NOTA DE TAPA
Treinta y seis años después de que su cuerpo apareciera flotando en la pileta de su casa de campo, el caso de Brian Jones –el legendario fundador de los Rolling Stones, que por entonces acababa de ser excluido de la banda– amenaza con reabrirse y levantar polvaredas. Alertados por una serie de indicios desconcertantes (una autopsia acelerada, testigos acallados, un extraño ataúd de metal... y la sospechosa despreocupación de Mick Jagger y Cía.), un libro (Who Killed Christopher Robin? de Terry Rawlings) y una película (The Wild and Wycked World of Brian Jones de Stephen Wooley) refutan la carátula oficial de siempre –muerte por accidente– y respaldan la hipótesis que hasta ahora sólo se permitía existir como rumor: el quinto Stone fue asesinado. Antes de que el cuerpo de Jones sea exhumado y pueda contársela a los forenses, Radar reconstruye con lujo de detalles la trama sórdida que desembocó en la primera muerte mítica de la historia del rock.
› Por Mariana Enriquez
Cotchford Farm es una hermosísima casa de campo en el pueblo de Hartfield, Sussex, emplazada a la vera de un bosque, con un delicado jardín inglés y una pileta de natación rodeada de césped. En la primera mitad del siglo XX fue el hogar de A.A. Milne, el autor de Winnie The Pooh. Brian Jones la compró en 1969, buscando algo de retiro y tranquilidad después de un año paranoide. El pueblo recibió con un escalofrío al nuevo residente, la estrella de los Rolling Stones: un joven prematuramente envejecido, algo obeso, siempre con la mirada perdida. Pero pronto los vecinos cayeron bajo el hechizo de sus famosos buenos modales. La casera y el jardinero de Cotchford Farm, que Brian heredó con la propiedad, lo adoraban: “Imposible encontrar un chico más amoroso –decía la casera Mary Hallet–, era la amabilidad personificada.”
Pocos meses después, el 2 de julio de 1969, Brian Jones apareció muerto en la pileta de Cotchford Farm. Con su muerte, el guitarrista de los Rolling Stones inauguró la fatídica saga de los 27 años –edad en la que murieron Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix y Kurt Cobain– y destrozó el sueño de los ‘60 que había personificado al menos para el público. Aunque el de Brian no era el sueño hippie de una sencilla vida comunitaria al margen de la sociedad sino la construcción de una nueva aristocracia bohemia.
Brian era el semidiós talentoso de melena rubia, pantalones de terciopelo y sacos de piel que viajaba a Marruecos con sus novias esculturales. Era el multiinstrumentista que les regalaba a las composiciones de los Stones su gusto impecable, transformando buenas canciones en maravillas. Era amigo de Bob Dylan –que escribió “Ballad of a Thin Man” y quizá “Like a Rolling Stone” pensando en él–, Jimi Hendrix –que estuvo presente en la grabación de “All Along The Watchtower”–, John Lennon y Arthur C. Clarke. Era el hijo de una familia acomodada que dejó la vida apacible de Cheltenham para tocar jazz y blues en Londres, y formó la banda de rock más famosa de todos los tiempos.
Cuando murió, hacía un mes que lo habían echado de los Rolling Stones. Charlie Watts dijo poco después: “Le sacamos lo único que tenía”. Pero no era tan cierto. Brian estaba muy solicitado, y por entonces hasta se rumoreaba que podía sumarse a los Beatles o a la banda de Dylan o a la de Hendrix. Que fuera un paranoico y un personaje complicado no era un problema tan grande en el salvaje mundo del rock de fines de los ‘60.
La muerte de Brian Jones se consideró accidental. Según las primeras versiones, había estado nadando en la pileta con su novia Anna Wohlin, su albañil Frank Thorogood y una amiga, Janet Lawson. En un momento de la noche se quedó solo en la pileta. Alrededor de las 23.30, Janet lo encontró flotando, la melena rubia formando una aureola en la superficie. Trataron de reanimarlo, pero cuando la ambulancia llegó, cuarenta minutos después, ya estaba muerto. El hecho no fue objeto de la investigación seria que merecía, sobre todo teniendo en cuenta que Jones era una celebridad planetaria. La autopsia, hecha en tiempo record, reveló que Brian había bebido un equivalente de tres pintas de alcohol –muy poco para él– y descubrió en su sangre rastros de anfetaminas y tranquilizantes; el hígado estaba agrandado y grasoso y el músculo cardíaco, dilatado. Se consideró que ese deterioro era suficiente causa de muerte. Ocho días después lo enterraron en Cheltenham, en un ataúd de bronce cerrado al vacío.
