Domingo, 8 de mayo de 2005 | Hoy
NOTA DE TAPA
Después de escribir el best-seller sobre el imperio de las marcas y el marketing, No Logo, la periodista canadiense Naomi Klein estrenó en Europa (junto a su marido Avi Lewis) La toma, un documental que retrata la lucha de los obreros argentinos por recuperar empresas que naufragaron con la crisis. Coincidiendo con el lanzamiento, la revista francesa Technikart la reunió en París con el intelectual neoliberal francés Guy Sorman (quien, aparte de adorar hacer el papel de malo en los debates televisivos, ha vivido en la Argentina). Radar reproduce ese diálogo y además, cuenta cómo es el documental, qué piensan los obreros y hasta cuál fue la insólita reacción en Wall Street.
¿Cómo nace la idea de hacer La toma?
Naomi Klein: Después de No Logo, sentí una suerte de “protest fatigue”. En 1998 y 1999 había una explosión de nuevas formas de pensamiento y de análisis, nuevas tácticas para oponerse al neoliberalismo. Y después esto se convirtió en algo así como en un “McMovimiento”, una franquicia. A partir de cierto punto, sentí los límites de este tipo de acción. Así que quisimos hacer una película que mostrase una comunidad afectada por decisiones políticas.
¿Y por qué la Argentina?
Naomi Klein: Durante la crisis económica, el país vivió un vacío: tuvieron cinco presidentes en tres semanas, no encontraban alternativas... Nosotros estábamos allí en aquel momento y vimos todo: las asambleas en las esquinas de las calles y los debates fuera de todo maniqueísmo derecha/izquierda...
Guy Sorman, usted siguió la situación en la Argentina de muy cerca...
Guy Sorman: Es un país que quiero mucho. Viví allí a mediados de los ‘80 y no estoy muy de acuerdo con lo que sugiere La toma. Es muy fácil decir que todo andaba bien antes de la llegada de la globalización, y que luego fueron directo al precipicio, una vez que aplicaron las políticas del Fondo Monetario Internacional. No. Ese país sufre porque tiene, hasta el día de hoy, un sistema de partido único: el partido peronista, que es un partido fascista. Así que no podemos tomar a la Argentina como el modelo de un país destruido por la globalización.
Naomi Klein: Si su modelo económico nos interesó, fue porque todo fue hecho muy rápidamente: el neoliberalismo les cayó encima de golpe.
Para usted, Naomi, ¿estas fábricas tomadas por los trabajadores pueden servir como fuente de inspiración para ciudadanos de otros países?
Naomi Klein: Nunca pretendí haber encontrado una solución milagrosa aplicable en todas partes. Pero las ideas suelen viajar, propagarse y adaptarse. Las fábricas tomadas son un ejemplo de ello: el slogan “Ocupen, resistan, produzcan” viene del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil. Los argentinos se reconocieron en él y aplicaron esas ideas a una situación urbana.
Guy Sorman: Pero lo que usted tiene ahí son estrategias de supervivencia, algo muy respetable, pero que no ofrece en lo absoluto, soluciones fuera del contexto de una crisis económica y social.
Naomi Klein: Por supuesto, cada país es único y cada ciudad es un caso aparte. Pero ciertas cosas son recurrentes: mire el rechazo al neoliberalismo de toda una parte de América latina. Lo vimos hace poco con las elecciones en Uruguay o las manifestaciones que se desarrollaron en Bolivia...
¿Para ustedes se trata de un rechazo del neoliberalismo?
Naomi Klein: Sí, en la Argentina y también en otras partes.
Guy Sorman: Pero decir que la Argentina es un caso típico del fracaso del neoliberalismo es una falacia: es suponer que la Argentina era una sociedad democrática con una economía de libre mercado, lo que nunca ha sido el caso. Y cuando un país experimenta una economía de libre mercado al mismo tiempo que la democracia, esta combinación saca realmente a la gente de la pobreza. Mire la India o el Brasil de Lula: éste último no ha hecho otra cosa.
