Domingo, 13 de marzo de 2005 | Hoy
TRAYECTORIAS > LA LARGA MARCHA DE MIGUEL BOSé
A los casi cincuenta años, con disco nuevo en la calle, Miguel Bosé lo ha sido todo: hijo de celebridades, ídolo de adolescentes, presentador de TV, modelo, actor, bailarín, provocador profesional y hasta militante del Partido Radical Italiano. Ha sido sex symbol de chicas y de chicos. Ha sido el David Bowie español y un fenómeno de marketing incomprensible. Ha muerto y resucitado tres veces. La pregunta es cómo hizo Miguel Bosé para ser todas esas cosas sin haber elegido ninguna. Retrato de una víctima hipnótica de la cultura pop latina.
Por Mariana Enriquez
El video se llama “Down with Love” y Miguel Bosé –maduro, casi calvo, todavía elegante– aparece como un director de películas pornográficas que filma en un bello parque rodeado de muchachas semidesnudas. Después de pedir “corte”, se hunde en una pileta de natación, vestido, y allí abajo nada y canta junto a Nacho Vidal, rey del porno español, íntimo amigo de Bosé. Vidal está completamente desnudo. Bajo el agua, su célebre herramienta aparece encogida, pero ni bien sale de la pileta y se acerca a Bosé, entre juguetón y amenazante, es posible ver con toda claridad por qué y con cuánto es una estrella del género. Los desnudos bastaron para que el video fuera censurado, de la misma manera que hace unos cinco años fue censurado “No encuentro el momento pa’ olvidar”, video mucho menos explícito que apenas mostraba a dos hombres besándose.
El juego de Miguel Bosé es perfecto. El video acompaña a Velvetina, su nuevo disco –en rigor, segunda parte de Por vos muero, lanzado en abril del 2004–, un proyecto experimental, totalmente electrónico, con fatal destino de desastre comercial. Para colmo, la edición viene acompañada de un DVD con videos para cada una de las canciones del disco, algunos interesantes, otros mediocres. En fin: que Velvetina quizá vendería poco y nada si no fuera porque contiene un video –inconseguible por otros medios– donde Bosé se encuentra con el hombre mejor dotado de España. Lo hizo otra vez, y muy bien. Como de costumbre.
¿Qué es Miguel Bosé? El se define como músico, pero en sus casi cincuenta años fue hijo de celebridades –Lucía Bosé y el torero Luis Miguel Dominguín–, ídolo adolescente, presentador de televisión, modelo, actor –su papel más recordado es la travesti de noche/juez de día de Tacones lejanos de Pedro Almodóvar, pero también participó de La reina Margot de Patrice Chéreau y Suspiria de Darío Argento–, bailarín, provocador profesional y hasta militante del Partido Radical Italiano. Sus defensores lo consideran el David Bowie español; sus detractores, un ejemplo de nepotismo, un fenómeno de marketing casi incomprensible. No está claro para qué tiene talento en particular, pero su imagen provoca una especie de hipnosis, la sensación de que ese hombre que vive como un recluso, pero se expone hasta el límite cuando se le ocurre es una especie de mojón en la cultura de masas latina, un personaje criado entre los artistas más importantes del siglo XX, un vértice en el que se unen la resaca del franquismo, el jet-set europeo, las veleidades modernas más o menos bien entendidas, la movida madrileña, la idolatría, la habilidad de ser famoso por ser famoso y la capacidad de reinvención.
El hijo de Lucía Bosé y Dominguín había nacido en Panamá en 1956, pero pronto la familia volvió a la mansión de Somosaguas, en las afueras de Madrid. Lucía ya coleccionaba pinturas y estatuas sobre temas celestiales –hoy es directora de un museo de ángeles en el sur de España– y Dominguín recibía varias veces por semana a sus amigos para dar fiestas que duraban dos o tres días. “Recuerdo que me iba al colegio a las siete y los veía ahí dando palmas y cantando y, cuando volvía, seguían cantando. Venían Paco de Lucía, El Faíco, La Polaca, Camarón; un día estaba intentando dormir y escucho cantar a un niño gitano con una voz de pito. Me enojé, pero finalmente me dormí. Cuando bajé para ir al cole me lo encuentro ahí, enroscado en un sillón, y le pregunto si quiere ir a mi cuarto a dormir. Me dijo que no. Era José Mercé.” A Miguel no le gustaba el flamenco: prefería la ópera y el jazz, la música de su madre. En los pocos ratos libres que le dejaban sus clases de danza y la rígida disciplina del Liceo Francés de Madrid, garabateaba en el estudio de Pablo Picasso –padrino de su hermana, y el hombre que le regaló la primera malla de baile a Miguel– o paseaba con su padrino propio, Luchino Visconti. Si no, se aburría en el amplio salón de Somosaguas mientras sus padres tomaban un trago con Orson Welles, Ernest Hemingway o Salvador Dalí.