De los Rolling Stones sólo asistieron Bill Wyman y Charlie Watts (Jagger estaba en Australia, y Keith sencillamente no apareció). Tres días antes, la banda había dado uno de los peores conciertos de su carrera en Hyde Park, gratis, para cien mil personas. Mick Jagger, ataviado con una suerte de tutú blanco, le recitó a la multitud un fragmento del poema “Adonais” de Percy Shelley: “El no está muerto, no duerme/ Ha despertado del sueño de la vida”. Esa fue toda la declaración oficial del grupo que esa tarde, en las peores circunstancias, presentó al reemplazante de Brian Jones, el muy joven Mick Taylor. Después de esas palabras alusivas, los Stonesintentaron producir un momento emocionante y lanzaron a volar dos mil mariposas blancas. Pero la mayor parte se había asfixiado en sus cajas -una había sido aplastada por un Angel del Infierno borracho–, y los insectos quedaron desparramados sobre el escenario, muertos.
Lewis Brian Hopkin Jones había nacido el 28 de febrero de 1942, hijo de una profesora de piano y un diseñador de aeronaves. Su familia, conservadora y de clase media alta, no quería que se dedicara a la música, aunque lo obligaron a tomar clases de piano desde los seis años. Pero poco pudieron hacer para encauzarlo cuando llegó a la adolescencia. Pese a que era un excelente alumno, a los quince años Brian ya se escapaba de clase para tocar en una banda de skiffle; y poco después, fascinado por Charlie Parker, tocaba el clarinete y el saxo en una banda de jazz. Ese mismo año dejó embarazada a su novia Valerie, de 14 años. Las familias, escandalizadas, separaron a la parejita: Brian fue enviado a Alemania y Valerie a Francia, donde llevó el embarazo a término y entregó al bebé en adopción. Fue el primero de los cinco hijos ilegítimos –conocidos– de Jones. Tuvo a su segundo varón a los 17 años, con una mujer casada llamada Angeline, y el tercero a los 18, con Pat Andrews, una empleada de comercio de 15 años. El bebé nació en 1961 y Brian lo reconoció, aunque no era exactamente un padre modelo.
Cuando escuchó tocar blues eléctrico al grupo de Alexis Korner en el Cheltenham Town Hall quedó fascinado, se presentó ante Korner, le mostró sus habilidades y decidió mudarse a Londres. Tenía 19 años, y quería su propio grupo. Después de muchas idas y venidas, Brian reclutó a Ian Stewart, Mick Jagger y Keith Richards, que también deambulaban por la escena del R&B, jazz y blues londinenses, participando de varias agrupaciones. Junto a Dick Taylor y Mick Avory –después integrante de The Kinks– debutaron en el Marquee de Londres el 12 de julio de 1962 como The Rolling Stones, el nombre que Brian había elegido para el grupo. Jones era el líder natural, el único que tenía conocimientos musicales formales, el único que sabía tocar guitarra slide, y el favorito de las chicas.
Mick, Brian y Keith se mudaron a un sucio y pobre departamento, el 102 de Edith Grove. Rara vez tenían dinero para el calentador. Brian era el único que se lavaba el pelo todos los días con el agua semicongelada de las cañerías. Organizaba los ensayos y les hacía escuchar a sus compañeros discos de Robert Johnson, Muddy Waters, Elmore James y Chuck Berry. A veces hacía tanto frío que se quedaban todo el día en cama, tocando la guitarra bajo las frazadas. A puro empeño, Brian consiguió muchas fechas para tocar, algo difícil de lograr en la conservadora escena jazzera de Londres, que no tenía interés en los jovencitos bluseros. Pronto, Brian encontró dos nuevos músicos, Bill Perks (más tarde Bill Wyman) en el bajo y Charlie Watts en batería. Ya tenía la formación que creía ideal. Para enero de 1963, los Rolling Stones estaban completos. Y Brian era el manager perfecto: se encargaba de las finanzas del grupo, enviaba gacetillas a radios, locales y revistas, se encargaba de que el grupo tocara seguido.