Naomi Klein: Esta idea de una economía de libre mercado es una fantasía: no existe en ninguna parte. Los Estados Unidos son un país donde las políticas de “libre mercado” han sido aplicadas con mayor entusiasmo: reducción de servicios sociales, focalización en el crecimiento económico como motor de desarrollo social.... Y finalmente rompen las reglas que imponen al resto del mundo. Si estuviesen realmente comprometidos con el libre mercado, no subvencionarían su industria siderúrgica, por ejemplo, mientras impiden que otros países hagan lo mismo.
Guy Sorman: Todos los gobiernos hacen lo mismo. La combinación democracia libre mercado que preconizo no es un sistema ideal sino un sistema imperfecto para una sociedad imperfecta. Los países que intentaron, en los años ‘60 y ‘70, otros modelos económicos –como el “Closed Door” en Brasil– no tuvieron éxito.
Naomi Klein: Lo que nos interesa en el caso de la Argentina, es que precisamente trataron con muchos malos modelos. Tienen en su haber la experiencia de una economía muy centralizada, casi nacionalista. Y conocieron una terapia de choque: la privatización ultrarrápida, que hace que paguen tarifas muy altas por todo.
Muchos partidos de izquierda están en el poder, sin embargo, cada vez se habla menos de “economía socialista”. ¿Por qué?
Guy Sorman: Hoy, los gobiernos de izquierda se conforman con tener una justicia social, pero no una economía socialista. Mire si no Alemania y Gran Bretaña, por supuesto, pero también la España del señor Zapatero, quien decía recientemente que continuaría con la economía de libre mercado de su predecesor, porque funciona. Lo mismo ocurre en Brasil con Lula.
Naomi Klein: Por supuesto, estos gobiernos ya no son más realmente de izquierda. Además, hoy, la derecha ha adoptado la retórica de la izquierda: ¡mire a George W. Bush, que pretende encabezar guerras en el nombre de los derechos de la mujer!
Naomi, en una entrevista, usted hablaba de Irak y de lo que se perpetúa actualmente en el nombre del neoliberalismo...
Naomi Klein: Pasé algún tiempo en Irak. La gente decía: “Quieren traernos la democracia, ¿pero qué pensar del hecho de que nos robaron nuestros trabajos, que nuestro sistema de agua no ha sido reconstruido? ¿Qué es la democracia sin agua, sin techo?”.
¿Los mismos que privatizaron la Unión Soviética vuelven a encontrarse hoy en Irak?
Naomi Klein: Irak se ha convertido en una suerte de High School Reunion para todos esos “shock therapists” del mundo. Allí puede encontrar a los zares de las privatizaciones polacas y rusas, contratados para ir a trabajar para la autoridad provisoria y privatizar la economía de Irak. Quisieron convertirlo en una vidriera para demostrar la eficacia del libre mercado, y han aplicado su terapia de shock con mayor rapidez que en cualquier otro lado. Son los mismos que entregaron Rusia a los oligarcas. Privatizaron doscientas empresas que pertenecían al Estado y reescribieron las leyes económicas para los inversores extranjeros: el 100% de los beneficios pueden ser sacados del país para un 100% de empresas extranjeras.
¿Qué desean ustedes para Irak?
Naomi Klein: La democracia, tal como se les prometió.
Guy Sorman: Pero votaron recientemente...
Naomi Klein: La democracia no es tomar todas las decisiones antes de que los ciudadanos puedan votar. El FMI puso especial cuidado en firmar esos contratos –que van hasta 2008– antes de las elecciones. Se trata de un desprecio total de la democracia: el trato hacia la prensa, la reescritura de la Constitución, todo eso demuestra un desdén hacia una verdadera autodeterminación. Y los iraquíes saben reconocer el colonialismo cuando lo ven.
Guy Sorman: Usted tenía allí una de las dictaduras más abominables de Oriente Medio, creo que en eso podemos estar de acuerdo. Hoy, estamos frente a una situación completamente nueva, y quizás me hayan hecho un lavado de cerebro, pero me emocionó mucho aquella foto, publicada en la prensa, mostrando mujeres iraquíes yendo a votar.
