FOTOGRAFíA > NICOLáS GOLDBERG EXPONE EN LA FOTOGALERíA DEL SAN MARTíN
En 2003, el fotógrafo Nicolás Goldberg siguió durante tres meses la campaña electoral de Carlos Saúl Menem y volvió con un botín perturbador: las imágenes de El candidato, un notable ensayo fotográfico que despelleja el aura mediática del ex presidente y explora las perversiones del cruce entre política y espectáculo.
Hace unos diez años, Rodrigo Fresán señalaba la imposibilidad de superar desde la ficción a un personaje como Carlos Saúl Menem, por entonces un Señor Presidente muy poco convencional. Corría su primer mandato. En su show mediático cotidiano –un verdadero reality show–, Menem estaba hecho un demonio espectacular, y como tal vivía las fantasías del gran pueblo argentino: jugaba al fútbol con la Selección argentina; andaba en lancha con Scioli; corría en autos de carrera; resolvía situaciones de alta tensión política sorprendiendo a la prensa con frases hilarantes (“Es todo una casualidad permanente”); se hacía escapadas para ir a pescar; desaparecía para someterse a cirugías estéticas cuyas secuelas adjudicaba a avispas pícaras; citaba a pensadores que jamás habían escrito una sola línea; y muchas, muchas otras cosas más. Carlos Saúl Menem hacía cualquier cosa. No es casual que el término “cualquierismo”, sinónimo de relativismo salvaje, haya surgido durante ese período. Durante casi una década, el hombre se las ingenió para seducir a todo un país y para inducirlo a creer en un simulacro que pronto demostraría ser insostenible.
Todas esas postales brillan por su ausencia en El candidato, un ensayo fotográfico de Nicolás Goldberg que sigue los pasos de Menem a lo largo de la campaña electoral del 2003, poco antes de que renunciara a disputar el ballottage con Néstor Kirchner. “Esas imágenes de Menem que tenés en mente son como la mochila que cada uno trae. La idea es que te la puedas sacar”, dice Goldberg. Más cerca de una superproducción cinematográfica que de un documental periodístico, el hallazgo de su trabajo fotográfico es que trasciende el valor icónico de Menem en sí –el fetichismo Menem– para mostrar todo lo que lo rodea, todo lo que se genera a su alrededor. Para que Menem se sostenga en su rol de actor es indispensable, entre otras cosas, que haya espectadores.
“Yo podría haber tenido una actitud más simplista”, explica Goldberg: “Como pienso que Menem es un hijo de puta, voy y lo pongo como un hijo de puta. Después colgás eso en la pared y siempre van a aparecer algunos que van a festejar que me ensañe con el tipo. La otra, igualmente simple, era: a mí me encanta Menem, el tipo es un capo y tiene la posta. Y mostrar eso. Mi meta, en cambio, era irme a un lado gris y tratar de hacer equilibrio en la cuerda floja”. Sin embargo, al tomar distancia de la crítica más obvia, las imágenes de Goldberg hacen aparecer toda la energía negativa que siempre se concentra sobre Menem como algo más grande, más demencial. El efecto es devastador y sirve para construir un retrato de las formas actuales de la comunicación política.
Antes de trabajar en El candidato, Goldberg vivía en Nueva York, donde estudiaba desde el 2000 en el prestigioso Internacional Center of Photography (ICT) y leía “mucho” a Jean Baudrillard, Guy Debord, Marshall McLuhan y exploraba teorías sobre los medios de comunicación de masas. Fue en ese contexto, tan lejos y tan cerca del país, donde supo que lo que quería hacer era registrar la campaña de Menem. “La idea de simulación de Baudrillard y la sociedad del espectáculo de Guy Debord fueron muy importantes para hacer este trabajo. Yo sabía que Menem no iba a ganar y a la vez sentía que la dimensión de surrealidad que su campaña iba a generar abriría la puerta a una locura muy grande. En ese sentido, el ensayo fue muy conceptual, hasta diría que un poco demasiado lineal. Al final estuve menos de tres meses: vine, lo hice y me fui”.
En la primera de las 221 entradas que conforman La sociedad del espectáculo (libro que, escrito en 1967, aparece hoy notablemente profético en su descripción del funcionamiento social contemporáneo), Guy Debord escribe: “Toda la vida de las sociedades donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente se aleja ahora en una representación”. Para Goldberg, acercarse a Menem –uno de los líderes más espectaculares de la historia argentina– no fue tan difícil como mantenerse en un ambiente de simulación permanente, de una densidad indescifrable para alguien como él, ajeno al entorno político. “La primera vez que hablé con Menem fue la primera vez que me dejaron subir al avión. Yo tenía un libro de un fotógrafo que había acompañado a Bill Clinton durante su campaña, un libro bastante impresionante por el grado de intimidad que reflejaba. Lo usé para explicarle lo que quería hacer, que básicamente era “tener acceso”. Las fotos son de todas las provincias: Mendoza, San Juan, La Rioja, Tucumán... Yo iba atrás de ellos preguntándoles: ¿puedo ir?, ¿puedo ir? Lo que se ve es lo que pude ver: lo que me dejaron ver”.
