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Domingo, 12 de junio de 2005

CINE > LA úNICA PELíCULA DE PETER LORRE COMO DIRECTOR

Elretornodelorreprimido

POR M.K.

Dicen sus biógrafos que Peter Lorre se pasó los años posteriores a M, el vampiro negro –la película de Fritz Lang sobre el asesino de niños de Düsseldorf, el film que a partir de 1931 lo convirtió en una estrella del cine– esquivando esos múltiples ofrecimientos que podrían condenarlo de por vida al papel de psycho killer. A los 27 años ya tenía una carrera en el teatro elogiada por el mismísimo Bertolt Brecht. Y sin embargo, dueño de ese rostro que era suyo y sólo suyo, morfinómano desde su juventud –dato que puede o no venir al caso–, Hollywood lo especializó en personajes un poco cretinoides, escondedores, a veces cínicos e irritantemente plácidos, y sufridores patológicos. Perturbador antes que terrorífico o monstruoso, cuando murió, en 1964, fue definido por Boris Karloff como “Maestro de lo Inusual”. Y –de nuevo– sin embargo, en El extraviado (Der Verlorene), su única película como director, que además escribió y produjo, se reservó para sí el personaje de un asesino serial y explotó algunos de los tics por los que era famoso: su doctor Karl Rothe, por ejemplo, parece estar permanentemente fumando o bebiendo. O fumando y bebiendo.

Sólo que lo hizo en un contexto muy específico: durante la posguerra, regresó a la Alemania de la que había escapado ante el triunfo del nazismo en el ‘33, e hizo allí mismo una película sobre los tiempos que corrían y la devastación en la que el país seguía sumido años después del fin de la contienda mundial. Alguno de sus biógrafos asegura que, aunque Lorre había sacado ciudadanía norteamericana en 1941, jamás renegó de su identidad germana, y que El extraviado fue una película alemana hecha para los alemanes.

La historia era más o menos así: al empezar encontramos al Dr. Rothe y a un tal Hoesch (un ex agente de la Gestapo interpretado por el actor Karl John) en un campo para refugiados y prisioneros liberados que se han quedado sin lugar adonde ir tras la caída del nazismo. Los dos personajes se conocen de otras épocas, y el reencuentro los obliga a confrontar un pasado signado por circunstancias siniestras. Por flashback nos enteramos de que Rothe fue sometido a una maniobra artera por parte de un coronel alemán, de manera tal que terminó asesinando a su amada novia Inge, acusada de doble traición: una amorosa –lo habría estado engañando con Hoesch– y otra del género de “recontraespionaje”, a favor de los aliados. El episodio –nada menor, por así decirlo– dejó una marca indeleble en la psiquis de Rothe, en quien vuelve a despertar una y otra vez la pulsión asesina, dirigida contra mujeres “sexualmente corrompidas”. El tema del espionaje se complica, pero lo que realmente importa es que Rothe vive su enfermedad con mucha culpa: entre un cigarrillo y otro se lleva una mano a la frente con una expresión (en sus ojos como huevos, en el arco de sus cejas) con la que parece pedir que alguien, por favor, ponga fin a su martirio.

Acaso demasiado oscura, por momentos de una textura pesadillesca, El extraviado fue un fracaso comercial en su país y recién llegó a los Estados Unidos, como una suerte de rescate “de culto”, en los ‘80. En los últimos años de su carrera, Lorre se entregó con gracia a un par de las divertidas versiones de Poe filmadas por Roger Corman. Su última película fue una de Jerry Lewis estrenada el año en que murió, a los 60, de un ataque al corazón. Pero puede ser que la ratificación definitiva de su categoría de celebridad proviniera de los mismos caricaturistas que durante años animaron a Bugs Bunny para la Warner, en una época en que un tipo feo –más allá de todo su encanto– como Lorre, un número puesto del noir clase B y del cine de terror, podía ser también una star. Apareció en más de uno de aquellos cortometrajes, alguna vez como él mismo, alguna otra transformado en un pescado; siempre inconfundible. Del mismo modo, el último gran homenaje póstumo que recibió fue el de Carrotblanca, uno de los cortos del breve revival que los Looney Tunes tuvieron unos pocos años atrás, cuando el conejo de la suerte fue caracterizado como Humphrey Bogart (mejor dicho, como Rick Blaine) y el lugar del infameUgarte (Lorre en Casablanca, si hace falta aclararlo) fue asignado a ese gorrión pérfido, un poco cretinoide, escondedor, cínico y por momentos irritantemente plácido llamado Tweety. Un animalito de ojos enormes tras los cuales uno siempre sospechó que se escondía un auténtico asesino serial.

El extraviado se estrena en el Malba en copia impecable como parte del ciclo “¡Locura! Indagaciones sobre la sinrazón en el cine” el próximo sábado 18 de junio a las 20. www.malba.org.ar

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