Naomi Klein: Usted está únicamente contento por el hecho de que ellas hayan votado y puesto tinta en sus manos, pero aparte de eso, a usted le importa un comino por qué han votado. Decir que lo que ocurre en Irak es un renacimiento es obsceno. ¡Se trata de un baño de sangre, no de un renacimiento!
Volvamos a la película La toma. ¿Podemos considerar esta historia de la toma de una fábrica por sus obreros como un filme neoliberal en el que el slogan podría ser “Just do it”?
Naomi Klein: ¡Absolutamente! (Risas). O mejor, dar vuelta un slogan de Coca-Cola: “Socialism is the real thing”. El socialismo es lo verdadero. ¡No es culpa nuestra si agarraron los mejores slogans! Esto me hace pensar en una remera que vi en Sudáfrica que resume bien el espíritu de mi película: “Stop asking, start taking”. Dejen de preguntar, empiecen a tomar.
Parecería que usted se está radicalizando, ¿es así?
Naomi Klein: Hace varios años escribí un libro que criticaba la dominación de las marcas. Hoy, quiero destruir el capitalismo. Podemos entonces considerar que me he vuelto más radical. Un sitio Web norteamericano decía recientemente: “No sabemos lo que le ocurre a Naomi Klein, pero pensamos que la guerra en Irak la volvió loca”. Creo que es cierto: la guerra me volvió loca de rabia.
Traducción: Alejo Schapire
“Hay un tipo en Wall Street que, luego de haber visto La toma, pidió un préstamo de 100 mil dólares para ayudar a las fábricas a aumentar su rendimiento.” Naomi Klein
“Conocemos los modelos contra los que ustedes luchan, ¿pero qué alternativa proponen?”. Harta de escuchar la fatídica pregunta en cada entrevista, la periodista Naomi Klein (Toronto, 1970) cree haber hallado la respuesta. Luego de haber escrutado a nivel planetario los últimos avatares del capitalismo y sus efectos colaterales, de las maquiladoras mexicanas a los sweat shops del sudeste asiático, pasando por el precarizado universo laboral de los servicios en el Primer Mundo, la canadiense intenta pasar de la crítica de la globalización neoliberal a la acción altermundialista. Su propuesta se llama La toma, un documental militante rodado en la Argentina del estallido. Durante 6 meses, acompañada de su marido, el documentalista Avi Lewis, la autora de No Logo rodó 200 horas de película a partir de encuentros con obreros desempleados que recuperan las fábricas abandonadas por sus patrones tras el colapso económico. Al ritmo del Gotan Project y La Bersuit, la cámara digital se mete en la Textil Brukman, en Cerámicas Zanon o en la fábrica de autopartes La Forja San Martín. Esta última es filmada como un caso testigo. Se trata de un hangar donde no quedaron ni las palomas, “muertas de hambre o de tristeza”, y donde permanecen varados trabajadores, como Freddy Espinoza, que no se resignan a la miseria. Para él, como para otros hombres y mujeres que cruzan el objetivo de La toma, volver a producir en las empresas expropiadas es reconquistar la dignidad robada. Para los cineastas, es la prueba que quienes un día fueron los mejores alumnos del FMI y sus víctimas más flagrantes, hoy pueden convertirse en la vanguardia que muestra que otro mundo es posible. Para demostrarlo, la voz en off de Klein hilvana historias de vida, alguna entrevista robada a Anoop Singh saliendo de un hotel, escenas de manifestaciones o de la lucha judicial para legalizar la toma. El telón de fondo son las elecciones de 2003, donde Menem aparece cada tanto en spots televisivos como un genio maligno que compara su itinerario personal con el de Cristo, y del outsider Néstor Kirchner, que empieza a abrirse camino a la Rosada. Mientras tanto, en los barrios marginales, se cuece la rancia cocina política de sus punteros. Entre una asamblea y la secuencia de una fábrica que vuelve a encender sus motores, hay que destacar un tête à tête entre Naomi Klein y el empresario Luis Zanon, quien aguarda, con la arrogancia de un Tycoon junto a una botella de champán en un balde helado, que el regreso al poder del riojano le devuelva su fábrica. En una nota concedida al semanario francés L’Express, Klein explica que si entrevistó solamente a un patrón fue porque Luis Zanon fue el único que aceptó hacer oír la otra campana ante cámaras. Eso sí, el hombre puso dos condiciones: que durante todo el encuentro estuviese presente su jefa de prensa y que éste se desarrollara en un “lugar neutro”: la suite presidencial del Sheraton...
