TEATRO > RICARDO BARTIS ESTRENA DE MAL EN PEOR
Dos familias enceguecidas por la ambición, números de can-can, anarquistas, drogas disparatadas y hasta una vieja maestra importada por Sarmiento que pasó treinta años entre los indios. Estimulada por el mundo del uruguayo Florencio Sánchez, De mal en peor, la nueva obra de Ricardo Bartis, profundiza la cruda autopsia del imaginario rioplatense que el director inaugurara con El pecado que no se puede nombrar.
› Por Cecilia Sosa
Ella es el fetiche de la obra. Ella es Mary Helen Hutton: una de las 65 valientes maestras norteamericanas traídas por Sarmiento para educar al país, secuestrada por los indios y rescatada treinta años después en la segunda campaña del desierto por el coronel Villegas. Desde la cama del museo donde se la expone con su vincha infinita, envuelta en una escarapela, Mary Helen apenas balbucea algunas palabras en inglés y en araucano. Tiene un olor tremendo, pero le encantan los habanos y de vez en cuando también baila. Comparte vitrina con cuchillos, cuadernos de clase y algún que otro indio con lanza y pluma, valijas de campaña y santitos curadores. El Estado la indemnizó con unos títulos que valen fortunas, acaso los únicos que salven de la bancarrota a las familias que la tienen en custodia. Pero Mary Helen los escondió, el museo no deja un centavo y los títulos no aparecen por ningún lado. Y bajo el techo de una casa jaqueada por la crisis, las cosas sólo pueden ir hacia el desastre.
En De mal en peor, la obra que estrena el próximo jueves, Ricardo Bartis demuestra una vez más que es uno de los directores de teatro más estimulantes del país. La excusa es un homenaje a la literatura dramática de Florencio Sánchez, el dramaturgo montevideano que renovó la escena rioplatense de principios de siglo XX. En la puesta, al mejor estilo Bartis, sobrevive poco y nada del texto literal de Sánchez; apenas un aire de familia que actúa como inspiración. Porque si en el uruguayo siempre había alguien “bueno” que encaminaba el conflicto hacia el Bien, ese esforzado didactismo no puede sino naufragar en el seno degenerado de estas familias enceguecidas por su aspiración a “ser más”, donde nadie es víctima de nada y todos responden a los instintos más bajos: el sueño de ganar una justa literaria, recuperar el palco del Colón o cumplir con los deseos de una carne que amenaza con secarse.
La acción se sitúa un 25 de mayo de 1910. Hay toque de queda y rige el estado de sitio. En la calle, una afiebrada masa obrera e inmigrante amenaza con una nueva revolución. Parapetados tras la ventana de su casa, y a la espera de la visita de su acreedor número uno, los Méndez Uriburu y los Roncataglione orquestan los más sórdidos planes de salvación. “¡Faso!”, reclama Mary Helen. Casi no falta nada: odios familiares, resentimientos de clase, celos varios y extrañas drogas “psicolípticas” capaces de producir los picos de euforia más perfectos. También hay una patria travestida dos veces, cánticos y duelos literarios, números de can-can, desnudos que copian tapas de libros y hasta un joven anarquista que en lo más álgido del asunto se mete por la ventana para llevarse a la nena de la casa, inflamada por la obra de Bakunin.
Nada es producto del azar. La puesta insumió más de nueve meses de trabajo y algunas tretas autogestionarias como la “vaquita conjunta” que permitió que Claudia Cantero (Regina, la viuda que no para de llorar) viajara cada semana desde Rosario para sumarse a los ensayos. Las interpretaciones, notablemente parejas, son brillantes, en especial la de Agustín Rittano, que con su maravilloso Pancho (un seudoaristócrata engreído y pusilánime que se pasea en bata) lleva al extremo la sofisticación del tono cordobés.
Lo asombroso de De mal en peor es cómo Bartis logra armar una trama en la que historia e intimidad, humor y política dialogan de un modo inédito con toda la tradición del teatro argentino. Hilarante, fatal, la obra avanza en su delirium tremens capturando actores y público en un remolino que asciende en una sala ínfima, donde cada rincón, puerta o pasillo se complota para acentuar el vértigo del drama. Nada queda en la obra de las abstracciones y metáforas tan caras al teatro argentino. Aquí, texto y actores parecen confundidos en un mismo cuerpo, y todo es sencillamente literal. A tal punto que la obra –como Bartis intentaba explicarle en un ensayo general a la comitiva alemana que proponía llevarla al teatro Hebbel de Berlín– se vuelve hiperlocal, salvajemente intraducible. Unatelenovela familiar deforme, como sólo pueden concebirla estas pampas aculebradas.
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