Pero en mayo de 1963 cometió un error que no podía prever. Firmó un contrato con Impact Sound, la agencia de Andrew Loog Oldham y Eric Easton. Estaba en lo cierto cuando suponía que Oldham, ex jefe de prensa de los Beatles, los ayudaría a emprender una carrera internacional. Lo que no imaginaba era que Oldham tomaría decisiones de marketing que lo apartarían del liderazgo de su grupo hasta expulsarlo. Una de las primeras medidas de Oldham fue echar al pianista Ian Stewart sólo porque era bastante mayor que el resto de los Stones, y bastante más feo; la segunda fue entregarle el comando creativo del grupo a la dupla Jagger-Richards y focalizar la atención mediática en la sexualidad explosiva de Mick, dejando de lado el misterioso encanto de Brian. Hacia 1964, Oldham obligó a Mick y a Keith a escribir canciones. Jamás le pidió un tema a Brian. Lo sacó así de lacomposición y le quitó autoridad musical. Sus compañeros, claro está, no protestaron.
Pero Brian seguía siendo el favorito de la gente. Recibía la mayor parte de las cartas de fans y el grueso de los aullidos. La popularidad, sin embargo, no era suficiente. En 1965, cuando Mick y Keith lograron un éxito con una canción propia, “The Last Time”, el rol de Brian en los Rolling Stones quedó relegado para siempre. Y eso lo frustró hasta el límite de la locura. Decía Charlie Watts: “Quería ser el cantante solista. Desde luego no lo era, y sus problemas respiratorios no se lo habrían permitido, porque era asmático. Y quería ser el líder, pero no lo era”. Se lo excluía de las entrevistas y los arreglos comerciales; jamás participaba de las reuniones importantes. En este contexto, hasta resulta extraño que Brian Jones les haya dado tanto a los Stones. Porque aunque la historia oficial lo tiene por un colorista, lo que en realidad consiguió fue dotar a las canciones de los Rolling Stones de estilo, diferencia, alma.
En 1966, los Rolling Stones llegaron al número 1 con Aftermath, que los fans consideran el disco de Brian. Sus contribuciones no fueron meros toques decorativos: las marimbas en “Under my Thumb”, el dulcimer amplificado en “Lady Jane”, el sítar en “Paint it, Black”, los pianos y vibráfonos repartidos aquí y allá redondeaban un disco que ya no era sólo bueno sino impactante, sofisticado, y tenía el sonido vagamente amenazante y misterioso que pondría a los Rolling Stones en la vereda de enfrente de los Beatles y en la punta del rock británico de los ‘60. La hazaña se repitió un año después con Between the Buttons: el gran secreto de la belleza de “Ruby Tuesday” es la melodía de madrigal que Brian tocó en flauta dulce. Pero las canciones, mejoradas o no, seguían siendo de Mick y Keith. Brian, que se quedaba en casa tomando LSD, empezó a experimentar con grabadores, registrando cintas de “formas libres”, con ideas melódicas que borraba antes de que pudieran convertirse en canción. Solía decir que los demás Stones se reían de él cada vez que intentaba llevar esas ideas al estudio.
Claro que Brian Jones no era una pobre víctima desplazada. Trataba de aquietar su paranoia –a veces justificada, a veces desproporcionada– con pastillas y alcohol, seguía dejando embarazadas a sus amantes y se paseaba en un Rolls-Royce Silver Cloud. Era el rey de las fiestas, el más solicitado. En 1965 conoció a la modelo y actriz Anita Pallenberg, y la pareja se hizo célebre como dos iconos decadentes de la moda. El cineasta Kenneth Anger, que estaba obsesionado con ellos, los consideraba la “unidad oculta” dentro de los Stones. Anita tenía fama de bruja, y en ocasiones aparecía en público con el rostro cubierto de moretones. Brian la golpeaba, como había golpeado a todas sus amantes, pero con Anita parecía haber construido una relación sadomasoquista; al menos eso registra el mito.
La policía británica empezó a perseguir a los Rolling Stones en 1967, año en que pasaron entre los tribunales, la cárcel y las redadas en busca de drogas. Brian tuvo sus encontronazos con la Justicia, pero lo máximo que sufrió fue una noche en prisión y varias multas. Sin embargo, estaba convencido de que, si caía preso, lo echarían del grupo. En el verano de 1967 tuvo motivos para justificar su paranoia. Keith Richards decidió tomarse vacaciones para huir del escándalo de drogas e invitó a Brian y a Anita. Tom Keylock, chofer de los Stones y oscuro multiasistente, llevó al trío en coche hasta Marruecos. En España tuvieron una parada forzosa cuando Brian se enfermó –sobredosis o neumonía, las versiones difieren–, pero no se quedaron a esperarlo.
