CINE > SE ESTRENA LA PELíCULA SOBRE EL CASO LAPA
Enrique Piñeyro era piloto de Lapa cuando alertó sobre las graves fallas de seguridad de la compañía. Nadie lo escuchó. Renunció dos meses antes del fatídico 31 de agosto de 1999, cuando un 737 de la empresa estalló frente al aeroparque Jorge Newbery y dejó un saldo de 67 muertos. Ahora, en la doble función de director y actor protagónico, Piñeyro, que la semana pasada recibió amenazas, reconstruye los siniestros prolegómenos de la tragedia en Whisky Romeo Zulú, una ficción testimonial que dará que hablar.
› Por Mariano Kairuz
Si hablar del avión como símbolo de modernidad suena anacrónico o directamente desubicado, las grandes bestias voladoras recuperan un paradójico protagonismo en el imaginario popular cuando pierden altura. Para un argentino, sin ir más lejos, una posible secuencia aérea de los apenas últimos cinco años y medio incluiría estos fotogramas: 1) El 737 que no alcanza a despegar y revienta frente al aeroparque Jorge Newbery en un cuadro dantesco; 2) los dos bichos metálicos que cientos de espantadas cámaras de video registran mientras se incrustan en dos de los rascacielos que definían el perfil de Nueva York; 3) la turbulencia política desatada por los bólidos de SW que se pasaron meses acarreando valijas llenas de mágicos polvos blancos por sobre el Atlántico.
Esas tres escenas encierran tres posibles películas muy distintas entre sí. La segunda es un blockbuster potencial que todavía aguarda su momento y su propulsor. La tercera sigue entreteniéndonos desde las páginas de los diarios. Y la primera ya existe. Se llama Whisky Romeo Zulú, tiene aspecto de superproducción-en-cinemascope (la caída de la convertibilidad la benefició, ya que parte de su producción es europea) y se presentó hace exactamente un año en el Festival de Cine de Buenos Aires como “la historia previa a la catástrofe del avión de Lapa contada por un insider”: alguien que estuvo ahí, que avisó a quien correspondía que la catástrofe iba a ocurrir, que se retiró apenas a tiempo –renunció a su puesto en Lapa dos meses antes del accidente del 31 de agosto de 1999– y que eligió convertir los hechos no en materia de un documental –como muchos de los que lo critican hubieran esperado que hiciera– sino en una obra de ficción de cierta vehemencia narrativa, grandes aspiraciones dramáticas y testimoniales y ambición de cine de entretenimiento. Ese alguien es Enrique Piñeyro, especialista en medicina aeronáutica, ex comandante de Lapa, actor (interpretó al temible Tigre, jefe de un centro de detenciones de la dictadura, en Garage Olimpo) y ahora flamante guionista y director.
La actuación empezó a ser algo serio para Piñeyro cuando los directivos de Lapa, en respuesta a sus persistentes denuncias sobre las fallas de seguridad de la aerolínea, decidieron poner en el freezer su competencia de piloto. Piñeyro llevaba años analizando casos de catástrofes aeronáuticas: en 1990 había hecho un curso de investigación de accidentes aé- reos en la Universidad del Sur de California, y más tarde investigó “por parte de la Asociación de Pilotos el accidente del Focker de Aerolíneas en Villa Gesell; el de San Luis –el 737 que despistó y se quemó todo– y el DC9 de Austral en Fray Bentos”.
Ahora bien: ¿por qué hacer una ficción con un caso real, demasiado vigente, que dejó un saldo de 67 muertos? “Un documental no es el mejor vehículo para transmitir emociones”, explica Piñeyro, “y para mí esta tragedia tiene un componente emocional muy alto. Además, la profusión de imágenes que vimos todos eran de lo que sucedió después de los hechos, y a mí me interesaba contar lo que había pasado antes”.
Otro punto clave en la ficcionalización del caso Lapa fue la decisión de Piñeyro de protagonizar él mismo la película. “No iba a encontrar actores que pudieran volar un Boeing 737”, argumenta, “y estaba muy decidido a no hacer esa huevada hollywoodense con cabinas de telgopor y botones absurdos que parecen de submarino. Quería que “estar en la cabina” fuera estar en la cabina; quería transmitir el placer de volar que siente un piloto, y mostrar hasta qué punto los pilotos están dispuestos a hacer lo que hacen, a dejarse presionar, incluso a matarse, con tal de ocupar ese lugar alucinante que es la cabina de un avión”.
Aviones de utilería vs. aviones de verdad: en términos de verosímil cinematográfico, el asunto puede sonar un poco exagerado, pero para Piñeyro es un dato que hace que Whisky Romeo Zulú funcione como denuncia en un segundo plano: su equipo –dice– se las ingenió para filmar usando como set el mismísimo aeropuerto sin pedir permiso a las instancias correspondientes, y en alguna ocasión llegó incluso a “tomar prestado un avión”. (Aunque en este tipo de acciones había límites, y por eso parte del metraje se rodó en Brasil.) “Tan en secreto la hicimos que para mí la película es la prueba latente de que el sistema en Argentina no funciona: no sólo los movileros llegan hasta el avión, no sólo un avión despega con 60 kilos de cocaína en valijas que nadie controló: vos podés filmar un largometraje en un aeropuerto y nadie se da cuenta absolutamente de nada. Y no es que entramos con una camarita digital y una actriz vocacional: entramos con Mercedes Morán y un set de 35 mm no es algo que pase fácilmente desapercibido. Y nada; no pasó nada. Es cierto que hicimos todo para no ser detectados, pero aun así ¿qué? ¿Y si en lugar de hacer una película queríamos entrar a poner bombas en cada avión?”
Del film terminado, Piñeyro dice esperar que “ayude a mantener vivo el recuerdo de esta historia. Son 67 muertes asociadas a causas muy profundas de la patología argentina y el descuido por la vida. El hecho de que la seguridad aérea y la ciudadana se degradan en los países donde la vida vale poco es casi matemático. Cromañón y Lapa son lo mismo”.
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