La década empezó con una negativa: Luchino Visconti quería a su ahijado para el papel de Tadzio en Muerte en Venecia; dice Miguel que no lo hizo por motivos de tamaño –Visconti se decidió por el más estilizado Björn Andersen–, pero la leyenda más creíble sostiene que Dominguín puso el grito en el cielo y se lo prohibió. Poco después, Miguel se mudó a Londres, estudió teatro con Lindsay Kemp –más algunas clases con Maurice Béjart vía París– y se integró a la escena glam inglesa. “Me apasioné por Marc Bolan y los T Rex y Bowie y toda la onda andrógina, ambigua y musicalmente compleja.” Era íntimo de Amanda Lear, la amiga transexual de Dalí, y de noche salía con Bianca Jagger y Bryan Ferry. Mientras tanto, en España le preparaban una carrera musical y otra cinematográfica. “Yo no decidí nada. En esa época pasaba con los cantantes un poco, como con los futbolistas. Mi contrato lo compró otra casa disquera. Me ficharon como en el fútbol. Y los de la nueva casa disquera me dicen que ahora sí que vamos a hacer un disco bueno, uno interesante, y yo no le doy mayor importancia y me voy a actuar a una película en Almería. Un spaghetti western con Giuliano Gemma. Hacía de víctima, siempre era víctima en el cine en esa época. Filmar es un coñazo, para ser actor hay que ser de una paciencia y de una concentración que no tengo ni tendré. En la película era un soldado sudista y me enamoraba de una chica que la actuaba mi hermana Paula. Era bastante incestuosa la cosa. Tenía 18 años. Terminé mis escenas y un avión privado aterrizó en pleno desierto a buscarme con José Luis Gil, mi productor, vestido con un abrigo de piel, y eso que hacía un calor increíble. Y ahí me raptaron literalmente, me llevaron a un estudio y canté “Linda” y luego otra y luego era la una de la mañana y me senté en un sillón a escuchar lo que habíamos grabado, y me desperté en mi cama de la casa de mis padres. Como en un sueño. No tuve tiempo de pensar si era cantante, actor, ni cómo me llamaba, ni qué quería. Me despertaron en mi cama diciéndome que me esperaba el auto de la productora y ahí de nuevo a grabar. Hasta hoy.”
Quien haya sido niño a fines de los años ‘70 casi con seguridad recordará aquella canción que gorjeaban Los Parchís: “Don Diablo se ha escapado/ Tú no sabes la que ha armado/ Ten cuidado/ No tiene moral y es difícil de saciar/ Te gusta y todo lo das”. Líneas por lo menos curiosas para una banda de sonido de la infancia. Lo que pocos recuerdan es que la canción era un cover de Miguel Bosé, entonces todavía un jovencito andrógino que tenía a media Europa enamorada. Un personaje probablemente demasiado confuso para que desembarcara en los macabros ‘70 argentinos. El disco donde aparecía “Don Diablo” se llamaba solamente Miguel (1980), y Bosé aparecía en la tapa vestido de torero, en una cita-homenaje a su padre, el célebre matador. En aquel entonces recibía cientos de cartas por día y se encerraba en un departamento de Milán para que las fans no se lo comieran vivo.
Para la época de “Don Diablo”, Bosé ya era un ídolo adolescente gracias a su frágil hermosura, varias canciones producidas por Camilo Sesto y dos hits enormes, “Morir de amor” y “Linda”, una balada a la italiana bastante osada para la España post-franquista: “Antes de tenerme dentro, escucha/ Linda, te voy a ser sincero/ No estoy pensando en ti/ Y no quiero lastimarte/ Robarte tu primera vez pensando en otra/ Quiero estar seguro antes de que se junten nuestros cuerpos”. “Era una España en que esos fenómenos eran nuevos”, recuerda Bosé. “Durante el franquismo todo eso fue acallado. Los ídolos adolescentes podían ser subversivos. Se daban más los niños cantores como Joselito y Marisol. A los niños los podían controlar, a los adolescentes no. Cuando empecé a cantar era la transición y comenzó una fiebre de ídolos adolescentes. Yo también era un adolescente, así es que la energía que daba era igual a la que recibía. No me daba cuenta de lo raro que era todo eso.” La fiebre sólo se acrecentó cuando en 1981 Miguel se enfermó de hepatitis –antecedente de todos los rumores que lo darían por casi muerto en décadas posteriores–, se cortó el pelo –gran decepción para las fans, pero una medida adecuada para su ya entonces notable tendencia a la calvicie– y lanzó Más allá, que tenía una canción muy atrevida, “Hermano mío”: “No me dejes esta noche/ Soy cobarde, estoy desnudo/ Quédate, hermano mío, que tu sombra es mi refugio y mi calor/ Tú eres mi océano y mi tempestad/ Podrías destruirme/ Quisiera abrirte de par en par/ Tenerte en exclusiva, poderte domar/ No ha habido nunca una mujer/ Nadie antes, nadie después/ capaz de conquistarme como lo haces tú/ Vuela alto, hermano mío/ Que en tu vuelo toco al fin la libertad”.