Goldberg buscaba aportar una mirada distinta, que escapara a los lugares comunes. “Yo elegí meterme en ese mundo; nadie me mandó a cubrirlo. Fue un proyecto personal y me lo banqué solo: los viajes, los viáticos, las fotos. Y creo que a ellos eso los tranquilizaba: saber que no estaba viviendo en el país, que no trabajaba para nadie. Más que como un espía me sentí como alguien que estaba viendo desde otro lugar. En la foto de los papelitos (donde el candidato parece una estrella del fútbol), yo estaba arriba de una tarima de 25 metros de largo por 6 de ancho: todo River lleno y yo ahí arriba solo con Menem y otro fotógrafo de ellos, mientras abajo había quinientos fotógrafos cubriéndolo todo. Lo más fuerte era la impresión de ser el único que podía ver todo eso”.
La secuencia de imágenes que armó Goldberg evoca el álbum promocional de una película cuyo protagonista –“el candidato”– se regodea en gestos mesiánicos y actitudes de estrella del show business que hace delirar a sus fans. El fotógrafo que el 11 de septiembre de 2001 fuera testigo directo de la caída de las Torres Gemelas ya intuía que asistiría a otro derrumbe. Y eso es lo que captan las imágenes de El candidato: la inminencia del desmoronamiento de una simulación. Las escenas de la campaña –gente pidiéndole autógrafos (hay una foto en la que alguien le acerca un boleto de tren para que se lo firme) o haciéndose fotografiar a su lado como si fuera una estrella de cine– son tan intensas como falsas y reversibles, y la sensación de simulacro hace que los gestos parezcan exacerbados y las miradas transmitan una alienación dramática. La desesperación está siempre ahí, latente, y la gente que se agolpa alrededor del candidato parece al borde del colapso. De hecho, en una de las fotos, tomada el día en que Menem se bajó de la segunda vuelta, se ve a una mujer sufriendo un ataque de pánico, llorando, en estado de shock. El candidato, mientras tanto, parece más bien cansado del ejercicio de su poder.
“Se nota la presencia de algo muy fuerte en el trabajo. Es como Poltergeist”, dice Goldberg. Y aclara, una vez más, que lo que pone en escena la muestra va más allá del valor histórico de Menem: “El no es lo más importante; es un plus. Lo que me interesaba era mostrar todo el evento, el montaje, el simulacro que implica una campaña política. Podés pasarte dos meses con Berlusconi, con Chirac, con Chávez o con Bush y el aparato va a funcionar de la misma manera. Es universal”. Las imágenes de El candidato están en ese borde en el que la realidad se vuelve simulación y la simulación, realidad. “Hay escenas que parecen traídas del espacio. Podés ver la muestra y olvidarte de Menem y la pregunta sigue ahí: ¿qué es eso? ¿Un set de televisión? ¿Una estrella de rock? ¿El Papa?”
Goldberg define a Menem como “carismático y seductor. Y ahí está lo de la cuerda floja, porque era fuerte ver que en todas partes se le acercaba gente que le decía ‘Yo a usted lo vi hace 14 años’ y el tipo contestaba: ‘Ah, Clara, ¡cómo le va!’. El tipo se acordaba de los nombres de todos”. Estrenada el año pasado en Casa de América, en Madrid, la muestra también se exhibió en Nueva York, donde Goldberg debió glosar sin pausa una de las piezas más impresionantes de la serie: la foto en la que un enjambre deasesores y asistentes de TV se abalanzan sobre Menem y Mirtha Legrand aprovechando una pausa en la grabación de los célebres almuerzos. “‘¿Quiénes son estos dos?’, me preguntaban. ‘¿Una pareja de millonarios comiendo en su casa?’ Y cuando les explicaba que no era una casa sino un set de televisión, y que la mujer era Mirtha Legrand, que todos los días almuerza por TV para que la vea gente que no tiene qué comer, y que el del otro lado era un ex presidente que acababa de salir de prisión y pretendía volver a ser presidente para salvar al país, la reacción era... ‘¡¿Qué?!’” Y el estupor llegaba al paroxismo cuando se enteraban de que la mujer que está en el medio, figura central de una foto y una escena históricas, no es otra que la maquilladora.
El candidato, de Nicolás Goldberg.
De 11 a 21 en la Fotogalería del Teatro General San Martín, Sarmiento 1551.
Hasta el 30 abril.
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