Keylock apenas podía manejar: tanto lo distraían las sesiones de sexo salvaje que Keith y Anita protagonizaban en el asiento de atrás del Bentley, rumbo a Africa. Cuando Brian fue dado de alta y se unió a sus amigos en Marrakesh –Mick Jagger y Marianne Faithfull esperaban al resto de la banda allí–, la traición había sido consumada. Furioso, Briangolpeó a Anita, que huyó de él y escapó con Keith hacia Londres. “Le quité a su novia”, dijo Richards. “Y arruiné todo para siempre. Nunca me perdonó por eso. No lo culpo.”
En Inglaterra, Brian Jones cada vez estaba más lejos de los Stones. Su colaboración fue central en el disco Sus Majestades Satánicas, un disco fallido del que se salvan sus aportes, particularmente notables en “2000 Light Years from Home”, donde usó sus experimentos con el Mellotron. Mucho más importante fue la tambura que incluyó en “Jumpin’ Jack Flash”, que le da al tema un ambiente siniestro. Pero Brian pasaba más tiempo escapando de perseguidores reales e imaginarios, e insistía con que recibía llamadas amenazantes a su departamento, o que le plantaban drogas. En el verano de 1969 encontró un nuevo rumbo para sus inquietudes musicales fuera de los Stones: grabó a la tribu ahl sherif de Jajouka, Tánger, y sus ritos tribales relacionados con las ceremonias religiosas de Roma y Cartago, y aun de la Grecia de la Arcadia. Era la primera grabación seria que se hacía allí, y Brian se anticipaba diez años al interés por la música étnica. El disco se lanzó como The Pipes of Pan at Jajouka, y hasta hoy se lo considera un verdadero hallazgo.
Antes, Jones sólo había participado de la grabación de Beggar’s Banquet -salvo por la brillante guitarra hawaiana que tocó en “No Expectations”– y apenas en un puñado de sesiones de Let it Bleed. Si Keith estaba presente ni siquiera podía afinar, todavía dolido y furioso por la traición. Ry Cooder, que entonces colaboraba con los Stones, cuenta: “Brian era una persona desfasada, un personaje triste. A veces, cuando empezábamos a tocar, agarraba una armónica y se ponía a soplarla en un micrófono. Pero la mayor parte del tiempo estaba sentado en un rincón, durmiendo o llorando. Jagger se mostraba siempre muy desdeñoso con él y le decía que estaba acabado. Mick siempre fue una sanguijuela”.
En 1969, los Stones tenían que salir de gira por EE.UU. Ninguno creía que Brian fuera capaz de acompañarlos. Así, en junio de ese año, Mick, Keith y Charlie fueron hasta Cotchford Farm a anunciarle que estaba fuera del grupo. Dicen que la conversación fue amigable, aunque incómoda y dolorosa. Brian aceptó un arreglo de 100 mil libras más otras 20 mil al año mientras la banda continuara. La oficina de los Stones se seguiría encargando de sus asuntos comerciales. Más tarde, el flamante excluido publicó un comunicado de prensa: “Ya no nos comunicamos musicalmente. La música de los Stones no es de mi gusto. Quiero hacer mi propia música antes que tocar la de los otros. La única solución es que tomemos caminos separados, aunque sigamos siendo amigos”.
Los rumores sobre un posible asesinato fueron frecuentes desde la muerte de Brian Jones, pero en los últimos diez años prácticamente se confirmaron. Ahora, 36 años después, un libro (Who Killed Cristopher Robin? de Terry Rawlings) y una película (The Wild and Wycked World of Brian Jones de Stephen Wooley) presentarán al mundo la teoría del crimen, que salpica a los Rolling Stones. Aunque los hechos desencadenantes parecen ser bastante vulgares y tristes.
Brian quería hacer reformas en Cotchford Farm y contrató a un equipo de albañiles encabezado por Frank Thorogood, un obrero londinense que antes había trabajado en Redlands, la casa de Keith Richards, viejo amigo del oscuro Keylock. Se cree que Thorogood, además, tenía la misión de vigilar a Brian e informar sobre sus pasos a los Rolling Stones. De hecho, se le permitía pasarle los gastos de su equipo al grupo, que a su vez los debitaba a Jones.