¿Salida del closet? Jamás. Bosé dijo que la canción estaba dedicada a su hermano Gianluca, muerto en la infancia, y desde entonces se negó de plano a responder preguntas sobre su sexualidad, negativa acompañada de un control fenomenal de su imagen pública: no se le conoce novio ni novia, y jamás se ha hablado del asunto con algún viso de seriedad. Pero él ha regalado algunas declaraciones, cómo no: “Yo sé de gustarles mucho a las mujeres, por el parecido a ellas que encuentran en mí, y sé de también gustarles a los hombres. De hecho son los mismos hombres los que me quieren ambiguo, efébico, a lo mejor afeminado. Hay tentación homosexual, pero no tendrían nunca el ánimo de manifestarla en la dirección de un macho muy ‘viril’. Una imagen como la mía funciona mejor”.
De regreso a Nueva York –donde había pasado algunos años estudiando danza con Marta Graham– conoció a Andy Warhol, que diseñó la portada de Made in Spain. Por lo demás, el disco fue un fracaso sonado. Bosé iniciaba su transición del pop hacia cierta experimentación sonora tecno por la que nunca obtuvo gran respeto crítico: sonido hipnótico –para muchos, aburrido– y una voz susurrante, actuada. En 1984 lanzó Bandido (¿su mejor disco?), con textos en inglés pulidos por Peter Hammill y acompañado de sesiones de fotos inspiradas en Querelle de Fassbinder. Un año después protagoniza un esperpento, la película El caballero del dragón, de Fernando Colomo, junto a Harvey Keitel, Klaus Kinski y Fernando Rey. En 1986 lanza Salamandra que algunos críticos definen como la obra de “un gitano intelectual”. En los ‘80 se desprende de la nacionalidad panameña, que había conservado hasta los 34 por ser objetor de conciencia.
Casi murió de sobredosis y/o hepatitis en los ‘70. En los ‘80 se insistía en que era HIV positivo. Pero nadie se atrevió a matarlo hasta 1998, cuando una presentadora de TV aseguró que había muerto de sida escuchando el Requiem de Mozart y sumió a media España en el luto. Mirando a cámara, la conductora dijo: “Descansa en paz, Miguel Bosé”. El estaba en Normandía. Un año después, su segunda muerte fue mucho más detallada: en la autovía de Extremadura, a las 18.40, Miguel Bosé volcó con su Toyota Land Cruiser y fue trasladado al hospital Campo Arañuelo, donde se le diagnosticó una fractura vertebral severa que lo dejaría inválido. El estaba en México. Poco después declaró que, si se atrevían a matarlo otra vez, se pondría violento. Y responde con indignación a los rumores que aseguran que él mismo habría orquestado ambas defunciones.
Operación rescate: después de una década despareja, su amigo Pedro Almodóvar le pide que interprete a la travesti/juez de Tacones lejanos, y Bosé conoce una segunda fama, menos ruidosa, pero igual de amplia que la primera. Aprovechando el envión, edita Bajo el signo de Caín dos años después y por fin obtiene un éxitocrítico con Once maneras de ponerse un sombrero (1998), un disco de covers que en ocasiones superaban a las versiones originales. Apenas vuelve a meterse con el cine: “A mí jamás me ha desvelado una peli. Actuar no merece la pena, no me compensa. Y encima tengo que hacer las cosas de verdad porque no tengo ninguna técnica y para salir cabreado tengo que cabrearme de verdad”. En 1994 posa embarazado en la tapa de la revista El Gran Musical y tiene que pedir disculpas.
Mientras estudia Biología marina y se ocupa de su gallinero –lo construyó para recrear la granja de su abuela, que pasó con él sus últimos años–, produce discos propios y ajenos en la mansión de sus padres y se niega a escribir un libro de memorias porque dice ser “muy amnésico. En la última edición del Festival de Viña del Mar –donde es rey indiscutido– algunas adolescentes le gritaron “mijito rico”, como antaño, y se llevó la Gaviota de Plata. Velvetina, un disco electrónico susurrado, con letras que intercalan líneas en varios idiomas y una estética cercana a las vanguardias rusas, llegó al segundo puesto de ventas en España. ¿Es un buen disco? Qué importa. Es un objeto raro. Como Bosé.
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