes 29 a las 15.10, por Europa Europa.

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