Desde su ovación en la Mostra de Venecia en septiembre de 2004, La toma continúa estrenándose en distintos puntos del planeta. Todavía parece prematuro especular sobre el eco que tendrá esta cinta, sobre todo si la cotejamos con el formidable impacto de No Logo y su papel en la concientización del grado de la colonización del espacio público por parte de las marcas y las consecuencias de una economía global basada en las estrategias de la mercadotecnia. Por lo pronto, a la pregunta de si su última intervención tuvo alguna repercusión concreta, Naomi Klein contesta: “Sí. Hay un tipo en Wall Street que, luego de haber visto La toma, pidió un préstamo de 100 mil dólares para ayudar a las fábricas a aumentar su rendimiento. Le dio la gestión a Lalo Paret, activista del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas, que vemos en la película”. En cuanto a los obreros involucrados en la toma de centenares de establecimientos, hablamos con Cristian Moya, de Cerámicas Zanon, quien estaba de paso por París para promover este nuevo invento argentino que revoluciona Europa. Moya señaló que los altercineastas fueron fieles a los hechos que reproducen, aunque resaltó cierta candidez por parte de los canadienses y lamentó que no se hayan quedado más tiempo para ver las condiciones de vida de las familias de los trabajadores. Mucho más tajantes fueron los muchachos del Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas por los Trabajadores, que con una retórica de una extraña violencia se quejan desde su sitio Web (http://www.fabricasrecuperadas.org.ar/): “Lamentamos que se quiera utilizar la recuperación de fábricas para una acción política internacionalista dentro de la lucha de clases antiglobalizadora con un claro matiz ideológico marxista y, desde esta mirada de materialismo dialéctico, es visto todo este proceso”.
En todo caso, la fuerza del documental, lo que probablemente quedará, se nutre de la arrolladora carga emotiva de los testimonios del obrero de la rebautizada “Cooperativa de Trabajo Forja San Martín Limitada” recuperando su amor propio frente a la mirada de sus hijas; la historia de la costurera de Brukman enferma de cáncer curada por la solidaridad de sus compañeras o Maty, una joven piquetera a punto de dar a luz, que rompe con la vieja forma de hacer política que la rodea. Sin embargo, estas vivencias personales que ilustran un momento de inflexión en la historia argentina contrastan con un análisis perezoso y sin matices.
La tesis de los 87 minutos de la película es que de Seattle a Sudáfrica los estragos de la globalización son idénticos. La realidad de los países resulta intercambiable y por eso, la dupla Klein-Lewis niega deliberadamente toda especificidad al caso argentino. La explicación histórica que desembocó en la crisis más grave que experimentó el país es soslayada, los autores pasan de la “época dorada de Perón” a Menem sin ninguna transición. Porque aquí, el objetivo es afirmar que ante un sistema que destruye por igual el aparato productivo de todas las sociedades, éstas pueden replicar importando la receta resumida en el nuevo slogan: “Ocupar, resistir, producir”.
Aunque Klein y Lewis ponen con eficacia en escena la epopeya obrera, los autores se ahorran un examen crítico de los límites de la política de expropiación y de autogestión, de la supresión de jerarquías laborales o la proyección de esta experiencia a escalas mayores u otros ámbitos de la sociedad. Tampoco existe una ilustración de las luchas intestinas que dividen a los movimientos que manejan las empresas recuperadas. De este modo, inclusive el espectador que adhiere a la iniciativa se queda con sed de argumentos para apoyarla. El problema es que, al eliminar la singularidad de cada proceso de recuperación, al omitir la historia de la crisis que se trata de comprender, Naomi Klein y Avi Lewis caen justamente en la visión igualadora que denuncian, la de la globalización.
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