Brian trató de hacerse amigo de Frank, pero la relación era conflictiva. El albañil, veterano de guerra, no soportaba a la arrogante estrella de rock, pero Brian le permitió vivir en un departamento sobre el garaje los días de semana. Frank cenaba en la casa y a veces se emborrachaba con el ex stone. Los albañiles hicieron uso y abuso de la generosidad del guitarrista: apenas trabajaban, comían a cualquier hora y pasaban gastoscomo si en realidad se estuvieran deslomando. Brian puso punto final el 29 de junio, cuando se desplomó el cielorraso de la cocina. Furioso, echó a Frank y a sus asistentes. El albañil reclamó 8 mil libras y Brian prometió dárselas si terminaba algunos trabajos incompletos. Como quiera que sea, Thorogood todavía estaba allí la noche de la muerte del ex stone.
Las versiones sobre lo que pasó el 2 de julio varían. Anna, la novia de Brian, habla de una velada tranquila. Otros como Nick Fitzgerald, un amigo de Jones, aseguran que había una fiesta que incluía a los albañiles y a sus novias. Lo que se sabe es que, en un punto de la noche, Brian invitó unos tragos a Frank y Janet, amante de Tom Keylock. Todos estaban algo borrachos cuando se fueron a nadar. Anna cree que Frank ahogó a Brian durante el breve lapso que compartieron solos en la pileta. Fitzgerald dice que vio a varias personas sostener a Brian bajo el agua y que, cuando quiso intervenir, Keylock lo persiguió por el bosque. Keylock, por su parte, dice que no estaba allí a esa hora, que llegó de madrugada, cuando el cuerpo había sido retirado.
Pero la madrugada del 3 de julio, el jardinero de Cotchford Farm encontró a Keylock quemando la ropa de Brian en una hoguera improvisada, mientras Thorogood tiraba libros al fuego. Más tarde, los asistentes saquearon la casa y cargaron las pertenencias de Jones en un camión. Keylock dijo que los padres de Brian habían pedido las cosas e indicaron que quemaran todo lo demás, pero se sabe que recibieron muy pocas cosas de su hijo. Además, los formidables gastos de los albañiles habían llevado al ex stone a la ruina.
El asesinato de Brian permaneció en el terreno del rumor hasta la muerte de Frank Thorogood, en 1993. Fue entonces cuando Tom Keylock le contó a Terry Rawlings, el autor de Who Killed Christopher Robin?, que el albañil le confesó en su lecho de muerte haberse “cargado” a Brian. Lejos de cerrar el caso, la declaración abrió un escándalo. El fan club oficial de Brian Jones, manejado por su ex novia Pat Andrews, exigió una investigación formal. “Quiero justicia para el padre de mi hijo”, declaró Pat. “En 1969, nadie del entorno de los Stones pensó en incluirnos en el funeral. Como si no existiéramos. Yo estaba criando a nuestro hijo de 8 años en un refugio en Londres y no tenía manera de viajar a Cheltenham, menos en tan corto tiempo. Me enoja pensar que la gente responsable de la muerte de Brian se beneficia aún hoy de lo que él empezó. No culpo a los Stones, pero ellos debieron saber lo que realmente pasó, y durante estos años han borrado a Brian. Creo que mi hijo Mark, Brian y yo somos una vergüenza para ellos.”
Andrews convocó a expertos en medicina forense y en cold cases (casos cerrados) que diseccionaron un dossier de 150 páginas de evidencia. Basados en los hechos, prepararon un caso para que la policía de Sussex reexaminara las circunstancias de la muerte. Trevor Hobley, vocero del fan club, dice: “Brian Jones es un testigo silencioso, porque su cuerpo fue preservado de tal manera que la tecnología de hoy podrá determinar la causa de muerte. Además, ¿por qué alguien mandó embalsamar el cuerpo, y enterrarlo a una profundidad tan inusual en un ataúd de metal al vacío? ¿Tuvo que ver con seguridad o chantaje? Brian era una persona famosa, y es insólito hacer una investigación sobre una muerte sospechosa, una autopsia, una indagatoria y un entierro en tan poco tiempo. Es como si alguien tratara de esconderlo bajo la alfombra”.
A nadie se le escapa que aquellos albañiles habían trabajado antes en la casa de Richards, el archienemigo de Jones en 1969. Todos recuerdan que Anna Wohlin siempre insistió con que Thorogood la instruyó sobre qué decirle a la policía y Keylock le ofreció dinero para que callara. Además, los Stones la hicieron firmar un documento que la obligaba a pedir autorización para dar entrevistas y, un día antes del funeral, gente del entorno stone la puso en un avión rumbo a Suecia. Si sus deseos y los del fan club se cumplen, el cuerpo de Brian Jones será exhumado y contará la historia de su muerte. Los Rolling Stones, mientras tanto, callan.
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